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La globalización ante sus propios límites

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Agosto 20 | 2008 |
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Xabier Ezeizabarrena

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Noticias de Gipuzkoa


Nos encontramos en el difícil contexto de la globalización económica. Este proceso ha asegurado la libre circulación de capitales en buena parte del mundo sin terminar de caer en la cuenta de muchas de las limitaciones que, poco a poco, hemos comenzado a descubrir.
El mercado determina las inversiones y la producción, pero el mercado, en el contexto de la globalización, no satisface en muchas ocasiones las necesidades básicas, sino las necesidades artificialmente creadas por el propio mercado y nuestras formas de consumo insostenibles. El mercado, en gran medida, no tiene otro valor añadido que el lucro dinerario. La gente, las personas, para la globalización económica, acaban careciendo de valor social o humano. Al final, las propias necesidades comunes de las personas y sus aspiraciones tampoco tienen demasiado valor para la globalización económica. Mientras se fomenta el libre movimiento de capitales, buena parte de los trabajadores no tienen libertad de circulación y establecimiento, si no es en función de cupos, complicados trámites burocráticos y el riesgo de cuestionar, incluso, su propia dignidad en función de la nacionalidad de cada cual y el país de "acogida". No termina de existir una verdadera justicia distributiva ni ética más allá de la capacidad de globalización de cada Estado, empresa o persona. Autores de todos los continentes como Sachs, Fukuda, Martín Mateo, Loperena o Kocherry vienen advirtiendo de estas y otras muchas cuestiones. La Directiva Europea sobre el retorno de los inmigrantes es una muestra más de este peligroso proceso.

Curiosamente, este tipo de globalización comenzó varios siglos atrás. Particularmente en los momentos en que Europa estuvo superpoblada y sufrió un importante desempleo, las crisis en Europa se superaron mediante flujos migratorios de europeos hacia todos los continentes del planeta. Los europeos viajaron, exportaron pero también expoliaron culturas, sometieron a los nativos y explotaron abiertamente la riqueza que hoy muchos países en desarrollo no pueden consumir con fines de subsistencia básica. De hecho, a través de esta acumulación de riqueza, la revolución industrial y tecnológica fueron posibles y catalizan hoy nuestros niveles de desarrollo, incluso frente a la crisis existente.

Posteriormente, a lo largo del siglo XX, el mundo ha sido testigo de la lucha de muchos pueblos por su libertad política. La mayoría de las naciones han obtenido esa ansiada libertad. Pero la explotación económica de muchas de ellas continúa, a veces sin límite alguno, a través de las compañías multinacionales o de gobiernos endogámicos intervenidos desde el exterior. Desafortunadamente, los países en desarrollo tienden a negociar acuerdos económicos desatendiendo criterios reales de interés general o desarrollo sostenible. Una vez más, los nativos, los indígenas y las comunidades locales, entre otros, sufren la peor parte de este fenómeno, mientras la ONU y la UE se muestran incapaces de abordar estas cuestiones. A pesar de que el concepto y la práctica de la libertad política se aceptaron y promovieron, el control económico y la explotación del capital natural prosiguen a través de la globalización económica, de las políticas de algunos Estados y a través de la pasividad de la ONU y de la UE en los distintos contextos.

Como resultado, de acuerdo con los estudios de la ONU, el 20% de la humanidad, esto es, Occidente, ostenta el 80% de la riqueza y recursos. Por el contrario, el restante 80% de la humanidad tiene que conformarse con el 20% de la riqueza y los recursos existentes. El 94% de toda la investigación y la tecnología se encuentran en manos de Occidente. Es un contexto delicado sobre el que se asienta, a día de hoy, una cuota parte de nuestro progreso a costa de hipotecar el planeta y el futuro de millones de personas. Más si cabe en los ámbitos urbanos donde se asientan buena parte de los impactos sociales, económicos y ecológicos que deberíamos estudiar para garantizar un desarrollo sostenible:

a) La población: según la ONU, el 45% de la población mundial vive en los ámbitos urbanos. Previsiblemente, un 65% lo hará en el año 2025. En la UE más del 80% de la población vive en núcleos urbanos.
b) El poder político: gran parte de las decisiones políticas con mayor implicación en la ciudadanía se adoptan en los ámbitos urbanos y en sus respectivas instituciones.
c) El poder económico: los ámbitos urbanos son los mayores contribuyentes al Producto Bruto Mundial.
d) El impacto ecológico: los entornos urbanos son, con diferencia, los mayores consumidores de recursos y los mayores generadores de residuos.

Con ello, parece cuando menos necesario empezar a considerar que la globalización no está exenta de límites y problemas estructurales que todas las sociedades debemos abordar con determinación y solidaridad colectiva, con especial énfasis en los ámbitos urbanos. Si los mecanismos del mercado logran dirigir exclusivamente los destinos de los seres humanos, la economía acabará (si no lo hace ya) dictando sus normas a la sociedad y no al revés. Llegará un momento en que la democracia será irreconocible y los valores que inspiraron las democracias modernas y los Derechos Fundamentales desaparecerán de nuestros mapas. Serán, quizás, algo superfluo que el mercado devorará sin mayor contemplación. Sin límites, la globalización económica es un gigante imparable que parece dispuesto a imponerse a nuestros sistemas políticos.

Por todo ello, tanto la ONU como la propia UE debieran reconducirse decididamente hacia el logro de la justicia social y la paz en el sistema internacional. Es imprescindible que ambas instituciones se sobrepongan a sus debilidades y dejen de ser instrumentos políticos pasivos sometidos, casi siempre, a la lógica de la globalización económica. Con ello, han de contribuir a que el Derecho y, con él, la Justicia se globalicen junto con los derechos fundamentales.

La globalización, de hecho, debe dejar de beneficiar exclusivamente a aquellos que tienen. Aquellos que no tienen deben comenzar siquiera a tomar parte en este complicado proceso. La globalización no puede seguir siendo un proceso mecánico. Debe tomar en consideración las relaciones humanas, así como el mismo fin o el significado de la vida por diferente que éste sea en cada una de nuestras culturas y civilizaciones. De no ser así, Occidente puede acabar muriendo de éxito, mientras buena parte del resto del mundo lanza sus últimos alientos pidiendo auxilio en nuestras puertas.

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