Desayunos Informativos de Europa Press
Buenos días a todos:
En primer lugar quiero agradecer a Europa Press la oportunidad de comparecer ante ustedes en el marco de estos desayunos informativos. En la víspera de una fecha muy especial, del 9 de mayo. Lo cual en un Foro y en una agencia que se llama Europa tiene una relevancia particular. Sí, ya sé que esto escapa a la presunta actualidad en la que nos quieren enredar. Pero qué quieren que les diga, me parece mucho más importante y relevante rememorar el día en el que Schuman leyó su histórica declaración en el Quai d’Orsay, que empezar hablando de ASB, ABS o sopas de letras similares.
Hace ya más de cinco décadas, un 9 de mayo de 1950, que Robert Schuman formuló este sueño. Un sueño que cincuenta años más tarde es la realidad europea. Alemania había capitulado cinco años antes de aquel día de primavera. Sólo unos meses antes se había creado la República Federal Alemana con las zonas ocupadas por los americanos, ingleses y franceses. La zona ocupada por los rusos se había quedado fuera. Aquel 9 de mayo de 1950, Schuman propuso en el Salón de l’Horloge del Quai d’Orsay algo asombroso: crear una Autoridad Común para gestionar el carbón y el acero, que eran las materias primas de la guerra. Las dos guerras mundiales habían tenido como objetivo militar el control de las cuencas carboníferas y la siderurgia entre el Rhur y la Lorena. Ahora Francia proponía compartir ese control con la derrotada Alemania. A la salida, Schuman dijo a los periodistas: “En resumen, señores, Francia hace una propuesta. Ignoramos cuál será su suerte. Le toca a Europa dar una respuesta”. Uno de los presentes preguntó: “Entonces, ¿es un salto a lo desconocido?”. Schuman le miró por encima de sus gafas y le contestó gravemente: “Eso es, un salto a lo desconocido”.
Ahora, vuelve a ser el momento de la audacia. El barco está varado desde el rechazo al proyecto constitucional europeo en Francia y Holanda, en 2005. La necesidad de una política exterior europea común es cada vez más acuciante si queremos tener voz propia en el mundo. Europa requiere una política energética común si no queremos ser una seudo-unión en la que cada miembro juega sin margen de juego al mejor postor en un tablero controlado por Rusia y los productores de Oriente Medio.
Europa necesita un salto hacia adelante. Y para ello debemos recuperar las partes fundamentales del Tratado Constitucional. Para ir construyendo un proyecto político común, audaz, al que se vayan cediendo aspectos relevantes del ejercicio de la soberanía, que sirva para garantizar la seguridad, la competitividad y el bienestar europeo en el nuevo siglo. Y además debemos seguir soñando. Con audacia política para dar otro salto a lo desconocido. Hacia una patria común de los europeos. Espero que la victoria de Nicolás Sarkozy este pasado domingo, un hombre que ha apostado por la integración política europea, nos permita avanzar en este camino.
Recientemente, Michel Barnier, persona cercana a Nicolás Sarkozy en esta materia, apostaba en favor de que Francia diera una primera señal a Europa. Una señal, a modo de tratado simplificado, que recogiera la mecánica del funcionamiento de las instituciones, los contenidos fundamentales, y que permitiera así aprobar por vía parlamentaria una buena parte de la totalidad del Tratado Constitucional que hemos ratificado 18 países. Europa necesita este impulso, en el que nuestra colaboración con el eje franco-alemán nos debe llevar a estar en la sala de maquinas del proyecto.
Por cierto, los que el pasado miércoles seguimos en su integridad el debate Sarkozy-Royal sentimos una sana envidia. La envidia de tener la oportunidad de un debate político de talla, desarrollado con responsabilidad política, hablando de competitividad, del problema de Turquía en la Unión Europea, de la financiación futura de la Seguridad Social, de la semana laboral. El escuchar un debate de dos horas sin que nos hablasen de ASB, ANV, De Juana Chaos y frases del estilo de “ustedes están sometidos al chantaje de ETA” era saludable.
Entre otras cosas, no creo que ETA se alegrase del debate del miércoles. Sin embargo, probablemente, se estará regodeando del nuestro. Sin olvidar que un tercer agente, François Bayrou, ha estado a punto de romper esa bipolaridad derecha-izquierda que atenaza a Francia en la V República con un proyecto moderno, europeísta, y que suponía una alternativa innovadora y transformadora del panorama político francés. La revolución del centro protagonizada por nuestro vecino bearnés, del cual me honra ser vicepresidente en el Partido Demócrata Europeo que él copreside. El propio discurso de Bayrou y, si me apuran, incluso el debate del pasado miércoles contribuyen a un diálogo sereno sobre la construcción desde el acuerdo y la transformación tranquila. En definitiva, temas interesantes que apuntan un camino de mesura, de superación de los extremos, de tercera vía, de encuentro social.
Vemos que en algunos lugares la política del siglo XX empieza a transformarse para hacer frente a las realidades del XXI. Todo esto pasa a nuestro alrededor mientras la política española se encuentra en el viejo debate de siempre. Posiciones antagónicas que se convierten en descalificación permanente. Un debate territorial en el que la negación de la pluralidad nacional, lingüística y cultural del Estado español aflora de forma continua. La propia sociedad española necesita dar salida a este debate que corre peligro de agotar sus propias energías. Energías que la sociedad española necesita para responder con coherencia a tres grandes retos que tiene en estos momentos el Estado:
- La perificidad creciente, no sólo geográfica sino también política en el seno de la Unión Europea.
- La inestabilidad por la situación social, económica y política en el Mediterráneo, Magreb fundamentalmente, y
- la necesidad de mejorar la competitividad de una economía con un crecimiento elevado pero con una balanza comercial con el mayor déficit respecto al Producto Interior Bruto de todos los países de OCDE, que hace esta situación insostenible en el tiempo.
Quisiera hoy, aquí en Madrid, reflexionar brevemente sobre una cuestión que me preocupa particularmente. Una cuestión que, más allá de un escenario preelectoral supuestamente más pegado a los problemas diarios del ciudadano, debería de abordarse en la agenda política desde una política de Estado con amplitud de miras.
Una cuestión que hace referencia a la fractura abierta en el ámbito político por el debate sobre el final de la violencia y las políticas para la lucha antiterrorista. Es la herida que ETA ha generado en el ámbito político y social. ETA rompió el proceso con el atentado de Barajas y en sus comunicados posteriores se ha erigido explícitamente en el guardián armado de un proceso que denomina democrático, anulando así a su propio entorno como interlocutor político. La terminología de lo que llamábamos proceso ha quedado absolutamente devaluada, porque ETA y nosotros no entendemos lo mismo por proceso. Lo que ellos llaman proceso democrático es sencillamente la imposición de un proyecto político como condición para el abandono de la amenaza violenta. Esta visión empieza a despuntar hacia el mes de junio y a definirse en el comunicado de ETA del 17 de agosto.
Esta es una de las cuestiones que a algunas personas nos han preocupado profundamente en los últimos meses, y nos ha hecho --ya desde el pasado mes de noviembre-- lanzar alarmas sobre la posibilidad de que ETA pudiera iniciar una espiral de violencia, y las consecuencias que ello tendría en un debate político polarizado y roto en torno a esta cuestión. Porque un atentado de ETA no nos puede pillar con los puentes rotos, porque estaremos lanzando una señal a ETA de que tiene capacidad, aún siendo débil y teniendo escaso apoyo social, de enfrentar a la sociedad y a los representantes políticos. De desestabilizar en definitiva una sociedad democrática. No olvidemos que la desestabilización forma parte sustancial de las estrategias de las organizaciones terroristas.
En esta situación, los representantes políticos debemos salir del impasse y tomar la iniciativa para llegar a un acuerdo de mínimos que nos permita sacar el tema del debate partidista, asegurar un discurso compartido por la paz. Las bases mínimas deberían incluir:
- Acuerdos entre partidos sobre condena del terrorismo.
- Apoyo a los mecanismos policiales para hacer frente al mismo.
- Solidaridad y apoyo a las víctimas sin utilizaciones partidistas.
- La deslegitimación social del discurso del terrorismo y de los que lo justifican diciendo claramente que el mismo no es derivada natural de problemas políticos existentes y que el futuro político de Euskadi no se puede negociar con ETA.
- Aplicación de los mecanismos del Estado de derecho sin políticas de excepción y con respeto escrupuloso de los derechos humanos, y
- Abordar un cierre dialogado sólo cuando haya condiciones para ello. Es decir, cuando haya voluntad inequívoca de querer poner fin de forma definitiva, a la violencia. Circunstancia que no concurre al día de hoy.
Este es desde mi punto de vista el camino más sólido para la solución. Con incertidumbres, evidentemente. Pero con estrategias claras. Sin voluntarismos. Porque el atentado de Barajas ha traído consigo la devaluación del concepto mismo de tregua permanente. Un nuevo proceso de paz sobre la base del final dialogado requerirá probablemente el cese definitivo de la violencia para abordar el mismo
Esto es lo que nosotros debiéramos hacer. ¿Qué hará ETA? No lo sé, sinceramente. Aunque me temo lo peor. Pero no por las listas de ASB o ANV. Sino, probablemente, porque es una decisión tomada hace ya meses, como consecuencia de que no aceptamos su esquema de chantaje: primero un acuerdo político y, en función del mismo, avanzar o no hacia la paz. Ni como demócrata ni como vasco podré admitir nunca que el futuro de Euskadi sea definido por la presión del terrorismo.
Permítanme una reflexión personal. Hace cinco años, en enero de 2002, escribí un artículo denunciando las amenazas a concejales de mi pueblo, Zumarraga, entre ellos a una concejala de EA por haber apadrinado a la hija del asesinado concejal del PP Manuel Indiano. En aquel artículo publicado en El Diario Vasco, dije literalmente: El pueblo que quiero, el proyecto por el que procuro trabajar cada mañana está en las antípodas del de gente que ejerce la violencia en la más abyecta de sus formas, y del de aquellos que callan o simplemente justifican semejante fascismo como “una expresión más del conflicto”. De ellos me separan los medios, pero sobre todo me aleja de ellos el modelo de país y de sociedad que quieren. En mi nación vasca no hay sitio para la intolerancia y uniformidad alcanzada mediante la imposición. El rechazo en la sociedad vasca a ETA, a su entorno, está alcanzando niveles crecientes. La fuerte disminución de su cota electoral y el rechazo social evidente ponen a ETA y al mal llamado MLNV ante una situación que les crispa: son cada vez más despreciados por una sociedad a la que decían defender y representar... La sociedad vasca va a acabar con ETA. Su enquistamiento y progresiva totalitarización apuntan a una implosión. Una explosión hacia dentro. El día que suceda, antes de lo que creemos, nos ocurrirá como con la caída del Muro de Berlín. Pensaremos en cómo no lo habíamos percibido con lo evidente que era. Y cada día que pasa aumenta el riesgo de que ese “agujero negro” absorba el proyecto político de la izquierda abertzale, absolutamente anulado y plegado ante el totalitarismo de la violencia.
Pues bien. Mi convicción no se ha quebrado en cinco años. Todo lo contrario. Creo que si ETA retoma el camino de los asesinatos, esa será la evolución, acrecentada si cabe respecto a este análisis, por la creciente cooperación internacional contra el terrorismo y el galopante rechazo de la violencia en sectores que incluso hace cinco años la aprobaban.
Por lo demás podría y debería hablar de otras cuestiones. Que a buen seguro surgirán en las preguntas, pero que deberían también figurar en una agenda política desprendida del partidismo más cortoplacista. El primero de ellos el de serenar y abordar la cuestión territorial desde una perspectiva abierta. El Estado español debe aceptar el pluralismo en su expresión político-territorial, identitaria, cultural y lingüística. El principio democrático de que el poder reside en el pueblo, en los pueblos, no se expresa adecuadamente con el unitarismo, la verticalidad y la innegociabilidad que en numerosas ocasiones se arroga el concepto de soberanía estatal.
La realidad plurinacional debe entenderse como una fortaleza para el propio Estado, que puede articular una convivencia más sólida desde el respeto a la diferencia como alternativa a la uniformidad. Por ello es necesaria una pedagogía en el sentido de que, en los Estados plurinacionales, la igualdad de derechos entre los ciudadanos no implica una simétrica distribución territorial de las competencias y atribuciones. Debemos, en definitiva, sustituir una visión anacrónica de la soberanía del pueblo español por una concepción más pluralista. Los hechos demuestran que el estado-nación de matriz jacobina no es la única vía a la modernidad, ni tan siquiera la mejor.
Debemos trabajar este camino a través de la convicción. Y también de la cooperación con otras formaciones políticas y sectores de la sociedad española que vean en la pluralidad del Estado un factor de estabilidad y de regeneración democrática. Tarea compleja, sin duda. Pero única alternativa en una sociedad democrática. Convencidos de que la asunción de la pluralidad del Estado es la mejor garantía de estabilidad y de fortaleza para hacer frente a un futuro, en el que la propia sociedad española necesita dar salida a este debate que corre peligro de agotar sus propias energías.
De la misma forma en Euskadi deberíamos todos entender que la articulación de la pluralidad es una fortaleza de la propia sociedad vasca, y que respetar la voluntad de los vascos incluye el respeto a los diferentes sentimientos identitarios, tratando de integrarlos en un esquema de pacto y compromiso. La multilateralidad que las posiciones más progresistas exigen para la nueva configuración del mundo es exigible también como principio organizador de nuestras sociedades. El pacto debe de ser el elemento articulador de la futura convivencia en la sociedad vasca. El pacto entre vascos y el pacto con el Estado es un procedimiento que conecta, por cierto, con nuestra mejor tradición foral y sobre la que hemos construido nuestras dos experiencias estatutarias, la de 1936 y la del Estatuto de Gernika.
Me gustaría hablar de economía como cierre. El formato no me permite extenderme. Sólo una reflexión. Me preocupa que seamos el país de la OCDE con mayor déficit de la balanza comercial respecto a nuestro PIB. Esto debería de estar en el centro de la agenda política. Porque en definitiva, si no levantamos este lastre de nuestra competitividad actual y futura, estaremos limitando nuestro bienestar futuro y la calidad de vida de los ciudadanos. Deberíamos propiciar un pacto estratégico por la competitividad, que apostase a medio-largo plazo por una política decidida de impulso a la ciencia, la tecnología y la innovación, a la cultura de la creatividad y a la apuesta por corporaciones tecnológico-industriales tractoras.
No es necesario inventar nada nuevo para ello. Numerosos foros, entre los que quisiera destacar la Fundación COTEC por la Innovación Tecnológica, presidida e impulsada por el Rey y en la que tuve en el pasado la oportunidad de participar, han desarrollado las recetas. La palabra clave en las mismas es cooperación. Cooperación empresarial, cooperación entre el mundo académico y el industrial, entre grandes y medianas empresas tractoras, así como entre las pymes y las propias pequeñas empresas entre sí. Y me atrevo a sugerir otra. Cooperación en el ámbito político. ¿Podríamos los responsables políticos conjugar el verbo COOPETIR, como suma de cooperar y competir? Competir en algunas materias, consustancial a una democracia, pero cooperar en materias estratégicas. En materia de competitividad económica sería importante, pero les puedo asegurar que si abordásemos esta estrategia en los ámbitos de la política antiterrorista o la política territorial, lo que ganaría sería la convivencia. Y el futuro en paz y libertad de nuestra sociedad. Gracias.