No se puede entender la historia del nacionalismo vasco, ni de los 112 años de existencia del EAJ-PNV sin personas como Luis Maria Retolaza, el conocido Roke de la resistencia. Sin personas como él, la cadena de la lucha de un pueblo por su libertad, en algún momento, se hubiera quebrado.
Por eso, en la hora de su fallecimiento, en esta hora de luto para su familia y para el mundo nacionalista e institucional, conviene nos fijemos en esas siete vidas que le tocó vivir porque le tocó nacer en un Bilbao donde había mucho trabajo que realizar.
Fue un joven inquieto y comprometido que no se limitó solo a estudiar, sino que con un grupo de amigos y correligionarios funda EIA, una especie de sindicato estudiantil vasco de resistencia. Asimismo con su compañero de fatigas Iñaki Rentería, y con José Antonio e Iñaki Durañona, Juan Manuel Epalza y otros muchos enredan todo lo que pueden en aquel Paris de post guerra y conocen a todos los protagonistas de aquel primer Gobierno Vasco de 1936 y de aquel nacionalismo actuante en tiempos de la República.
Su segunda vida es en lo que se conocía como “el Interior”, es decir, la Euzkadi Peninsular bajo el franquismo como se denominaba en aquellos tiempos al otro lado de mal muga. Son años de propaganda clandestina, de huelgas generales, de esperanzas que se van viendo frustradas ante el reconocimiento internacional de Franco por parte de unos aliados en los que se habían puesto todas las esperanzas. Y es detenido y perseguido preferentemente por aquel policía, Del Carmen, que lo tenía en el centro de sus pesquisas y su seguimiento preferencial.
Su tercera vida es aquella en la que ha de combinar su trabajo profesional y la creación de una familia con la dura lucha clandestina así como con la relación estrecha con Juan de Ajuriaguerra. Son los años del nacimiento de ETA, de la prédica de que ejercitar la violencia era un paso del que se sabía como daba, pero del que era muy difícil salir, de las peleas clandestinas, de la organización de los Aberri Egunas bajo persecución, del viaje a Gernika del Lehendakari Leizaola, de las discrepancias sobre la unificación de la lengua, del nacimiento de las ikastolas al amparo de la iglesia, de las cientos o a veces, ninguna cosas que se podían hacer en clandestinidad y bajo estados de excepción defendiendo una institución en el exilio y tratando de lograr que la juventud no perdiera su esperanza.
Su cuarta vida la vive, como muchos, tras la muerte del dictador en 1975, con dos obsesiones. Sacar al EAJ-PNV de la clandestinidad con sus señas de identidad de partido interclasista y nacionalista y de crear plataformas de comunicación eficientes. Si la democracia es un régimen de opinión pública, Retolaza sabía como nadie que el nacionalismo vasco debía tener sus propios órganos de expresión y él fue, el encargado de poner en marcha aquellos primeros rudimentos de información interna y de sacar a la luz, con un grupo generoso de nacionalistas, este periódico, del que fue el primer presidente de su Consejo.
La quinta vida, la vive, al principio a regañadientes, pero al poco con total entusiasmo, como Consejero de Interior del primer Gobierno Garaikoetxea. Desde cero, con el fallecido Eli Galdos, Sabino Arrieta, Román Sudupe, Joseba Goikoetxea, Genaro García Andoain y un grupo de profesionales, usando los trucos que su larga experiencia le había dado en la clandestinidad, su relación amistosa y estrecha con Xabier Arzalluz y sus encuentros con el ministro Rosón, así como su aversión a dar más información que la estrictamente necesaria, monta todo un cuerpo policial en medio de cientos de atentados de ETA y en medio del recelo de un Madrid que creía que estaba montando un incipiente ejército vasco.
La sexta vida fue para recuperar su trabajo dentro del EAJ-PNV como presidente del Bizkai Buru Batzar tras la división del partido, acompañando a Xabier Arzalluz en el EBB y tratando de recuperar, con su autoridad moral, el espacio perdido tras aquella traumática escisión.
Y la séptima vida, la última fue para vivir y observar lo que ocurría, responder a las consultas que se le hacían, estar presente en aquellos actos públicos donde era requerido, sin molestar, leer todo lo que no había podido leer, jugar cartas con sus amigos, viajar con toda su familia, escribir junto con otros compañeros formando parte de un colectivo de reflexión nacionalista, y disfrutar de sus más allegados, sin bajar nunca la guardia de un discurso abertzale.
Recuerdo que en el pasado verano, y como siempre hacía, al entregarle un libro político de memorias le comenté la necesidad que teníamos del suyo, ya que el era, tras la muerte de Ajuriaguerra, el testigo fundamental de aquellos años que comprendían desde el fallecimiento del Lehendakari Agirre a la muerte del dictador. Me contestó diciendo que un periodista estaba ya recogiendo sus vivencias. Ojalá se hagan realidad algún día porque en Luis Mari Retolaza, en Roke, se juntaban las características más sobresalientes de lo que ha sido un tipo de militancia y de compromiso con una Causa desde una primera juventud en momentos en los que serlo tenía como consecuencia la persecución, la cárcel, las multas y la pérdida del futuro.
Se nos ha ido una referencia fundamental de la historia del Partido Nacionalista Vasco, de la historia de la resistencia a una cruel dictadura, de la apuesta moral a favor de la vida en momentos turbulentos y del hombre que habiendo trabajado en la clandestinidad supo hacerlo con éxito en la vida institucional democrática.
Su familia política, todos nosotros, y su familia natural, a la que tanto quería están de luto, pero ahí queda el rastro de su entrega, su hombría de bien y su ejemplo, para las próximas generaciones.
G.B. Roke. El hombre de la Resistencia.