NOTA: Este discurso puede ser modificado parcial o totalmente por el orador de manera que solo es válido lo pronunciado en el hemiciclo aunque estuviere aquí escrito.
Triste Presidencia europea, Señor Presidente. Nunca antes el brillo de la Presidencia europea había ofrecido una imagen tan oscura y mate. El Gobierno esperaba encontrarse con un semestre apacible. La Presidencia de turno le iba a permitir entregarse plenamente a la propaganda europeísta, mientras la oposición declaraba una tregua responsable en aras a preservar la imagen exterior. Pero todas sus expectativas se han venido abajo estrepitosamente. La Presidencia no ha hecho más que empezar y el Gobierno se encuentra metido en el ojo mismo del huracán.
Y lo peor de todo es que, en esta ocasión, el ciclón de las críticas no ha venido de dentro -de la oposición irresponsable- sino de fuera. Con una unanimidad y una crudeza inusitadas, la C Eª, la prensa económica internacional, las autoridades financieras de algunos países miembros, los economistas de referencia, las instituciones financieras y los mercados -también los mercados- han coincidido en poner en cuestión la credibilidad y la auctoritas del Gobierno español para gestionar una crisis que, en la eurozona, se enfrenta a uno de los mayores desafíos de los últimos tiempos. El Ejecutivo quería aprovechar el semestre para tomarse un respiro gozoso -libre de broncas y crispaciones- pero se ha topado de bruces con un infierno de reproches y diatribas.
A nadie le gusta que sus intereses sean gestionados por alguien que no está bien considerado en los mercados financieros. Y esto es lo que le ha ocurrido a Vd, Señor Presidente. Le han recordado desde Europa que no está para pilotar la salida de la crisis quien se encuentra al frente la única economía desarrollada que en 2010 no va a salir de la recesión, y que exhibe los peores cifras paro y de déficit público del todo el orbe comunitario. Esta es, nos guste o no, la cruda realidad. Le han dicho que no se fían de Vd. Y han vuelto a situar a España entre los peores de la clase, aplicándole, junto a los más díscolos del aula, los acrónimos más peyorativos: PIGS y STUPID; entre otros. Incluso alguien habitualmente tan comedido como la canciller alemana Angela Merkel ha llegado a decir que algunas de sus propuestas "carecían de sentido".
Y es que la Presidencia de turno está suponiendo un baño de realismo. Está poniendo de manifiesto lo peligroso que resulta dar la espalda a la realidad acogiéndose a la ficción o haciéndose trampas en el solitario. Podemos abrazarnos a la demagogia progresista e ignorar los mercados, pero estos existen y siguen gozando de un inmenso poder a la hora de poner y quitar credibilidad a los agentes económicos. Podemos despreciar las agencias de evaluación, y hacer mofa de sus errores, pero lo cierto es que están ahí, opinando, influyendo y condicionando nuestro futuro. Podemos intentar ocultar nuestras deficiencias con la púrpura de la Presidencia de turno, pero el liderazgo no es fruto del cargo que se ocupa sino de la autoridad moral y política de quien pretende ejercerlo. Y si falta el liderazgo, falta todo. No hay Presidencia capaz de disimular semejante laguna. Podemos, en fin, desconocer los problemas reales y arrinconar los asuntos pendientes, pero de la misma manera que se ha acabado descubriendo que Grecia falseó las estadísticas para colarse en la eurozona y eludir los controles del PEC, se acabará descubriendo que España tiene los deberes sin hacer y todo un plantel de reformas que abordar.
La Presidencia está dejando patente que en Europa, el discurso económico no deja margen para la fantasía. Nos está enseñando que la cuadratura del círculo -es decir, la pretensión de reducir el déficit y reducir el paro, al mismo tiempo, sin crecer, sin acometer reformas estructurales y sin dar un hachazo al GP- no es una mercancía fácil de colocar en los mercados de la UE. Y ya no es que lo diga la oposición para fastidiar, no. Nos lo está diciendo toda Europa.
En su última comparecencia, allá por el mes de diciembre, debatimos aquí, en el hemiciclo, sobre el reto institucional de facilitar la coordinación entre el Presidente permanente y el de turno; un desafío -decíamos entonces- que se iba a presentar por primera vez a lo largo de este semestre, en virtud de la entrada en vigor del TL. Pero ninguno de nosotros pensó entonces que el auténtico reto no iba a plantearse tanto en la coordinación de estas dos presidencias, cuanto en la repentina irrupción en el escenario de la secular Presidencia de hecho que desde siempre ha ejercido en Europa el eje franco-alemán. Nadie pensó que el Presidente de turno fuera a ser prescindible hasta el extremo de ser excluido de la importantísima reunión informal que precedió a la cumbre del pasado jueves, en la que sólo parecían necesarios, Sarkozy y Merkel. Por lo demás, no falta quien piensa que la cancelación de la cumbre bilateral UE-EEUU anunciada para la próxima primavera, si es que alguna vez estuvo programada de verdad, ha supuesto el cierre definitivo de la Presidencia de turno.
Aunque la cumbre extraordinaria del día 11 fue diseñada para tratar sobre el crecimiento económico y el empleo, acabó centrándose, casi exclusivamente, en el gravísimo problema financiero planteado por Grecia, que pone en peligro, por primera vez en su historia, la fortaleza del euro y la estabilidad de la eurozona. Una vez más, los mercados han enseñado los dientes y se han propuesto recordarnos que, nos guste o no nos guste, están ahí, vigilando, especulando y desarrollando a su propio juego. Y en una estrategia tan hábil como antigua -divide et impera- han hecho ver a las economías más sólidas de la UE que a lo mejor les resulta más rentable ir solos que mal acompañados. Afortunadamente, nadie se ha dejado seducir hasta la fecha por sus cantos de sirena. El comunicado emitido por los líderes europeos de la eurozona es pobre, pero cumple el mínimo exigible para no echar por la borda la UM, sin dar demasiadas pistas a los especuladores.
Mi Grupo Parlamentario respalda plenamente lo que ha venido en conocerse como la "solución europea" a la crisis. Mejor resolverla en casa -si realmente es posible y todo el mundo está dispuesto a ello- que recurrir a las recetas del FMI. Además, la solidaridad con Grecia era obligada. Faltaría más. Estuviera o no prevista en los tratados, había motivos más que suficientes para no dejarla abandonada a su suerte frente a las peligrosas dentelladas de los tiburones especulativos que merodean los mercados financieros. Sabemos que llevaban meses intentando engañarnos con las cuentas de la lechera.
Pero... ¿acaso no estamos todos en el mismo barco? ¿Para qué sirven, entonces, los cantos que en la retórica de los tratados europeos se hacen a la voluntad de construir una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa?
Con todo, la ayuda prometida no ha surgido tanto de la generosidad como del interés. Del interés en no ver a toda la eurozona, con todos sus miembros, arrastrada por la tragedia griega. Sin embargo, la transacción acordada con Grecia tiene todas las trazas de un acuerdo apócrifo. A Grecia se le ha ofrecido apoyo a cambio de austeridad y disciplina. Pero el contenido del apoyo está aún por definir -nadie sabe todavía en qué consistirá- y la austeridad y la disciplina, en la economía griega, son anhelos intangibles que nadie sabe cuando y como podrán verse hechos realidad. De hecho, no faltan quienes apuestan por expulsar a Grecia del euro, sobre la base de que ayudar al negligente equivale a concederle patente de corso para que persista en la indisciplina. En la Europa más solvente, no todos están por la labor de apretarse el cinturón para que otros se dediquen a comer la sopa boba.
Lo que está sucediendo con Grecia plantea dos reflexiones: Una europea y otra interior. La 1ª tiene que ver con el futuro del Gobierno Económico comunitario. Sabíamos que unificar la Política Monetaria sin hacer lo mismo con la PF, podía conducir a situaciones como la que estamos viviendo. El problema es que nadie pensó que, en realidad, fuera a hacerlo alguna vez. Y ahora comprobamos que no sólo podía suceder, sino que ha sucedido. Es más, incluso hay quien sostiene que, vista la experiencia, no es viable una UEM como la europea, sin una mayor integración fiscal y política. A partir de aquí, todos nos preguntamos si se va a adoptar alguna medida para reforzar el PEC, con nuevas medidas de control y supervisión o sustituirlo por algo cualitativamente distinto: un gobierno económico más sólido y firme. ¿Qué nos puede decir al respecto?
La 2ª reflexión es, como le decía, de carácter interno. La tragedia griega es grave y preocupante, pero el Gobierno no puede escudarse en ella para desconocer su propio drama. Durante los últimos 2 años, voces autorizadas del mundo académico y de las instituciones financieras externas e internas le han hecho ver, con un apremio creciente, la necesidad de abordar reformas estructurales: en el mercado de trabajo, en el sistema de pensiones, en la estructura del gasto público, en el modelo energético etcétera. No se les hizo el menor caso.
El Gobierno despreció sus recomendaciones, cuando no les dio réplicas displicentes, echando, a veces, mano de la demagogia. Aquí mismo, en la Cámara, el Gobierno hizo mofa de quienes las recordaban, mientras se aferraba a simplezas como la de que el GP es poco menos que irreductible o aquella otra según la cual, una reforma laboral constituye, siempre, un atentado a los derechos de los trabajadores. Desgraciadamente, ha tenido que hacerse notar la presión de los mercados para que el Gobierno reaccionase -tarde y mal- asumiendo que sus críticos tenían razón, que las reformas son imprescindibles y que hemos perdido dos años mareando la perdiz.
Y ahora, los ciudadanos se preguntan: ¿qué está dispuesto a hacer el Gobierno para impedir que España se convierta en Grecia II? El país heleno va a tener que afrontar un doloroso proceso de ajuste, es cierto. Pero tampoco la economía española va a salir airosa de la crisis si no acomete las reformas pendientes e implementa sus propias medidas de contención. Duras, también, tan impopulares como las griegas, pero tan necesarias como ellas. Y es en este punto, Señor Presidente, donde le vemos vacilar. Le vemos dudando entre abrir los ojos y afrontar la realidad acometiendo las reformas necesarias o seguir con los ojos cerrados, sonriendo a las masas y entregándose a su aplauso. Si me permite la comparación, su actitud nos recuerda a la del asno de Buridán que, hambriento y sediento a partes iguales, se vio agarrotado por el dilema entre comer la alfalfa que pusieron a su derecha o beber del cubo de agua que situaron a su izquierda, y murió de ambas cosas: de hambre y de sed. Decídase, Señor Presidente. Las medidas serán duras, sin duda, antipáticas e impopulares, pero es usted quien ha de poner al cascabel al gato, que para eso es el Presidente del Gobierno