Parto de la base de que todo lo que tocan algunos de la mal llamada Izquierda Abertzale lo envilecen, lo enfrentan y al final lo anulan. Ha anidado en ellos, tal odio durante tanto tiempo de permisividad moral ante la eliminación de la vida humana y han interiorizado tal incapacidad para lo positivo que pareciera que solo buscan enfrentarnos a la gente normal. La última polémica que han generado manipulando a unos jugadores de fútbol, coaccionando a la mayoría de ellos, sorprendiéndoles en su buena fe, lo mismo que el año pasado a la Federación, solo buscaba enfrentar y destruir lo institucional del nombre histórico de una Selección de Fútbol de setenta años para asumir el nombre que un enfebrecido Mikel Antza decidió imponernos por sí y ante sí. La movilización y el enfrentamiento con que lo han hecho es de libro. Y, sin embargo, los sensibles deportistas al nombre Euskal Herria no han escrito un comunicado como era lo que se esperaba de ellos sobre el asesinato de Inaxio Uria. Esto es lo que les quita toda credibilidad a sus demandas.
En el otro extremo y sin tratar de comparar las conductas, veo al PSE inquietantemente desorientado. Bien es verdad que a Txema Oleaga, Josu Montalbán y José Antonio Pastor les he visto cierto interés e inquietud por recuperar el pasado reciente del socialismo vasco, pero no así a Patxi López, hijo del histórico “Lalo”, ni mucho menos a Eguiguren, a pesar de su plúmbeo libro de historia sobre el socialismo vasco. Nunca les he escuchado reivindicar la trayectoria de una organización que en Euzkadi es más antigua que la nuestra. Parecen todos olímpicos adanes dilapidando la historia del abuelo, sin tener el necesario respeto hacia aquella generación que luchó, y, mayoritariamente, murió en el exilio. Es el caso de Julián Zugazagoitia, ”Zuga”, diputado por Bizkaia, director de “El Socialista” y ministro de la gobernación fusilado por el franquismo en noviembre de 1940 y por quien el PSE no ha hecho nunca el menor esfuerzo de difusión de su memoria. Ni que decir sobre el espeso silencio que se cierne sobre los tres primeros Consejeros socialistas del gobierno del 36, Toyos, Aznar y Gracia, sepultados físicamente en el olvido de su exilio de México, Caracas y París.
No es de extrañar pues que en un reciente acto público entonaran el “Gernikako Arbola” con el mismo revanchismo como lo hacía Ricardo García Damborenea tras proponerlo como himno en el Parlamento Vasco junto a “Desde Santurce a Bilbao”. Sinceramente creía que la dirección del PSE era más seria, más rigurosa y más institucional, mucho más si de verdad se creen eso de que harán en marzo una parrillada en Ajuria Enea.
Parto pues de dos premisas. La manipulación e imposición del nombre de Euskal Herria nace de una estrategia anti institucional, y, el buscar sustituir el actual himno de Euzkadi, aprobado por ley en el Parlamento Vasco y ensalzado por Carmelo Bernaola como la mejor composición para un himno, por su solemnidad, parte de un absoluto desconocimiento histórico y no de aquella mala fe, heredera de Ricardo García Damborenea. Vamos a ser benevolentes.
En 1977, el PNV de Bizkaia, tenía un piso en la calle Marqués del Puerto. Desde allí coordinábamos a las organizaciones municipales, editábamos y distribuíamos el “Euzkadi”, teníamos allí el Instituto de Formación y manteníamos el pulso del día a día. Era la sala de máquinas del PNV.
Un día me avisaron que en el vestíbulo había un señor que preguntaba por el encargado de aquel tinglado. Le pasaron al despacho, se sentó frente a mí, se puso las gafas cabalgando sobre su nariz, y me enseño tres librotes. Me dijo que se llamaba Leopoldo Zugaza, era editor y vivía en Durango. Y me enseñó aquellos tres volúmenes. Se trataban del “Diario Oficial del País Vasco” que contenía los decretos, edictos, órdenes y nombramientos del Gobierno Vasco de 1936. Aquel Gobierno que no llegó al año de duración, tuvo una incipiente y ordenada administración que quedó reflejada en aquellos boletines oficiales.
Zugaza se proponía editar aquellos tomos y creo haberle contestado que me daba la impresión que aquello no le interesaría a nadie. “Quizás -me dijo- pero al país sí, de lo contrario no se como vais a abordar la institucionalización de una sociedad sin conocer su pasado inmediato y sin daros cuenta que debe asentarse sobre instituciones que lo vertebren”. Ante aquella contundencia quedamos en que si lo editaba nosotros le ayudaríamos a difundir aquel trabajo, que si no recuerdo mal, le hizo un buen agujero en su bolsillo.
Pero aquella claridad de luces largas, me impresionó y me hizo pensar. Al poco le hice llegar la grabación de la intervención del Lehendakari Aguirre con su propia voz en el Congreso Mundial Vasco de 1956 celebrado en París. Allí el Lehendakari, con todo el Comité Socialista de Euzkadi en primera fila y con todos los partidos que apoyaban al Gobierno Vasco en el exilio, hizo un descargo de su gestión, a veinte años de su elección en Gernika. Gurutze Arregui hizo el trabajo de hormiga de transcribir sus palabras.
Tras la última polémica sobre el nombre de la Selección, he ido a este librito editado también por Leopoldo Zugaza con el discurso del Lehendakari y he encontrado lo siguiente:
“Comenzó, pues, la labor del Gobierno Vasco con su atención fija en la guerra. Pero nacía un país y había que darle forma comenzando por los símbolos, es decir, por los emblemas y la bandera.
“El día 19 de octubre de 1936, después de acuerdo unánime del Gobierno de Euzkadi, se acordó el emblema del Gobierno y la bandera o pabellón del País, símbolo de la nueva entidad surgida a la vida pública con la promulgación del Estatuto de Autonomía.
“La bandera acordada fue aquella que ha sancionado la voluntad de nuestro Pueblo y que el uso cada vez más generalizado, por toda la extensión de la tierra, ha consagrado como símbolo de unidad vasca.
“Asimismo, se acordó el himno “EUZKO ABENDAREN EREZERKIA”, que desde entonces fue ejecutado en los actos oficiales. El País estaba en marcha, y en ello tienen una participación fundamental todos los hombres, de todas las ideologías, que componían el Gobierno Vasco, que comenzaron su vida oficial dando muestras de un sentido tolerante y de una capacidad responsable que siguió manifestándose en todos los momentos importantes de nuestra vida gubernamental”.
Esta fue la intervención del Lehendakari Aguirre sobre lo que se hizo una semana después de ser elegido el primer Gobierno Vasco de la historia que además fue un Gobierno de concentración y de unidad, con un programa común.
A lo dicho por el Lehendakari Aguirre no está de más añadir que la propuesta para que la ikurriña fuera bandera oficial se debe al Consejero socialista Santiago Aznar, al que urgía dotar a los barcos de una enseña, para evitar enfrentamientos innecesarios a bordo.
Pero si el nombre de Euzkadi se cuestiona, si también este himno ratificado por ley el 14 de abril de 1983 en el Parlamento Vasco sin letra, también se cuestiona ¿por qué no vamos a cuestionar la ikurriña y proponemos como aquel efímero director de la Voz de España de San Sebastián, el organizar una encuesta pública para proponer varios modelos de bandera?. ¿Por qué no?. Puestos a cuestionarlo todo, hagámoslo a fondo. A fin de cuentas nombre, himno y bandera fueron tres propuestas de Sabino Arana.
El sábado 25 de octubre, aniversario de la aprobación, por referéndum del estatuto de Gernika, Patxi López reivindicó el “Gernikako Arbola” como himno de la Comunidad Autónoma, un bellísimo zortziko de Iparraguirre nacido al calor de la depresión causada por la abolición foral y con frecuentes alusiones religiosas, canción que fue propuesta asimismo hace treinta años y que fue rechazada en discusión parlamentaria por el precedente histórico aludido por Aguirre. Pero si persiste López en su propuesta vamos a tener por una parte a la llamada Izquierda Abertzale con el “Euzko Gudariak” y por la otra a López con el “Gernikako Arbola”. Un auténtico despropósito poco respetuoso con la historia y con la ley. En el fondo volver al espíritu de las iniciativas de García Damborenea.
No creo que ésta sociedad merezca un nuevo enfrentamiento tan gratuito y baldío como éste. Los ciudadanos esperan de sus políticos soluciones a sus problemas, no que los creen, sino que sean predecibles, serios, e institucionales. Y sobre todo que conozcan unos mínimos de nuestra historia reciente. Es lo que pedía con sensatez, hace treinta años, un hombre de bien como Leopoldo Zugaza.