Koldo Mediavilla
23Marzo
2009
23 |
Opinión

J. Txindoki. Astelehenero (amaiera)

Koldo Mediavilla
Marzo 23 | 2009 |
Opinión

El pasado sábado te dije adiós. Rodeado de los tuyos, a quienes tanto querías. Con tu familia unida y dolorida a un lado y con el resto de tu alma al otro. Amor y compromiso juntos, inseparables en esa lección de humildad y de entrega a la causa que sólo es capaz de transmitir un hombre bueno y un abertzale íntegro.
Otros sábados, años atrás, solíamos vernos. Nos encontrábamos aquí o allá. Preferentemente cerca del batzoki de Abando. Pero también en Sabin Etxea. Había que cerrar la edición. El último repaso al artículo que ponía a más de uno nervioso y que pasaba revista a la actualidad doliente de este país. Por desgracia, siempre había materia. Además, si algo hacía la izquierda abertzale era papeles, análisis, documentos.

Algún experto, de esos de verdad, había dicho que para conocer lo que pensaba un grupo armado o terrorista bastaba con leer entre líneas sus publicaciones. Y era verdad. Bastaba con cambiar el chip y ojear y subrayar periódicos, revistas y panfletos para intuir lo que se avecinaba.

Hacía tiempo que nos conocíamos. Pero fue ante el cuerpo sin vida de Joseba Goikoetxea cuando me pediste que ordenara y diera forma a unas líneas que habías bocetado. El futuro, decías, era de Leire, la hija menor de nuestro amigo asesinado por ETA.

Ya en aquel escrito, embargado por la emoción, trazaste tu grandeza. Odio jamás, siempre esperanza.

Así surgió J.Txindoki. Como homenaje a Joseba. Una crónica semanal, con tintes de opinión pero siempre basada en datos ciertos. Información y opinión en un mismo espacio para dar claves a la comunidad nacionalista del agujero negro social y político que vivía y vive entre nosotros. Claves para que su densidad de antimateria no nos terminara de engullir en la espiral política por ella generada.

Recuerdo que comenzamos aquella aventura con unos papeles de la antigua Stasi, el servicio de inteligencia de la antigua Alemania pro soviética. Eran documentos que relacionaban al terrorismo internacional de Carlos con los polimilis. Coincidencias del destino, aquel Txindoki coincidió con la detención-secuestro de Carlos en Sudán.

Caía un mito de la guerra fría y los informativos de toda la península se hacían eco de una crónica aparecida en DEIA en la que se relataban las idas y venidas de un grupo de militantes de ETA consorciados con el Chacal a cambio de infraestructuras, armas y entrenamiento. Militantes de ETA que seguían viviendo al margen de la lucha armada y que ahora eran rehenes de su propia historia en un mundo global e interconectado.

La fatalidad o la coincidencia de los acontecimientos arruinó unas vacaciones. Habría una segunda entrega, mucho más modulada, con protagonistas protegidos, con datos sumergidos para evitar males mayores, pero que revelaban una vinculación brutal entre ETA (p-m) y el terrorismo internacional.

Y con esa tensión, con esa responsabilidad no remunerada, semana a semana se plantó J. Txindoki en los lunes de DEIA.

Juanjo Baños y el difunto Antón Eguia han sido testigos de excepción de un compromiso publicado intacto que fue referente y referencia. No sólo de los lectores de DEIA sino de despachos oficiales y, cómo no, de una izquierda abertzale que se sentía analizada con el microscopio.

Son muchas las anécdotas que pudiera relatar de esta experiencia. Pero no ha lugar. Lo trascendente fueron los ejercicios personales en defensa de las víctimas y en contra de cualquier sufrimiento injusto. Saben lo que digo Delclaux, Iglesias, Aldaya o la familia de Ortega Lara, entre otros. Conocen los desvelos de Gorka y su sufrimiento. Como cuando enterró, después de Joseba, a otro de sus amigos, Montxo Doral.

Siempre había mensajes cifrados en la crónica de Txindoki. Los hubo cuando el partido socialista (Felipe González) decidió mantener una línea abierta con ETA (Pérez Esquivel) tras el durísimo atentado de Vallecas. O cuando Aznar abrió vías con el MLNV.

Recuerdo especialmente los extenuantes esfuerzos de Gorka para que ETA liberara a Ortega Lara. Su cautiverio se había convertido en un problema para la propia ETA y necesitaba, cuando menos, una excusa que le permitiera, de cara a su gente, librarle de aquel castigo inhumano. ETA, en público y en privado, rebajó sustancialmente sus exigencias para liberar al funcionario de prisiones. Era la última oportunidad (reunión de enviados del Gobierno con representantes de presos). Mayor Oreja se enrocó, y entonces el mensaje fue premonitorio. Se escribió en esta crónica, pero de viva voz llegó hasta la Moncloa con Aznar y Mayor Oreja por destinatarios. Decía ETA que si la vida de un funcionario de prisiones no les conmovía, el cadáver de Ortega Lara aparecería en la cuneta de una carretera y su lugar en el zulo lo ocuparía otro inquilino, un militante del PP que les hiciera moverse.

Aznar y Mayor Oreja en la Moncloa dijeron que nunca cederían al chantaje de los terroristas, que asumían la amenaza y la situación.

Afortunadamente, la Guardia Civil liberó a Ortega Lara. Pero ETA cumplió su amenaza. Secuestró y asesinó a las pocas horas a Miguel Ángel Blanco.

Txindoki se estremeció. Todos los esfuerzos por racionalizar lo irracional fueron baldíos. Sólo la función pedagógica de cada lunes, desmitificando el carácter político de la violencia, le reconfortaba.

Su historia periodística acabó con Oldartzen. Con la desaparición de KAS y su socialización al conjunto del MLNV. Era el momento del "sufrimiento compartido", de la canibalización de Batasuna por parte de ETA. Una única vanguardia política y militar. "Leña al mono".

Lo contamos. Con sus propios documentos, con sus propias reflexiones. Y aquí se cerró la historia de una crónica semanal inacabada.

Gorka Agirre fue mucho más que Txindoki. Era hombre de bien. Enamorado de este país, de su gente, de su futuro, de su libertad. Incapaz de hacer daño a nadie. Ingenuo como pocos en esa bonhomía innata que desbordaba su talento de saber estar en segundo plano pero en primera fila.

¿Cómo considerar entonces, ni tan siquiera por un segundo, que Gorka colaborara con quienes democráticamente combatía? Un juez estrella al que no conozco le imputó, ni más ni menos, que de colaboración con banda terrorista. Fue para él un calvario injusto que le consumió en vida. ¿Colaborador de qué, señor Grande Marlaska? ¿De haber salvado vidas humanas, de afligir al desconsolado, de ayudar al necesitado? ¿De anteponer democracia a totalitarismo? ¿De trabajar por el diálogo y la paz en Euskadi? Por eso puse la mano en el fuego, porque con Gorka sabía que no me quemaba.

Hoy que la carroñería política tanto habla de deslegitimar socialmente el discurso del terrorismo, reivindico el mérito de Gorka Agirre, un precursor de la victoria de la razón sobre la fuerza. Un hombre sin odio. Un patriota que quería legar a sus hijos una sociedad, un país, sin violencia, sin rencor. En paz.

Txindoki cierra su cuaderno. Decía Saint Exupery que "sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible para los ojos". Veo a Gorka con el corazón. No necesito más para saber que gracias a él estamos más cerca de la Euskadi libre y en paz por la que nos regaló su ejemplo.

P.D. Celebraremos con una buena cerveza el triunfo del Athletic en la Copa.

COMPARTE