Sr. Presidente,
Sr Presidente del Gobierno,
Sras. Diputadas, Sres. Diputados,
Arratsaldeon danori.
Cuando estábamos a las puertas del nacimiento del euro, el Nobel de economía Paul Samuelson nos dijo: “Se van a meter a la cama con un gorila; que tengan suerte”
Lo del gorila se refería a Alemania y naturalmente no tenía nada que ver con una velada referencia personal al intimidante aspecto del gigante Helmut Kohl sino a la temible inclinación deflacionista de ese país producto de la experiencia de hiperinflación del período de entreguerras.
La advertencia era pertinente, como bien nos recuerdan los observadores económicos, entre los años 2000 y 2010, el deflactor del PIB ha aumentado un 11% en Alemania y un 37% en España.
No, no es nada fácil la vida con un “gorila”; ni siquiera lo es la convivencia con nuestros socios comerciales principales dela Europade los 15 cuya cifra ronda el 22%.
Y ese no era el único riesgo, porque otros observadores, esta vez en arrebatada minoría, nos decían que muy lejos de la idílica visión neoclásica de aquel informe One market, one Money, la integración monetaria bien podría producir fenómenos de causación acumulativa que reforzarían el centro – ese arco que va deLondres a Milán – en detrimento de la periferia debido a la influencia de los rendimientos crecientes y las economías de escala dinámicas.
Más allá de la jerga teórica de la economía, no es difícil de entender la razón de aquella preocupación: basta ver cómo esos rendimientos crecientes colapsan la exitosa Madrid al tiempo que vacían buena parte de la península ibérica.
A pesar de todo eso, siempre creímos que podíamos vivir con un gorila. El Grupo Vasco lo creyó, y también lo hizo de manera menos fundada la opinión pública, los políticos y los expertos españoles.
¿Por qué digo que de manera menos fundada? A los resultados me remito: Euskadi que a mediados de los años ochenta llegó a tener un diferencial de PIB per capita, constante pero sin corregir por paridades de poder de compra, de 5 puntos con España – 65% y 60% para un nivel 100 dela Europa15, tiene hoy un nivel 95 cuando España apenas llega al 70, la productividad se ha incrementado ligeramente en términos relativos y presenta un buen balance de comercio exterior.
El triángulo perfecto de la competitividad: aumentar el bienestar convergiendo realmente, en base a empleo y productividad, y sin grandes desequilibrios.
España por el contrario, pierde productividad relativa desde mediados de los noventa, dejó de converger a finales de esa década y ha acabado sumergida en unos desequilibrios enormes del sector exterior y del mercado de trabajo.
Atención a las fechas que menciono, porque el fracaso se vino incubando desde muy lejos, desde el tiempo del primer gobierno del PP y mucho antes de que se oyeran esos estériles llamamientos a un cambio de modelo productivo, que más parece un mantra que una recomendación útil de política económica.
Las comparaciones son odiosas. Lo sé. Pero lo que pretendo por vía de ejemplo es mostrar cómo se produce una diferencia enorme de resultados, a pesar de compartir un marco de regulación común, y de paso avisar de que la nueva singladura de ese largo viaje hacia la flexibilidad de los mercados impuesta por los mercados, es decir, por el capital financiero, no va a constituir remedio ni panacea alguna.
Señorías, el vía crucis de la crisis de la deuda soberana de hoy tiene mucho más que ver con esas razones profundas de la competitividad, que con la flexibilidad del mercado de trabajo, con tal o cual articulación del pacto de estabilidad, con mecanismos de estabilidad financiera e incluso hasta con un diferente diseño institucional dela Unión, que nos hubiera evitado el extravío ultraliberal en el que nos encontramos.
No siendo un área monetaria óptima (por carecer de la movilidad de factores y mecanismos de estabilización) se debió haber construido al menos un modelo más federal, con una hacienda europea que mereciera tal nombre, siguiendo los anhelos de Delors, de la tradición del Informe MacDougall de 1977 o del Informe Werner de 1970.
Es más, es dudoso que tenga sentido aspirar a ser un área monetaria óptima porque ni la emigración ni los subsidios pueden ser soluciones de futuro para las naciones de Europa.
Pero de haber seguido otro camino al menos hoy los estabilizadores automáticos europeos hubieran suavizado las dificultades de los estados de la periferia y la existencia de una hacienda común evitado este permanente ejercicio de improvisación e ineficacia que representan las cumbres europeas que vienen abordando la crisis de la deuda.
Hay que aprender de los errores y elevar la mirada al horizonte, y esto representa algo más que sortear a duras penas las dificultades del momento.
Sé que los intereses de algunos países de Europa y la carga ideológica de muchos otros seguirá enrocada en poner parches para tapar las vías de agua y mantener todo como está.
Con la legitimidad de pertenecer a una fuerza política como el PNV, de acendrado espíritu europeísta, que apoyó sin reservas el proceso iniciado en Maastricht y el sí en el referéndum de la Constitución Europea del año 2005, no puedo dejar de señalar que hoy la dura realidad nos desvela las manifiestas insuficiencias de aquel diseño institucional y las enormes barreras para realizar progresos.
Nadie creo yo, señor Presidente, esperaba gran cosa de la última cumbre. Por eso que se encauce el segundo paquete de ayuda a Grecia en los términos en que se ha hecho supone un alivio.
Pero lamento ser agorero, porque debo decirle que ese no va a ser sino un alivio circunstancial.
El problema de Grecia no es de liquidez sino de insolvencia, y por ello la recompra de deuda, la reducción de costes y la reestructuración parcial de la deuda son seguramente condición necesaria pero no suficiente para una salida exitosa.
La sostenibilidad de la deuda no depende sólo del numerador, de su peso, sino del denominador de la actividad económica. El impacto de las medidas de austeridad deteriora el crecimiento sin que haya un mecanismo posible de restauración de una competitividad precio deteriorada en al menos un 20%.
La situación de Grecia recuerda la de la crisis de Argentina diez años atrás que sólo salió del trance del fracaso de la dolarización combinando reestructuración y fuerte contribución del sector exterior.
Lejos de mi intención recomendar una drástica solución como la salida del euro y el restablecimiento de los controles de capitales, porque ese camino presenta también riesgos enormes.
Naturalmente es al Gobierno griego a quien corresponde la decisión fundamental de cómo abordar la crisis. Pero no por ello deja de ser cierto que la apuesta actual corre serios riesgos de fracaso si el paquete financiero no va complementado por un substancial paquete de ayuda real (a las empresas y a los salarios) que contribuya a restaurar la competitividad-precio de los sectores abiertos al comercio, es decir a la industria y al turismo.
Aquéllos que se muestran reticentes a la ayuda financiera quedaran horrorizados al oír esto, pero tristemente esa es la cruda realidad.
Ahora bien, no se alarmen. Es perfectamente posible que cualquiera que sea el desenlace de la crisis griega, eso no suponga una crisis del euro, todavía.
De hecho la propia cotización de nuestra divisa en todo este episodio evidencia bien a las claras que si se esterilizan los efectos en el sistema bancario de la zona euro, es posible dejar a un socio en el camino y seguir adelante.
Pero claro ese no es el fin de la historia, sino que como los acontecimientos de la semana pasada han puesto de manifiesto, puede ser sólo el principio.
Con la extensión de la especulación a Italia, la tercera economía de la zona euro que tiene una deuda pública que equivale a una cuarta parte de la total del área, hemos dado un nuevo salto cualitativo que demuestra que seguiremos al borde del abismo.
Ahora sí, lo que era una crisis de deuda soberana amenaza abiertamente con convertirse en una crisis del euro, y si el euro como la canciller Merkel reconoce es parte de la identidad de Europa, toda la idea de Europa está en crisis.
Podemos repetir hasta la saciedad que los fundamentos de la economía italiana abonan cumplidamente la idea de sostenibilidad de su deuda. Italia, como España, no es Grecia.
Es cierto porque a pesar de su tradicional enorme deuda sus superávit primarios y el escaso impacto de la especulación en la elevación a corto plazo del coste de la misma parecen ponerle al abrigo de los ataques.
Pero los especuladores saben esperar, saben cambiar de escenario: de Grecia, a la tercera economía, de esta a la cuarta y volver a la anterior, y sobre todo saben que los propios fundamentos son móviles y que actuando como bola de demolición pueden producir una conjunción de factores: la prima de riesgo impone mayor austeridad, que a su vez mina el crecimiento, que a su vez eleva el peso de la deuda y que todo ello puede conducir hacia el desastre.
La situación desgraciadamente nos recuerda a la última crisis del Sistema Monetario Europeo. Como entonces, el problema de fondo es una debilidad institucional de diseño y de acción que lleva a una confrontación desequilibrada de fuerzas.
Por eso Europa no puede esperar hasta 2013 para que esté operativo el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM) sino que tiene que actuar sobre la actual Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (EFSF-European Financial Stability Facility) con un ambicioso proyecto de expansión en base a emisiones de eurobonos y de un ambicioso plan de recuperación económica a escala europea y no sólo de la economía griega.
Sé que todo esto sonará a muchas de sus señorías recetas que están lejos dela realidad. Perola cuestión no es si el que les habla está equivocado, ojalá lo estuviera, sino si ignorarlas, no es peor para la realidad.
Este año 2011, quizá también el 2012, serán años que en un futuro recordaremos en el mejor de los casos como los años que vivimos peligrosamente.
Bien, señor Presidente, después de haber sido bastante claro acerca de lo que nos traemos entre manos, y de exponer mis recomendaciones, permítame que no falte la última, y que con el conocido ejercicio de responsabilidad de nuestro Grupo Parlamentario y de nuestro Partido Político, le diga la necesidad acuciante que tenemos -tal y como usted mismo lo pronuncio tras la reunión del Eurogrupo- de estabilidad, credibilidad y confianza.
Pero como se diría en inglés todo ello es up to you. Está en sus manos, usted decide.
Quiero terminar con una última reflexión para este final de legislatura con la ayuda de una cita del historiador Tony Judt, que dice así:
“El problema real al que se enfrentan los socialistas europeos no son sus preferencias políticas tomadas individualmente. Creación de empleo, una Europa más “social”, inversión en infraestructuras públicas, reformas educativas y otras propuestas semejantes son encomiables y no controvertidas. Pero nada vincula a esas políticas o propuestas en una narración política o moral común.
La izquierda no tiene un sentido de lo que significaría su propio éxito político si lo alcanzase; no tiene una visión articulada de una sociedad buena o simplemente mejor que la actual.
A falta de esa visión, ser de izquierdas no es más que un estado de protesta permanente. Y como los males provocados por el cambio rápido es contra lo que más se protesta, estar a la izquierda es ser conservador”
Desde una familia política distinta pero que desde el humanismo tiene también un ideal de emancipación de las personas y los pueblos, no dejo de pensar en qué puede resultarnos de aplicación la severa advertencia de este hombre sabio que nos ha dejado recientemente tras una terrible enfermedad.
Pienso entonces que esa narrativa tiene bastante que ver con algunas de las cosas que he desgranado en mi intervención, y cuando miro a este hemiciclo me entristece comprobar que ni en sus filas ni en las otras haya esperanza alguna de recuperar esa nueva visión de Europa y la sociedad buena.
El año pasado y con las circunstancias que se dieron, nos comprometimos en el ofrecimiento de un tiempo en el que hay un trabajo inacabado. Nuestro Grupo seguirá actuando con el mismo sentido y grado de responsabilidad sea cual sea el contexto y sus circunstancias, así como las decisiones que, en el uso de las facultades que nos corresponden, hayamos de adoptar.
Ojalá que todos podamos decir un día que estuvimos a la altura de los tiempos en los años en los que vivimos peligrosamente.
Eskerrik asko
NOTA: Este discurso puede ser modificado parcial o totalmente por el orador de manera que solo es válido lo pronunciado en el hemiciclo aunque estuviere aquí escrito.