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Los tics del pasado

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Maiatza 22 | 2005 |
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El Pleno del Congreso de los Diputados del pasado martes, que aprobó la moción socialista en que se respalda la posibilidad de abrir un proceso diálogo con ETA si la banda terrorista abandona las armas, evidenció el cambio que en estos últimos meses se está produciendo en el ámbito de la política. El Gobierno que lidera el presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha decidido finalmente arriesgar y ha contado para ello con el apoyo leal de todos los grupos parlamentarios salvo el PP.

La conjugación del verbo arriesgar no es nueva en materia de pacificación. Fue Joxe Mari Korta quien, en su calidad de presidente de la patronal guipuzcoana, enarboló públicamente en primavera de 2000 la necesidad de correr los riesgos necesarios, convencido como buen emprendedor de que las ventajas de las posibles consecuencias positivas serían siempre muy superiores a las hipotéticas desventajas de unos frustrados resultados. Korta no hablaba por hablar. ETA lo asesinó antes de terminar aquel mismo verano.

Corren sin duda tiempos de cambio. Algo se está moviendo. Y existe más el deseo que la convicción de que esta vez puede llegar a producirse un final feliz. Es, también, tiempo de prudencia, de no generar falsas expectativas, pero como gusta decir al lehendakari Ibarretxe, mal podrá conseguirlo quien no lo intente. Y el presidente Rodríguez Zapatero sabe que cuenta con nuestro apoyo.

Es precisamente en este ambiente de movimiento y cambio donde destacan más que nunca determinadas situaciones a las que estábamos poco menos que acostumbrados pero que, tan pronto como se ha iniciado una nueva andadura, se nos presentan como reflejos obsoletos de un viejo y anacrónico paisaje. Son los tics del pasado.

El primer tic es, sin duda, el pretendido papel de protagonista de la actividad política al que organizaciones como la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) se resisten a abandonar. Nadie duda que a las víctimas del terrorismo se les debe reconocimiento social, consideración general y atención pública, pero ni son agentes políticos ni les corresponde ningún papel instrumental en la estrategia antiterrorista. Menos aún como arma arrojadiza contra las instituciones públicas, los gobiernos democráticamente elegidos o los partidos políticos, sea cual fuera su ideología.

El segundo tic que los nuevos tiempos hacen cada vez más alejado de la realidad es el verbo oficial del Partido Popular, hecho carne en la figura de su presidente Mariano Rajoy. Los que sufrimos directamente la retórica frentista del PP, en tiempos en los que se llevaba, sabemos mucho de ese lenguaje ofensivo, insidioso y, en todo caso, siempre injusto. El tiempo y el principio de realidades han hecho que las aguas vuelvan a su cauce y que, por encima de posiciones ideológicas tan diversas como legítimas, se retome la atmósfera política que nunca se debió abandonar y de la que ya sólo se autoexcluye el propio PP.

El tercer tic es la inexplicable coincidencia de intereses entre socialistas, populares y los depositarios de los votos del mundo de Batasuna en la política vasca y, más concretamente, la suma de los votos de unos y otros a la hora de bloquear el normal funcionamiento de las instituciones vascas. Si en la legislatura anterior estas tres posiciones ideológicas tan dispares coincidieron consciente, inconsciente o subconscientemente en dificultar una y otra vez la gestión del Ejecutivo vasco, por muy sorprendente que pueda resultar los mismos tres partidos coinciden ahora en dificultar la reelección de Juan Mari Atutxa como presidente del nuevo Parlamento Vasco. No importa que Atutxa haya sido el cabeza de lista más votado, ni que concite el apoyo del 46,33% de los votos, ni que cuente con el consenso de los otros cuatro partidos políticos representados en la Cámara vasca.

A Atutxa, amenazado por ETA y tras superar seis intentos de asesinato, se le reprocha por parte del Partido Comunista de las Tierras Vascas su labor como consejero de Interior en tiempos en los que el citado partido ni siquiera existía. Al mismo tiempo, la aplicación hasta sus últimas consecuencias de la Ley de Partidos aprobada por PP y PSOE durante la época más negra de Aznar, ha permitido que la ultraderecha haya conseguido encausar al presidente Atutxa, junto con los miembros de la Mesa Kontxi Bilbao y Gorka Knörr, por defender la división clásica de poderes y la dignidad institucional del Parlamento Vasco. Curiosamente, tanto el Partido Comunista de las Tierras Vascas como el Partido Socialista reconocen a la coalición PNV-EA su posición prevaleciente para acceder a la presidencia del nuevo Parlamento Vasco, pero coinciden, por razones supuestamente opuestas, en que el cargo no debe recaer en la persona de Atutxa. El veto ad hominem de ambos, con el inestimable apoyo del PP, representa el tercer gran tic del pasado.

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