Está cumpliendo el Partido Nacionalista Vasco sus primeros 111 años de existencia. Por esta razón, este aniversario suscita en cualquier vasco numerosas reflexiones.
El éxito del PNV constituyó para muchos en una sorpresa. No solamente por el pesimismo tradicional ante la propuesta final y ante cualquier intento de organización institucional (aquella frase que decía: “En Euzkadi no hay espíritu de asociación, sino de complicidad”, con lo cual expresaba su convicción de que la gente no estaba dispuesta a agruparse con fines constructivos, pero sí con intenciones dañinas), sino también por las dificultades que debía afrontar aquel pequeño grupo que se reunió en El Arenal, en la mañana del 31 de julio de 1895. Y que desde su condición minoritaria y selectiva decidió influir con fuerza en el desarrollo de la sociedad lanzándose al agua política convocados por Sabino Arana. Esas dificultades fueron venciéndose; el pequeño grupo creció prodigiosamente; el núcleo fue irradiando su idea a través de extensos contingentes populares, y la responsabilidad del partido se proyectó, no hacia la influencia indirecta, sino hacia un papel protagonista y directa en el desarrollo de nuestras instituciones y de conformar una imagen y un estilo de hacer política en Euzkadi.
Es justo que ante estos resultados, se da gracias al pueblo vasco por su decidido apoyo y solidaridad. Y en cuanto a la satisfacción de haber contribuido a la conquista de las libertades y demás derechos humanos y al establecimiento del sistema democrático y su defensa en 1931 y 1975, este aniversario nos ofrece la legítima satisfacción del camino andado que no impide reconocer que las circunstancias de tiempo y posición plantean hoy ante el PNV importantes incentivos y abundantes retos, que la presencia permanente de las fuentes ideológicas y de los principios éticos, así como la experiencia vasca deben obligar a superar. El partido no puede convertirse en H.B. ni en una simple maquinaria de poder, para conquistarlo o retenerlo ni, menos aún, en un consorcio de intereses. El partido tiene una obligación fundamental que cumplir. Lo hecho hasta ahora es apenas el pórtico y el compromiso de lo que tiene que realizar Euzkadi. Tampoco puede convertirse en un mosaico de tendencias ni de grupos. La natural variedad de criterios dentro de una misma orientación fundamental no puede transformarse en una dispersión acomodada. La aparición, comprensible y legítima dentro de los parámetros morales, de visiones diferentes, no puede conducir al enguerrillamiento interno, ni hacer del partido una especie de coalición o de transición entre diversos partiduchos. Afortunadamente, el sentimiento de la afiliación es claro; su vocación unitaria es fuerte, y en el transcurso de varias décadas ha ido apareciendo para el relevo una generación nueva y fresca, pero al mismo tiempo entrenada en el ejercicio de una experiencia institucional invalorable.
Señalé cómo el aniversario 111 del PNV sucede de inmediato al 75 aniversario de la República. Esta vigencia democrática, como quedó demostrada el 18 de julio de 1936, constituye para el PNV, como debe constituirlo para los demás partidos que tienen fe en la libertad, en la democracia y en la justicia social, la renovación de un compromiso. Hoy mismo abundan quienes, de buena o mala fe, caen en un concertado intento de descrédito del sistema democrático en sí. De buena fe, aquellos que angustiados por la ineficacia de algún tipo de política, por la gravedad de los problemas que nos acechan y preocupan, tienden a echar sobre la democracia y los partidos las fallas y errores sin analizar a fondo su complejidad causal. De mala fe, aquellos que saben que nada tienen que buscar en el debate abierto frente al pueblo y añoran aquellos sistemas basados en la fuerza, proclives a utilizarlos y a recompensar sus servicios con prebendas y facilidades ilícitas. Es necesario y urgente pues, defender y renovar la democracia, revaluarla y estimularla en el ánimo de las nuevas generaciones, y esto no solamente con palabras sino con hechos. El PNV tiene una obligación ineludible en esta tarea. La constancia en la lucha y en el servicio ha sido virtud suya, de acuerdo con el ejemplo de Sabino, “Dios concede la victoria a la constancia”, dijo Bolívar. La constancia hoy se traduce en la firmeza en la fe democrática, en la persistencia en el propósito de servicio, en la decisión para afrontar los riesgos y exigencias de los nuevos tiempos, en no perder la centralidad, en tener una ideología basada en el respeto al ser humano, en estar orgullosos con la gestión realizada.
Estoy seguro de que el PNV, con el aliento de su afiliación y el empuje de sus nuevas promociones, sabrá ser fiel a su deber, y lo acompañará, para bien de todos los vascos de buena voluntad, ya que la victoria premia la constancia, según el apotegma del fundador del Nacionalismo, pero teniendo claro que el EAJ-PNV no puede perder sus señas de identidad política ni dejarse llevar por los cantos de sirena de un falso abertzalismo que durante treinta años ha apostado y apoyado por un proyecto perdedor que ha llevado desolación a muchas familias y ha manchado el nombre de lo vasco hasta el paroxismo. Hermanos, si, primos, no.
Si hay que hacer fuerza entre todos los abertzales que vengan a nuestro campo que es el que ha triunfado, no al suyo que no ha sido más que una traición histórica a lo más noble del país, a su respeto por el ser humano, a la labor democrática de nuestros mayores.
Son 111 años. No cuarenta de ETA, ni treinta de HB, ni veinte de EA. Son 111 años. Y cuando se cumplen 111 años y se sigue siendo la fuerza mayoritaria de Euzkadi es por algo. Y eso, por lo menos, hay que respetarlo.
EL SISTEMA DE PARTIDOS
El “homo sapiens” se está convirtiendo en el “homo videns”. Es una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende, que come pero no se alimenta, que vota pero no elige. Y es que el “homo videns” solo cree en lo que ve o en lo que cree ver. La imagen también miente. La fuerza de la veracidad de la imagen hace a la mentira más eficaz, y por tanto, más peligrosa.
Como consecuencia del debate territorial abierto en España tras la propuesta del Parlamento Vasco y del Estatut, recurrentemente nos envuelve el fragor de las campañas que se realizan contra los partidos políticos. Al lado de las críticas bien intencionadas, se escucha también el zumbido de los señalamientos malévolos. Si éstos deben ser enfrentados resueltamente, aquellas no conviene desdeñarlas.
La democracia se expresa y se realiza a través de sus partidos políticos. Sin partidos políticos, la democracia carecería de voz organizada y de aparatos efectivos de locomoción. El pluripartidismo es la superación del individualismo y del caudillismo autocrático del populismo iluminado. No es por azar histórico -¿existe el azar histórico?- que la era de los paridos estalla después de las dictaduras. Antes, durante la resistencia al franquismo, predominó la acción dispersa de decididos resistentes abertzales del EAJ-PNV o el gesto informe de la conciencia generacional o del Gobierno Vasco en el exilio. Cuando se presenta la reincidencia despótica franquista, el establecimiento partidista era suficientemente sólido para protagonizar la resistencia clandestina y contribuir al rescate de las instituciones democráticas. La hazaña de la libertad reconquistada se fraguó con sangre y emoción partidista, aunque la mayoría de sus protagonistas quedó en el camino.
Cuando exaltamos el papel de los partidos políticos, no estamos creyendo que los partidos deben copar el espacio cívico y vital del país. La lucha social debe ser encabezada, pero no monopolizada, por los partidos. Hay que tomar en cuenta, junto con los partidos, a los sindicatos, las asociaciones patronales, organizaciones vecinales, gremios profesionales, entes culturales y deportivos, ONG, etc... y demás agrupaciones intermedias, que existen entre el individuo y la administración. Los partidos no pueden ni deben invadir áreas de competencia ajena, tentados por afanes clientelistas inconvenientes o reclamos hegemónicos condenables. El policentrieno racionalmente jerarquizado de las instancias de influencia y de poder, es una exigencia relevante del balance democrático. Esa verdad no tiene por qué ser arrasada ni por insensatos sectarismos ni por demencias proselitistas.
El pragmatismo grosero es otro extravío que los partidos deben evitar , que no debe ser confundido con el respeto a la gestión. Estigmas bochornosos en el rostro de los partidos son sus inconsecuencias ideológicas. Las traiciones doctrinarias jalonan a veces, como piedras los caminos biográficos de los partidos. Esos traspiés desdibujan la apuesta que originalmente se había hecho, desafían la lealtad a la causa comprometida y hacen incierto el porvenir. Lo natural y lógico es que hayan periódicos “aggiornamentos” de los planteamientos programáticos partidistas a medida que sean convertidos en realidad, pero sin caer en la castración de la filosofía política, bajo cuyas banderas se ha luchado y soñado. La historia en un partido serio y predecible, debe pesar. Cambian las metas programáticas conforme a la evolución de las realidades económicas y sociales, pero esas nuevas metas exigidas por la marcha de la historia tienen que ser buscadas y alcanzadas dentro del marco de la identidad doctrinaria que se ha proclamado y de un gran consenso. Como se hizo en su día en Zestoa, sin tratar de convertir el PNV en un Movimiento Nacional y sin criticar absurdamente la gestión política como algo ajeno al nacionalismo. Si algo quiere angustiosamente el mundo de HB es precisamente el espacio del PNV. Por algo será.
No sólo del clientelismo prepotente y del pragmatismo alienante deben permanecer distantes los partidos políticos, sino también del elitismo. El elitismo es el confinamiento de la decisiones partidistas a círculos dirigentes reducidos. Es el privilegio de unos pocos para que resuelvan en nombre de todos. Hasta ahora, la mayoría de los partidos políticos se han inspirado en la concepción del centralismo democrático leniniano aplicado, a raíz del triunfo de la Revolución en 1917, por el comunismo soviético. En forma piramidal, desde la base hasta la cúspide y mediante la filtración escalonada de numerosas instancias asciende, generalmente distorsionadas, la voluntad y la opinión de los militantes. En cada uno de los tramos intermedios hay ocasión par que se ejerza la presión del grupo dirigente que controla la maquinaria partidista o el halago del poder indebidamente adquirido o las ventajas, si es el caso, del ejercicio del gobierno. Así se forman los grupos de presión. Pero si a algo supo captar Sabino de la idiosincrasia vasca fue su apuesta por el diálogo y discutirlo todo en asambleas. No es pues el caso del EAJ-PNV al que a veces se le acusa de ser un partido demasiado asambleario. Lo malo que puede ocurrir es que los representantes callen en las asambleas porque no existe cultura de la discrepancia razonada, bien intencionada y analizada.
Es siempre una necesidad la continua democratización de los partidos. Los militantes y los cuadros de dirección media no pueden ser espectadores inermes que se limitan a contemplar a lo que se dispone sin la consulta continua a los de abajo, que repito, no es el caso del PNV. Tienen que crearse mecanismos efectivos de participación entre el cielo donde se mueven los líderes supremos de los partidos y el gobierno y la tierra donde moran los afiliados comunes. Sería ir contra la corriente del avance histórico del país no abrir esos canales comunicativos a fin de que llegue hasta los organismos máximos de dirección la voz de los que también deben ser escuchados y para que los que reciban el mandato de conducción de la organización no alcancen tal investidura con el favor de la manipulación sino con el respaldo de la genuina expresión del querer partidista. Así habría en todos los partidos identificación sin fisuras entre las bases y las cúpulas dirigentes. La democracia interna participativa asfixiará las tendencias a la cantonización que a veces parcela y paraliza a los partidos, y reforzaría, por el contrario, su instinto de conservación propia y su latente vocación hacia la unidad .Mucho debate respetuoso es la fortaleza de un partido. Y creo que esa ha sido la clave del PNV en toda su historia y el por qué ha llegado a cumplir 111 años.
El PNV, el más grande partido popular de toda la historia vasca, se apresta a dar un paso importante en el proceso de paz solicitando el derecho a decidir aunque el pueblo participe ya en sus decisiones. Interpretando ese deseo, teniendo muy claro que sus apuestas han sido las triunfadoras en estos treinta años y que como dijo Sabino Arana hace 111 años “Euzkadi era la Patria de los Vascos”. Existía la Euskal Herria carlista que Sabino convirtió en la Euzkadi política que ha luchado y muerto por una idea.
Que no nos vengan ahora quienes han fracasado a diseñarnos su caduca hoja de ruta tratando de enmendar la plana a un Sabino que fue quien nos creó como organización, dio el grito liberador y no la cúpula de HB que algunos parecen que admiran más que a Sabino. No hay más que oírles hablar de Euskal Herria y argumentar como argumenta HB.
Al desaparecer la Unión Soviética la izquierda se quedó sin los manuales que ella les suministraba y se ha quedado desconcertada. Se le han evaporado hasta las ideas. Acostumbrados a una imagen paternal a la cual imitaban y ante el vacío andaban en la búsqueda de una nueva figura paternal. De tal manera que cuando surge un nuevo líder, un nuevo régimen, un nuevo movimiento o hasta una nueva idea los atrapan en el aire y se adhieren a ellos.
NO PERDER EL RUMBO
Hoy, cuando una cierta propaganda pretende desacreditar el nacionalismo y al régimen de partidos políticos y el sistema democrático mismo, decimos que estamos muy orgullosos del EAJ-PNV.
Somos un partido orgulloso de su pasado, pero comprometido con el porvenir. El PNV no puede permitir, ni vamos a permitir, que esta experiencia democrática que ya llega a los 111 años, se cuartee. Tenemos una responsabilidad muy grande. Vamos a cumplirla cabalmente. No se trata de buscar el poder por el poder mismo. Se trata de que somos una fuerza fundamental en la vida del país que tiene que hacer de su parte todo lo posible por devolverle al pueblo y, especialmente a las nuevas generaciones, su confianza en el futuro y su fe en las instituciones democráticas junto a su glorioso pasado para proyectarlo al futuro.
Por lo pronto, tenemos el deber de ofrecerle al país un nuevo modelo de impulso social y económico y unas apuestas modernas para la siguiente década junto con una nueva relación con España y Francia en el ámbito de la Unión Europea.
Proponemos un nuevo modelo de desarrollo que libere las fuerzas productivas de la economía y la sociedad vasca con una apuesta decidida por la investigación y el desarrollo.
Se trata ahora de crear y estimular una vigorosa economía capaz de crear riqueza para poder repartirla, de generar empleo estable y bien remunerado para todos y de garantizar un sistema social que ampare al ciudadano y a su familia “desde la cuna hasta la tumba”, sin olvidarnos de lo que pasa en el mundo.
Vivimos en un país donde vale la pena vivir. Damos gracias a Dios por habernos permitido el privilegio de haber nacido en este tiempo histórico. Queremos contribuir a preparar a Euzkadi para trabajar con entusiasmo en los retos del siglo XXI, que nos aguarda con toda la fuerza de su fascinante desafío.
Debemos abrir nuestros oídos y nuestra inteligencia a todas la ideas y a todas las voluntades que quieran colaborar para enfrentar los problemas y resolverlos satisfactoriamente. Nadie puede hacer las cosas solo en este mundo globalizado.
Con el orgullo de estar celebrando 111 años de servicio a Euzkadi, pero con la emoción de la tarea por cumplir hay que seguir confiando en esta fecha en el pueblo vasco, porque gracias al EAJ-PNV no ha perdido su rumbo. Y que no lo pierda.
Por algo Sabino Arana dijo que “Euzkadi era la Patria de los Vascos”.