Jesús María de Leizaola, lehendakari zarra, toda una vida entregada en cuerpo y alma al servicio de la construcción nacional y social vasca. 42 años en el exilio y 19 desempeñando la más alta responsabilidad institucional: lehendakari de los vascos. Jesús María de Leizaola, personificación de valores meritorios, como la lealtad, la fidelidad, el sacrificio, el rigor intelectual, la militancia política y el servicio a una causa y a un pueblo. Jesús María de Leizaola, representante junto a toda una generación –Agirre, Irujo, Ajuriaguerra, Lasarte, Landaburu…- de un nacionalismo humanista, europeísta y de espíritu universal, un nacionalismo abierto, pactista y de vocación institucional, un nacionalismo que funde utopía y realidad y construye las ideas día a día, un nacionalismo comprometido con la justicia social, un nacionalismo culto, ilustrado, plurilingüe y euskaltzale. Un ideario que hunde sus raíces en la propia tradición vasca y en el “hacer país” de Peñaflorida y los caballeritos de Azkoitia. Un espejo en el que mirarnos hoy, en una coyuntura de reflexión creativa al inicio de una nueva legislatura.
Estos valores y este espíritu encarnados por el lehendakari zarra son los que hoy y aquí queremos reconocer. Recordamos al alumno brillante: la cualificación y la vitalidad de aquel joven Leizaola que obtuvo el premio extraordinario fin de curso en el colegio de los capuchinos de Lekaroz, sobresaliente en sus estudios de derecho en la Universidad Literaria de Valladolid, y que en 1915, con solo 19 años, obtiene la plaza de jefe-letrado de la Sección de Fomento en esta Diputación de Gipuzkoa. Queremos reconocer al diputado por Gipuzkoa en las Cortes españolas, al parlamentario tenaz en la defensa de la reivindicación del hecho nacional vasco y de un modelo social en justicia y libertad. Al Leizaola miembro de la minoría vasco-navarra en el bienio 1931-1933 y candidato más votado en Gipuzkoa en las elecciones generales de 1933 –junto a Telesforo Monzón, Irujo, Irazusta y Picavea-. Queremos reconocer su decisión de volver a la Diputación Foral de Gipuzkoa, su brillante oposición, su coherencia en la defensa de la normalización del euskara en la administración pública, la eficiencia en el desempeño de su cargo de secretario de la Diputación de Gipuzkoa entre 1934 y 1936. Queremos reconocer su humanitaria y delicada labor en el verano de 1936, liderando la resistencia y organizando la evacuación pacífica de la capital guipuzcoana. En definitiva, hoy y aquí homenajeamos a la persona, homenajeamos al lehendakari, reconocemos la trayectoria de toda una vida, y lo hacemos desde aquí, desde este salón y desde este palacio que fue también su casa, y en el que paradójicamente no hay ningún símbolo del período republicano. Lo hacemos desde aquí, desde Gipuzkoa, corazón de Euskal Herria.
Su figura no se agota en su biografía política. Jesús María Leizaola fue un crisol, un crisol en el que se funde su devoción familiar -su mujer Mari Koro –Mariatxo-, y sus seis hijos: Koldo, Begoña, Koro, Itziar, Arantxa y Estibalitz-, su sólida formación como jurista, su experiencia en la gestión de la administración pública, su vocación por el saber y la asunción de sus responsabilidades políticas.
Desde la atalaya del hoy, hemos de reconocer que Leizaola fue una rara avis en la política vasca, un hombre de amplia cultura, investigador, escritor y ensayista. Vino al mundo en el seno de una familia culta. En la librería familiar –la librería San Ignacio, sita en la Avenida- Leizaola conoce a Resurrección María de Azkue, a Txomin Agirre, a los Baroja, a Pierre Lhande, a Bonifacio Echegaray, a Ángel Apraiz, a Arturo Campión, a Julio Urquijo, al padre Donostia. Colabora con José Miguel de Barandiaran y Telesforo Aranzadi. Es amigo de Orixe, de Aitzol, de Lizardi, de Lauaxeta. Una nueva generación símbolo de un nacionalismo joven, dinámico y comprometido, un nacionalismo con una decidida dimensión cultural y euskaltzale.
Ya en 1918 le encontramos colaborando activamente en la organización del Congreso de Oñati, embrión de la Sociedad de Estudios Vascos y de Euskaltzaindia. En 1922 en presencia de Alfonso XIII es detenido junto con Pantaleón Ramírez de Olano –futuro director del diario Euzkadi- por encabezar una manifestación a favor de la Universidad Vasca, durante la jornada de clausura del III Congreso de Estudios Vascos celebrado en Gernika. Participó activamente en Euzko Pizkundea y en el renacimiento cultural vasco del periodo republicano. Historia, economía, derecho, Europa, logística militar, los vascos y el mar, poesía popular vasca..., investigó y escribió sobre prácticamente todos los temas imaginables. Leizaola cultivo con pasión y militó activamente en la causa de la cultura vasca, en la convicción de que el hecho cultural y lingüistico era una de las bases del ser nacional. El nervio, el tuétano.
Además de hombre de vasta cultura, Leizaola fue un euskaldun y euskaltzale comprometido y coherente. Escribió en euskara sobre prácticamente todos los temas –también sobre derecho, economía… temas sobre los que en aquellos años se escribía muy poco en euskara-. La “niña de sus ojos” fue la literatura popular vasca. Escribió también sobre crítica literaria, etimología, toponomástica, desde su convicción de que el euskara es patrimonio de todos los vascos, lejos de instrumentaciones partidistas y tentaciones excluyentes.
Leizaola no sólo creó, no sólo escribió, también se preocupó por la difusión, consciente de que los medios de comunicación eran una herramienta básica de proyección y socialización. Desde que en 1920 publicase su primer artículo en el diario nacionalista bilbaíno La Tarde, la vida de Leizaola siempre estuvo vinculada a los medios de comunicación, como colaborador y articulista prolífico, como promotor –en el caso de La Voz de Navarra-, como presidente del consejo de administración de Euzko Pizkundia –sociedad anónima copropietaria del diario Euzkadi-, o como defensor de la publicación de un diario en euskara. En el gobierno de Agirre fue responsable de la edición del Diario Oficial del País Vasco, secretario del Consejo de Gobierno y portavoz, y ya en el exilio director de Euzko Deya y de OPE, boletín del Gobierno Vasco en el exilio.
Junto a la familia y la cultura, la política constituye el tercer vértice de la trilogía vital de Leizaola. Su ser nacionalista guarda relación con el ambiente familiar, la lectura y las relaciones humanas. Fue Leizaola un nacionalista inteligente y personaje singular, que a los 23 años oficializó su compromiso afiliándose en Bilbao a Comunión Nacionalista Vasca. Kizkitza, Aitzol, Lizardi, Zaitiegi, Labaien… fueron algunos de sus referentes en Gipuzkoa. Leizaola mantuvo firme este compromiso militante con el PNV hasta el fin de sus días.
Lideró junto con Agirre el movimiento municipalista de abril de 1931 a favor de la República Vasca, defendiendo desde la tribuna parlamentaria el hecho nacional vasco y el derecho de los vascos al autogobierno. Enarboló aquí, en el balcón de este palacio foral, la ikurriña con motivo de la firma en este mismo salón el 15 de setiembre de 1932 del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Una imagen histórica cargada de simbolismo. Leizaola izó la ikurriña en presencia del presidente de la República Alcalá-Zamora, al tiempo que el ministro socialista Indalecio Prieto entrelazaba la ikurriña y la bandera catalana, gesto que fue correspondido por la multitud congregada en la plaza Gipuzkoa con vivas a la República, Visca Catalunya lliure, y Gora Euzkadi askatuta.
Fue consejero de Cultura y Justicia del Gobierno Vasco en el primer gobierno de Agirre. Desde esta responsabilidad pudo hacer realidad uno de sus sueños: crear la universidad pública vasca. Se afanó en humanizar la guerra, en defender las garantías procesales de todos los detenidos, en garantizar la dignidad y los derechos de los presos, en liberar a las mujeres. En junio de 1937 preside la Junta de Defensa de Bilbao y es responsable de su evacuación.
Y después... un exilio de 42 años. A los 40 años Leizaola inicia un exilio que durará 42 años. 42 años, en los que él y los exilados vascos vivieron el drama de una segunda guerra y la decepción de la rehabilitación internacional del régimen franquista. El 28 de marzo de 1960 Leizaola jura en San Juan de Luz su cargo de lehendakari ante el féretro de Agirre. Fija la sede del Gobierno y su residencia en París. Un gobierno como el de Agirre, de unidad democrática, con Landaburu de vicepresidente, y Gonzalo Nardiz –de ANV-, el socialista Paulino Gómez Beltrán y Ambrosio Garbisu –de Izquierda Republicana- como consejeros.
Son años duros, años difíciles, años de soledad e incomprensión. Leizaola se refugia en su despacho de la calle Singer y, cuando sus ocupaciones se lo permiten, en las dependencias de la Biblioteca y los Archivos Nacionales franceses, y sobre todo, en el cumplimiento de una misión histórica: mantener viva la legitimidad histórica de una institución representativa de la voluntad de los vascos. Son años de paciencia histórica, de lucha por la supervivencia de la institución, frente a la inercia histórica y nuevas dinámicas de resistencia abanderadas por ETA. Leizaola se mantuvo firme, mantuvo vivo el símbolo y la llama, desoyendo los cantos de sirena de la lucha armada o rechazando de plano el abrazo del oso de un frente nacional excluyente. A la sinrazón de las armas opuso la razón de la legitimidad histórica, la razón ética y la razón democrática.
Mereció la pena. Una vez aprobado el Estatuto de Gernika, el 15 de diciembre de 1979, a los 83 años, Leizaola aterrizaba en Sondika y era objeto de un multitudinario, caluroso y merecido recibimiento en el campo de fútbol de San Mamés. “Ongi etorri, lendakari zarra”. Al día siguiente, en un acto simbólico celebrado en la Casa de Juntas de Gernika, Leizaola delegaba sus poderes en Carlos Garaikoetxea -a la sazón presidente del Consejo General Vasco y primer lehendakari-, entregándole las llaves de la Delegación del Gobierno en París. Katea ez zen eten. Unos años más tarde, el 5 de setiembre de 1986, el lehendakari Ardanza le hizo entrega de la “medalla de oro de la Gran Cruz del Arbol de Gernika”, máxima distinción otorgada por el Gobierno Vasco.
Una trayectoria ejemplar. Cedido el testigo de la legitimidad democrática vasca, Leizaola podía retirarse a su Donostia natal, refugiarse en sus paseos y en sus libros, con la satisfacción del deber cumplido. Y esto es lo que hoy queremos homenajear aquí: su trayectoria, su compromiso con una causa y un pueblo. En el mismo salón donde enarboló la ikurriña en 1932, donde tomó posesión de su cargo de secretario de la Diputación en 1934, desde donde dirigió la resistencia y la evacuación en el verano de 1936. En el mismo salón donde el 16 de marzo de 1989 se instaló su capilla ardiente para que los vascos le rindiéramos nuestro último homenaje. Su espíritu, sus valores, su ejemplo, su compromiso han estado siempre entre nosotros. Desde hoy, el bronce y las manos del escultor azkoitiarra Xebas Larrañaga, han hecho posible que su figura esté también presente para siempre en esta casa. Brontzezko 300 kilo tiriki-trauki eder asko zizelduak. Ez ditu haizeak eramango. Ez horregatik!