Los serbios son un pueblo eslavo meridional, emigrante procedente de los Cárpatos y endurecido por una historia llena de luchas, batallas y muertes. Los montenegrinos descienden de antiguos servioeslavos que fueron invitados por el emperador Heraclio en el año 650 a que ocuparan su territorio junto a la costa adriática como baluarte contra los árabes. Desde el siglo XIV hasta bien entrado el XIX ambos fueron, primero, un territorio conquistado y, luego, una provincia turca.
El Tratado de Berlín de 1878 reconoció plena independencia a Serbia, por un lado, y a Montenegro, por otro. Los dos se reconstituyeron como reinos. El Tratado de Londres (1913), que puso fin a la primera guerra de los Balcanes, hizo que se repartieran las posesiones turcas en Europa, de las que Serbia recibió Macedonia y Kosovo.
Por el armisticio de la I Guerra Mundial, en 1918 se constituye el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, en el que queda incorporado Montenegro a pesar de sus protestas. En 1929 cambia su denominación como Reino de Yugoslavia. Tras la invasión alemana durante la II Guerra Mundial, Tito proclamó la República Democrática Federal en 1945 y tras su muerte, en 1980, Eslovenia y Croacia declararon su independencia, siguiéndoles Macedonia y Bosnia-Herzegovina. En 1992 nace la nueva República Federal de Yugoslavia integrada ya sólo por Serbia y Montenegro. Kosovo, de mayoría albanesa, se encuentra bajo la administración de la ONU. El pasado 21 de mayo Montenegro ha decidido su independencia.
La Unión Europea había exigido que, como condición para el reconocimiento del resultado, en el referendo participara más del 50% de la población y que los votos favorables emitidos fueran, al menos, el 55%. Montenegro cuenta con setecientos mil habitantes y Serbia diez millones. Esta última ha aceptado democráticamente la decisión libre de los montenegrinos.
Yo veo muchas similitudes entre las historias de Yugoslavia y España o Francia, entre Serbia y Castilla-Aragón y entre Montenegro y Euskadi. Los vascos somos un pueblo pequeño frente a las naciones vecinas pero tenemos la firme determinación de decidir libremente nuestro futuro. Debemos admitir las exigencias europeas para la validez de un plebiscito y acatar el resultado pero también las naciones vecinas deben seguir el ejemplo serbio y aceptar sin injerencias lo que los ciudadanos vascos refrenden.