Sin embargo, cualquier vasco no sectario que hubiera pasado por allí se hubiera dado cuenta que entonaban el himno nacional vasco ‘‘Gora ta Gora’’. Lo raro es que lo hicieron bajo una bandera española que ondeaba en el centro del balcón de un palacete que decía Instituto Cervantes, estaba en el número 11 de Av. Marceau, cerca del Arco del Triunfo y de los Campos Elíseos. Aquellos seis parlamentarios decían que aquel edificio fue adquirido por gentes del PNV, al frente de las cuales estaba Marino Gamboa y Patxo Belausteguigoitia. ¿Y por qué entonaban emocionados el ‘‘Gora ta Gora’’?
Solamente querían hacer justicia a una generación que en 1951, con los ojos llenos de lágrimas, se despedían de su edificio cantando religiosamente el himno vasco. Era lo único que podían hacer. Una decisión ignominiosa le quitaba al lehendakari Aguirre su centro de acción política al inicio de una década, los cincuenta, en la que los aliados decidieron apostar por Franco y su dictadura mientras bajaban una espesa cortina a todo lo que había significado una heroica y consecuente lucha.
A José Antonio Aguirre los franceses le habían ofrecido otro edificio pero había contestado que no. Y había hecho algo más. Había llamado a los vascos de Venezuela que en una semana le habían atendido y enviado la cantidad suficiente para comprar un chalecito en la Rue Singer, en el distrito XVI. A partir de ese día se iniciaba una reivindicación.
El lehendakari, en la puerta, dijo: «Sr. Comisario: permítame hacer una declaración como Presidente del gobierno vasco en el exilio y como ocupante ‘‘de facto’’ de una parte del inmueble, que la Liga Internacional de Amigos de los Vascos me facilitó. Salimos de este edificio expulsados por la fuerza pública, en ejecución de una sentencia que califica al Gobierno vasco de ‘‘ladrón’’, sentencia obtenida durante la ocupación alemana bajo la protección del enemigo. Yo protesto contra esta violencia y declaro que nuestro honor, nuestra buena conducta y nuestra tradición merecían un tratamiento muy distinto. Nuestra sangre ha sido derramada junto a la vuestra en la lucha contra el enemigo común, y ahora se nos expulsa de esta casa para entregarla en manos de los que durante toda la guerra pasada fueron aliados de nuestros y vuestros adversarios del Eje.
Protesto en nombre de nuestro pueblo, al que ésta decisión causa el más profundo dolor sufrido en el exilio, sobre todo porque dicha decisión ha sido adoptada por los amigos con los que hemos compartido dolores y sacrificios comunes por la causa de la Libertad y de la Democracia, causa a la que permanecemos inalterablemente fieles».
La decisión la tomó Francois Miterrand, ministro del Interior.
El secretario general de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, el senador francés Ernest Pezet, había elevado la voz diciendo: «Quiero declarar que la Liga va a ser expulsada contra todo derecho real y que sólo cedemos ante la fuerza pública. Pero este triste asunto, en el que el Gobierno francés juega un papel tan indecoroso, no ha concluido todavía. En primer término, la justicia, aunque su curso haya quedado interrumpido, sigue su procedimiento. (Hay dos recursos de apelación entablados por la Sociedad ‘‘Finances et Entreprises’’ propietaria legítima del edificio y por la Liga de Amigos de los Vascos). Y además, la cuestión, tendrá prolongaciones y repercusiones en otras esferas. Es posible que en el futuro los responsables de esta medida lamenten haber cedido ante una pretendida razón de Estado, que trata de justificarse por la preocupación de evitar a nuestras instituciones francesas las consecuencias de las amenazas del Gobierno español».
Y el Senador Pezet concluyó diciendo:«Cumplo así mi deber con nuestra Liga, y en la medida de mi poder, quiero, de cara a nuestro país, salvar el honor ante nuestros queridos amigos vascos, que tanto han hecho, en la paz y en la guerra, como resistentes activos o bajo nuestras banderas, y que tan mala recompensa reciben…».
Pero aquello no hizo mella. Tampoco le hicieron caso a la Liga de los Derechos del Hombre que emitió la siguiente declaración:
«El Comité Directivo de la Liga de los Derechos del Hombre no puede dejar pasar sin protesta la violencia de que indignamente se ha hecho objeto a los vascos en el exilio… Por el honor de Francia, la Liga de los Derechos del Hombre lo lamenta.
La Liga deplora que a los seis años de la Liberación, el espíritu de la Resistencia se halle olvidado hasta el punto de que el gobierno de la cuarta República, cediendo a la presión del dictador prohitleriano, reanude contra sus víctimas las persecuciones petanistas».
Nada que ver con Salamanca
Si el sábado pasado hubo una manifestación en Salamanca a cuenta de los mal llamados papeles de esta ciudad, la reivindicación del edificio de la Av. Marceau tiene tantos años como el tiempo transcurrido tras la muerte de Franco. Y es que hemos hecho de todo. Interpelaciones, preguntas, una proposición de ley y tras ella la colocación de una placa diciendo que allí se creó el Consejo Federal del Estado Español del Movimiento Europeo en 1949, el recuerdo que allí entró Adenauer en la Democracia Cristiana Europea, una ley de devolución del patrimonio incautado con motivo de la guerra pactada con Aznar, el aguantar sentencias de tribunales tan sumisos como aquel del Sena bajo ocupación alemana que nos quitó el edificio, seguir una incierta vía judicial hasta que, por nuestra matraca, Zapatero entró al trapo y, por esta razón, seis parlamentarios (tres diputados y tres senadores) este martes a las once tocamos la puerta del despacho del director del Instituto Cervantes, el filósofo José Jiménez, y le entregamos la presente carta:
«Estimado Sr. Jiménez:
El pasado miércoles 18 de mayo de 2005, el presidente del Gobierno español, D. José Luis Rodríguez Zapatero, compareció en el Senado con el fin de presentar para su aprobación el proyecto de ley orgánica por la que se autorizaba la ratificación por España del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa.
En el transcurso de dicha discusión parlamentaria, nuestro grupo recordó al Sr. Presidente cómo en 1949 en el número 11 de la Av. Marceau, sede de la Delegación Vasca, se había creado el Consejo Federal del Estado Español del Movimiento Europeo y que en 1951, dicho edificio por presiones del gobierno de la dictadura del general Franco, se nos había incautado y que hoy era el día en que seguíamos solicitando del gobierno su inmediata devolución.
El presidente Zapatero nos contestó de la siguiente manera: ‘Se ha recordado aquí cuál es el origen de la sede del Instituto Cervantes de París, aunque ha sido de pasada; lo ha dicho usted de manera colateral en el discurso. Yo lo tengo presente, y sabe que siempre cuido con esmero que las cosas discurran en el futuro con la mayor justicia para la historia. Por tanto, lo tengo presente, aunque algún día podamos hablar sobre esta cuestión’’.
Usted sabe Sr. Director que esta sede del Instituto Cervantes en París está en litigio y así como el presidente del gobierno desea hacer ‘‘justicia para la historia’’, con nuestra presencia hoy aquí deseamos no se olvide que la ubicación del Instituto en este Palacio es consecuencia de la violación extrema que supuso que nuestra sede fuera expoliada en 1940 por la GESTAPO en plena ocupación de París por el ejército alemán y dada en usufructo al embajador franquista Lequerica para que estas instalaciones fueran utilizadas como lugar de seguimiento, búsqueda y captura de las llamadas ‘‘autoridades rojas’’. De aquí salieron las órdenes de captura contra el presidente Azaña, el presidente Luis Companys, el ex ministro Zugazagoitia, el cuñado del presidente Azaña, Cipriano Rivas Cherif, el ex ministro Mariano Ansó, el lehendakari Aguirre y demás políticos democráticos republicanos y nacionalistas, algunos de los cuales fueron fusilados, otros encarcelados y los demás murieron en el exilio.
Con nuestra presencia deseamos poner en evidencia este hecho tan anómalo a la vez que protestar que treinta años después de fallecido el dictador sigue sin hacerse justicia a lo que fue aquel atropello histórico así como que el nombre de Miguel de Cervantes no puede ni debe asociarse a una situación que debe dilucidarse cuanto antes.
En definitiva, con esta nuestra presencia queremos coger el testigo dejado por el presidente del gobierno y empezar a escribir ese ‘‘futuro’’ que exige ‘‘hablar sobre esta cuestión’’.
Aprovechamos la oportunidad para saludarle. Atentamente, Albistur, Zubia, Txueka, Erkoreka, Beloki y Anasagasti».
La Casa
Del despacho del Director, en la calle Quentin Bauchart, y acompañados por él, fuimos a lo que hoy es el Instituto Cervantes, nuestra Delegación. Jiménez nos enseñó de arriba abajo y con amabilidad el inmenso caserón al que se ve no han querido hacer más que obras menores, no vaya a ser que estos vascos se queden con el santo y la limosna. El despacho del lehendakari, el salón de los espejos, la vistosa escalera, las distintas dependencias, el pequeño patio, la fuente, las caballerizas utilizadas por una extensión de la UNED por arbitraria decisión de Jon Juaristi, las mansardas del tercer piso, el sótano con una pasadizo entre la embajada española y el once de la Av. Marceau. Y pensar que allí tuvo su primer despacho como delegado D. Rafael Picabea, ex senador, ex diputado y editor de periódicos y de otros medios de comunicación guipuzcoanos. Y que por allí anduvieron D. Felipe Urkola, Neguri, Leizaola, Lasarte, Lizaso, Irujo, Landaburu, los hermanos Durañona, los Agesta, los Mitxelena, el Dr. Lasa, que tenía un pequeño dispensario, Antolín Alberdi, José Mari Aspiazu, Agustín Alberro, Julio Jáuregui y tantos y tantos vascos de París soñando en el inminente regreso a casa, recibiendo al gobierno de la República en el exilio, a la Generalitat, organizando recepciones de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos, soñando con Europa, editando ‘‘Euzko Deya’’ y OPE (Oficina de Prensa de Euzkadi), aguantando pelmas como ocurre en todas partes y tratando de solucionar los mil problemas personales de la gente a la que su estancia fuera de casa se le hacía interminable.
Pero también allí estuvo la bandera nazi, el coronel Barroso, el policía Urraca Rendueles y el inefable Lequerica, el carguista, que era el embajador y que conocía a todos y a todos perseguía. Pero también Landaburu, recuperando aquella casa en 1944 y poniendo la ikurriña en el balcón donde ahora ondea la bandera española y, al final, aquel coro cantando por última vez aquel ‘‘Gora ta Gora’’ que les salió del alma en 1951.
Por eso, quisimos, los seis gatos desafinados, cantar el ‘‘Gora ta Gora’’. Nos faltó José Antonio y toda aquella buena gente que hubieran empezado por el ‘‘Jaiki, Jaiki’’, seguido por el ‘‘Euzko Gudariak’’ y terminado por el Himno Nacional Vasco. Por eso lo hicimos.
Y porque sabemos que las batallas que se pierden son aquellas que no se dan…