Economía, política y contexto internacional
Bon dia a tothom:
En primer lloc vull agrair a la Fundació Olof Palme, l'oportunitat que em brinda per a participar en aquesta Jornada. Sobretot, perquè estic entre amics. I poden creure'm si els dic, que en aquests moments, en els quals potser puc relativizar més que en cap altre moment de la meva vida l'activitat política, valoro molt l'estar entre amics.
Aquesta Fundació té una vocació internacional. I aquesta jornada ha combinat la seva vocació de trobada d'economia i empresa amb l'àmbit polític. Això em duu a una reflexió que vull desenvolupar al llarg d'aquests minuts: la política --entesa des d'una visió progressista com generadora d'espais d'igualtat d'oportunitats, qualitat de vida i benestar per al conjunt dels ciutadans-- ha de generar estabilitat perquè l'activitat econòmica i empresarial pugui desenvolupar la innovació i la competitivitat.
És a dir, la promoció de l'estabilitat des de la política com factor de competitivitat. Tot això en un món en el qual cada vegada més les referències clàssiques que donaven estabilitat, com són les estructures jeràrquiques, les sobiranies definides i els poders centrals, es transformen en alguna cosa molt més difúsa. Més difúsa i, per tant, percebuda com més inestable.
Como dice el profesor Innerarity en su ensayo La sociedad invisible, los nuevos espacios tienden a la desaparición de los centros y a la formación de redes. No se configuran ya a partir del modelo de las antiguas concentraciones, sino que empiezan a ofrecer el aspecto de una extensa malla. Pongamos el ejemplo de las redes de carreteras. Hemos conocido una malla de baja densidad, radial, siempre tendente a un centro, y no pensemos sólo en la figura radial que confluía en el kilómetro cero de la Puerta del Sol, o en el centro en estrella que enmarca el Arco del Triunfo en París. Vayamos más allá en el tiempo y en el espacio y pensemos en el Imperio Romano con su red radial de vías confluyendo en Roma. El proceso de civilización, apunta Daniel Innenarity, posiblemente no sea más que una creación de mallas y redes más densas que van rompiendo el carácter radial, y van tejiendo algo mucho más multipolar, en lo que la incorporación de nuevos nodos (nuevas realidades) y la creación de muchas mayores conexiones de todo tipo generan la globalización. Los llamados BRIC (Brasil, Rusia, India, China, todo Latinoamérica en su conjunto, sin olvidar a Indonesia, los países del Golfo Pérsico y a nuevos actores) son esos nuevos nodos, y el mallado de red de todo tipo (tecnologías de información y comunicación, redes culturales, comercio, colaboraciones académicas, corporaciones empresariales, noticias...) se va espesando, disminuyendo los papeles del centro.
Este es el mundo en el que vivimos. A su vez, permítanme algo de química en honor a mi formación previa. La energía de activación de los sistemas, es decir, el esfuerzo que necesita un nuevo actor para saltar la barrera de entrada competitiva en un sector o mercado, es cada vez menor. Como dice Thomas Friedman en su libro The world is flat,--por favor, subrayo lo de Thomas Friedman, porque la última vez que le cité en una conferencia, uno de mis muchos detractores dijo que Imaz se alineaba con los ultraliberales de la Escuela de Chicago porque lo confundió con Milton Friedman--el mundo comienza a ser plano. Esto es, más mallado de red, y menos “cuestas” y “pendientes” para países y entornos que quieren entrar en el sistema. Y para los que trabajamos desde nuestras convicciones por una sociedad más justa, esto supone nuevas oportunidades para ese 80% de la humanidad que ha quedado en el último siglo desplazado de los espacios de desarrollo.
Es verdad que todavía las tendencias de privilegio de la posición de los centros existen. Ejemplos de ello, nuestra propia perificidad creciente en la Unión Europea a medida que el centro de gravedad se desplaza hacia el centro y este de Europa, o la propia fuerza centrípeta en términos económicos y de grandes corporaciones empresariales que existe en el Estado español. Pero cada vez más las oportunidades para las conexiones en red, en muchos casos trasnacionales, superando o ignorando las fronteras, permiten configurar intereses diferentes. Estoy pensando en la alianza estratégica Euskadi-Aquitania en materia logística e infraestructural, en la posibilidad, no suficientemente aprovechada, de cooperación entre los tejidos económicos catalán y vasco, que a veces parece que debemos pasar por la Castellana para relacionarnos, o en las cooperaciones complejas que se empiezan a dar entre las dos orillas del Pacífico, Latinoamérica y Asia.
Un ejemplo de cambio en el mundo con punto central que hemos vivido. Cuando conecto mi UBS Modem que me permite entrar en Internet con conexión inalámbrica, me sale un mapa mundi azul en el que el antaño central Océano Atlántico se me pierde por los extremos. En el medio está el Pacífico. ¿Es el Pacífico el nuevo centro? Sinceramente creo que no. En un mundo en red cada uno podemos poner el centro donde nos interesa, porque, muy probablemente, el centro está dejando de existir.
Esto es simplemente una reflexión sobre lo que está pasando en la sociedad y en las relaciones económicas. Ahora bien, a mí me gustaría añadir una reflexión política a todo esto. Posiblemente uno de los retos más difíciles y apasionantes que tenemos en estos tiempos desde la política es proponer mecanismos para generar estabilidad en este mundo en red. El mundo ya no funciona desde el liderazgo de un eje unipolar. El Estado-nación clásico no es ya la alternativa en el contexto europeo. Las fronteras existen todavía, pero se van diluyendo y las estructuras vencedoras van a ser otras. Y, para poder resolver de forma estable el debate territorial en el Estado español, debe plantearse de una manera mucho más desapasionada, desde fórmulas de respeto a la pluralidad, más asentadas en modelos en red que en estructuras jerárquicas verticales, y con una relativización del concepto de soberanía.
Esta reflexión tan evidente, es tabú para los centralistas unionistas, para los cuales no hay vida ni moléculas más allá de la concepción jacobina del Estado. Pero también es tabú para algunos detractores, que desde el campo de las posiciones más esencialistas de los nacionalismos sin Estado, nos acusan a los que las practicamos de renunciar a términos como estatalidad y frontera, a las que --precisamente dicen-- los Estados existentes no están dispuestos a renunciar. Es verdad que algo de razón hay en esta última reflexión. Pero les quiero confesar que yo soy un ferviente defensor en cuestiones ideológicas del desarme unilateral. Por dos razones. La primera, porque el pequeño debe jugar siempre en favor de la reflexión que va a ser ganadora a largo plazo. Y esto por un simple motivo. Porque el pequeño no puede permitirse el lujo de equivocarse. Si se equivoca y pierde, lo ha perdido todo. El grande, aunque pierda una vez, puede seguir jugando en el tablero. La segunda razón es que el desarme unilateral le obliga a uno a salir a campo abierto. Eso es un riesgo evidente. Salir de la trinchera tiene sus riesgos. Pero solo gana los espacios abiertos, los centrales de la sociedad, el que sale de la trinchera. Y en política, para llevar adelante los proyectos, es necesario concitar mayorías sociales amplias. En definitiva, ganar los espacios centrales de la sociedad.
Estabilidad hoy significa más Europa. Más valentía en el proyecto político europeo. Si queremos ser un nodo fuerte en el mundo multipolar, Europa tiene que creerse de verdad que es un proyecto político superador del Estado-nación. A los años de oro de Kohl, Miterrand, Gonzalez, Lubbers y Dehaene, que trajeron consigo Maastricht, el germen de una política exterior común, el salto cualitativo de la codecisión en el Parlamento Europeo, la moneda única, la Cumbre de Edimburgo --con la introducción de lo regional como parte del proyecto europeo y la política de cohesión social y territorial--, les ha seguido un período plano en la segunda mitad de los 90 y en los primeros años de este siglo, en los que en cierta medida el debate europeo, aunque ha provocado ligeros avances, se ha “renacionalizado”. Faltan liderazgos, y posiblemente, los ejemplos más claros de este parón han sido la falta de ambición de los Tratados de Ámsterdam y Niza, la falta de políticas comunes que acompañasen a los objetivos de Lisboa del 2000, y los noes en los refrendos francés y holandés, con la consiguiente incertidumbre posterior que ha sido paliada en parte, el pasado mes de octubre, en el Consejo de Lisboa
Estabilidad generadora de competitividad significa ambición política europea. Significa una política energética común, que necesariamente va a conllevar una profundización en una política exterior y de seguridad europea más ambiciosa en la medida en la que el acceso al abastecimiento energético es hoy en una medida importante, una relación geopolítica. Y significa, asimismo, una política de ciencia y tecnología europea más ambiciosa, coherente con los objetivos de Lisboa, en la medida también en la que la apuesta por las energías renovables, por nuevas energías más eficientes y limpias y la eficiencia energética--la otra gran pata en definitiva de una política energética común--, es sobre todo tecnología. Y la competitividad requiere una dimensión europea en determinados desarrollos tecnológicos e industriales. Las apuestas espaciales de Ariane, aeronáuticas de Airbus y energéticas como el proyecto de fusión nuclear ITER son un buen ejemplo de ello.
Europa también tiene que profundizar en el camino de la legitimación. En Europa hay realidades subestatales dotadas de una fuerte identidad diferenciada, con instituciones propias y con poder legislativo. Es el caso de los länder alemanes y austriacos, las regiones belgas, territorios del Reino Unido, por no hablar de nosotros mismos, lo cual dicho por un vasco en Cataluña es evidente. Estas regiones europeas gestionan y son competentes en muchas de las políticas públicas sobre las cuales la Unión Europea tiene capacidad normativa.
Las realidades regionales, llamémosles así en terminología europea, pueden y deben contribuir al reforzamiento democrático al ser una pieza esencial para la participación de todos sus ciudadanos en la realidad europea y en el proceso de integración. La dimensión regional permite estructurar la diversidad en la unidad. Aumentar la influencia y participación de las regiones con importantes poderes legislativos en las políticas comunitarias, fortalece el proyecto europeo al reforzar el papel de las regiones como fuerzas integradoras. En cierta medida contribuye a esa estabilización de una realidad que ya no es vertical y jerárquica, sino que empieza a constituirse en red.
Seamos valientes. Apostemos sin ambages también por una Europa políticamente unida. Una Europa federal es un sueño político, es un mecanismo para la paz en el continente, pero es también una contribución necesaria para la competitividad económica.
Pero Europa sólo es un paso. La gobernabilidad mundial exige nuevas cooperaciones e instituciones. Creo en la alianza euro-atlántica, y en la cooperación entre Europa y los Estados Unidos como mecanismo de defensa y seguridad en nuestro mundo. Pero por sí mismo ya no vale. La realidad en red es más compleja. Necesitamos reforzar los ámbitos de cooperación mundiales para ir ejerciendo políticas públicas, así como instituciones adaptadas a las nuevas realidades. Avanzar en un derecho común y compartido, como el profesor Garrigues Walker defiende y promueve, es un ámbito que contribuye a la seguridad jurídica, a la estabilidad y a la competitividad. La cooperación medioambiental es otro paso, de la que el Acuerdo de Kyoto es el mejor exponente. Un Tribunal Penal Internacional debe de ser una herramienta necesaria en este camino.
Pero déjenme soñar. Hoy en día se mata, y se destrozan países por las materias primas y la energía. Hace solo sesenta años en Europa hacíamos eso mismo. Tres guerras franco-alemanas nos habían destrozado en setenta años. Schuman, con las ideas técnicas de Monnet, revoluciona Europa en 1950 en el Salon d’Horloge del Quay d’Orsay cuando propone que las materias primas para la guerra, que habían provocado millones de muertos por el control del Sarre, de la Lorena, del Rhur, de Renania, el carbón y el acero, se pusiesen en común entre la victoriosa Francia y una derrotada Republica Federal alemana naciente, de la que las tropas aliadas se acababan de retirar un año antes. Aquel día todo pudo irse al garete, pero la idea expuesta por Schuman fue recogida. Y no era un proyecto económico. La paz y la estabilidad eran los objetivos. Hoy, tenemos una tercera generación que no ha vivido una guerra. Algo inaudito en el mundo y en nuestra propia historia. Y tenemos un entorno estable para la competitividad. ¿Podríamos soñar con gestionar la energía y las materias primas estratégicas en común como germen de estructuras de cooperación a nivel mundial que vayan creando vínculos estrechos entre pueblos que deriven en instituciones comunes? No soy yo quien para aventurar este tipo de cuestiones, y menos para desarrollarlas, pero creo que una Fundación que lleva el nombre de alguien como Olof Palme, podría contribuir a este debate.
Voy a terminar, y jugando en casa --porque ustedes para mí, Cataluña, son mi casa--, quiero terminar con una reflexión para nuestra situación interna. En el marco de este debate, de este mundo que se está creando, de esas nuevas estructuras en red, es también momento de defender que el Estado español debe asumir su pluralidad interna, la de los pueblos, naciones, culturas y lenguas que lo integran, con naturalidad. Y buscar mecanismos estables en los que esas realidades se sientan cómodas, o nos sintamos cómodas en la misma. Desde el respeto y la asunción de lo que somos.
En primer lugar porque el Estado español necesita sacudirse de ese debate semanal en términos esencialistas, “se rompe España”, para centrarse en tres problemas acuciantes que exigen todos los esfuerzos:
Esta nueva realidad mundial y europea sobre la que he reflexionado de la que no podemos quedar al margen.
La realidad del Magreb y la estabilidad mediterránea, ya que en ello nos va la nuestra, y
El salto en materia de innovación y conocimiento necesario para seguir manteniendo y mejorando nuestro nivel de vida.
Porque estamos en un mundo como el que describe la reina de corazones en Alicia en el País de las Maravillas. Hay que correr mucho para seguir en el mismo sitio, y hay que correr mucho más que los demás para avanzar un poco. Ese Estado plural, de verdad, en términos culturales, políticos, lingüísticos, económicos, es también estabilidad. Y la estabilidad es, como decía al principio, en su vertiente local e internacional, un factor importante para la competitividad económica y empresarial.
Además, desde un punto de vista democrático profundo, la historia del Estado español nos enseña que los avances en el reconocimiento de la diversidad de las identidades nacionales, lenguas y culturas que lo componen y la mayor calidad de la democracia siempre fueron procesos paralelos. En términos históricos, estas dos corrientes de pensamiento, han ido siempre de la mano. Espero que sea así también en un futuro, y yo desde luego, apostaré por ello.
Gracias a la Fundación Olof Palme por esta invitación, y la oportunidad que me han dado de reflexionar, en voz alta ante ustedes, sobre la economía, la política y la realidad internacional.
S´Agaró, 17 de noviembre de 2007