Josu Jon Imaz
Opinión
Deia, El Correo y El Diario Vasco
Las elecciones se ganan en el centro. Este principio permitió a Blair y a Clinton ganar las elecciones tras varias derrotas consecutivas de sus partidos. Este axioma, que funciona en gran medida en las democracias occidentales, es cuestionado por algunos de forma continua en la política vasca. Incluso alguien tan poco propenso a la moderación como Aznar alcanzó su única mayoría absoluta en 2000 con un programa y una experiencia de gobierno que parecía centrada y moderada. Es evidente que los vascos no somos tan diferentes al resto del mundo. Mayor Oreja en 2001 representaba la radicalidad, la ruptura de la estabilidad, la confrontación, frente a PNV-EA e Ibarretxe que representaban valores centrales del País como eran la paz, la convivencia, el autogobierno. En definitiva, la responsabilidad. Si esto es tan claro, resulta incomprensible la aparente disputa por la radicalidad en que algunos están aquí enredados. Esas estrategias no se corresponden con los parámetros de una sociedad que premia la estabilidad y la moderación, la centralidad en definitiva.
El pragmatismo y la transversalidad se convertían hace escasos días en objeto de demonización por parte de Azkarraga. Alguien, tan pragmático como para compatibilizar como consejero de Justicia la gestión de los juzgados en Euskadi mientras esa misma justicia procesa al lehendakari de nuestro Gobierno por practicar el diálogo, abomina ahora del pragmatismo. Alguien que apostó en el 79 por un Estatuto de Gernika, que emanado de la Asamblea de Parlamentarios Vascos fue negociado en la Moncloa por Arzalluz y Garaikoetxea (cepillado según su terminología) al objeto de alcanzar un acuerdo que incluyese a la fuerza mayoritaria en el Estado para posibilitar su aprobación, abomina ahora de la transversalidad. No es tampoco extraño que en su propio partido, los votos sean recogidos en aquellos territorios regidos por los que defienden el pragmatismo y la transversalidad (Gipuzkoa), mientras en Bizkaia y Alava su número de electores se reduce de forma importante. Esto debería darle que pensar.
Este caso no es una excepción en esa contradicción vital en la que viven algunos políticos vascos. La reivindicación del pacto es continuamente interpretada por algunos en clave de entreguismo. Parece que los partidos nacionalistas debamos meternos en una dinámica de subir el listón de la exigencia, la esencia y la radicalidad para no mostrar debilidad. Para no hacer concesiones. Sin darse cuenta que en una sociedad moderna se culpa del fracaso de una negociación a quien ha sido percibido como intransigente. Un ejemplo positivo paradigmático ha sido la estrategia de Nafarroa Bai. Profesando vocación de pacto, si este se hubiera logrado, el mérito habría sido de la coalición navarra vasquista. Al fracasar la negociación, quien deberá soportar el peso de la prueba es el PSN-PSOE, el de las posiciones firmes y radicales. La sociedad premiará el esfuerzo de NaBai en busca del acuerdo, su demostrado empeño en no echar la toalla pese a los golpes de la alcaldía de Iruñea y la presidencia del Parlamento Foral, y desestimará la radicalidad de quienes se han mostrado cerrados a la negociación. El mensaje centrado de NaBai tendrá su recompensa a medio plazo.
Allá cada cual con sus estrategias. La sociedad vasca seguirá premiando las que lideren el entendimiento y el acuerdo en un País que es complejo y en el que la convivencia entre identidades forma parte de nuestra experiencia histórica singular. EAJ-PNV defiende sin complejos la transversalidad porque, como decía la iniciativa sobre Paz y Normalización Política aprobada unánimemente por el EBB en octubre de 2005, El pacto y la no-imposición es el procedimiento por el que se constituyen las reglas de juego de las sociedades avanzadas. Las bases de una comunidad o nación requieren acuerdos transversales, mayorías suficientes en definitiva. Las Constituciones en las democracias referenciales no se aprueban sin acuerdo entre los principales bloques. Quiero para mi País, Euskadi, la misma solidez en las bases de su construcción que las que una nación en el mundo moderno requiere. ¿Se puede ser nacionalista y no esforzarse seriamente por dotarnos de esa solidez?
Pero más allá de discursos teóricos está la práctica. Si no hay mayoría transversal, por tanto, sin acuerdos que a su vez tengan su correspondencia en el Estado... ¿Cómo avanza el Sr. Azkarraga en nuestro autogobierno a través de eso que él llama la confrontación con el Estado? ¿Quiere explicar a sus electores qué supone eso en la práctica? ¿Cómo se va a ejecutar, qué estrategias se van a seguir, qué acciones de desobediencia incluyen estas estrategias y qué posibilidades efectivas de adhesión social y de alcanzar mayores cotas de autogobierno tiene su ruta? Con dos explicaciones adicionales: si todo ello es compatible con la responsabilidad institucional y si ha pensado quién y cómo va a gestionar la frustración que en este país se instale después del fracaso de esa confrontación.
Quien quiera ver en este artículo una clásica disputa entre partidos se equivoca. De hecho, termino subrayando la aportación que un valioso representante de Eusko Alkartasuna, Iñaki Galdos, lanzaba esta semana. El nacionalismo vasco no puede permitirse el lujo de desangrarse con la concesión o retirada de lábeles de abertzalismo entre sus dirigentes. Cualquier apuesta razonable de integración de País, de modernización, de adaptación al siglo XXI, es vista por algunos como tibia y entreguista. Ello provoca una radicalización permanente de discursos y estrategias. ¡Que más podrían desear nuestros adversarios políticos que ese abandono de la posición que nos ha dado siempre la fuerza para liderar esta sociedad! Porque la sociedad vasca continuará apostando por la centralidad. Corresponde al nacionalismo vasco institucional seguir configurando el eje central de nuestra sociedad. Lo podemos seguir garantizando si no nos dejamos arrastrar en una carrera que nos alejaría de las posiciones de acuerdo y pacto. Hoy más que nunca, la apuesta por la renovación del discurso es necesaria. Pero deberá ser abordada desde la unidad en torno a esa voluntad de pacto que ha sido siempre una de nuestras principales señas de identidad política. Entre acusaciones cruzadas de tibieza y entreguismo, será difícil renovar y adaptarse. Y la sociedad vasca espera ahí, expectante. Queriendo que la sigan liderando desde el acuerdo y el pacto, para obtener mayor autogobierno, calidad de vida y bienestar.