Iniciamos una nueva legislatura. Hace dos semanas, cuando asumí la responsabilidad de dirigir las Juntas Generales, miraba a los años venideros y decía que el futuro no se descubre sino que se construye, y que son posibles muchos futuros. A nosotros nos toca construir el futuro haciendo política, pero no cualquier política. Necesitamos una política que genere esperanza, con la dignidad humana como eje central, haciendo realidad los derechos de la persona y del pueblo.
Hacemos política para gobernar personas y pueblos, no para limitarnos a gestionar cosas, aunque, evidentemente, la gestión es parte de la política. Gobernar un pueblo, gobernar a las y los guipuzcoanos, no se puede circunscribir a administrar cosas de forma pragmática. Las personas deben ser el centro de nuestra acción política, no las cosas, porque, de otro modo, podemos caer en la atonía y la parálisis, gobernar lo que hay sin mayores aspiraciones. Pero eso no es política, porque no genera ni avance político ni transformación social. No es el estilo que caracteriza a la política guipuzcoana ni a nuestra sociedad. En Gipuzkoa, en Euskadi en general, hacemos política con dos manos, tomando el pulso a la realidad y manteniendo los ideales; así vamos afrontando los problemas y retos que se nos presentan a la vez que subimos la empinada cuesta de la realidad, sin dejarnos aplastar por el realismo ni evadir en el idealismo. En definitiva, se trata hacer historia desde la política mejorando la vida de las personas y de los pueblos, generando procesos a largo plazo, con paciencia y respeto democrático, con un ritmo humano –libre de la tiranía de la inmediatez–, buscando siempre fortalecer la dignidad y los derechos humanos.
En Gipuzkoa –al igual que en Euskadi–, desde hace seis años, la economía crece y baja la tasa de paro provocada por la crisis. Resulta incuestionable que la buena marcha de la economía es un factor relevante. Pero no basta. Si nos ceñimos a la lógica de mercado que mueve la economía, el beneficio es lo único que cuenta y la eficacia es su única ley. Desde esa perspectiva, el fortalecimiento y el crecimiento de la economía por si solos no garantizan ni el desarrollo humano ni la justica social; así, el incremento del Producto Interior Bruto no asegura una sociedad justa ni las mismas oportunidades para el desarrollo individual e integral de la persona. Esas cuestiones no derivan directamente del desarrollo económico sino de una decisión política: una economía al servicio de una sociedad justa es una de las grandes decisiones en clave de país. Basta mirar el ejemplo de Gipuzkoa: casi la mitad del presupuesto de la Diputación, 390 millones, se destinan a las políticas sociales. Es un modelo que venimos desarrollando desde hace décadas. Cuando las y los vascos empezamos a gobernar nuestro pueblo, en los 80 establecieron la hoja de ruta política a seguir: enlazaron economía y justicia social, impulsaron la primera para garantizar la segunda, para formar comunidad y evitar la marginación social en nuestro pueblo. Pudo haber sido un modelo distinto, pero no lo fue. Y acertaron de lleno.
Si nos fijamos en la época que nos ha tocado vivir, el valor que me gustaría remarcar se asemeja a lo ya señalado: el de la igualdad. El hecho cierto es que los vestigios de igualdad datan de hace siglos en nuestro y podemos afirmar que constituye uno de los pilares del ser vasco. Conocemos poco de nuestra historia –demasiado poco–, pero si buscamos en la red y en los libros, hallaremos los vestigios que hemos ido dejando a lo largo de los siglos. Por ejemplo, Martin Ugalde escribió sobre la primera huelga que se produjo en España. Hace 500 años, en tiempos de Felipe II, cuando estaban construyendo El Escorial, se produjo un levantamiento protagonizado por vascos, trabajadores especializados –mayoritariamente canteros y arquitectos–, guipuzcoanos y vizcaínos. Por algún motivo habían encarcelado a algunos canteros y el alcalde de había mandado azotarlos. Al conocerlo, los vascos se rebelaron y después se declararon en huelga, y paró la obra de El Escorial. El ambiente era tumultuoso. Los castellanos tuvieron que ceder porque los derechos forales –recogidos en los fueros que el Rey de Castilla juraba– que asistían a aquellos vascos, todos iguales por hidalguía universal y no siervos, no permitían que fueran vapuleados. No podemos equiparar la igualdad que podía existir hace cinco siglos con los actuales derechos humanos, pero sí podemos afirmar que el fuero vasco ya estaba orientado a definir y garantizar los derechos de los vascos desde una conciencia de la dignidad humana que asombra en el contexto de hace cinco siglos, dado el trato que en el entorno recibía el ser humano. En el siglo XXI no perdamos de vista nuestro pasado, pues recibimos el legado del valor de la persona humana que en tierra vasca ampararon con la ley nuestros antepasados, por voluntad y decisión propia de aquellos vascos.
El fuero vasco no era algo graciosamente otorgado por el Rey de Castilla a Gipuzkoa y al resto de territorios vascos. El fuero surgía del pueblo, que lo mantenía en vigor y reformaba cuando lo estimaba necesario, al ser dueño de su derecho. El fuero no es solo una pieza de museo sino que nos puede inspirar en esta hora en que nos disponemos a renovar nuestro estatus político. El lehendakari Agirre explica qué es el Fuero: “Si el Fuero -no lo olvidemos nunca-, el Código de nuestra soberanía, es algo estático, que no se pudiera jamás reformar, ciertamente sería aventurada cualquier modificación del mismo. Pero si, por el contrario, es dinámico, reformable como consecuencia precisamente de nuestra libérrima voluntad -que eso es nuestro Fuero, y no otra cosa-, nadie puede motejar al pueblo vasco porque, en uso de su derecho y salvando la integridad de éste, en un momento determinado, quiera adaptar su constitución política a los tiempos actuales, en los que las necesidades de la cultura y las mismas exigencias de la vida aconsejan mudanzas que no pudieron ser previstas por nuestros padres.”
De aquí proviene el autogobierno político vasco, el Estatuto de 1936 y el de Gernika, y subrayo el término “político”, que debemos repetirlo cuantas veces haga falta: la cuestión vasca es de carácter político, porque estamos hablando de un pueblo que tiene identidad nacional. Por tanto, las palabras del primer lehendakari nos orientan a la hora de actualizar nuestro estatus político: nuestro derecho a la libertad permanece íntegro; en 1876, con la abolición foral, las Cortes españolas nos negaron ese derecho pero nosotros, como pueblo, nunca hemos renunciado al mismo. Por lo tanto, si en el pasado el sentimiento de pueblo, la conciencia de igualdad y el deseo de libertad de nuestros antepasados bebían de la fuente de la dignidad humana, hoy no lo hacemos en menor medida. La democracia se hará realidad mediante la materialización de los derechos históricos y el respeto a la voluntad libre y pacífica de la mayoría de los vascos y vascas, canalizando el derecho a decidir para actualizar nuestro estatus político. En Gipuzkoa, contribuiremos a construir un modelo de Estado basado en la igualdad entre las naciones, de acuerdo con la voluntad mayoritaria de este pueblo.
Estamos en Hondarribia, que nos invita a reflexionar sobre la realidad del lugar. Un breve apunte sobre la fiesta grande del Alarde: me he alegrado por la noticia de los pasos dados para impulsar el diálogo. Estoy convencido que la solución en torno al Alarde surgirá de este pueblo, de vosotras y vosotros. No será fácil. Pero es necesaria la escucha mutua, la paciencia, los gestos que desactiven la tensión. Las instituciones estamos para ayudar.
En este pueblo abierto al mar, no puedo dejar de mencionar al marino vasco universal: Juan Sebastián Elkano. En el V centenario de la Vuelta al Mundo resultan significativas las palabras del historiador Tellechea Idigoras: el laconismo y sobriedad del gipuzkoano al manifestar su alegría y explicar los padecimientos de su tripulación. Es más, Elkano se dirige al rey de Castilla por carta donde narra la desgraciada suerte de 22 hombres que murieron de hambre en el mar, le ruega interceda para liberar a los trece hombres que quedaron presos en África, y solicita para todos los supervivientes el premio de su trabajo. No hay signos de borrachera ni de vanidad por la fama de la gesta realizada, sino que tiene en cuenta a sus hombres, consciente de que la travesía de tres años la culminaron unidos, no aisladamente y mucho menos él solo. El capitán de Getaria legó una buena bitácora para nuestra época, tan dado a entronar el individualismo. Quienes nos dedicamos a la política deberíamos tener en cuenta que nos hacemos personas en comunidad y en solidaridad. Necesitamos del pueblo para desarrollarnos como hombres y mujeres, para tomar conciencia de nuestra identidad y situarnos en el mundo.
Otro ejemplo de comunidad e identidad organizativa también tiene su memorable botón de muestra en Hondarribia con el mundo de los “arrantzales” y su más que histórica Cofradía de San Pedro, cuyo origen sitúa el etnólogo e historiador Juan Garmendia Larrañaga, nada menos que sobre el año 1300. Se trata de uno de los primeros ejemplos de auto-organización profesional y económica en Euskal Herria. Espejo único y mítico de auténticas sagas de mujeres y hombres vinculados al mar, a la pesca artesanal y a nuestra identidad colectiva como pueblo.
Sin apartar la mirada del mar, pienso en tantas personas migrantes, cuyas penalidades no podemos imaginar ni de lejos, y en la labor de activistas en tareas de salvamento en mar y tierra, en un momento en el que rescatar a las personas que buscan refugio se ha convertido en un crimen. En estos días nos sacude el valor de una gran mujer, la de la alemana Carola Rackete. Se ha atrevido a llevar a Lampedusa a 42 migrantes que había rescatado, anteponiendo el derecho de esas personas a ser acogidos a la negativa de Salvini y su ley. La han detenido, sin asomo de vergüenza. Alzamos la voz por la libertad de esta mujer. En este día que se constituyen el Parlamento y la Comisión Europea, no podemos admitir la locura de algunos Estados de Europa: ¿puede haber política más inhumana que el abandono de los náufragos y mayor injusticia que castigar por socorrerlos? Lo mismo cabe decir de la barbaridad que se está cometiendo en la frontera entre México y Estados Unidos, donde los pobres se han convertido en mercancía y se utiliza a los inmigrantes para ganar votos. A Salvini, Trump, Lopez Obrador y a los suyos, en nombre de la democracia y de la humanidad, les decimos ¡basta, no queremos su mundo! Ha vuelto el Aita Mari, con su denuncia. Os pido de nuevo: no nos dejéis en paz. Los vientos del individualismo arrecian con fuerza y propicia un ambiente para restringir derechos. Vosotros nos ayudáis a cortar las alas del egoísmo y nos movéis a hacer una política solidaria, que interiorizamos y globalizamos así los derechos humanos. En Gipzukoa, al igual que en Euskal Herria, debemos empujar entre todos para adoptar medidas que faciliten a las personas migrantes desarrollar su proyecto de vida, y ser todos constructores de nuestro futuro.
Por último, esta hora que nos ha tocado vivir nos plantea otro gran reto: el cambio climático y el cuidado de la Tierra. Hemos conocido problemas medioambientales en el pasado y en las últimas décadas hemos realizado un serio esfuerzo para restaurar la naturaleza. Pero la alarma ha saltado a nivel mundial. En Gipuzkoa, en colaboración con el resto de instituciones de Euskadi, estamos llamados a hacer todo lo que esté en nuestra mano para proteger el planeta, para que nuestras hijas e hijos, y las siguientes generaciones, sigan viviendo en la casa de todos. Ante la cerrazón y la ceguera de los poderosos, una nueva conciencia está en plena expansión. Formemos parte de esa conciencia, unámonos a otros pueblos, en estas horas difíciles para el planeta y para el ser humano. Somos pequeños pero no estamos de más ante este grave S.O.S. De ningún modo queremos que esta tierra milenaria, morada inmemorial de los vascos, desaparezca. Como tampoco ninguna otra.
Llegados a este punto, me interpela el secreto de este pequeño pueblo que ha logrado pervivir en miles de años. Koldo Mitxelena subraya la relación esencial entre lengua y pueblo: si Euskadi existe hoy con conciencia de pueblo se debe, sobre todo, al euskera, ya que el hecho de hablarlo nos da una determinada conciencia de pertenencia a este pueblo. Además de la lengua, me pregunto si no será también clave aquella conciencia de la dignidad que vemos en nuestra historia; me pregunto sobre la relevancia de la dignidad humana como impulsor del nacimiento y pervivencia de nuestro pueblo a través de los siglos. En el siglo XXI vemos las corrientes destructivas de personas y pueblos como la dominación, la exclusión, la uniformización y el individualismo. No sabemos qué será de Euskadi y los vascos y vascas en un mundo donde imperan estas tendencias pero si queremos tener futuro en Gipuzkoa conocemos el camino: fortalecer y defender la dignidad humana, individual y colectiva, igual que hicieron nuestros antepasados, ejerciendo nuestros derechos históricos y promoviendo la autonomía personal.
Olerkiz amaitu nahi dut. Bitoriano Gandiagak mundu urratuaren oihartzuna eta esperantza dakarkigu:
Amerika, Asia,
jo gizateria,
hain dago eria!
zorigaitzaren jasa
ez du huskeria:
gosea eta gerra,
mila miseria,
geografia osoz
oinaze-feria
gutizia medio
eta jaunkeria.
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Goiza eta bertsoa,
txorien kantua,
landareen mezua,
horra indarkerien
kontrako oihua:
iraunkor ari dute
saio neketsua
salatu ta zapuztuz
despoten taxua
noiz ikusiko behingoz
gizarte justua.
Desio horrekin legealdi hasiera ona izan dezagula. Eta urtebete barru elkartu gaitezela Bergaran egingo dugun Bilkura Ibiltarian.