Intervención
24Marzo
2007
24 |
Intervención

JOSU JON IMAZ
La globalización y Europa

Intervención
Marzo 24 | 2007 |
Intervención

En primer lugar, me gustaría agradecer a la organización LEMA la oportunidad que me ha ofrecido de poder expresar mis ideas y reflexiones. Eso sí, desgraciadamente, quizá no podré ofreceros mis respuestas sobre el tema que trataré hoy aquí: la globalización, Europa y la influencia de este proceso a nivel regional y local, y sobre todo, su influencia sobre el futuro del País Vasco, una euro-región que se integra en una Europa que se construye día tras día.
La realidad que nos ha tocado vivir constituye un punto de inflexión dentro de la historia. Entre los siglos XVI y XVIII los mercados se ampliaron, y los niveles culturales y lingüísticos se uniformaron; en consecuencia, se fue construyendo, poco a poco, el estado-nación como estructura política. Hoy, las tecnologías de la información modifican de manera cualitativa las sociedades y sus redes relacionales. Algunas de las características más significativas de la época actual tienen que ver con la extraordinaria capacidad de almacenar información, la inmediatez de su transmisión de un lugar a otro de la superficie de la tierra, así como con la posibilidad ilimitada de tener acceso a ésa información y de difundirla hacia toda persona y/o comunidad, independientemente de su dimensión. Y sería ingenuo pensar que esta sociedad de la información o del conocimiento, tal y como se acostumbra a denominarla, conservará inmutables sus estructuras políticas y sus formas de organización.

Las consecuencias de la revolución económica quedan patentes en la economía, en ése fenómeno que se conoce como la globalización. Su manifestación más patente es la movilidad: movilidad de productos en todo el mundo, movilidad de servicios de todo tipo (financieros, tecnológicos, jurídicos, etc.), movilidad de capitales.

Los estudios de los expertos mundiales reconocen, en conjunto, que la información está erosionando y transformando el concepto clásico de estado-nación como estructura política. Los mercados cada vez más amplios exigen estructuras supraestatales en la medida en que la regulación del mercado implica tomar decisiones a nivel medio ambiental, social, fiscal, e incluso monetario. Se podría decir que las estructuras rígidas -y los estado nación al estilo del siglo XIX lo son- llevan consigo el anacronismo de ser, por un lado, demasiado grandes para abordar los problemas menores, y por otro, demasiado pequeños para solucionar los problemas de mayor envergadura.

He ahí precisamente lo que fomenta fundamentalmente la creación de espacios “regionalizados" en el mundo desarrollado, cuyos ejemplos más significativos son la Unión Europea, el Mercosur, el Tratado de Libre Comercio y el ASEAN. En el caso de la Unión Europea, tiene la característica de ser una estructura política macro estática, dotada de un mercado interior consolidado, una moneda única, y de estructuras para poner en marcha un espacio policial y judicial. Incluso se plantea una seguridad común que está todavía en proceso de creación.

De forma paralela a ese fenómeno, existe otro que se ha puesto en marcha a nivel mundial. Se trata del nacionalismo de los pueblos sin estado, fenómeno que algunos autores denominan renacimiento de los estados-región. Su primera motivación es el resultado directo del fenómeno de la globalización, ese sentimiento conocido como “la necesidad de raíces”. En un mundo transnacional, abierto, con una dimensión bastante más alejada de la percepción de la individualidad humana, los seres humanos tienen necesidad de encontrar sus raíces en un medio con el que se identifican, sin el cual no se llegan a comprender ellos mismos.

En una sociedad y una economía globalizadas, las grandes dimensiones han dejado de ser una ventaja. Ahora que el dinero y la información son ya supranacionales, las pequeñas unidades pueden ser económicamente viables.

El interesante trabajo de prospectiva publicado en 1992 por el Club de Roma, con el título “La primera revolución global”, analiza estas dos tendencias. Una más antigua, centralista y uniformadora, y otra más moderna, centrada en las identidades culturales y en los niveles nacionales de libre adhesión. El citado informe indica lo siguiente: “El aparente conflicto es el resultado de la dificultad de reconciliar esas dos tendencias en el marco del actual sistema político, que está basado de manera rígida sobre el modelo de estado-nación. Lo que nos hace falta es una reformulación de los niveles apropiados para la toma de decisiones, con el objetivo de acercar todo lo posible los lugares para la toma de decisiones a aquellos que aprovechan o sufren las consecuencias de esas decisiones”.

Para nosotros, los vascos, esta reflexión es enormemente interesante. En el País Vasco peninsular, el autogobierno ha sido crucial en ese contexto. En primer lugar, hay que subrayar la importancia que ha tenido para la sociedad de Hegoalde la creación de las instituciones vascas y sus herramientas de autogobierno. La capacidad propia de decisión, la posibilidad de adaptar los recursos a las necesidades, el formidable esfuerzo que se ha hecho durante los últimos quince años a nivel de infraestructuras, que seguramente algunos de ustedes conocen bien -el acuerdo sobre la red ferroviaria ha sido el último paso-, la red de centros tecnológicos y universitarios que se ha creado partiendo prácticamente de la nada, los programas de apoyo a la industria, las medidas fiscales para hacer más atractiva la inversión..., todo ello también está en el origen de la adaptación del tejido económico y social de Hegoalde a una nueva realidad europea.

Y la herramienta que ha permitido todo ello es el Estatuto de Gernika y el denominado «Concierto Económico», que es el régimen fiscal soberano y particular que los territorios de la Comunidad Autónoma del País Vasco y Navarra han desarrollado. Dicho concierto permite recaudar todos los impuestos sobre la renta, el capital, los beneficios de las empresas, el IVA y los impuestos especiales, y de definir impuestos adaptados a nuestra realidad económica que sean creadores de riqueza y de actividad en nuestro entorno económico y social.

El Gobierno de Euskadi y las Diputaciones recaudan todos los impuestos, y tras una evaluación de los servicios proporcionados por el Gobierno central de España (política exterior, armada, etc.), se paga una cantidad anual denominada Cupo, lo cual permite a las administraciones de Euskadi gestionar alrededor de 12.000 millones de euros.

Durante estos últimos 25 años el desarrollo tecnológico ha dinamizado nuestra economía. Y, sobre todo, ha modificado la sociedad. Las costumbres y las formas de vida, las relaciones sociales o internacionales se han vuelto diferentes en este mundo interconectado. Se habla abiertamente de los cambios tecnológicos promovidos por las tecnologías de la información y de la comunicación. Y más concretamente de su repercusión sobre las sociedades, sobre las estructuras políticas, sobre el estado nación y sobre conceptos como la soberanía.

En un mundo amplio, donde se apuesta por los grandes espacios, donde Europa, a pesar de los obstáculos interpuestos por dirigentes con una evidente estrechez de miras, avanza hacia una unión política y una Constitución común, se podría pensar que ya no hay lugar para lo pequeño, que no queda espacio para gente como nosotros, que busca el reconocimiento y el desarrollo de un pueblo pequeño en el seno del concierto europeo.

Sin embargo, y sin ignorar el innegable proceso de globalización que se está produciendo frente a nosotros, los datos objetivos demuestran precisamente todo lo contrario: lo pequeño es la dimensión que mejor se adapta a este nuevo equilibrio mundial. Los grandes espacios y las economías a gran escala han dejado también de ser un factor de competitividad para las naciones, y lo pequeño muestra una mejor adaptabilidad para las transformaciones aceleradas de una nueva sociedad. Jóvenes PYMES se transforman casi de la noche a la mañana en líderes mundiales con un buen producto. Europa se ha compuesto de más estados que nunca durante los últimos 150 años, y nacionalidades, regiones y comunidades homogéneas emergen reclamando un mayor grado de autogobierno, con la idea de poder ofrecer más bienestar para sus ciudadanos y ciudadanas.

En un mundo nuevo, estructurado en red, la dualidad se ha convertido en realidad, algo que ni siquiera hubiera sido imaginable antes. Por un lado, las distancias y las fronteras desaparecen. Y por otro, está desapareciendo también el concepto de centro y de periferia, de grande y de pequeño.

Nos encontramos en el umbral de las nuevas transformaciones. Transformaciones que en definitiva suponen tanto oportunidades como amenazas para un nacionalismo como el vasco, que se esfuerza en preservar y en desarrollar una identidad dinámica. Para nosotros es muy importante analizar esas transformaciones para poder trazar nuestros propios límites. Lo que está en juego no es nada más que la correcta transmisión del relevo a las generaciones siguientes. El objetivo no es otro que el de poder dejar a nuestros hijos/as una sociedad en un mejor estado de construcción y de desarrollo que el que heredamos nosotros en su día.

Por tanto, el proyecto europeo y nuestra participación en dicho proyecto desde Euskadi es una de nuestras aspiraciones. Ya en el año 1937, el lehendakari Agirre participó con Landaburu y su generación en la creación del movimiento europeísta que daría lugar al nacimiento de la actual Unión Europea.

Si analizamos la vida de los padres del proyecto europeo, es decir, de Schuman, De Gasperi o Adenauer, veremos que hay algo que los tres tienen en común: sufrieron en sus propias carnes lo absurdo de las fronteras. Schuman, entonces miembro del gobierno francés, fue el padre de la idea de la Unión Europea. Fue el Alto Comisario encargado del carbón y del acero. Su padre era de Lorena. En aquellos tiempos, la región pertenecía todavía a Francia. Sin embargo, Schuman nació en Alemania, después de 1876 y la guerra entre Francia y Prusia. Años más tarde, en 1918, adoptó la nacionalidad francesa, y en 1940, readoptó de nuevo la nacionalidad alemana, para que, cuatro años más tarde, en 1944, volviera a adoptar la nacionalidad francesa. A decir verdad, nunca dejó de ser original de Lorena, independientemente del hecho de que las guerras le hicieran cambiar de estado varias veces. Tuvo que sufrir el problema de las fronteras, que no son nada más que las cicatrices de las historias bélicas.

De Gasperi, el otro padre de Europa, fue presidente de Italia. En el Parlamento de Viena, Austria, se puede ver todavía un asiento sobre el que se conserva una placa, recordando que De Gasperi se sentaba sobre ella en su condición de diputado. En efecto, era originario de Trento, región que junto con el sur del Tirol austriaco fue anexionada a Italia en 1918.

Igualmente, el canciller alemán Adenauer era originario de Renania. Una zona que tuvo que sufrir la desmilitarización internacional después de 1918. Todos eran hombres originarios de zonas fronterizas. Así como el lehendakari José Antonio Agirre, que en su condición de vasco, era originario de un país dividido por una frontera. Una parte en el estado español. Y otra en el estado francés. Separados únicamente por una cicatriz de la historia que convirtió en extranjeros a nuestros hermanos del otro lado del Bidasoa.

He ahí la razón por la que creemos en Europa. En una Europa sin fronteras. No queremos más fronteras. Las hemos sufrido demasiado como para dejar nuestro destino en sus manos y en las de los estados nación. Desearíamos poder ver desaparecer las fronteras que todavía existen. Es por ello que creemos en un espacio común, que respete todas las naciones, los pueblos, las regiones, las culturas y las lenguas que existen en su seno. La Europa que se construye nos ofrecerá nuevas vías, y nuestro proyecto de País Vasco entrará totalmente de lleno dentro de las posibilidades y los escenarios que el nuevo marco europeo nos va a abrir.

Creemos en una Europa en la cual el País Vasco sea respetado, y nosotros aportemos nuestro granito de arena a ese patrimonio común. Ésa es la razón por la cual estaremos siempre a favor de todos los avances que se hagan en ésa dirección, por muy pequeños que sean. Es positivo que Europa tenga una moneda única, y que podamos comprar en euros tanto en Finlandia como en Alemania, tanto en Iparralde como en Hegoalde. Es positivo que avancemos hacia una política exterior europea común. Igualmente, sería bueno dar pasos hacia un espacio judicial y de seguridad común. Los delincuentes y las mafias saben que no hay fronteras. Ésa es la razón por la cual haría igualmente falta que haya una cooperación europea en ésos ámbitos.

Así, pensamos que es interesante aceptar los avances que se han hecho en la buena dirección, aunque no vayan tan lejos como quisiéramos. Necesitamos tener el corazón caliente, la cabeza fría y los pies en la tierra. Y en Europa también. Ésa es la razón por la cual apostamos por una constitución europea.

Al entrar en el marco de esta reflexión en nuestro territorio, la sociedad de Iparralde sigue estando marcada por los ritmos políticos propios a su estructura, y sufre más que nunca por el hecho de no existir como tal en el espacio administrativo francés. Sin embargo, se han puesto en marcha profundas evoluciones sociales (defensa del euskara, desarrollo local, "toma de conciencia” de los candidatos elegidos...). El movimiento abertzale, con toda su diversidad, suele ser el motor, el instigador, incluso el catalizador de esas evoluciones, aunque siga imponiéndose algún tipo de inercia. Pero existe también una sociedad civil muy activa, e incluso a menudo, innovadora. Y ese inmovilismo ha sido combatido durante los últimos años por el trabajo realizado por la plataforma BATERA, y la movilización a favor de un departamento específico.

Batera ha sido y sigue siendo importante, porque el movimiento a favor de la creación de un departamento ha conseguido estructurar el discurso político en Iparralde. En estos momentos, cada candidato, cada cargo electo, cada líder de opinión está obligado a posicionarse sobre la cuestión del departamento del País Vasco.

Por otro lado, conscientes de las parálisis que bloquean a la sociedad francesa, se ha comenzado, en nombre de la “gobernabilidad" (democracia participativa a nivel local) a hablar de la proximidad y de la eficacia administrativa.

No nos equivoquemos. Aunque en el contexto francés es una “mini revolución”, cuyos efectos sólo serán visibles a largo plazo, y del cual se puede esperar que rompa con el molde de la “uniformidad jacobina”, no nos hagamos demasiadas ilusiones a corto plazo. Sin embargo, tenemos la oportunidad de empezar a construir ese futuro con tres objetivos:

-En primer lugar, la supervivencia del euskara y de la cultura vasca.
-En segundo lugar, la cooperación transfronteriza, lo cual significa una verdadera cooperación entre Iparralde y Hegoalde. Entre nuestras dos sociedades. Porque necesitamos conocernos, reencontrarnos para poder construir una verdadera euro-región vasca.
-Finalmente, una institución política que abarque los territorios de Iparralde para responder mejor a las necesidades de los ciudadanos, con un reconocimiento institucional, con competencias reales, incluyendo aquellas en materia reglamentaria y legislativa, con una verdadera capacidad presupuestaria y una voluntad de desarrollar sus relaciones con Hegoalde en el marco europeo. Y el acuerdo firmado el 1 de marzo es un paso importante en el marco de la cooperación transfronteriza.

Me he expresado ampliamente sobre el marco europeo. Quisiera añadir una última reflexión sobre ese tema. La eliminación de las barreras físicas entre los estados, la desaparición de las barreras aduaneras, la pérdida de competencias de los estados en el marco de la Unión Europea, el impulso de los programas de cooperación transfronteriza, y la promoción interregional promulgada en Bruselas abren nuevas oportunidades, inesperadas hasta hace poco, ofreciendo nuevas fórmulas de cooperación entre los territorios vascos de las dos orillas del Bidasoa. En ese sentido, hechos como la implantación del euro, moneda única en Iparralde y en Hegoalde, facilitan las relaciones entre los agentes económicos y sociales de los dos lados del Bidasoa.

He ahí la razón por la que creemos en Europa. En una Europa sin fronteras. No queremos más fronteras. Las hemos sufrido demasiado como para dejar nuestro destino en sus manos y en la de los estado nación. Desearíamos poder ver desaparecer las fronteras que existen. Es por ello que creemos en un espacio común, que respete todas las naciones, los pueblos, las culturas y las lenguas que existen en su seno. La Europa que se construye nos ofrecerá nuevas vías, y nuestro proyecto de País Vasco entrará totalmente de lleno dentro de las posibilidades y los escenarios que el nuevo marco europeo nos va a abrir.

El proyecto europeo, y Euzkadi debe ser parte integrante de ese proyecto, es una de nuestras grandes aspiraciones. Esa es la razón por la cual creemos en un espacio en común, que respete todas las naciones, los países, las culturas y las lenguas que existen dentro de su seno. Una Europa en la cual Euskal Herria será respetada y a la cual aportaremos aquello que es propio a nuestro patrimonio en común.

Como cualquier otro reto, el proyecto europeo obliga también a una reformulación de los niveles de decisión y del marco de relaciones que mantenemos con nuestro entorno. Se abren perspectivas, quizás complejas, pero no por ello menos interesantes, para este horizonte de construcción de una euro-región vasca real para el siglo XXI. Formando parte de una Europa que busca la paz, la libertad y el bienestar de todos sus ciudadanos y ciudadanas. Los vascos queremos aportar y contribuir en la construcción de una Europa que se enriquece de la diversidad de las naciones, de las culturas, de las lenguas y de las diferentes nacionalidades que se encuentran dentro de ella. Donde la nación no divide, sino que crea un vínculo entre las personas.

Eskerrik asko.

COMPARTE