ETA acaba de anunciar la ruptura del alto el fuego a través de un comunicado en el que, una vez más, responsabiliza a todo el mundo de su exclusiva decisión de volver a utilizar la violencia y el terrorismo.
Porque sólo es suya, y de nadie más, la responsabilidad de ejercitar la fuerza. Es un déjà vu que obtiene su certificado en letra impresa y que nuevamente ha hundido nuestros corazones en la desesperanza.
ETA rompió unilateralmente el proceso de paz con el atentado de la T-4 en Barajas. Asesinó a dos personas y frustró el último intento de conciliar una convivencia en paz en nuestro país.
Demostró entonces, y lo rubrica ahora, que no hay más esquema en su organización que el militar, el del ordeno y mando, el de impongo y amenazo, el del corto y rasgo. A ETA le importa poco la voluntad de Euskal Herria. Le importa poco la felicidad de las personas. Y le importa nada el futuro de Euskadi.
Hace unas semanas, en plena campaña electoral, enfrentado sin quererlo al sabotaje permanente y a la amenaza de quienes reclamaban para sí derechos que para otros no respetaban, percibí el odio inoculado por quienes han crecido y viven en una cultura de violencia permanente.
Quienes se abalanzaban para impedir un mitin sabían que la Er-tzaintza terminaría por detenerlos. Pero ni ante la certeza de las consecuencias de su acción paralizaban su protesta. Me recordaba a los yihadistas, al extremismo islámico más sectario donde el paso de sustituir el spray de pintura por una pistola pudiera ser un simple trámite.
En Lizarra buscamos una solución. Y nos engañaron. Ahora lo hemos intentado de nuevo. Y a pesar de las buenas palabras -que se las ha llevado ETA por el desagüe- nos hemos vuelto a encontrar con lo mismo.
El pesimismo de hoy me lleva a pensar que con esta gente el acuerdo es imposible. Que sólo son capaces de ofrecer a este Pueblo sufrimiento y dolor. Y que esta sociedad tendrá que defenderse. Con la ley y el derecho en la mano. Con un acuerdo plural que inhabilite a quien no defienda el derecho a la vida. Separando convivencia de política. Y haciendo oídos sordos a los cantos de sirena de quienes se han demostrado cobardes para levantar su voz contra el atropello o la justificación de una violencia inhumana.
No hay idea, ni patria, ni religión que justifique un asesinato, un secuestro, una violación de los derechos humanos. Abertzale es quien ama a su patria. Y no hay patria sin ciudadanía. Sin personas, sin voluntades dispares que conformen una sociedad que se reconozca como tal. Por eso quien asuma el derecho de eliminar al adversario, al que piense diferente de su ideario, difícilmente podrá ser calificado como patriota.
ETA vuelve. Sus criados volverán a la topera. A esperar mejores tiempos para volver a ver la luz. Para pretender confundirnos nuevamente con proclamas y titulares medidos que como ingenuos veremos repetir en los medios de comunicación. La noticia es noticia nos dirán, mientras la agitación y propaganda les volverán a hacer campañas transformando a verdugos en víctimas.
Yo ya me he vuelto escéptico. Nos obligan a apretar los dientes y a seguir adelante con el lastre de la violencia. Como lo hemos hecho siempre. Con la fortaleza ética de un país que ha sufrido demasiado pero que no se rindió ni ante Franco ni se rendirá ante ETA. No podrán con nosotros. Aunque nos cueste sangre sudor y lágrimas. Pero que nadie dude, que quien rompe paga.