A finales del mes de junio, Monseñor Uriarte, obispo de Donosti presidió en Loyola la inauguración de una exposición dedicada al legado universal de San Ignacio. Allí D. Juan María expresó su rechazo a un modelo de Iglesia “apoyada en la proximidad a los poderes y con la tentación de intervenir en cosas que no le competen porque corresponden a la libertad de los hombres”.
Tras Monseñor Setien, Uriarte sigue la senda de lo que ha sido la voz de la Iglesia vasca si consideramos que los obispos vascos son iglesia vasca, aunque no les dejen y estén subsumidos en la Conferencia Episcopal española. Es decir, cercanía, rigor, defensa del débil y voz que clama por el entendimiento y no por esa Iglesia de la Cruzada.
Quizás el Obispo Uriarte pretendía ponerse la venda antes de la herida ante la visita del Papa que se iba a producir solo diez días después en actos organizados en Valencia y monopolizados totalmente por el Partido Popular y por lo más rancio de los Obispos españoles, esos Obispos que como Cañizares piden rezar por la unidad de España y juran bandera o por un Rouco que pretendían plantear en la Conferencia episcopal esa unidad que aparentemente está en peligro. Menos mal que D. Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao y presidente de dicha conferencia le dijera que “la unidad de España es algo que no nos incumbe a los obispos”.
¿Dejaron en bloque de ser católicos los portugueses cuando Portugal se separó de España? ¿No es la Iglesia Católica una Iglesia Universal?
Y llegó el Papa. Y Zapatero no fue a su misa, aunque si estuvo en la de Juan Pablo II. Dicen que para que los del PP no le silbaran en Valencia. Porque lo de Valencia no fue solo una Misa sino un acto del PP. Allí estaban Rita Barberá, Camps, Zaplana y Mariano Rajoy siendo recibido éste por el Papa con toda su familia. Pero no hubo ni una palabra contra la labor antievangélica de la radio episcopal. Ni una.
Antes, este tipo de cosas, me indignaba. Ahora, paso. Nunca me gustó Juan Pablo II, un Papa nacionalista polaco que solo podía ser nacionalista él. Los demás no. El mismo Papa que reconoció a Eslovenia, pero que justo justo pasó por Loyola y nunca tuvo la menor palabra de comprensión para los vascos, pueblo que le ha dado a la Iglesia católica figuras egregias y mucho, mucho sacerdote y religioso/a. Pero por no hacer nada es que nunca pronunció una palabra en euskera, ni un saludo en euskera desde el Vaticano.
Y eso que nos fuimos a Roma en 1988, como grupo Vasco, para recordarle éstas cosas y quitarnos la espina de aquel viaje del EBB y de los diputados vascos al Vaticano en 1935. Pues bien. Nos ocurrió lo mismo. No nos recibió, mientras recibe a cantantes y a zascandiles de toda ralea.
Por eso cuando, en plena égida Aznar, Juan Pablo II viajó a Madrid y en la Plaza Colón celebró aquella su última. Misa quisimos que se nos tratara como a los demás partidos de la Cámara. Pero Rouco se opuso argumentando que aquello no era costumbre. Y tampoco tuvimos derecho a nada. Pero cuando uno le ve a Rajoy y a su familia siendo recibidos en audiencia privada capta uno que ésta jerarquía está fuera de la realidad y de éste mundo, porque, o recibe a todos, o no recibe a nadie y, de seguir así las cosas, solo querrán estar en el futuro con él el Partido Popular y solo si hay cerca una cámara de fotos. Yo, personalmente, paso de éste Papa tan cariñoso con el PP.
Y es que Rouco y sus Cañizares, callados como muertos durante la dictadura de Franco, fueron a la manifestación contra el matrimonio homosexual. Podían tener o no razón pero ¿sólo por esta razón hay que manifestarse con el PP? En el proceso de paz, ¿qué están haciendo en Madrid para crear un clima de comprensión ante reto tan difícil? ¿No deberían predicar el amor entre los hombres? ¿Qué tiene que ver todo esto con Jiménez Losantos y su radio? ¿Es éste el evangelio?
De nada de esto habló Benedicto XVI. Habló de la familia, que está muy bien, pero nada que pudiera tener relación con problemas que afectan al ciudadano real y, eso si, mucha foto junto al PP.
Afortunadamente, esto no tiene nada que ver con la Iglesia vasca.
Y como esto no es nuevo, voy a recordar lo que nos ocurrió en la última visita de Juan Pablo II, que se ha vuelto a repetir.
EL PAPA DIJO NO A LA GUERRA
El año 2003 fue el de la guerra contra Sadam Hussein. El presidente Bush, tras urgir a los observadores de Naciones unidas para que terminaran su trabajo de búsqueda de las supuestas armas químicas y de destrucción masiva, fue achicando espacios hasta llegar a la concusión de que aquella legalidad internacional era todo un engorro para su voluntad manifiesta de declara la guerra a Irak. O se hacía lo que él decía o habría conflicto.
Sin embargo quienes más resistencia pusieron a los designios del presidente norteamericano fueron los gobiernos de Francia y de Alemania que no estaban por la labor de secundar una guerra injusta, ilegal e inmoral. ¿Por qué ir contra Sadam en Irak y no hacerlo contra el presidente de Guinea, el rey de Marruecos o el secretario general del Partido Comunista de Corea del norte? En relación con este último se decía que no era por falta de ganas sino por el dato cierto de que poseía armamento atómico. Sin embargo, Irak tenía petróleo, mucho petróleo.
El caso es que un buen día Aznar se desplazó a la isla portuguesa de las Azores y apareció con Bush y Blair enviando un ultimátum al dictador iraquí. Aznar rompía la política española de los últimos años y se alineaba con el “eje del bien” que en ese momento era el mundo anglosajón de Bush y Blair. Su argumento era tan pueril como peligroso. Aznar deseaba sacar a España “del rincón de la historia” y a tal efecto el fin justificaba cualquier tipo de medio.
Coleando todavía los efectos del hundimiento del buque Prestige, la apuesta no dejaba de ser arriesgada aunque parecía que podía ser rápida, “limpia” y con los iraquíes repartiendo flores a las tropas de ocupación. Sin embargo, no contó con la opinión pública española ni la vasca, que se movilizó en la calle en impresionantes marchas contra la guerra. Requerido el ministro de Defensa Federico Trillo sobre lo dicho por el Papa, contestó que respetaba al Sumo Pontífice pero que sus observaciones no eran vinculantes. Dicho esto por un numerario del Opus Dei no dejaba de ser toda una postura de beligerancia total, cuestión ésta que yo no desaproveché en todas las intervenciones habidas durante el mes de enero y durante las comisiones y los plenos para recordarlo con el consiguiente dolor de cabeza del ministro, al que se le subía un color y le bajaba otro y para gran alegría, por ejemplo del socialista José Bono, que me llamó para decir que eso estaba bien y por darle esos buenos puñetazos en el corazón de su hipocresía.
Sin embargo, no contábamos con un personaje propio de la Santa Cruzada como lo es el cardenal Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española, de quien dudo mucho crea en una doctrina cristiana basada en el Amor.
A pesar de hacer un leve amago contra la guerra y realizar una velada amenaza en relación con una posible excomunión, por debajo trabajaba febrilmente para que el viaje del Papa fuera todo un acto de campaña a favor del PP como en realidad fue. Y además con gran éxito.
Un día, y de forma escondida, apareció una breve información en la que se decía que el Ministerio de Asuntos Exteriores español y la Conferencia Episcopal habían cerrado la agenda de la visita del Papa de la que se excluía al PNV, a CiU y a IU, curiosamente tres de los grupos que más beligerantemente habíamos hecho caso al criterio Papal del «No matarás» y habíamos sido más beligerantes en relación con la guerra.
Con las mismas hice una pregunta al gobierno, que me contestó con una evasiva, por lo que me puse en contacto con el portavoz de CiU, Xavier Trias, candidato a la sazón a la alcaldía de Barcelona, por si se animaba a que escribiéramos una carta a monseñor Rouco de forma conjunta. Me contestó afirmativamente y le hice llegar un borrador rebajando él algún adjetivo, y la misiva salió el 28 de marzo de ese año 2003.
La respuesta no se hizo esperar. Pero no la redactó monseñor Rouco sino monseñor Juan José Asenjo, obispo auxiliar de Toledo y secretario de la Conferencia Episcopal Española. Este obispo aquella misma semana decía que dos tercios de los prelados españoles habían votado a favor de solicitarle al Papa la prosecución de la beatificación y canonización de la reina Isabel la Católica, una figura de excepcional importancia por sí misma y también en la empresa de evangelización de América».
Lógicamente volvimos a argumentar, y aquello adquirió rango de conflicto, porque el único precedente existente decía que el Papa había estado en 1982 con Arzalluz y Roca, y además, en España no hay jefe de oposición. Si en su día el rey Juan Carlos había llamado sólo Rodríguez Zapatero para hablar de la guerra, y si ante la visita del Papa en plena precampaña electoral sólo iba a estar con Aznar y el PSOE, es que de verdad se estaba consagrando el bipartidismo más feroz con las bendiciones no sólo de la Familia Real sino con las del nuncio y de la Conferencia Episcopal. ¿Cómo se le podía achacar al nacionalismo vasco de excluyente y actuar con semejante sectarismo? ¿No sería que en el fondo no se nos consideraba buenos españoles? Qué bien. Aquello no dejaba de ser una idea interesante que iba explicando muchas cosas.
El caso es que el Papa visitó, como no podía ser menos, Madrid. Ofició una multitudinaria misa en la plaza de Colón en la que los obispos. Ante el calor reinante, utilizaron unas preparadas gorras de beisboleros, TVE hizo un seguimiento exhaustivo v Juan Pablo II recibió a Zapatero en la sacristía. A José María Aznar y su familia los recibió varias veces, así como a la Familia Real, que por cierto esta figura no está en la Constitución. Fue muy llamativa la entrevista que le concedió a José Antonio Sánchez, director general de RTVE, al que agradeció la cobertura que el ente público había dado a su viaje, regalándole éste una extraña caja roja. En una entrevista que posteriormente le realizó Karmentxu Marín en El País, además de no rechazar el franquismo, le dijo que el Papa le motivaba más que su mujer. Tonto y cursi.
El viaje, de Juan Pablo II fue pues todo un milagro electoral para Aznar. Movió masas, no le abroncó en público por la guerra y le permitió salir besuqueando el anillo del Papa varias veces con lo que se reconcilió con el sector más enfadado del catolicismo español que no había visto con buenos ojos su seguidismo a Bush y su rechazo al llamamiento pacificador del Papa.
CARTA A ROUCO
La misma noche en que el Papa abandonó España escribí una carta a la presidenta de la Conferencia Episcopal, monseñor Rouco, lo más parecido a aquel monseñor Pizzardo que habían visto los diputados del PNV en 1935. Terminada llamé a Trias y le dije que la iba a firmar solo para que no le mandaran también a él a los infiernos.
Decía así:
Bilbao, 5 de mayo 2003
Excmo. y Rvdrno. Sr. Cardenal, D. Antonio María Rouco Varela
Presidente de la Conferencia Episcopal Española
Cardenal Rouco,
Finalizada ayer la visita del Santo Padre no le queda a este diputado más que felicitarle por el éxito de la misma según las previsiones que usted había diseñado conjuntamente con el gobierno del Partido Popular.
Como usted recordará, el pasado 28 de marzo, hace casi mes y medio, los portavoces de CiU y el PNV en el Congreso de los Diputados le enviamos una respetuosa carta en la que mostrábamos nuestra extrañeza ante la exclusión que usted hacía de nuestros grupos parlamentarios con relación a la visita del Papa.
Usted no tuvo a bien contestarnos dichas letras. Al parecer su dignidad cardenalicia podía sufrir algún tipo de mengua, y en su nombre lo hizo el secretario de la Conferencia Episcopal monseñor Asenjo el pasado 8 de abril. En ella justificaba este hecho en razón a la existencia de precedentes ya que en la visita sólo se entrevistaría con «la Familia Real, el presidente del gobierno y el jefe de la oposición». Argumentaba monseñor Asenjo que «el estado de salud del Santo Padre y la brevedad del viaje, restringen la posibilidad de que pueda saludar a muchas más personas...»,
Tanto el portavoz de CiU, Xavier Frias, como yo mismo le volvimos a escribir una carta, a usted, no a monseñor Asenjo, enviándole una fotografía en la que se veía al Papa Juan Pablo II siendo saludado por los portavoces de CiU y el PNV, señores Roca y Arzalluz, con lo que la argumentación de los precedentes caía por su base. Le decía asimismo que ni en la Constitución, ni en el Reglamento del Congreso existía la figura del «jefe de la oposición» sino el de la existencia de una «Monarquía Parlamentaria». En la presente legislatura, actúan siete grupos políticos, todos ellos con los mismos derechos y las mismas obligaciones.
A esta carta no se nos contestó. Usted decidió no hacerlo ante la posibilidad de que el diseño que usted había hecho de la visita podía verse alterado por lo que cometió la incorrección de ni tan siquiera acusar recibo a la misma aunque si lo hizo el cardenal primado de España, Antonio Cañizares, en declaraciones públicas, diciéndonos que la razón por la que no se recibía a ningún representante vasco y catalán era “la falta de tiempo y la precaria salud del Papa”.
Sin embargo, ha sido público y notorio que la salud del Papa ha resistido bien el viaje y, con relación al tiempo, usted ha encontrado el suficiente para que recibiera a la Familia Real figura que no existe en la Constitución Española) y a la familia Aznar en número de veinte personas, cuestión esta de la que usted no informó en ningún momento. Quiere esto decir que el Papa no ha tenido tiempo para los grupos que articulan la vida política del país por si estos podían hacer algún tipo de comentario inconveniente sobre una guerra devastadora, con miles de pérdidas de vidas humanas y destrucción del patrimonio cultural iraquí, siendo mucho más interesante una fotografía de la familia Aznar para recuerdo de los nietos en actitud de clan.
Le felicitamos asimismo porque el Papa no ha utilizado la palabra “guerra” en ningún momento. Si de Roma viene lo que a Roma va, ha hecho usted un buen trabajo, monseñor.
Como lo ha hecho impidiendo que el Papa pudiera leer una carta que 530 sacerdotes vascos le enviaron a Juan Pablo II haciendo una reflexión sobre la situación que se vive en Euskadi y en la que, de alguna forma, explicaban una violencia irracional que “en honor a la memoria histórica debemos manifestar que en el origen de las violencias terroristas actuales entre nosotros está la rebelión militar, la guerra fraticida, bendecidas como Cruzadas por la Iglesia y la dictadura franquista”. Seguramente no pudo leer el Papa este manifiesto porque su escaso tiempo estaría empleado en leer el artículo de usted, monseñor Rouco, escribió en el diario ABC demostrando cuáles son sus preferencias únicas a la hora de su difusión ideológica.
Quizá si Su Santidad hubiera leído el trabajo de los 530 sacerdotes habría redondeado un poco más su interesante alusión dicha en Cuatro Vientos cuando afirmó que había que mantenerse alejado “de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia” expresión con la que el PNV se identifica sobre todo porque ha de convivir con un nacionalismo exasperado vasco y otro español, que entre otras formas de manifestarse lo hace, por ejemplo, organizando un viaje del Papa excluyendo a los nacionalismos y logrando, ¡oh, milagro! que el Papa no diga una sola palabra sobre la guerra contra Irak con el concurso cómplice del gobierno español que ha llegado a decir en boca de su ministro de Defensa, numerario del Opus Dei, que las homilías del Papa no son vinculantes.
Por eso, monseñor, hay que felicitarle. Ha logrado usted el gran milagro, como presidente de la Conferencia Episcopal, al designar un jefe de la oposición, consagrar la figura de la Familia Real como en el siglo XIX, elevar a la familia Aznar al mismo rango que la Real o la Sagrada Familia en conexión con la boda de El Escorial, lograr que el Papa hable de «regiones, cuando Cataluña, Galicia y Euzkadi son naciones sin Estado, ver al ministro Trillo besar el anillo Papal sin previo reconocimiento de sus graves pecados, organizarle un precioso acto electoral al PP, silenciar la beligerancia guerrera del señor Aznar, impedir que el Papa leyera la carta de los 530 sacerdotes vascos y que en las distintas concentraciones sólo hubiera banderas rojigualdas, ninguna republicana y, mucho menos, ninguna ikurriña. Muchas felicidades, monseñor.
Por menos de esto hoy en día se canoniza un beato.
Pero ha logrado usted algo mucho más importante. No sólo que el agnóstico líder del PSOE escuche una larguísima misa por motivos estrictamente electorales, sino que muchos de los católicos vascos se den cuenta que la Jerarquía Eclesiástica Española ha cambiado muy poco de pensamiento en relación con aquella de 1936 que bendijo la Santa Cruzada y que tiene al frente de dicha Conferencia un jerarca que poco tiene que ver con ese mensaje de amor del cristianismo y sí mucho con la España de sacristía cerrada y exclusión arrogante.
Le felicito, monseñor. Ahora quizá se dé usted un poco más cuenta por qué en ciertos ámbitos de la sociedad de Euzkadi existe una reivindicación, no sólo de una Provincia Eclesiástica vasca sino de una Conferencia Episcopal propia porque crece el sentimiento, y no sólo en los vascos nacionalistas, sino en el vasco de buena voluntad, que pertenecer a un Estado que tiene semejante Conferencia Episcopal no sólo hace daño a la fe, sino al amor y al respeto que predicó hace dos mil años alguien que echó a los mercaderes del templo.
Un abrazo.
Como era de esperar, Rouco ni se inmutó y, en aquella oportunidad, ni le ordenó a monseñor Asenjo que me contestara. Pero aquellas letras hechas públicas fueron una bomba. Se enteró todo el mundo de las mismas y fueron docenas los telegramas de adhesión que recibimos.
El teólogo Juan José Tamayo puso el dedo en la llaga en un brillante artículo en el que hacía balance de la visita:
“El programa de viaje respondía a un cristianismo más cercano al nacional catolicismo que al Estado no confesional de la Constitución Española. Pareciera que la religión católica volvía a ser la religión oficial del Estado. De nuevo la alianza entre el trono y el altar. La fuerte carga política de la visita ya se dejó sentir con la exclusión del entorno del Papa de determinados líderes políticos, algunos cristianos confesos y convictos que habían solicitado entrevistarse con él. ¿Por qué unos líderes políticos sí y otros no? ¿Es casual que fueran excluidos los líderes nacionalistas? ¿Respondió a la falta de tiempo, como explicó el obispo de Toledo? ¿O estábamos en una sintonía calculada con la condena que haría el Papa de los nacionalismos exacerbados, coincidiendo con el ideario político del Partido Popular y con el último documento de la Conferencia Episcopal sobre el terrorismo?”
Aquel artículo realizando preguntas sobre el viaje del Papa a España cayó corno una patada en el estómago de la Conferencia Episcopal, pero de la misma manera como actuaba la Casa Real, sólo hubo la callada por respuesta. Era tan difícil de contestar aquel emplazamiento que prefirieron no hacerlo.
Curiosamente a los cinco meses viajó el Dalai Lama a Madrid. Nadie le recibió. El argumento fue que el viaje había sido privado y de carácter espiritual. Lo mismo que nos habían argumentado en relación con el viaje del Papa. La diferencia estaba en que en el caso del Dalai Lama, la embajada china había obligado al Rey y a Aznar a estarse quietos. ¿Doble moral? ¡Qué va! Catolicismo a la española.
El lunes 13 de octubre, el nuncio condecoraba a Jorge Fernández Díaz, secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, al director de TVE y a otros 24 españoles más por su apoyo al viaje del Papa. Como se ve, un Estado laico.
El 12 de octubre de 2003, para celebrar la llamada Fiesta Nacional, anteriormente conocida como «Día de la Raza», la jornada comenzó con un desfile en el paseo de la Castellana. En este desfile, además de la española, desfiló la bandera norteamericana originando un incidente con Rodríguez Zapatero, que se quedó sentado. ¿Saben ustedes quién presidía asimismo aquel desfile militar? Monseñor Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Española.
Si las cosas siguen así, me da la impresión de que lo escrito por Tellagorri en su día sobre los pastores protestantes y los curas vascos habrá que ir poniéndolo en cuestión, porque si alguien piensa que monseñor Rouco Varela es el paradigma del amor, la catolicidad y la caridad cristiana que vaya preparando su sitio en el limbo, donde probablemente se encontrará con miles de nacionalistas vascos cantan do el Agur jaunak.
¿Alguien se extraña de que en Euzkadi hayamos pasado en esta oportunidad del viaje del Papa?. ¿Alguien en el seno de la Iglesia va a protestar por esto o, porque no conviene, habrá que seguir viviendo en silencio o más bien, muriendo en silencio?.