Intervención
10Junio
2009
10 |
Intervención

Jornadas sobre víctimas del terrorismo. Gesto por la paz

Intervención
Junio 10 | 2009 |
Intervención

1.- INTRODUCCIÓN:                                                          

Compartimos en estas Jornadas  sobre violencia y víctimas del terrorismo  reflexiones en torno a las amenazas, las y los amenazados y la actividad política. Quizá el  pudor hace difícil hablar de ello en primera persona. Pero voy a tratar de acercarme a esta realidad desde una perspectiva personal, humana y política, sin olvidar que muchas de las vivencias que voy compartir son comunes para todos los que viven la amenaza del terrorismo, jueces, policías, empresarios, periodistas y ese trágico y largo etcétera que nos impone el fanatismo y al que expreso mi solidaridad y proximidad. Finalizaré con algunas conclusiones que puedan servir para el diálogo posterior.

El objetivo de la política es la construcción del  bien común, de soluciones  para los problemas de la gente encontrando el equilibrio entre pensamientos, sentimientos e intereses muy distintos. Hacer bien ese trabajo requiere personas que pongan en juego valores como la solidaridad ó la empatía, que obren con ponderación y que utilicen la voz y la palabra como instrumento para el libre intercambio de ideas y opiniones. Ese trabajo requiere de contacto social y pide transparencia y participación de la gente.  La violencia, las amenazas son el mayor obstáculo para que sea posible este sencillo dibujo de lo que debería de ser la política.

Aquí, en nuestro entorno, hay un riesgo real de morir defendiendo unas ideas. Nuestra primera expresión de solidaridad debería ser desactivar algunos de los estereotipos que se utilizan para descalificar genéricamente a la política y a las personas que se dedican a ella.

2.- AMENAZAS  Y PERSONAS

La política, como la vida, comienza y termina con las personas. Quienes se dedican a ella son hombres y mujeres, no símbolos, siglas, o meras representaciones.  La primera agresión y tragedia que nos impone la violencia es esta primera negación: no considerar seres humanos  a todas y todos los que cada día inician su jornada con el riesgo de no regresar a casa sencillamente por haber sido elegidos por sus vecinas y vecinos para trabajar en favor de la comunidad.

Quiero añadir que este reconocimiento sentido, se lo debemos a quienes fueron primero, antes que nadie, objetivo prioritario del terrorismo. Hablo de los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que vivieron en tierra de nadie, gracias a la pasividad de todas y todos, los primeros años de terror. Sin reconocimiento, sin calor social y con grandes problemas para superar la sensación de que aquellas muertes y atentados eran parte natural de su profesión.

Hoy tenemos otra sensibilidad. Antes pensamos que el terrorismo no iba con nosotros. Parecía afectar solo a unos colectivos determinados que llevaban integrado el riesgo en el oficio. Luego se amplió la diana y comenzaron las amenazas contra cargos públicos, periodistas o empresarios y se han masificado las escoltas. Finalmente se produjeron los atentados  del 11 S y 11 M.  Un ejercicio de sinceridad debería permitirnos reconocer que uno de los mecanismos de protección que cualquier sociedad establece contra el miedo es pensar que la amenaza no le afecta, que es cosa de otras y otros. Los ataques contra cargos públicos nos han hecho ver con más claridad lo que era evidente desde el principio. Que el terrorismo, la violencia es  un acto criminal que atenta contra la vida y la dignidad de personas, seres humanos como nosotras y nosotros. Pero además es un ataque contra la libertad de todos.

2.1.- Negar el yo.

Por eso es necesario seguir trabajando la sensibilidad y la solidaridad y la mejor fórmula que se me ocurre es humanizando la mirada hacia las personas que sufren la persecución, el acoso, los efectos de la violencia. Hablamos demasiado sobre posiciones políticas de las víctimas, manoseamos conceptos como valor y coraje. Dedicamos poco a pensar sobre la condena que supone renunciar a aspectos de la vida personal que  limitan el uso y disfrute del yo más íntimo.

Ese es el primer y más cruel efecto de la violencia sobre políticas y políticos. La escolta señala, separa sutil pero férreamente a quién protege de la gente que a veces ni sabe si puede o no saludarte, si puede o no acercarse.  Hay que esforzarse  mucho para vivir como los demás en unas circunstancias que son solo una ficción de normalidad. Porque desaparece la intimidad y se sustituye por la sensación de estar permanente y necesariamente observado.

Así, se acumulan las renuncias, se distorsionan las percepciones, se modifican los gustos y las aficiones y se generan listas de cosas posibles, permitidas e imposibles que antes figuraban en el catálogo de lo más normal. Además crecen los prejuicios, porque a nuestro alrededor vemos profesionales evaluándolo todo, desde el aspecto de la gente hasta la seguridad de la tercera ruta que nos deposita en el portal.

Es difícil concebir esto como una oportunidad, como ocurre con tantas otras circunstancias adversas en las que siempre se encuentran estímulos para el crecimiento y el desarrollo personal.  Hay que resistirse mucho para no convertirse en otra persona tras una experiencia como esta. Y hay que esforzarse cada día por no trascender,  no dejarse obsesionar con el porqué, con lo que está detrás. Es la puerta del miedo, ese sentimiento del que tan poco nos gusta hablar. 

Cuando recuerdo mi vida anterior en la que calculaba la duración de mis desplazamientos aparcamiento incluido o imagino un futuro sin escolta me viene a la cabeza la parábola del pájaro doméstico y sus limitaciones para volver a la libertad. Me lo comentaba una víctima gallega de la violencia de persecución.: ¿Sabremos salir el día en que dejen abierta la puerta de la jaula? ¿Cuánto puede durar eso en quien tiene la expectativa de recuperar la libertad tras años de sufrimiento? ¿Cómo vivir esa liberación tras asesinatos como el de Isaías Carrasco, tiroteado cuando ya no estaba en política y era tan solo un trabajador? 

En este primer círculo con el yo viven también el nosotros íntimo, la familia, los amigos, el ámbito de los afectos más profundos. Convivir con su miedo, sumarlo al de los amenazados, enfrentar los más elocuentes silencios, los que se construyen para no hurgar en la herida, es otra de las primeras pruebas a las que se enfrenta cualquier persona amenazada.  Desaparecer, plantearse la propia muerte, no es tan duro como pensar en el sufrimiento de los que sobreviven, de los que se quedarán si ocurre lo peor.

2.2.- La negación del nosotros:

Por eso y simplemente como personas, para avanzar, deberíamos conservar las posibilidades de trabajar juntos. Comprendo la dificultad desde la posición de quien lleva escolta, para percibir como un igual a quien no la necesita. Pero alerto contra el riesgo de culpabilizarle, porque la única responsabilidad de lo que ocurre la tienen quienes amenazan, quienes matan. Del mismo modo reconozco el extraordinario coraje que se necesita para convivir diariamente con quién se sabe que no será capaz de condenar el asesinato del vecino de escaño, o del o la compañera de corporación. Si cabe sin embargo esperar de quienes se sienten a salvo, comprensión, solidaridad y un arrope prepolítico, por encima de siglas e ideas

Tampoco debe perderse de vista otra grave limitación para el trabajo relacional que, por definición implica la política. Ir escoltado significa tener limitaciones de movilidad, por razones logísticas y operativas. Además de que debe organizarse en cada desplazamiento hay un mapa de zonas de sombra que no convienen y una lista de eventos en los que deben tomarse tales precauciones que no merecen la pena. En esas condiciones las relaciones humanas se resienten y la capacidad para el intercambio y la convivencia con colectivos, organizaciones e interlocutores de todo tipo en su medio también.

Pensemos, simplemente, como superan la barrera que produce una escolta las y los ciudadanos que pueden reconocer por la calle a un político, a una concejal. Siquiera saben si es lícito o posible, saludar, hablar, disfrutar tranquilamente de algo tan simple como charlar en una esquina.

3.- NEGOCIAR CON EL MIEDO

Sobre los dos planos descritos el del yo íntimo y el del yo público,  planean sentimientos de los que parece prohibido hablar:  el miedo y el odio. Sin embargo están, existen y debemos gestionarlos. Hacerlo es  humanizar la política,  trabajar la emocionalidad, algo muy diferente a hacer jugar los sentimientos a favor de unas ideas determinadas.

Una cosa es excitar las vísceras y utilizar la manipulación para obtener réditos a corto plazo y otra muy diferente, reconocer los sentimientos, desactivar los más negativos y estimular los positivos. Humanizar significa tratar a las personas como tales, es comprenderlas, mirarlas de frente, e integrarlas con positividad. Reconocer el dolor significa escuchar, entender, ponerse en la posición del dolorido, aceptar sus sentimientos y acostumbrarnos a una relación constructiva con ellos. No negarlos y trabajarlos en voz alta. Hacer esto con naturalidad es uno de los activos que aporta la gestión con valores femeninos a todos los ámbitos de la vida.

Hay una posición políticamente  correcta, que es ocultar el miedo. Pero está ahí. Deberíamos acostumbrarnos a hablar de él, mirarlo de frente, reconocerlo porque ese es el origen de la verdadera valentía. Cada uno de nosotros y nosotras  puede elegir el procedimiento  que más le convenga para desactivarlo: desde tratar de adoptar la posición del observador, a aprender a relativizar, a racionalizar el riesgo, para poder convivir  con él. Todo menos negar que está, que existe. Reconocerlo es la mejor manera de no cometer imprudencias, de colaborar constructivamente con quienes protegen, de no añadir riesgos a su ya compleja tarea. Pero además tenerlo en cuenta, saber relacionarse con él es fundamental para que no condicione ninguna de tus decisiones políticas.

Lo mismo podría predicarse sobre el odio, el rencor hacia quienes provocan o consienten esta situación.  Y aquí quiero recordar unas palabras que por su hondura moral son  un verdadero ensayo contra el odio. Las pronunció el pasado mes de Abril en las Juntas Generales de Gipuzkoa Josu Elespe, el hijo del concejal socialista asesinado por ETA Froilan Elespe. Es la historia de la transición del huérfano que comenzó odiando a los asesinos de su padre y supero ese sentimiento.

Con una paz interior envidiable Josu dice que no odia a los asesinos de su padre, ni a quienes amparan y protegen el crimen, porque se pone por encima de ellos. Ha aprendido a no odiarles, porque lo hizo y esa ha sido su gran victoria y su particular liberación y reconciliación. Reconoce que  tuvo que construir un muro de contención contra el odio que ETA intentó meter en su vida basándose en que no es como ellos. Pura humanidad.

Mi  experiencia como Presidenta del Parlamento Vasco en el desarrollo de los programas sobre víctimas me ratifica en que humanizar, frente a la tentación de incorporar estas cuestiones al debate partidario, es un camino adecuado para dar respuesta a las necesidades emocionales y prepolíticas de las y los  afectados. Estoy muy orgullosa de haber intentado escuchar. Considero muy importante haber construido junto a diecisiete asociaciones de víctimas y varios medios de comunicación, un discurso compartido sobre la violencia, la soledad, el dolor, el odio, el miedo, la superación, el reconocimiento y la solidaridad. Esa propuesta deslegitima la violencia, arropa a las víctimas y las une entre si y con las instituciones y la sociedad de la que nacen. 

4.- AMENAZAS Y DEBATE POLITICO:

Esas son algunas de las limitaciones personales e intimas pero la violencia, las amenazas la persecución provocan profundas distorsiones en la vida política que quizá en otras circunstancias serían inimaginables.

Las decía antes: los prejuicios, la inconsciente tendencia a culpabilizar al otro porque no vive nuestra situación y no piensa políticamente como nosotros perjudica la franqueza. Dificulta la normalidad con que deberían resolverse  las disputas políticas sin contaminar la esfera personal.

Con demasiada frecuencia se ha confundido la solidaridad, cercanía y las medidas y programas que debemos a las víctimas con el criterio de sostener que solo por serlo sus argumentos o sus posiciones tienen un plus de legitimidad y razón. Josu Elespe denunciaba en su discurso de abril este problema y añadía además que ha propiciado una imagen de radicalidad política de las víctimas que, en absoluto, responde a la realidad. Como pensar que todas las víctimas pertenecen a  una ideología determinada. O descalificar  a quién sea nacionalista vasco como si el hecho de serlo le impidiera tener la consideración de  víctima.

Es verdad que ostentar un cargo público como miembro del PP o del PSOE te incorpora automáticamente a la lista de amenazados. Los dos partidos citados son los que más amenazados están por cualidad y cantidad. Pero no es menos cierto que en el arco político vasco no hay hoy prácticamente partidos, salvo quienes no condenan la violencia,  que no cuenten en sus filas con personas amenazadas y escoltadas. La lista es mucho mayor de la que parece.

Retomo otro testimonio escuchado en el homenaje a las víctimas que organizaron las Juntas Generales de Gipuzkoa para recordar unas palabras de la concejala nacionalista Pilar Zuriarrain que, tras explicar años de calvario y persecución, lamentó haberse sentido víctima de segunda. Contó que fue doblemente victimizada por ser nacionalista y acusada por sus adversarios políticos de colaborar con quienes la persiguieron y acosaron tanto que deseó literalmente "acabar de una vez" antes que seguir soportando un rosario de humillaciones.

He visto y vivido de cerca a otra  víctima  nacionalista como Juan María Atutxa, con el que trabaje en el Departamento de Interior, la persona que ha sufrido el mayor número de intentos de asesinato por parte de ETA. Recientemente tuvimos noticia de nuevas tentativas. Ha vivido también la doble victimización con una campaña despiadada por las decisiones que tomó como presidente del Parlamento que ha hecho que se olvidara su condición de víctima.  Y sigue circulando por la vida sin su yo íntimo y con las mismas incertidumbres e inconvenientes que hemos compartido en estos minutos. Debería servirnos de reflexión.

Debo decir además que las identificaciones que se realizan en nuestro debate político entre las ideas nacionalistas y la violencia están expresamente penalizadas por el derecho internacional, más concretamente por la jurisprudencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos. He leído varias veces un considerando del tribunal sobre esta cuestión que literalmente dice que abordar el debate político sobre las ideas que dicen defender los terroristas cuando éste se desarrolla por medios pacíficos no solo es ilícito sino obligatorio. Lo contrario resulta contraproducente para acabar con el terrorismo porque parece legitimar la tesis de que esas ideas no pueden defenderse en Democracia.

Pocas veces he oído posiciones tan acaloradas como las que se planteaban contra esta idea hasta que se aclaraba que su autor es un magistrado de la Corte Europea de los derechos Humanos y no un nacionalista vasco.

Creo que sería más oportuno, más beneficioso para todos, reflexionar y poder hablar con calma sobre este tipo de informaciones y decisiones europeas que resuelven controversias que se enquistan en el ámbito local y evitar la identificación de que el nacionalismo es igual a apoyo de la violencia.

Es posible que la frialdad y la lejanía con la que las víctimas nos han percibido a las instituciones vascas y al nacionalismo  haya favorecido esta situación. Mi sorpresa en el trabajo que realice con todas las asociaciones y fundaciones de víctimas del terrorismo desde el Parlamento Vasco fue comprobar que sentían esa soledad  también desde sus ámbitos más cercanos, de profesión o territoriales. No solo aquí se les dio la espalda. No solo aquí se les obligaba a vivir ocultos, como si nada pasara. Escuché numerosos testimonios especialmente desde el colectivo que tiene más víctimas, el de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.

En los últimos años, desde el Gobierno y el Parlamento Vasco hemos trabajado codo a codo con muchas asociaciones y solo hemos encontrado receptividad, comprensión y afecto. Y eso nos ha permitido reconocernos, y trabajar juntos en un discurso común ante la violencia. Por eso insistir en ese objetivo partidario nos aleja del papel que van a jugar las víctimas en el final del conflicto, que debe cerrarse con los principios de verdad, justicia y reconciliación.

 

5.- CONCLUSIONES:

Como conclusión decirles que :
  • Hace falta más dosis de Humanidad y empatía: No debemos perder de vista que la primera condición de cualquier víctima, de cualquier amenazado es que es un ser humano, una persona que sufre, y que hace sufrir a su entorno, y se ve privada de buena parte de su intimidad. Tenemos que ponernos en la posición del otro y pensar ¿Y si me toca a mí? ¿Cómo me gustaría que reaccionara el resto del mundo, mi vecino, mi compañero de trabajo? Pensemos si mantenemos esa actitud con las víctimas desde la posición individual.
  • Hace falta Sinceridad: De nada vale negar lo que se siente o se sufre. El miedo y el odio son sentimientos que pueden limitar y condicionar gravemente la libertad de decisión y requieren ser reconocidos y desactivados. Puede ser una fórmula para que el miedo paralice nuestras decisiones y para que el odio no las distorsione.
  • Hace falta Solidaridad institucional y social activa: La amenaza, la persecución, condiciona los afectos, la relación con el entorno y limita facetas de la libertad que, en el caso de las y los que nos dedicamos a la política, la judicatura o empresa, la comunicación, etc. limitan gravemente. Por ello debemos tomar aún más conciencia de lo necesaria que es una expresión visible, continuada y activa de solidaridad.
  • Continuar con la deslegitimación de la violencia. Porque la raya es clara entre los que matan, amenazan, y la justifican y los que estamos en contra de la violencia contra todas las personas.
  • Debemos defender la Supremacía de la Democracia: debemos favorecer la libertad del debate político aunque sea desde posiciones antagónicas. La condición de víctima no implica tener más o menos razón. La mayor victoria del terrorismo sería limitar la libertad del debate político.
  • Para todo ello la ecuanimidad es un ingrediente necesario: Hay amenazadas y amenazados de todas las opciones políticas. Asumirlo y entenderlo debería de ser un estímulo para la unidad necesaria entre quienes estamos de este lado de la raya, un acicate para encontrar soluciones compartidas y la mejor vacuna contra la demagogia y el intento de utilizar el sufrimiento de las víctimas.


En definitiva y como decía Josu Elespe, que la no violencia, la paz no llega sola: se consigue, se trabaja, se construye y se dialoga. Es mejor abordar ese reto unidos y sin prejuicios ni recelos. Siempre mejor que derrotados por las limitaciones que no deberían poder imponernos tan fácilmente los violentos.  

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