Más allá del duelo Obama-Hillary, las elecciones norteamericanas tienen también otros protagonistas. Uno de ellos presidía la última Convención Demócrata que se celebró en 2004 en Boston. En el hotel Four Roses, frente al Common Park en el que las ardillas campan a sus anchas, tuve la oportunidad de charlar con Bill Richardson. Hablamos de sus orígenes, de la reunión de gobernadores demócratas que se había celebrado la víspera y a la que habíamos asistido como invitados, y de su experiencia como gobernador de Nuevo México. Nuevo México empezaba a despuntar ya por su impulso a las energías renovables. Transmitía inteligencia, cultura y vitalidad. Aquel día, mientras cenábamos, comentamos que quizá Richardson se convertiría en el primer latino en llegar a la Casa Blanca.
Bill Richardson no será el candidato demócrata nominado en Denver el próximo mes de agosto. Se retiró tras su cuarto puesto en las primarias de New Hampshire. Pocas veces habrán tenido los ciudadanos norteamericanos la posibilidad de elegir a alguien con semejante experiencia internacional. Embajador en Naciones Unidas, hombre clave en las negociaciones con Corea del Norte o en la liberación de rehenes retenidos por la guerrilla del sur de Sudán. Capaz incluso de salir exitoso de una misión humanitaria ante Sadam Hussein en 1995, con anécdota incluida, cuando la guardia pretoriana de Sadam llevaba sus manos a las armas ante el campechano gesto de Richardson de tomar el brazo del dictador para celebrar la liberación de dos mecánicos detenidos en la frontera con Kuwait.
Con su madre hablaba en castellano y con su padre en inglés. Escolarizado en ambas lenguas, habla además un perfecto francés. En Nuevo México se ha convertido en líder querido por la población india, los hispanos y los anglosajones. Como él mismo dice: «Tengo apellido anglo, hablo perfecto español y parezco un nativo americano». Representa un porvenir multicultural, en el que la clave de toda sociedad consistirá en hacer compartir un sueño y un futuro común a los que tenemos orígenes, identidades y culturas diferentes. Un reto no solamente para Estados Unidos.
Su mayor defecto, la menor popularidad frente a Hillary y Obama. La capacidad, la experiencia, el crisol cultural han quedado disminuidos ante una menor notoriedad. Hoy puede pensarse que es un derrotado. Nadie habla ya de él en esta maraña de noticias en torno a las primarias. Volverá a la función que él ha definido como la más maravillosa del mundo: ser gobernador de un Estado como Nuevo México. Para Hillary o para Obama podría ser un gran compañero de ticket electoral de cara al voto hispano o un puntal del futuro Gobierno. A su conocimiento internacional une su experiencia como secretario de Energía con Bill Clinton. En política nada está escrito, pero como aquella noche de julio de 2004, sigo pensando que Richardson puede ser todavía el primer latino que llegue a la presidencia de Estados Unidos.
John F. Kennedy inspiró con su sueño a su país y al mundo libre. Richardson reclama la misma determinación que tuvo Kennedy cuando planteó llevar al ser humano a la Luna en menos de una década. Aquel gran esfuerzo movilizador puso altas metas a la especie humana e impulsó el desarrollo de la ciencia y la tecnología con aplicaciones en otros muchos sectores. El gobernador de Nuevo México ha apostado por plantear una movilización similar. Ser capaces en una década de revolucionar la generación de energía con fuentes renovables, de mejorar notablemente la eficiencia energética y de obtener nuevos modos para almacenar la energía susceptible de ser utilizada donde y cuando haga falta.
No es sólo el debate del cambio climático. Cada vez dependemos más de una docena de países en muchos casos inestables, gran parte de la conflictividad en el mundo está asociada al control de esos recursos y cuatro mil millones de personas lideradas por China, India y Latinoamérica aspiran en los próximos años a alcanzar unos estándares de vida que van a requerir una ingente cantidad de energía. Cada vez mayor demanda y una oferta concentrada en zonas políticamente complejas, con un mayor coste asociado a la extracción de recursos fósiles a medida que éstos se van agotando. La propuesta de Richardson es un reto. Si fuimos entonces capaces de movilizarnos para poner un pie en la Luna, es ahora cuando la estabilidad mundial, el desarrollo de los países emergentes y el medio ambiente requieren un esfuerzo en torno a la energía, con un reto y unos medios comparables en magnitud a la epopeya del espacio.
La apuesta planteada por Richardson es necesaria. Si no respondemos a ella, conoceremos más guerras provocadas por el control de las fuentes de energía. El acceso a las fuentes fósiles y la fortaleza internacional de los países para controlar las mismas, nos pueden devolver a peligrosos tableros de poder en el mundo. Sólo la revolución tecnológica en torno a la energía puede mitigar este escenario. No es extraño que los países y las grandes corporaciones se posicionen ante esta realidad, como estamos viendo incluso en nuestro propio entorno. Richardson no ganará estas primarias, pero su reto va a marcar la agenda del debate.
Si ponemos un compás y trazamos un círculo con centro por ejemplo en Zumarraga (por tirar para casa), en un radio de cien kilómetros se encuentran los fabricantes de uno de cada cinco aerogeneradores que se hacen en el mundo. En ese radio se encuentra la eléctrica que es líder mundial en energías renovables. Están también los proveedores líderes de este sector. Y probablemente en ese mismo radio se encuentren en un futuro próximo empresas líderes en campos de la energía solar. Ese activo es vital para nosotros. La apuesta de Richardson, además de ser épica y soñadora, puede ser clave para el desarrollo de una sociedad industrial como la nuestra. La energía renovable puede ser el futuro motor de nuestra riqueza, por supuesto si lo sabemos hacer bien. Tengo confianza en que así será. La generación de nuestros padres fue la del Apolo. La nuestra será la de la energía limpia.