Los más jóvenes de los llamados a votar el próximo domingo no conocieron cómo era la Euskadi de la primera mitad de los años 80, justo antes de que el Estado español entrara a ser miembro de la por entonces Comunidad Económica Europea. Y quienes sí conocimos aquellos tiempos muchas veces los olvidamos porque vivimos en la vorágine del día a día. En general, ni unos ni otros somos conscientes de lo que obtenemos y de lo que nos jugamos en el espacio europeo.
En 1986, el Producto Interior Bruto (PIB) de nuestra comunidad autónoma equivalía a 6.132 euros por ciudadano. En 2007 se elevaba a 30.967 euros. Es decir, que en 21 años se ha multiplicado por 5,05. Como en ese mismo período, el Índice de Precios al Consumo (IPC) ha pasado de una base 100 a crecer hasta 235, nuestra riqueza neta, descontando la inflación monetaria, se ha multiplicado por 2,15. El poder adquisitivo medio de cada uno de nosotros y nuestro bienestar se ha más que duplicado en dos décadas.
Este progreso se debe, sin ninguna duda, a que formamos parte de la Unión Europea (UE). En los primeros años de nuestra incorporación recibimos mucho dinero procedente de los recursos europeos. Hasta 2004, año en que se sumaron los 10 primeros nuevos estados del Este, el español no alcanzaba un PIB que superara el 90% de la media de los 15 estados miembros que conformaban entonces la UE, y por ello recibimos ayudas completas del Fondo de Cohesión hasta 2006, las cuales irán decreciendo anualmente para anularse en 2014 porque se deben destinar a los nuevos países más pobres. También recibimos dinero del Fondo Social Europeo, del Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), del Fondo Europeo de Pesca y del Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), o sea de los llamados Fondos Estructurales cuya función es adaptar y gestionar el desarrollo de las estructuras de los diferentes sectores, entendiéndose por estructuras los equipos necesarios para la producción de bienes, así como la organización de los procesos de producción. Por cierto que, siendo las zonas Objetivos 1 y 2 las que se llevan la gran parte de estos últimos fondos, EAJ- PNV propuso que fueran declaradas como tales la Margen Izquierda de la Ría de Bilbao, Pasajes-Renteria y Llodio-Amurrio, a lo cual se opusieron quienes ahora conforman y apoyan el nuevo Gobierno vasco, por lo que perdimos grandes sumas de dinero comunitario. Y estos días la candidata del PSE-PSOE se atreve a contestar a Izaskun Bilbao que ellos no van a Europa para hacer ningún lobby vasco sino a traer fondos estructurales a Euskadi. ¡Hay que tener desfachatez!
A pesar de lo anterior, seguimos recibiendo ayudas de los fondos estructurales, y ello gracias a que EAJ-PNV, después de diez años de retrasos por parte del Gobierno Español, ha conseguido que se pusieran en marcha las obras del Tren de Alta Velocidad, la Y vasca, que forma parte de las Redes Transeuropeas de Transportes (RTE-T) y que como "proyecto prioritario" cuenta con una financiación comunitaria mínima del 20% que se eleva al 30% para el tramo transfronterizo y al 50% para los costos de redacción de los proyectos de ejecución. Esta moderna infraestructura es de vital importancia para nuestro futuro, ya que siendo el ferrocarril el medio de transporte menos contaminante y más sostenible, nos permitirá una mejor cohesión territorial interna al unir las tres capitales de la CAPV, y posteriormente con Iruñea y Baiona, además de conectarnos al exterior, por el Oeste, desde Lisboa, pasando por Madrid y otras capitales españolas, hasta el Centro, Norte, Sur y Este de Europa. Y no solo será beneficiosa para el transporte de viajeros sino también para el de mercancías, lo cual es de gran transcendencia para nuestras empresas y puertos marítimos, además de contribuir a retrasar el colapso de nuestras carreteras y reducir la gran contaminación atmosférica que conllevan.
Vivimos la era de la globalización. Los Estados que nacieron como consecuencia socio-política de que, con el descubrimiento de la máquina de vapor, los humanos nos dotamos de una mayor capacidad de desplazarnos a lugares más lejanos y de producir mayor cantidad de bienes, precisando de mercados más amplios, están culminando su ciclo vital. Ahora, con las nuevas tecnologías de la información y comunicación, las TIC's, no existen fronteras en el mundo. La Unión Europea es nuestro nuevo espacio socio-político. No está completo todavía; lo estamos construyendo paso a paso durante las últimas casi seis décadas. Dos de los mayores logros han sido, primero, que nunca en la historia nuestro viejo continente ha conocido un período de paz tan duradero y, segundo, que tras la destrucción y el hambre que nos acarreó la II Guerra Mundial, hoy nuestra capacidad de producción de alimentos cubre y supera todas nuestras necesidades.
En estos últimos meses, 16 de los Estados miembros de la UE estamos percibiendo otro importante logro, el de la moneda única o Euro. Aproximadamente 329 millones de ciudadanos de la UE lo empleamos actualmente como moneda y disfrutamos de sus ventajas, que se seguirán extendiendo a medida que otros países vayan adoptándolo a medida que cumplan las condiciones exigidas para ello. Es cierto que en los sitios cuyas monedas previas eran más débiles, como la peseta, la moneda única provocó inflación y pérdida inicial de poder adquisitivo. Eso está superado. Y hoy, en medio de la peor crisis financiera y económica que se ha vivido desde hace siglos, podemos felicitarnos por haber creado una moneda compartida. El haber contado con un Banco Central Europeo independiente, unas reglas de comportamiento económico adecuadas y un seguimiento constante por parte de la Comisión Europea, nos ha mantenido en una situación sólida y estable con un bajo nivel de inflación y bajos tipos de interés, lo cual ha aumentado la eficiencia de nuestro mercado único. La moneda única ha aumentado la transparencia de los precios, eliminado los costes de cambio de moneda, mejorado el funcionamiento de la economía europea, facilitado el comercio internacional y dotado a la UE de una voz más poderosa en los foros internacionales. La dimensión y fortaleza de la zona del euro nos han protegido frente a perturbaciones económicas exteriores, tales como subidas inesperadas de los alimentos, del precio del petróleo o turbulencias de los mercados de cambios. Padecemos la recesión económica que ha sido provocada por la crisis financiera iniciada al otro lado del Atlántico, sin duda; pero no estamos en quiebra ni nos ha tenido que venir a rescatar el Fondo Monetario Internacional, deuda por la que pagaríamos un alto precio nosotros y nuestras futuras generaciones. Más al contrario, nosotros hemos duplicado las contribuciones a dicho fondo para que pueda asistir a otros países ajenos al euro que están prácticamente en bancarrota.
La UE, por una parte, es un gran mercado en el que podemos adquirir los bienes que necesitamos para nuestro desarrollo y donde, también, encontramos trabajo y clientes que compran lo que nosotros producimos. Pero, por otro lado, es tanto o más importante porque es el espacio en donde tomamos las decisiones que garantizan nuestro progreso y las normas por las cuales regimos nuestras vidas no solo en lo económico y comercial sino, al mismo tiempo, en lo político (seguridad, defensa, relaciones internacionales) y en lo social (justicia, inmigración, políticas sociales...). En las instituciones comunitarias se adoptan legislaciones europeas, tales como directivas y reglamentos que abarcan casi todos los aspectos de nuestras vidas. Por ejemplo, la sostenibilidad de las pensiones, la jornada máxima semanal de trabajo, las condiciones laborales a aplicar a los trabajadores procedentes de otros estados, las tarifas telefónicas, la liberalización de los servicios y de la energía, los permisos por maternidad y lactancia, la salud y los controles higiénico-sanitarios, el control de la contaminación y la preservación del medio ambiente, las cuotas pesqueras y lácteas y muchas otras cosas más. Y luego estas legislaciones deben ser traspuestas en los ordenamientos jurídicos internos por parte de los parlamentos estatales y, en nuestro caso, del Parlamento vasco y del Parlamento Foral navarro, suponiendo la mayor parte de la tarea legislativa de estos últimos porque el cumplimiento de las normas europeas es obligatorio para todos quienes integramos la UE. Es en Estrasburgo y Bruselas donde se decide primigeniamente lo que luego serán las leyes y normativas que deberemos respetar y acatar.
Por todo ello, deberíamos tomar conciencia más precisa de la trascendencia de las próximas elecciones al Parlamento Europeo que, en cuanto entre en vigor el nuevo Tratado de Lisboa, adquirirá plena capacidad legislativa en todos los asuntos internos de Europa y en pie de igualdad con los Consejos de Ministros europeos, es decir, al mismo nivel que los gobiernos estatales. Cualquier ciudadano al que le gustaría que estas decisiones mencionadas y otras muchas más se adoptaran acordes con su forma política de pensamiento, no debe dejar de ir a votar el próximo domingo; y si vive y trabaja en Euskadi o Euskal Herria, que tanto da una denominación como otra, no puede malgastar su voto: Izaskun Bilbao, la candidata de EAJ-PNV, es la única representante que puede resultar elegida con los votos vascos y que no tiene otros intereses que defender más que los del Pueblo Vasco en su conjunto.