Josu Erkoreka
14Uztaila
2010
14 |
Hitzaldia

Debate del Estado de la Nación (JOsue Erkoreka)

Josu Erkoreka
Uztaila 14 | 2010 |
Hitzaldia

¿Quo vadis Zapatero? Con estas palabras comenzaba mi intervención en el debate sobre el Estado de la Nación del año pasado. Eran otros tiempos. Hoy, tan sólo un año después, no podría hacerle una pregunta semejante, porque todo el mundo da por supuesto que usted -y tras usted, todo su Gobierno- ya no va a donde quiere, sino a donde puede. O, para ser más exactos, adonde le llevan. Adonde le llevan los mercados -con su autoridad despótica y desalmada-, las instituciones europeas y los organismos financieros internacionales. No lo digo como crítica, Señor Presidente, sino como constatación. Las cosas son como son y en la política, como en la vida, conviene actuar, con arreglo a lo que ocurre y no con arreglo a lo que nos gustaría que ocurriese.

Y lo que ocurre es que su proyecto político se ha desplomado, Señor Presidente. Basta un superficial repaso del programa con el que se postuló a la investidura para comprobar la enorme distancia que media entre sus poéticos propósitos de entonces y sus prosaicos planes de ahora. Y ya no digo nada sobre aquel ingenuo horizonte de ilusiones que esbozó en 2004, cuando accedió por primera vez a la presidencia del Gobierno. Su proyecto político, Señor Presidente, descansaba, entonces, sobre dos pilares básicos: la España plural y la España social. Hoy, ambas están hechas unos zorros. La España plural se estrelló contra la manifestación del pasado sábado en Barcelona y la España social se estrellará -si no lo ha hecho ya- contra la huelga general convocada por los sindicatos amigos para el próximo mes de septiembre.

Y al constatar el desplome de su proyecto político, no creo decir nada nuevo, Señor Presidente. Fue usted mismo el que lo asumió aquel fatídico día de mayo en el que se subió a esta tribuna para cantar la palinodia y reconocer ante la Cámara que no le quedaba más remedio que hacer borrón y cuenta nueva. Aquél día -el 12 de mayo de 2010; seguro que no lo ha olvidado- pasó a constituir un hito trascendental en su trayectoria política: su discurso experimentó un cambio radical. Un giro auténticamente copernicano. No hablo de sus actuaciones, sino de su discurso, Señor Presidente; de su discurso económico y social, que dio una ciaboga de 180º, transformando súbitamente lo negro en blanco y lo blanco en negro. Aquel día nos hizo saber que todo lo anterior quedaba en agua de borrajas. Y nos anunció un ambicioso paquete de reformas estructurales, en el que iban a incluirse medidas que hasta la víspera misma usted había rechazado personalmente, con la promesa de que nunca verían la luz mientras fuera presidente.

Bien, pues todavía sigue siendo Presidente, Señor Presidente. Subrayo lo de todavía. Y, sin embargo, nos está proponiendo formalmente la adopción de un buen puñado de esas mismas medidas que durante los últimos años había asegurado, una y mil veces, que nunca aceptaría mientras ocupase la presidencia. Parece mentira, pero es verdad. La metamorfosis que ha experimentado es radical. De las que hacen historia. Nos está planteando medidas que antes eran intolerables, y ahora, al parecer, inevitables. Medidas que antes eran arbitrarias, y ahora, al parecer, necesarias. Medidas que se han adoptado o se están adoptando ya en toda Europa, y que aquí se han venido demorando irresponsablemente, hasta que el Gobierno ha caído del caballo, cegado por la luz de los mercados, y ha descubierto que la demagogia no da de comer.

En cualquier caso, lo relevante del asunto es que el Gobierno ha decidido, por fin, acabar con las demagogias, las indecisiones y los atajos engañosos, y ahora desea conducirnos hacia la senda que los mercados y las instituciones europeas nos han dicho que es la correcta para que no tengamos que arrepentirnos de lo que hacemos. Podríamos sostener, con la ayuda del refranero que "más vale tarde que nunca". Pero no nos engañemos: no es lo mismo tarde que a tiempo. Que "nunca" sea peor que "tarde", no significa que "tarde" esté bien. Y menos aún si, además de tarde, las cosas se han hecho mal.

Y precisamente por eso, porque además de tarde las cosas se han hecho mal, ahora que se clarifica el camino a seguir, el Ejecutivo se ve atenazado por un serio problema de credibilidad. Un grave problema de confianza personal.

Ahora que se conoce -o se cree conocer- el camino que hemos de seguir, las dudas se ciernen sobre el chofer que ha de guiar el autocar. Quien más quien menos, todos cuestionan su idoneidad. Y el hemiciclo se muestra reticente a prestarle los avales parlamentarios que necesita para iniciar el viaje que desea emprender. Y es comprensible que así sea porque, ¿quién se fía de los conductores que han dejado tras de sí una estela repleta de volantazos, desvíos repentinos y bruscos cambios de sentido? La respuesta está en este salón de plenos: tan sólo los afines y, aun ellos, por mera disciplina. Es posible que todos los grupos de la Cámara estén equivocados al desconfiar del piloto. Es posible, no lo niego. Pero cuando un conductor constata en carretera que todos los demás circulan en sentido contrario, debe empezar a considerar seriamente la posibilidad de que el confundido sea él.

Si se me permite la comparación, Señor Presidente, la situación en la que se encuentra el Gobierno me recuerda a la fábula del pastorcillo y el lobo. Durante años, la práctica de la geometría variable le ha llevado a recabar el auxilio de los unos o de los otros, según lo exigiese el interés de cada momento, a quienes tomaba, usaba y tiraba, a puro capricho, como se hace con los pañuelos de papel. Y a nadie le ha resultado grato tener que padecer en sus propias carnes ese calculado juego de intereses. De una u otra manera, todos se han quedado -nos hemos quedado- con la amarga sensación de haber sido burlados; de haber sido víctimas, en más de una ocasión, de las chanzas y ligerezas de este alegre Ejecutivo.

Pero ahora vuelve a emitir un angustioso SOS. Nos alerta de nuevo sobre el inminente ataque del lobo. Y esta vez, todos intuimos que es verdad; que la alarma está fundada;

que no se trata de una frivolidad más. No solo intuimos, sino que sabemos que el lobo acecha en la UE y en los mercados, amenazando seriamente nuestras finanzas públicas, nuestros ahorros privados y hasta nuestras expectativas de futuro. Pero en esta ocasión, nadie parece dispuesto a salir al rescate del Gobierno, Señor Presidente. Sus voces de alarma resuenan con especial congoja, pero nadie quiere darse por enterado: como en la fábula del pastorcillo y el lobo, nadie está por la labor de dejarse engañar de nuevo. Nos jugamos mucho en el lance, pero nadie desea comprometerse a nada, sin recibir a cambio la más mínima garantía de que no volverá a vivir la experiencia del kleenex usado. La situación es dramática, pero es la que es.

Y visto lo visto, todos nos preguntamos a santo de qué hemos de dejarnos seducir por unos cantos de sirena que, esta vez, apelan a nuestra responsabilidad, pero lo hacen con la misma convicción con la que ayer apelaban a nuestro compromiso social y mañana pueden apelar a cualquier otro icono que venga impuesto por la moda. Y a todos, claro está, se nos ocurren cientos de razones para no hacerlo. Razones basadas en la experiencia; en la trayectoria de este Gobierno y sus actitudes de los últimos tiempos.

Hace un año, Señor Presidente, le sugerí que dejase a un lado los juegos malabares, arrinconase la geometría variable y optase, de una vez por todas, por conformar una mayoría estable, eligiendo la opción que más le gustase de entre las tres que tenía a su alcance: la izquierdista, la Grosse Koalition, con el PP, o la conformada con los partidos situados en el centro del espectro. No me hizo caso. Ni tenía por qué hacérmelo, claro está. Prefirió continuar en solitario, con todas las velas desplegadas al viento, dispuesto a servirse de la corriente de aire que, en cada momento, le pudiera resultar más favorable. Decía Séneca que "nunca existe un viento favorable para el que no sabe a donde va". Pero he de reconocer que a usted no le ha ido tan mal la práctica de sumarse a todos los vientos. Le ha permitido permanecer a flote sin acusar vías de agua. Otra cosa es que le lleven, de verdad, a alguna parte.

Porque es cierto que ha perdido 25 votaciones en el Pleno del Congreso y que, en otras tantas ocasiones, la hábil técnica de cambiar a  última hora el sentido de voto, les ha permitido evitar otras tantas derrotas parlamentarias. Y es cierto, también, que las votaciones perdidas en el Senado y en las comisiones, suman ya varias decenas. Pero no es menos cierto que, pese a todo ello, nada le ha impedido sacar adelante su programa legislativo. Con el apoyo de unos o el respaldo de otros, durante los dos años que llevamos de legislatura ha conseguido aprobar 10 leyes orgánicas, 44 leyes ordinarias y los presupuestos de 2009 y 2010. Nada menos que eso, Señor Presidente. Todo un logro. Y lo que es más importante aún, ha conseguido también -a veces por la mínima, pero lo ha hecho- que esta Cámara convalidase los 27 Reales Decretos Ley que el Gobierno ha aprobado en lo que va de legislatura; algunos de ellos, por cierto, de extraordinaria importancia y envergadura económica. El balance, como se ve, no es nada desdeñable.

Es más. Si se repasan los datos con cierto detalle, se puede comprobar que, como le decía, el Gobierno ha conseguido sacar adelante este amplio bloque normativo, apoyándose en mayorías de las más diversas tesituras y colores; picando aquí y allá, según la circunstancia y la conveniencia, sin hacer un planteamiento serio de consistencia y estabilidad. Seduciendo en cada caso a la novia adecuada, pero sin renunciar a dejarla plantada al doblar la  esquina. Ni en una coyuntura tan especial como la del último semestre, que requería seriedad y responsabilidad, ha renunciado a seguir practicando su habilidoso juego triangular: la izquierda le ha servido para frenar las iniciativas del PP; el PP le ha ayudado a contener a los nacionalistas periféricos, y estos últimos, le han apoyado para imponer la sensatez, cada vez que las izquierdas y las derechas convergían n sus chocantes coincidencias demagógicas. El resultado ha sido redondo. Sea por una vía o sea por la otra, la verdad es que nunca le ha faltado una tabla de enganche  para salir airoso de las situaciones comprometidas.

Pero en la Cámara se ha extendido la impresión de que esta estrategia no da más de sí; se ha agotado. Los regateos cortos y el cálculo tacticista, han acabado aburriendo a todo el mundo y provocando el reproche generalizado. ¿Estaremos todos equivocados, Señor Presidente?

No voy a hablar de los demás; le pondré el ejemplo de mi Grupo Parlamentario. Durante el último semestre, el Gobierno ha tocado a nuestra puerta en numerosas ocasiones. Es probable que le haya animado a hacerlo, el acuerdo presupuestario que cerramos el año pasado. No lo sé. En cualquier caso, creo poder afirmar que en ningún momento hemos dejado de actuar con la responsabilidad que exige el momento, que sabemos que es delicado. Pero el hecho de habernos cortejado, no le ha impedido a usted propinarnos al mismo tiempo cachetes sonoros, cerrando con otros grupos acuerdos que sabe a ciencia cierta que para nosotros resultan indigeribles. Pactó con otros la enmienda Florentino, pese a saber que la considerábamos como una agresión en toda regla. Y más recientemente, pactó con el PP una reforma de la legislación electoral que ahonda en la estrategia de la Ley Orgánica de Partidos Políticos, que sabe que siempre hemos criticado y últimamente, además, también hemos padecido. Son tan sólo dos ejemplos, que podrían multiplicarse hasta la saciedad, para poner en evidencia que nunca se sabe si sus abrazos son los del socio leal o los del boxeador que busca el hígado.

Pero hay otra variante de la geometría variable que usted ha practicado también, durante su mandato, con tanto éxito como descaro. Me refiero a la geografía variable, que ha contribuido igualmente -permítame la ironía- a reforzar su imagen de hombre fiable y de palabra. Al definir su política de alianzas, usted ha elegido a sus socios, no con arreglo a criterios ideológicos o programáticos, sino atendiendo a criterios territoriales. En algunos lugares ha primado la apuesta izquierdista; en otros la nacionalista o regionalista y, en los de más allá -como es el caso de Euskadi- la españolista. Ha hecho una cosa y la contraria, sin perder la compostura; eso sí, atendiendo siempre a sus intereses y sin tomar lo más mínimo en consideración los daños colaterales que provoca con sus contradicciones. Todo ello arroja como resultado un mapa de alianzas tortuoso e insostenible. Un auténtico galimatías.

El Partido Socialista no puede pretender que en Madrid, el PNV le defienda del PP y en Euskadi el PP le defienda del PNV. Bueno... puede pretenderlo, por supuesto -pretender es lícito- pero no puede esperar que los demás se lo pasemos por alto sin rechistar.

No sé si el PP está dispuesto a mantener esa situación -supongo que sí, porque la santa alianza que han suscrito en Euskadi les permite mantener viva, en Ajuria Enea, la llama sagrada de la Nación única e indivisible, y eso une mucho- pero a nosotros, se lo digo sin acritud, no nos parece de recibo.

Pero nuestros recelos sobre la idoneidad del chofer no se agotan en lo dicho. Le voy a citar otros dos ámbitos en los que tienen perfecta justificación:

a) El autogobierno vasco: Hace ya quince años -quince- que el Parlamento vasco aprobó una lista consensuada en la que se relacionaban las materias del Estatuto de Gernika que todavía se encontraban pendientes de desarrollo. Aquella no era la lista del PNV. Era la de todos. Era fruto del consenso. Nosotros la defendimos siempre. Pero fuimos los únicos. Ni el PP ni el PSOE lo han hecho jamás. Aznar le prestó atención en los albores de su mandato, pero la mayoría absoluta del año 2000 hizo nacer a Mr Hyde y el listado de las transferencias pendientes fueron arrojadas al desván de La Moncloa. El problema es que, seis años después de que Aznar abandonase los honores de la presidencia, todavía sigue allí: arrinconado y olvidado. Porque con la estadística en la mano, usted es el presidente del Gobierno que menos transferencias ha hecho a Euskadi. Durante sus seis años de mandato, sólo ha firmado una. Sólo una. Pero es que, además, el mérito de esa única transferencia no es suyo, porque se la tuvimos que arrancar en las negociación presupuestaria de 2008, contra el criterio, por cierto, de la ministra Garmendia, que representa la cuota vasca de su Gobierno.

Durante años, se pretextó que no se hacían transferencias porque no interesaban al Gobierno vasco. Era falso. Tengo ahí, en el escaño, toda la correspondencia que el Ejecutivo vasco mantuvo con los gobiernos presididos por usted hasta el año pasado. El Gobierno vasco tenía interés, pero al Gobierno central le faltaba voluntad. También se utilizó la excusa de que las transferencias exigidas no eran posibles, porque se apoyaban en una lectura maximalista del Estatuto. Bueno, pues ya hace más de un año que a los maximalistas nos han sacado del Gobierno vasco. Ahora gobiernan ustedes bajo el estrecho tutelaje del PP. y todo sigue igual. Nada se ha movido. Las transferencias siguen como estaban. Estancadas. Bloqueadas. Los hechos demuestras que más allá de las declaraciones -siempre amables y cargadas de talante- su compromiso con el autogobierno vasco es nulo, Señor Presidente. Y la sociedad vasca lo sabe ya. En Euskadi no ha hecho falta esperar a una sentencia pactada del TC para descubrir que, retórica al margen, su idea del pluralismo se confunde, en el fondo, con la del PP.

b) La lealtad en el cumplimiento de los acuerdos: Permítame que la haga una pregunta. Es una pregunta retórica, Señor Presidente, no hace falta que responda. ¿Se imagina usted lo que hubiera sido la presidencia de turno europea si no llegar a contar con los Presupuestos aprobados? ¿Se imagina el negativo impacto que hubiese producido en los mercados la imagen de un país cuya crisis económica se ve agravada por una crisis política e institucional que le impide aprobar las cuentas públicas? A buen seguro, una situación como esa hubiese provocado unas turbulencias de las que todos -las instituciones, las entidades financieras, las empresas y hasta los ciudadanos humildes que velan por sus ahorros- hubiésemos salido perjudicados. Al apoyar aquellos presupuestos, que eran manifiestamente mejorables, actuamos con responsabilidad. Era infinitamente mejor un presupuesto mediocre que un presupuesto inexistente. La peor hipótesis era, sin duda, la de la ausencia de presupuestos.

Ahora bien, ¿Recuerda usted cuáles fueron los compromisos que adquirió con nosotros a cambio del apoyo presupuestario? Se los voy a recordar, con el fin de paliar su natural olvidadizo.

Se comprometió, en primer término, a aprobar la protección jurídica el Concierto Económico. Lo que impropiamente ha venido en denominarse blindaje. El compromiso se cumplió, es cierto. Pero hoy, como sabrá, el acuerdo de estas Cortes Generales se encuentra recurrido de inconstitucionalidad por el legislativo y el ejecutivo de La Rioja y de Castilla-León. Pues bien, su partido, el partido del que es usted  secretario general, ha apoyado en el Parlamento riojano la interposición del correspondiente recurso. Buscábamos seguridad jurídica y hoy seguimos con la misma inseguridad. Y el malo es el PP, ya lo sabemos; pero en los temas vascos, su ayuda es inconmensurable.

También se comprometió -leo textualmente del DS- a cumplir los acuerdos presupuestarios y "desde luego el que afecta a la bahía de Pasajes". Señor Presidente, siento comunicarle que su Gobierno y su partido pasan de Pasajes. Hace poco más de dos meses nos desayunamos con unas declaraciones en las que el máximo responsable del Puerto, miembro destacado de su propio partido en Gipuzkoa, anunciaba, sin encomendarse a Dios ni al diablo, que el proyecto relativo al Puerto exterior quedaba reducido a la mitad. La mitad de superficie y de inversión. Afortunadamente, no habló del tiempo de ejecución. Seguro que ahí no se hubiese ido a la mitad, sino al doble. EN cualquier caso, la decisión de mutilar el proyecto ni la acordó, ni tan siquiera la consultó con nadie. Fue estrictamente unilateral. ¿Qué le hubiese parecido a usted, Señor Presidente, si en el momento de votar el Presupuesto General del Estado, le hubiese dicho que sólo iba a contar con el respaldo de la mitad de los diputados de mi Grupo?

Con la Y vasca, la revisión operada ha sido también palpable: todo ha sido llegar al Gobierno vasco y frenar la velocidad de ejecución del proyecto. Las últimas estimaciones años nos sitúan ya en torno a 2017. Ni usted ni yo estaremos entonces aquí. Cada año que pasa aplazan la apertura por tres años. Y retraso sobre el retraso, sumamos ya 25 años de retraso en relación con la primera línea del AVE. No está nada mal si tenemos en cuenta que el año pasado, usted mismo calificó la conexión el eje atlántico como una "inversión estratégica prioritaria".

Sobre la transferencia de las Políticas Activas de Empleo, mejor no hablar. Evidentemente, el traspaso no se ha producido. Eso ya lo dábamos por seguro. Pero es que, además, ni tan siquiera han tenido la delicadeza de informarnos, como se comprometieron a hacerlo, sobre la marcha de las negociaciones. Hace unos meses Gaspar Zarrías nos convocó a una reunión para cumplir con el compromiso. Nos habló de todas las materias pendientes de transferencia a Euskadi, menos de esta. Se había dejado los papeles en el Ministerio. Quedamos en volver a vernos. Hasta hoy. Exactamente igual que en la fábula del pastorcillo y el lobo. Claro que, mientras tanto, el Gobierno vasco -con la inestimable ayuda del vicepresidente Chaves- sigue vendiendo el traspaso como inminente. Con lo que ya no se sabe si la transferencia es siempre inminente o si alguien siempre miente.

Le podría citar otros ejemplos similares Señor Presidente, pero creo que no es necesario.  Los aducidos son suficientemente elocuentes como para explicar por qué es más que lógico y está más que fundado escuchar con prevención a sus voces de alarma, que a todos nos suenan como cantos de sirena ya escuchados en anteriores ocasiones.

Nuestra actitud es la habitual. No ha variado un ápice: siempre estamos dispuestos a dialogar y, si es posible, a pactar. Somos más amigos del entendimiento que del desencuentro. Y Somos conscientes de la gravedad de la situación económica, hasta el extremo de que, en ocasiones, tenemos la sensación de que incluso somos más conscientes que usted mismo.

Pero la experiencia  nos obliga a recelar. Ni comprendemos ni compartimos su concepción sobre la estabilidad, que le lleva a apuntarse alegremente a las mayorías que le convienen en cada momento o en cada territorio. Ni comprendemos ni compartimos el bloqueo al que ha sometido al autogobierno vasco. Ni comprendemos ni compartimos la estrategia política de su partido en Euskadi. Ni comprendemos ni compartimos la ligereza con la que se toma el cumplimiento de los compromisos políticos. En realidad, son tantos los aspectos de su trayectoria y de su planteamiento político que ni comprendemos ni compartimos, que me haría falta otra intervención para desgranarlos. Y seguro que ni el Señor Presidente ni la Cámara están por la labor de otorgarme esa gracia, ¿verdad?

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