Ponerse en marcha después de un tiempo de quietud siempre cuesta. En mi caso, horrores. Mi biorritmo es bajo e iniciar, por la mañana, la actividad es una tarea comprometida.
Un buen amigo me dijo un día que el mejor invento que la especie humana había alumbrado era...la cama. Sí, la cama. No hay mejor lugar para darle al cuerpo el sosiego y el relax para el que está fabricada la envoltura de carne y huesos que nos hace seres pluricelulares. Si fuésemos una ameba, la cama nos daría igual. Pero como tenemos piernas, manos, torso y cabeza, una buena cama, un colchón y una almohada son el mejor invento para la humanidad.
Cuando digo que ponerme en marcha por las mañanas constituye una proeza casi heroica no es que anuncie a los cuatro vientos mi carácter perezoso. No. Me gusta dormir pero, cada vez se me hace más difícil. Los años avanzan y la vejiga empieza a notar el tiempo de rodaje. Ya se sabe, según los estudios científicos, dos terceras partes del cuerpo humano está compuesto por agua. Luego, con tanto líquido, la acción mingitoria condiciona de manera significativa nuestro comportamiento. Estemos despiertos o dormidos. Y en mi caso –no sé si en los demás- lo hace. Así, que las noches suelen ser más cortas.
Además, está lo del biorritmo. Suena el despertador. Supongamos que a las seis y cuarto de la mañana. Lo apagas, prendes la lámpara de la mesilla y dejas que transcurran unos minutos para aclimatar tus ojos a la luz tenue de la bombilla. Una de dos, o te duermes de nuevo, o te despejas. En el caso de la primera hipótesis – te vuelves a dormir-, la experiencia te enseña que hombre prevenido vale por dos. Y por eso, al ratito, suena un segundo despertador. Ahí ya no sólo despiertas tú. Contigo se reaniman tus humores corporales, que según Hipócrates eran cuatro y todos ellos líquidos (no me extraña, con tanta agua). En mi caso, además de la sangre, la orina y la bilis –causante de la mala gaita-, dispongo de un cuarto humor líquido; el cerebro.
Durante el sueño, mi cerebro cambia de estado. De sólido a líquido. Se llama fusión. De tal manera que cuando recupero la lucidez me veo obligado a moverme lentamente para no violentar la nueva transformación de la masa gris craneal a su estado compacto.
Saltar de la cama de un golpe sería malísimo. Imagínense que el cerebro sigue todavía líquido y tú decides ponerte de pie e intentas caminar al instante. El meneo interno agita la masa encefálica y el riesgo de vahído es muy alto. Por eso se impone levantarse poco a poco. Como en tramos. Primero te sientas, giras, te incorporas en la cama despacito y, si en el peor de los casos, te da un mareo, caes de nuevo en el colchón, que no en el suelo y el golpe que te pegas es menor.
A partir de que el cerebro vuelve a su estado sólido, todo es más fácil. Te pones en pie. Te estiras. Una, dos y hasta tres veces. Hecho este ejercicio mecánico, lo demás empieza a funcionar automáticamente. Colocas un pie delante del otro y así, andas. Lo demás no tiene misterio. En mi caso, lo último en recuperar el funcionamiento habitual es el habla. Para las diez de la mañana, y después de un par de cafés, dejo de balbucear y uno palabras hasta hacer una frase inteligible. A partir de ahí, coser y cantar. Todo de seguido, reseteado, hasta que, sobre las doce de la noche vuelvo a la cama y el cuerpo, y el cerebro, vuelve a la fusión.
El único problema de ajuste llega cuando la rutina cambia y te expones a situaciones extraordinarias. Sí, situaciones extraordinarias en momentos excepcionales. Como el pasado sábado.
Mis rodillas aún están resentidas por la caminata a paso corto. Ni sé las veces que pisé los talones al de adelante, y me disculpo por ello. Tuve también una segunda secuela, a modo de cefalea. No entendía yo así el significado de “silencio”. Pero no hay dolor de cabeza, ni agujeta que dos aspirinas no calme. Recuerdo otra manifestación. Aquella fue mucho más triste. Era consecuencia de un acto de violencia y la decencia democrática nos empujó a la calle. Fueron muchas veces las que pateamos asfalto movidos por la dignidad de las personas, por el derecho a la vida y a todos los derechos humanos. Quizá Antonio Damborenea no lo recuerde, pero yo sí. La memoria selectiva no es memoria, es intención. Y la del dirigente del PP llevaba veneno. Pero no ofende el que quiere, sino el que puede demostrar que su reproche está cargado de verdad.
Palabras hirientes a un lado, vuelvo la vista a aquella manifestación de antaño. También llevaba la palabra “paz “en la cabecera. Y también fue multitudinaria. Mi hija, pequeña entonces, me dijo al finalizar la marcha, con esa inocencia que sólo los niños tienen; “aita, qué cansado es hacer la paz”. Tenía razón. Mucho más que el agotamiento físico de un largo paseo compartido, el recorrido necesario para encontrar la paz se vuelve a veces tortuoso y fatigado. Pero, para alcanzar un bien tan preciado, merece la pena el esfuerzo. Bien lo sabemos en Euskadi. Ya en el año 78, cuando Arantza Quiroga comenzaba su escolarización, los nacionalistas del PNV salimos a la calle para denunciar la violencia de ETA. Lo hicimos de manera expresa y con enfrentamiento cuerpo a cuerpo incluido. Damborenea quizá no lo recuerde. Mi kaiku azul sí. Tenía diecisiete años. Desde entonces, hemos hecho muchos kilómetros en la búsqueda de la paz. Manifestaciones de todo tipo. Silenciosas, vociferantes, conmovedoras, de tensión...Creo que no hay lugar, en la Europa occidental que nos rodea, en el que la ciudadanía haya salido tantas veces a la calle reclamando un principio tan básico para las personas.
Después de haber vagado por el desierto como el pueblo de Moisés, atisbamos encontrarnos a las puertas de la “tierra prometida”. Sí, está ahí, al alcance de la mano. Aunque el Ministro de Interior nos repita que no es cierto, que se trata de un espejismo. ETA decidió abandonar definitivamente le lucha armada el 20 de noviembre de 2012. La Izquierda Abertzale se reincorporaba a la legalidad a través de Sortu, abjurando de la violencia y aceptando las condiciones de la Ley española de partidos políticos. El colectivo de presos de ETA, principal núcleo de cohesión y de sostenimiento social del antiguo MLNV asumía, matizadamente, el daño multilateral causado. Reconocía su responsabilidad, por ende sus condenas. Renunciaban a la utopía, a la amnistía. Se encomendaba a buscar una salida de reinserción a través de las vías establecidas en la legalidad penitenciaria. Uno a uno, caso a caso, como el resto de reclusos. Y ratificaban la decisión de finalizar con la violencia, comprometiéndose a no volver a utilizarla en el futuro.
Sabemos que quedan episodios, no poco importantes, para que el telón caiga definitivamente en esta historia. Un acto, más simbólico que práctico, de desarme verificado propiciará el epílogo. Y, tras él, llegará el momento de certificar que lo que fuera una organización armada, sin armas, sin practicantes, sin actividad, extingue su existencia. Nuestra exigencia para que esos últimos pasos se den, tendrá el mismo compromiso que el mantenido hasta ahora. La misma exigencia e idéntica firmeza hacia ETA y para con la Izquierda Abertzale.
Lo que no permitiremos, en ningún caso, es que se nos niegue la evidencia. Que se nos diga que nada ha cambiado y se obstaculice el desenlace de este drama por cálculo político.
Rajoy debe tener el cerebro licuado. Su inmovilidad permanente le ha llevado a ese estado. Hasta Arantza Quiroga se ha trasladado a la Moncloa para despertarle. Habrá que hacer un esfuerzo para que se incorpore y pueda moverse. No como contrapartida de nada. Simplemente para que acepte la realidad y se adapte a la misma. Resultará gravoso, pero hay que hacerlo. Por responsabilidad de Estado y por el bien común. Seguro que el Lehendakari sabrá qué hacer para conseguirlo.
Los israelitas conquistaron la tierra prometida haciendo sonar sus trompetas y derribando las murallas de Jericó. En Euskadi sonaron por primera vez el pasado sábado.
No creo que las trompetas sean la mejor fórmula para despertar del letargo a nadie. Se corre el riesgo de vahído. Y lo que se pretende es que todos caminemos juntos para ganar la paz definitiva. Despierte, señor presidente. Apóyese en el PNV para hacer lo que debe. Verá como no se cae.