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El Diario Vasco
Dos expertos invierten 22 años en identificar a 22 muertos en el bombardeo, del que se cumplen 70 años y cuya cifra exacta de víctimas aún no se sabe
JOSU GARCÍA/
GERNIKA. DV. Tomás Arrien Ispizua no podía creer lo que le estaba sucediendo en aquel fatídico 26 de abril de 1937. Aferrado a los muros del refugio antiaéreo, el carpintero no dejaba de pensar en la fuerte suma de dinero que había cobrado esa misma mañana por el pago atrasado de un importante trabajo. Las bombas atronaban en el exterior. Y el olor a quemado que se filtraba ya por las rendijas de aquel minúsculo sótano hacía presagiar que la mayoría de las casas de Gernika -seguramente también la suya y, con ella, su pequeña fortuna- estaban ardiendo por los cuatro costados.
En tiempos de guerra matan los disparos, pero también el hambre. Así que el ebanista no lo pensó dos veces y salió del búnker para rescatar su cartera. La bolsa o la vida. Y la aviación alemana hizo que el artesano pagara con la muerte su imprudencia. La metralla le acertó de pleno. No fue el único en caer aquel terrorífico día. El bombardeo de Gernika, del que el próximo jueves se cumplen 70 años, dejó una larga sombra de muerte y devastación. Y lo que fue aún más determinante: el hombre había perpetrado por vez primera en la historia un ataque aéreo masivo y sistemático sobre una población civil indefensa.
Este último aspecto es en el único punto en el que coinciden todos los expertos y estudiosos del bombardeo. El resto de la historia del episodio más funesto de la villa foral sigue dejando pocas evidencias y muchas preguntas abiertas. Quizás la más llamativa haga referencia al número de víctimas. Y es que, setenta años después de la tragedia, nadie sabe con exactitud científica cuántos vecinos de la villa de Gernika encontraron la muerte en aquella tarde soleada del 26 de abril de 1937.
En su momento, la República habló de 1.654 fallecidos, mientras que durante el franquismo, el régimen redujo esta estimación a sólo 12. En medio, un abismo de cifras aportadas por diversos historiadores: 126, 250, 667, 889... Muchas hipótesis, pero ninguna certeza.
Los vecinos de Gernika Vicente del Palacio y José Ángel Etxaniz han dedicado los últimos 22 años de sus vidas a estudiar el bombardeo. Ambos forman parte de la asociación Gernikazarra, que lucha por recopilar cualquier detalle desconocido de la masacre, por insignificante que éste pueda parecer. Gracias a ellos se ha podido reconstruir, por ejemplo, la desafortunada historia del carpintero Arrien.
Estudio inédito
Con medios limitados suplidos por su gran entusiasmo, estos investigadores locales trabajan al margen de la polémica suscitada por los muertos. «No nos interesa, aunque tampoco nos gusta que se digan disparates. Tenemos nuestra propia opinión sobre el tema: hubo algo más de 150 fallecidos», concluyen. Del Palacio y Etxaniz prefieren indagar en el lado más humano de la tragedia. Para ello tratan de poner nombre y apellidos a las víctimas e intentan desentrañar las últimas horas de sus vidas. Por ahora, han identificado a 122 fallecidos. «Nos interesa su perfil más íntimo», desvelan.
Su labor es lenta, pero rigurosa. Por ejemplo, Del Palacio ha dedicado el último lustro a elaborar un estudio sobre cómo afectó la mortífera lluvia de fuego y explosivos a una de las calles más populares de la época: Artekalea, el corazón comercial de la villa. El experto avanza para DV algunas de las conclusiones de su inédito estudio: «Allí murieron sólo tres vecinos, pero los daños materiales fueron demoledores: ninguno de los 33 edificios quedó en pie». Según el informe que Franco encargó antes de la reconstrucción de Gernika, sólo el 1% de los inmuebles resultó intacto, quedando el 71% de ellos totalmente destruidos.
En 1937 vivían en Artekalea 458 habitantes, agrupados en 93 familias diferentes. Según Gernikazarra, los vecinos de la popular avenida de la villa foral constituían el 8,13% de la población total. «Aunque sabemos que no podemos hacer una estimación global de víctimas a partir de los tres muertos registrados en esta parte del pueblo, este dato nos habla a las claras sobre hasta qué punto se ha inflado la cifra de fallecidos en algunos casos», apuntan.
Estos expertos citan varios argumentos para explicar por qué la mortandad no fue tan elevada como la destrucción total de la villa foral hacía presagiar. «El frente se encontraba cerca y la población presentía que algo grave iba a suceder, así que la defensa civil se había organizado meticulosamente. Había hasta diez buenos búnkers», apuntan. «Además, muchos niños fueron enviados a núcleos rurales por miedo, así como también se prohibió aquel día el partido de pelota mano y el tradicional mercado. Por último, el método de bombardeo, a intervalos de 20 minutos, también facilitó que mucha gente corriera a buscar refugio», afirman.
Del Palacio y Etxaniz se han propuesto perseverar en sus investigaciones, aunque «nos absorban mucho tiempo y sea un trabajo no exento de dificultades», advierten. Uno de los grandes problemas a los que se enfrentan es la ausencia de documentos oficiales. La mayor parte de los registros fueron destruidos por los franquistas para ocultar la infame afrenta perpetrada. Así que faltan piezas de este monumental rompecabezas.
Con todo, Gernikazarra continúa trabajando en los archivos eclesiásticos, en los de los ayuntamientos vecinos y en fondos documentales militares, además de escarbar en la memoria colectiva. Un trabajo parecido hizo, en 1992, Humberto Unzueta. Durante un año, el periodista cotejó los registros civiles y de finados de la comarca. Su trabajo fue «soberbio», logrando identificar a 115 víctimas. Pese a todo, el investigador concluía que «será difícil, por no decir imposible, determinar el número total de muertos del bombardeo». Quince años después, Unzueta sigue pensando que los muertos totales se acercan más a la cifra de 250, aportada por el historiador Vicente Talón, que a la de 126, dada por el experto Salas Larrazabal. Con todo, la polémica sobre las víctimas de la Legión Condor continúa abierta.