El Diario Vasco
Alvaro Bermejo
Zubiri nos legó una paradójica definición del ser humano: «animal de realidades e irrealidades». ¿A qué genero pertenece la identidad personal, y a cuál la nacional?
- El hombre es un ser de realidades en cuanto que no se deja subyugar por la presentación de las cosas y elabora una representación. Tanto la identidad personal como la nacional son representaciones, es decir, creaciones culturales que el hombre elabora para entenderse a sí mismo y a quienes le rodean.
- Entonces, cuando Zubiri pregunta «Qué es ser», ¿lo hace desde alguna metafísica nacional en particular?
- No, no lo hace desde una metafísica nacional, pero sí lo hace desde una metafísica apoyada en el tiempo que le ha tocado vivir.
- Entre dos posibles definiciones de ser vasco, pongamos la de María San Gil y la de Joseba Egibar, ¿cuál estará más cerca de la verdad?
- La verdad es una manifestación de la realidad, pero no hay manifestaciones de la realidad que sean absolutas. Todas son históricas y, en consonancia, nadie está más cerca de la verdad.
- ¿Qué es para usted ser vasco?
- Una manera de hacer frente a la realidad dentro de una comunidad donde todos los «idénticos» son distintos, y donde todo va cambiando a través de la Historia. Los romanos del tiempo de Trajano, los de los Borgia o los de hoy son todos romanos, pero lo son de una manera distinta y evolutiva. Pues con los vascos sucede igual.
- Los libros escolares tienen como uno de sus fines principales la creación de una imagen colectiva. La que se imparte hoy en las escuelas del País Vasco, ¿le parece tan abierta como desearía?
- Me gustaría que lo fuera más, porque fomentar una visión cerrada de una identidad es lo mismo que darla por acabada. Es importante comenzar a sustituir los mitos por argumentos de razón, y rechazar todas las ideas preconcebidas acerca de lo que el pueblo o la nación vasca deben ser. Nosotros somos nosotros, siempre los mismos pero siempre distintos. Y distintos de mil maneras, todas abiertas.
- «Erdera ere hemengoa da» - «el castellano también es de aquí»-, escribió Koldo Mitxelena. ¿Cómo continuaría su sentencia?
- Que el castellano y el euskera son tan de aquí como la sidra y el txakolí. No hay que politizarlos, pero a ninguno de los dos.
- Los sofistas propugnaban el consenso como método para decidir la verdad. Pero por consenso condenaron a muerte a Sócrates. En el País Vasco, ¿hay consensos identitarios que matan?
- En el altar del consenso se han sacrificado muchas vidas humanas. Por eso es mejor la dialéctica que el consenso, porque nos recuerda que si el ser humano es racional es porque al mismo tiempo es demente, con todas las consecuencias.
- Aunque parezca lo contrario, identidad, ¿rima con libertad?
- Sin libertad de ser no hay identidad que valga. Dejemos que el árbol sea árbol y luego ya le pondremos nombre según cuáles sean sus frutos. Dejemos a las personas ser personas, y sólo así sabremos cómo es nuestro pueblo.
- En su ensayo denosta la «falacia del universalismo». A un filósofo creyente, ¿se le puede preguntar qué quería decir san Pablo cuando dijo aquello de «ya no hay judío ni griego»?
- Yo a veces celebrando misa me digo: si con estos que vienen a mi misa desde hace tantos años hiciese una cena semanal en la sociedad, ¿cómo seríamos? Seríamos amigos fraternales de toda la vida. Ese es para mí el sentido y la identidad de ser cristiano.
- Y el nacionalismo, ¿no tiene también su parte de falacia?
- Falacia es la parte de la realidad que negamos, individual y colectivamente, porque no beneficia a nuestra particular visión de esa realidad. Si hacemos un nacionalismo excluyente y no inclusivo, estamos negando el ser de nuestra propia nación.
- Jordi Solé Tura afirmaba la necesidad de establecer una nueva identidad española. El patriotismo constitucional, ¿ha de ser un patriotismo de la pluralidad?
- No hay identidad sin diferencia. A es igual a B por la sencilla razón de que ambos son diferentes.
- Y ese reconocimiento de la pluralidad que tanto se reclama desde las comunidades autónomas al Estado, ¿se aplica dentro de ellas?
- Cada vez que anulamos las diferencias e imponemos una uniformidad, herimos y empobrecemos nuestra identidad. A no puede ser A sino gracias a que A no es B, y esta B está presente.
- «A la hora de definir nuestra identidad nacional no podemos buscar lo que es igual a sí mismo». Entonces, ¿qué es lo que más nos define como vascos?
- Yo diría que una manera de respirar. Hay una manera de tomar aire y expulsarlo al hablar, sea cual sea el idioma que hablemos, que nos hace diferentes a los catalanes o a los andaluces. No es la entonación lo que hace la diferencia, sino la respiración.
- Muchos entienden la identidad nacional como un asfixiante lecho de Procusto, donde se corta todo lo que no encaja en el canon preconcebido. ¿Qué les diría a estos?
- Que el fascismo, y toda la violencia que generó, se basaba exclusivamente en el miedo a convivir con lo diferente.
- De Xabier Zubiri a Iván Zulueta, ¿qué sería del País Vasco sin sus heterodoxos?
- Les debemos el coraje de haberse atrevido a mirar de frente, sin dejarse subyugar por las visiones preconcebidas de unos y otros. A veces, como decía Sartre, es duro ser libre. Pero su libertad ha ensanchado la nuestra.
- «Era una música que brotaba del baile», escribe Unamuno para contar un momento particularmente feliz en Paz en la Guerra. Y en el País Vasco de hoy, ¿bailamos al son de la música de quien nos manda, o es nuestra danza la que define la música de nuestra identidad?
- Hoy en el País Vasco la gente baila menos: veo poca creatividad y mucho miedo a ser libre y a pensar por libre.
- «Es necesario establecer formas de convivencia totalmente nuevas para compartir las diversas formas de ser y hacer país». Esas «nuevas formas de convivencia», ¿están surgiendo ya?
- Están surgiendo a medida que transformamos las pistas de montaña en autovías: nunca ha habido tantos pelotaris navarros, ni tantos franceses vasquizándose a la vez por la vía gastronómica.
- Pese a que no nos hemos entendido en veinte siglos, ¿cree realmente que llegaremos a entendernos en el XXI?
- Sólo si aceptamos que nuestra identidad futura habrá de ser aún mucho más plural de lo que es, en todos los sentidos.
- En este umbral de la globalización, y más allá de la nación, ¿ el «conócete a ti mismo», sigue cifrando la gran revolución pendiente?
- Yo, a los 72 años, soy un desconocido para mí. Pero sé que yo no puedo ser yo sin el otro. El otro me es imprescindible. Esto es lo más importante que aprendo todos los días acerca de mí mismo y de mi pueblo.