Hitzaldia
28Azaroa
2007
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JOSU JON IMAZ
Estabilidad como factor de competitividad (Círculo Ecuestre)

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Azaroa 28 | 2007 |
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Bon dia a tothom:
En primer lloc vull agrair al Circulo Ecuestre, l´oportunitat que em brinda per a participar en aqueste col-loqui.
Esta es mi última conferencia como presidente del EBB de EAJ-PNV. Hace ya muchos meses que acordamos mi participación en este foro. Ni ustedes ni quizá yo tampoco, con toda seguridad, sabíamos entonces que vendría aquí con un pie fuera de la vida política activa. Bueno, pensemos que lo que pierden ustedes al haber invitado a un líder político en la cresta de la ola y recibir después a un político en retirada, lo puedan ganar con la libertad añadida que me da el saber que no tengo un escenario electoral en perspectiva, por lo que podré ganar en claridad y sinceridad. Tal vez ahora empiece a disfrutar del privilegio de no tener que ser siempre y en todo políticamente correcto. Aunque también es cierto que esto es algo que no me ha preocupado excesivamente, lo que tal vez explique en parte mi salida de la política.

El título de esta conferencia pretende abordar la estabilidad política como factor de competitividad. Y se la va a ofrecer un investigador, doctor en ciencias químicas. Decía Lichtenberg, científico y escritor alemán, un genio en el arte de los aforismos, que “quien sólo entiende de química, ni siquiera de química entiende”. Sin ser plenamente consciente de ello, puede que yo me dedicara a la política y a la economía justo por eso, porque quería saber algo de química y quien sabe sólo de una cosa no sabe de nada, ni siquiera de esa cosa. Si Lichtenberg viviera actualmente y hubiera conocido la complejidad de nuestra economía, probablemente habría dicho que quien sólo entiende de economía, ni siquiera de economía entiende. Porque hoy en día no existen hechos económicos puros. Tengo el convencimiento de que debemos pensar lo económico como formando parte de lo social, del mismo modo que tampoco puede hacerse la política desde el analfabetismo económico. Con el tema de esta conferencia pretendo llamar la atención precisamente sobre la necesidad que tienen la economía y la política de pensarse juntas, el hecho de que ambas se requieran y los enormes beneficios que se siguen para la sociedad de esa alianza entre estabilidad (política) y competitividad (económica). Me gustaría que reflexionáramos sobre esas relaciones inéditas entre economía, política y sociedad que se producen en la sociedad actual y que son bien distintas de las que habían servido para el modelo de inteligibilidad del mundo que estamos acostumbrados a manejar.


Gestionar hoy la economía o una empresa de determinado tamaño sin un claro conocimiento de la sociedad en la que se vive o de la política internacional es una debilidad enorme. Posiblemente la economía nunca ha tenido el límite geográfico de un solo país o área geográfica, pero hoy menos que nunca. En el fondo, y lo digo desde una concepción notablemente alejada del marxismo, Trotsky tenía razón frente a Stalin cuando negaba la viabilidad del socialismo en un solo país. Con los nuevos espacios de la mundialización y la interdependencia, ya no tiene sentido la fijación “en un solo país”. Libertad económica, solidaridad social y pluralismo político, son hoy tres aspectos entrelazados. No entiendo la libertad de movimiento de capitales sin otras libertades aún más básicas, como tampoco me parece éticamente aceptable la preferencia por lo propio cuando excluye injustamente a quienes participan de nuestra común humanidad, pero tampoco puedo aceptar una idea de igualdad que sirva de coartada para avasallar y homogeneizar. Para los que defendemos la libertad económica, mantenemos un claro compromiso social de igualdad de oportunidades para todos y hemos hecho de la defensa del pluralismo y la ruptura de los frentes y las exclusiones el leit motiv de nuestra vida política, esta línea de reflexión es apasionante. Y es tremendamente esperanzador el futuro que nos espera si acertamos a proseguir en esa dirección.

Sólo la economía no nos vale. La economía abstracta es muy poco económica. Los enfoques exclusivamente económicos tienden a ignorar que los asuntos económicos son asuntos humanos y, por lo tanto, en ellos se dan cita cuestiones sociales y políticas. No podemos pensar como un límite la eficiencia económica sino como algo que los inscribe en un espacio humano de sentido. Es el enfoque unilateral de la economía lo que nos hace olvidar que se trata de un ámbito de libre creatividad y la asocia a la constricción y la necesidad. Los discursos económicos dominantes son hoy fatalistas precisamente por su unilateralidad, al no haber inscrito la realidad económica en una realidad más amplia, social y política. Y esto es algo que se da tanto a derecha como a izquierda. Por un lado, hay una cierta fatalidad optimista que se apoya en el carácter supuestamente ineluctable de las transformaciones económicas. Para muchos la modernización social parece no ser otra cosa que una adaptación de lo social a las constricciones económicas; piensan las relaciones de la economía y la sociedad sobre el modelo de una resistencia patológica de la segunda a la primera. Por otro lado, una fatalidad pesimista achaca todos los males económicos a la mundialización impulsando así un proteccionismo primario. Pero en ambas actitudes hay una idéntica renuncia a entender lo económico como un ámbito de libertad, de configuración social. Toda política económica tiene implícita o explícitamente un objetivo social, participa de un proyecto de sociedad, y no puede ser evaluada fuera de este contexto.

Uno de los puntos de engarce más decisivos entre lo político y lo económico es la exigencia de estabilidad. Soy consciente de que la estabilidad tiene mala prensa en algunos sectores, pretendidamente progresistas, porque se concibe como un marco cómodo para la rentabilidad económica, como una limitación hacia la política para que no intervenga demasiado en el mercado. Pero la consecución de la estabilidad es un objetivo político de primera categoría. Significa que haya consensos básicos (que permitan un espacio de juego para el disenso y el antagonismo), relaciones de cooperación, expectativas claras para hacer frente a la incertidumbre, convenciones que se cumplen, administraciones que funcionan, rutinas que permiten innovar, perspectivas de largo plazo… La estabilidad no es conservadora sino democrática, social y ecológica.

► Es democrática porque la estabilidad política garantiza la cohesión social, los derechos y las libertades individuales. Una de mis convicciones fundamentales de mi actuación política al frente del PNV ha sido la defensa de una sociedad vasca unida y la necesidad de amplios acuerdos sociales para cualquier modificación de nuestro marco de convivencia. He insistido en un principio que considero básico para garantizar la cohesión de la sociedad y por tanto de la estabilidad: diferenciar el juego político de las mayorías frente al acuerdo amplio que se requiere a la hora de definir una comunidad. Cuando se trata de establecer las condiciones básicas de la convivencia no bastan las mayorías simples con las que se rige habitualmente la vida política y por eso suelen exigirse mayorías cualificadas. Forma parte de los principios constitucionales en general en cualquier sociedad avanzada, la idea de que las grandes cuestiones que determinan el largo plazo de las sociedades no se dejan a la arbitrariedad de una mayoría eventual. El pacto y la no-imposición es el procedimiento por el que se constituyen las reglas de juego de las sociedades avanzadas.

► La estabilidad es social porque es a los más desfavorecidos a quienes más perjudica la falta de estabilidad, a los que tienen menos instrumentos para defenderse por sí mismos. La inestabilidad se alía con el darwinismo social en contra de los más débiles. La falta de estabilidad es el caldo de cultivo para la ley del más fuerte, y genera fuertes desequilibrios entre los que más tienen y los que no pueden ni siquiera aspirar a nada. Mejorar la calidad del empleo, garantizar el futuro de las pensiones o asegurar una moneda fuerte son un ejemplo de estabilidad económica pero también y al mismo tiempo una condición para la estabilidad social que permite articular unas mejores relaciones de solidaridad.

► Y la estabilidad es ecológica, pues la protección del medio ambiente constituye el primer bien que debemos proteger. Cada día es más evidente que necesitamos un marco estable para la protección del medio ambiente. Con la cuestión ecológica se ha producido un cambio de mentalidad del que tal vez no hayamos sacado aún todas sus consecuencias. La principal consecuencia la formulaba Ulrich Beck al afirmar que la globalización significa la experiencia de la autoamenaza civilizatoria que suprime la mera yuxtaposición plural de pueblos y culturas, y los introduce en un espacio unificado, en una unidad cosmopolita de destino. Hoy en día no podemos sustraernos a los problemas, no podemos ya “externalizarlos”: destrucción del medio ambiente, cambio climático, riesgos alimentarios, tempestades financieras, emigraciones, nuevo terrorismo… Se trata de riesgos a los que no puede hacerse frente con una estrategia que los limite o ignore porque se burlan de cualquier externalización, ya sea espacial, temporal o social. Cuando existían los alrededores cabía huir, desentenderse, ignorar, proteger. Tenía algún sentido la exclusividad de lo propio, la clientela particular, las razones de estado… Y casi todo podía resolverse con la sencilla operación de externalizar el problema, traspasarlo a un “alrededor”, fuera del alcance de la vista, en un lugar alejado o hacia otro tiempo, hacia el futuro. Hoy ya no. Y eso tiene muchas ventajas, y una de ellas es la ecológica. Ya no cabe sacar nada fuera del sistema. El problema medioambiental debemos resolverlo nosotros. El mundo globalizado, y la estabilidad del mismo, es una ventaja ecológica.

Ello me lleva a una reflexión que voy a desarrollar a lo largo de los minutos que me quedan: la política debe tener como misión el generar estabilidad para que la actividad económica y empresarial pueda ser innovadora y competitiva. Es decir, la promoción de la estabilidad desde la política como factor de competitividad. Estabilidad en un mundo en el que cada vez las referencias clásicas que la proporcionaban, como las estructuras jerárquicas, las soberanías definidas y los poderes centrales, se transforman en algo mucho más difuso. Algo más difuso que es percibido como más inestable. Estabilidad además, para contribuir a la democracia, al equilibrio social y al respeto medioambiental.

Dice el profesor Innerarity en su ensayo La sociedad invisible que los nuevos espacios tienden a la desaparición de los centros y a la formación de redes. No se configuran ya a partir del modelo de las antiguas concentraciones, sino que empiezan a ofrecer el aspecto de una extensa malla. Pongamos el ejemplo de las redes de carreteras. Hemos conocido una malla de baja densidad, radial, siempre tendente a un centro, y no pensemos sólo en la figura radial que confluía en el kilómetro cero de la Puerta del Sol, o en el centro en estrella que enmarca el Arco del Triunfo en París. Pensemos en el Imperio Romano con su red radial de vías confluyendo en Roma. El proceso de civilización, apunta Daniel Innerarity, posiblemente no sea más que una creación de mallas y redes más densas que van rompiendo el carácter radial, y van tejiendo algo mucho más multipolar, porque la creación de muchas mayores conexiones de todo tipo posibilitan la incorporación de nuevos nodos (nuevas realidades). Los llamados BRIC (Brasil, Rusia, India, China, Latinoamérica, Indonesia o los países del Golfo Pérsico) son esos nuevos nodos, y el mallado de red de todo tipo (tecnologías de información y comunicación, redes culturales, comercio, colaboraciones académicas, corporaciones empresariales...) se va espesando, disminuyendo los papeles del centro.

Este es el mundo en el que vivimos. A su vez, permítanme algo de química en honor a mi formación previa. La energía de activación de los sistemas, es decir, el esfuerzo que necesita un nuevo actor para saltar la barrera de entrada competitiva en un sector o mercado, es cada vez menor. Como dice Thomas Friedman en su libro The world is flat --por favor, subrayo lo de Thomas Friedman, porque una vez que le cité en una conferencia, uno de mis muchos detractores dijo que Imaz se alineaba con los ultraliberales de la Escuela de Chicago porque lo confundió con Milton Friedman--, el mundo comienza a ser plano. Esto es, más mallado de red, y menos “cuestas” y “pendientes” para países y entornos que quieren entrar en el sistema. Nuevas oportunidades, en definitiva, para ese 80% de la humanidad que ha quedado en el último siglo desplazado de los espacios de desarrollo.

Es verdad que todavía existen fuertes tendencias que privilegian la posición de los centros. Ejemplos de ello son nuestra propia periferización creciente en la Unión Europea a medida que el centro de gravedad se desplaza hacia el centro y este de Europa, o la propia fuerza centrípeta en términos económicos y de grandes corporaciones empresariales que existe en el Estado español. Pero cada vez más las oportunidades para las conexiones en red, en muchos casos trasnacionales, superando o ignorando las fronteras, permiten configurar intereses diferentes. Estoy pensando en la alianza estratégica Euskadi-Aquitania en materia logística e infraestructural, en la posibilidad, no suficientemente aprovechada, de cooperación entre los tejidos económicos catalán y vasco, o en las cooperaciones complejas que se empiezan a dar entre las dos orillas del Pacífico, Latinoamérica y Asia.

Quisiera mencionar un ejemplo concreto de cambio en el mundo con punto central que hemos vivido. Cuando conecto mi UBS Modem que me permite entrar en Internet con conexión inalámbrica, me sale un mapa mundi azul en el que el antaño central Océano Atlántico se me pierde por los extremos. En el medio está el Pacífico. ¿Es el Pacífico el nuevo centro? Sinceramente, creo que no. En un mundo en red cada uno podemos poner el centro donde nos interesa, porque, muy probablemente, el centro está dejando de existir.

Todo esto está pasando en la sociedad y en las relaciones económicas. Ahora bien, a mí me gustaría añadir una reflexión política a todo esto. Posiblemente uno de los retos más difíciles y apasionantes que tenemos en estos tiempos desde la política es proponer mecanismos para generar estabilidad en este mundo en red. El mundo ya no funciona desde el liderazgo de un eje unipolar. El Estado-nación clásico no es ya la alternativa en el contexto europeo. Las fronteras existen todavía, pero se van diluyendo y las estructuras vencedoras van a ser otras. Y, para poder resolver de forma estable el debate territorial en el Estado español, debe plantearse de una manera mucho más desapasionada, desde fórmulas de respeto a la pluralidad, más asentadas en modelos en red que en estructuras jerárquicas verticales, y con una relativización del concepto de soberanía por parte de todos.

Esta reflexión tan evidente, es tabú para los centralistas, para los cuales no hay vida más allá de la concepción jacobina del Estado. Pero también es tabú para algunos detractores, que desde el campo de las posiciones más esencialistas de los nacionalismos sin Estado, nos acusan a los que las practicamos de renunciar a términos como estatalidad y frontera, a las que --precisamente dicen-- los Estados existentes no están dispuestos a renunciar. Es verdad que algo de razón hay en esta última reflexión. Pero les quiero confesar que yo soy un ferviente defensor en cuestiones ideológicas del desarme unilateral. Algún guardián de las esencias ha querido considerar que con esto propugnaba yo una especie de rendición, sin advertir que lo que pretendo es situar el juego en el terreno que a los pequeños nos resulta más favorable, porque se debilita la fortaleza de los poderosos y los pequeños podemos resultar fortalecidos. Y soy partidario de ello por dos razones. La primera, porque el pequeño debe jugar siempre en favor de la reflexión que va a ser ganadora a largo plazo. Y esto por un simple motivo. Porque el pequeño no puede permitirse el lujo de equivocarse. Si se equivoca y pierde, lo ha perdido todo. El grande, aunque pierda una vez, puede seguir jugando en el tablero. La segunda razón es que el desarme unilateral le obliga a uno a salir a campo abierto. Eso es un riesgo evidente. Salir de la trinchera tiene sus riesgos. Pero, en los espacios abiertos, los centrales de la sociedad, solo gana el que sale de la trinchera. Y en política, para llevar adelante los proyectos, es necesario concitar mayorías sociales amplias. En definitiva, ganar los espacios decisivos de la sociedad.

Estabilidad hoy significa más Europa. Más valentía en el proyecto político europeo. Si queremos ser un nodo fuerte en el mundo multipolar, Europa tiene que creerse de verdad que es un proyecto político superador del Estado-nación. Recordemos los años de oro de Kohl, Miterrand, Gonzalez, Lubbers y Dehaene, que trajeron consigo Maastricht, el germen de una política exterior común, el salto cualitativo de la codecisión en el Parlamento Europeo, la moneda única, la Cumbre de Edimburgo --con la introducción de lo regional como parte del proyecto europeo y la política de cohesión social y territorial--. A aquellos años de oro les ha seguido un período plano en la segunda mitad de los 90 y en los primeros años de este siglo, en los que en cierta medida el debate europeo, aunque ha provocado ligeros avances, se ha “renacionalizado”, o mejor, “estatalizado”. Faltan liderazgos, y posiblemente, los ejemplos más claros de este parón han sido la falta de ambición de los Tratados de Ámsterdam y Niza, la falta de políticas comunes que acompañasen a los objetivos de Lisboa del 2000, y los noes en los refrendos francés y holandés, con la consiguiente incertidumbre posterior que ha sido paliada en parte, el pasado mes de octubre, en el Consejo de Lisboa.

Estabilidad generadora de competitividad significa ambición política europea. Significa una política energética común, que necesariamente va a conllevar una profundización en una política exterior y de seguridad europea más ambiciosa en la medida en que el acceso al abastecimiento energético es hoy en una medida importante, una relación geopolítica. Y significa, asimismo, una política de ciencia y tecnología europea más ambiciosa, coherente con los objetivos de Lisboa, en la medida también en la que la apuesta por las energías renovables, por nuevas energías más eficientes y limpias y la eficiencia energética --la otra gran pata en definitiva de una política energética común--, es sobre todo tecnología. Y la competitividad requiere una dimensión europea en determinados desarrollos tecnológicos e industriales. Las apuestas espaciales de Ariane, aeronáuticas de Airbus y energéticas como el proyecto de fusión nuclear ITER son un buen ejemplo de ello.

Europa también tiene que profundizar en el camino de la legitimación. En Europa hay realidades subestatales dotadas de una fuerte identidad diferenciada, con instituciones propias y con poder legislativo. Es el caso de los Länder alemanes y austriacos, las regiones belgas, territorios del Reino Unido, por no hablar de nosotros mismos, lo cual dicho por un vasco en Cataluña es evidente. Estas regiones europeas gestionan y son competentes en muchas de las políticas públicas sobre las cuales la Unión Europea tiene capacidad normativa.

Las realidades regionales, llamémosles así en terminología europea, pueden y deben contribuir al reforzamiento democrático, al ser una pieza esencial para la participación de todos sus ciudadanos en la realidad europea y en el proceso de integración. La dimensión regional permite estructurar la diversidad en la unidad. Aumentar la influencia y participación de las regiones con importantes poderes legislativos en las políticas comunitarias fortalece el proyecto europeo al reforzar el papel de las regiones como fuerzas integradoras. En cierta medida contribuye a esa estabilización de una realidad que ya no es vertical y jerárquica, sino que empieza a constituirse en red.

Seamos valientes. Apostemos sin ambages también por una Europa políticamente unida. Una Europa federal es un sueño político, es un mecanismo para la paz en el continente, pero es también una contribución necesaria para la competitividad económica.

Pero Europa sólo es un paso. La gobernabilidad mundial exige nuevas cooperaciones e instituciones. Creo en la alianza euro-atlántica, y en la cooperación entre Europa y los Estados Unidos como mecanismo de defensa y seguridad en nuestro mundo. Pero por sí mismo ya no vale. La realidad en red es más compleja. Necesitamos reforzar los ámbitos de cooperación mundiales para ir ejerciendo políticas públicas, así como instituciones adaptadas a las nuevas realidades. Avanzar en un derecho común y compartido, como el profesor Garrigues Walker defiende y promueve, es un ámbito que contribuye a la seguridad jurídica, a la estabilidad y a la competitividad. La cooperación medioambiental es otro paso, de la que el Acuerdo de Kyoto es el mejor exponente. Un Tribunal Penal Internacional debe de ser una herramienta necesaria en este camino. Tenemos que superar esa fuente de inestabilidad mundial que procede de tener una “globalización selectiva”, que unifica los mercados financieros o las comunicaciones, pero que no es capaz todavía de unificar los códigos jurídicos y políticos que serían necesarios para dar a ese mundo que se va formando una forma justa y equilibrada.

Pero déjenme soñar. Hoy en día se mata, y se destrozan países por las materias primas y la energía. Hace solo sesenta años en Europa hacíamos eso mismo. Tres guerras franco-alemanas nos habían destrozado en setenta años. Schuman, con las ideas técnicas de Monnet, revoluciona Europa en 1950 en el Salon d’Horloge del Quay d’Orsay cuando propone que las materias primas para la guerra, que habían provocado millones de muertos por el control del Sarre, de la Lorena, del Ruhr, de Renania, el carbón y el acero, se pusiesen en común entre la victoriosa Francia y una derrotada Republica Federal Alemana naciente, de la que las tropas aliadas se acababan de retirar un año antes. Aquel día todo pudo irse al garete, pero la idea expuesta por Schuman fue recogida. Y no era un proyecto económico. La paz y la estabilidad eran los objetivos. Hoy, en Europa, vamos ya por la tercera generación que no ha vivido una guerra, algo inaudito en el mundo y en nuestra propia historia. Y tenemos un entorno estable para la competitividad. ¿Podríamos soñar con gestionar la energía y las materias primas estratégicas en común como germen de estructuras de cooperación a nivel mundial que vayan creando vínculos estrechos entre pueblos que deriven en instituciones comunes? Creo que habrá que andar este camino en un futuro próximo.

Y volviendo a casa, estabilidad en este mundo que se está creando, de esas nuevas estructuras en red, es también defender que el Estado español debe asumir su pluralidad interna, la de los pueblos, naciones, culturas y lenguas que lo integran, con naturalidad. Y buscar mecanismos estables en los que esas realidades se sientan cómodas, o nos sintamos cómodas, desde el respeto y la asunción de lo que somos. En primer lugar porque el Estado español necesita sacudirse de ese debate semanal en términos esencialistas, en el que “España se rompe”, para júbilo de algunos y dramatismo en otros. Una agitación –sería excesivo llamarlo debate—que nos impide centrarnos en tres problemas acuciantes que exigen todos los esfuerzos:

 Esta nueva realidad mundial y europea sobre la que he reflexionado de la que no podemos quedar al margen.
 La realidad del Magreb y la estabilidad mediterránea, ya que en ello nos va la nuestra, y
 El salto en materia de innovación y conocimiento necesario para seguir manteniendo y mejorando nuestro nivel de vida.

Porque estamos en un mundo como el que describe la reina de corazones en Alicia en el País de las Maravillas. Hay que correr mucho para seguir en el mismo sitio, y hay que correr mucho más que los demás para avanzar un poco. Ese Estado plural, de verdad, en términos culturales, políticos, lingüísticos, económicos, es también estabilidad. Y la estabilidad es, como decía al principio, en su vertiente local e internacional, un factor importante para la competitividad económica y empresarial.

Además, desde un punto de vista democrático profundo, la historia del Estado español nos enseña que los avances en el reconocimiento de la diversidad de las identidades nacionales, lenguas y culturas que lo componen y la mayor calidad de la democracia siempre fueron procesos paralelos. En términos históricos, estas dos corrientes de pensamiento han ido siempre de la mano. Espero que sea así también en un futuro, y yo desde luego, apostaré por ello.

Gracias al Círculo Ecuestre por esta invitación y por la oportunidad que me han dado de reflexionar, en voz alta ante ustedes, sobre la estabilidad como factor de competitividad.

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