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16Otsaila
2005
16 |
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El sueño de Europa

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Otsaila 16 | 2005 |
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Jose Maria Etxebarria

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Deia


Un requisito clave para que el referéndum sea investido de valor es que el ciudadano tenga una idea cabal de lo que se somete a votación para optar con genuina libertad y responsabilidad por la opción que considere más favorable. Debe haber un largo proceso divulgativo de los poderes públicos, así como un posicionamiento de los diferentes partidos políticos y agentes sociales, para estimular la reflexión de los ciudadanos y orientar; en definitiva, su voto. El Gobierno de España se ha precipitado con la fecha del referéndum y ha sustraído a la ciudadanía de ese necesario período de debate información para la reflexión.

En estas circunstancias considero más conveniente un pronunciamiento parlamentario que apelar a una ciudadanía ampliamente desorientada y desinteresada por la complejidad del Tratado. Se me podrá argüir que «nada hay más democrático que un referéndum» y «qué tiene de malo pedir la opinión de la gente». No, porque con la apatía existente y la carencia de un debate clarificador la convocatoria de un referéndum es un intento fallido de sustituir al Parlamento en un sistema de representación política.


España ha vivido durante demasiadas décadas al margen de los dramas y los sueños europeos y no ha sentido la necesidad perentoria de ese compromiso con la unidad de Europa, sino es por la responsabilidad que le obliga la ingente cantidad de fondos europeos que ha recibido para la mejora de sus infraestructuras.


Como botón de muestra, estos días de febrero, tras la liberación de Auschwitz, se conmemora en el corazón de Europa el bombardeo indiscriminado a Dresde, por parte de las fuerzas aliadas, así como la Conferencia de Yalta, eventos de enorme importancia en el devenir del Continente, que constituyeron el preludio a la finalización de la II guerra mundial, así como la división del Continente. Se está totalmente al margen de los debates y, de las consiguientes, reflexiones que provocan estas efemérides. Fue, precisamente, la catástrofe de esta guerra la que impulsó definitivamente la consolidación de la idea de Europa como proyecto de paz, desde la superación de los egoísmos nacionales simbolizados en sus fronteras, y mediante la promoción de la cooperación mutua. La necesidad de colaboración desarrolló la vertiente económica, con el gran hito de la implantación de la moneda única, para embarcarnos finalmente en un proyecto de dimensión política de largo recorrido en el que la aprobación de TC constituiría el punto de inflexión. El TC no hay que analizarlo, pues, como una foto fija, descontextualizada del pasado y del futuro, porque si cada pequeño paso lo examinamos, aisladamente, corremos el riesgo de la frustración permanente porque con nuestra lupa encontraremos muchas imperfecciones.


El TC no tiene poderes, como algunos parece que pretenden atribuirle, para resolver nuestros problemas de desempleo, vivienda, igualdad de género,... etc. Éste es un debate falso que nos conduce al escepticismo. El TC se resume en una declaración de buenas intenciones, proclamación de principios, consagración de derechos jurídicamente vinculantes, así como el establecimiento de unas reglas de funcionamiento que compila y ordena las realidades jurídicas dimanadas de los anteriores Tratados.


La pregunta es si este marco es válido para que los responsables políticos europeos y los ciudadanos pintemos un cuadro para seguir avanzando por la senda de la estabilidad política y el bienestar económico. Considero que sí aunque, tan pronto se ratifique el TC hay que ir pensando en su reforma. El mundo, y su conformación multipolar: EE.UU., China-India... avanzan vertiginosamente por lo que si este traje constitucional europeo no se ajustara armónicamente a los nuevos desafíos, sobre todo en política exterior, se desgarrará.


En amplios sectores de la derecha española el debate sobre el TC ha reverdecido la angustiosa cuestión que entronca con el pensamiento de parte de la intelectualidad española a lo largo de los siglos XIX y XX sobre el ser de España y su unidad nacional. El argumento se ha agravado porque si antes la zozobra la producía la periferia y sus demandas de autogobierno, por abajo, ahora la transferencia de soberanía hacia arriba que acarrea la construcción europea explica esta especie de histerismo nacional que arremete, no tanto contra Europa, sino mediante la instrumentalización de ésta contra las aspiraciones de las Naciones sin Estado.

 
Como los anteriores, este nuevo Tratado arranca otro jirón a la soberanía de los Estados-Nación. El TC, aunque elaborado por una Convención, hito muy importante cara a las próximas reformas, tiene un carácter estatal innegable. Europa se está haciendo esencialmente desde los Estados, pero, sobre todo, a costa de los mismos. Seguirán siendo todavía protagonistas de esta construcción europea pero con un poder menguante ya que su soberanía será cada vez más compartida, en varios niveles, o no será.

 
Los tiempos históricos transitan a favor de las Naciones sin Estado y éste no es un planteamiento voluntarista o ‘‘wishful thinking’’. La mitad de los diez países de la reciente ampliación no existían como tales hace apenas 15 años. Si retrocedemos a mediados del siglo XX, solamente dos países de esta ampliación existían en su actual estructura, Polonia y Hungría, como naciones libres. Aunque creo que la creación del comité de regiones en Maastricht responde a un temor de las élites políticas europeas provocado por los procesos independentistas de los comienzos de los años 90, Lituania, Eslovenia..., con la intención de diluir las reivindicaciones de otras Naciones sin Estado, prestos a la emulación, en un magma de regiones y municipios.

La emergencia de nuevos países, de 62 a comienzos de la I guerra mundial hasta 192 en la actualidad, es una tendencia que continuará porque en este nuevo contexto multipolar la integración de los Estados-Nación en grandes bloques regionales desencadenarán procesos descentralizadores que propiciarán la creación de nuevas entidades políticas en el siglo XXI. Es un fenómeno que se produce porque vivimos en un mundo más interdependiente, liberalizado y democrático en virtud del cual las naciones pequeñas, más ágiles y adaptables a la competencia global, pueden acceder a mercados amplios, sin formar parte necesariamente de un Estado grande. Esta noción de viabilidad económica para el acceso de las pequeñas naciones a la ‘‘independencia’’ unido al de una concepción amplia de ciudadanía y libertad, en virtud del cual se revela imposible la adopción de decisiones impuestas contra la mayoría social de los Pueblos, son elementos esperanzadores en el proceso de nuestro encaje nacional en Europa.

 
Debemos dejar claro que en un mundo globalizado e interdependiente aspirar a la soberanía, es aspirar a compartir soberanía, es decir, capacidad de decisión tanto interna, como en la Unión Europea y en otros órganos supranacionales. Las purezas conceptuales reposan, desde hace tiempo, en el desván de la historia.

Pero Europa no es la solución. Es el espacio y marco de convivencia que aspiramos a compartir desde un mayor protagonismo. La solución reside en nosotros y en la capacidad que tengamos de persuadir y movilizar a nuestros ciudadanos en la defensa y profundización de nuestra identidad, así como en la capacidad de apertura al mundo exterior.


Alcemos el vuelo, no para escaparnos de la realidad, sino porque la limitación de visibilidad que nos impone el vivir a ras de suelo, no nos permite ver la larga secuencia y analizar el TC, como un nuevo mojón, en la configuración de un sueño y de una obra gigantesca, la creación de una única Comunidad política europea.

 
Contribuyamos, pues, los vascos con nuestro voto positivo a aportar un nuevo link a esta larga cadena que ha establecido en suelo europeo un espacio de paz, libertad, bienestar y equidad, no superado, en ningún rincón en el planeta. Una Europa a la que nuevas generaciones de vascos viajarán a Milán, París, Londres.., con tanta facilidad como si se fuera de Bilbao a Donibane Garazi. Un espacio del que nadie quiere salir y hay cola para entrar.

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