Josu Jon Imaz
Opinión
Diario de Noticias de Álava
Este martes había quedado a tomar una cerveza con Pablo Muñoz. Hablamos el domingo por última vez. Le felicité por la valentía de su carta del sábado, por la nitidez con la que se había mostrado en contra de la extorsión de ETA, frente a esa gota malaya de filtraciones parciales e interesadas de un sumario, que ridiculizan al sistema judicial y amenazan con deformar lo que Pablo es y cree. "¿El martes? --me dijo--. Uno de mi generación tiene que ir a escuchar a Bob Dylan. Mejor quedamos el miércoles”. Pablo no escuchó el martes a Bob Dylan. Ayer tampoco tomé la cerveza con él.
Decía Churchill que la democracia consiste en que, cuando suena el timbre de madrugada, uno puede estar seguro de que es el lechero. En los últimos tiempos hay bastante gente, demasiada, que --por efecto de unos jueces que, en el mejor de los supuestos, juegan a estrellas mediáticas-- empieza a recibir visitas que no son del lechero. Personas comprometidas con la paz y la convivencia. Personas que han trabajado activamente para que lleguemos a la situación de esperanza que vive nuestra sociedad. Pablo es una de ellas. El lechero de Churchill es la prueba del algodón de una democracia.
Estas últimas semanas hemos visto víctimas convertidas y tratadas como vulgares delincuentes, como ha sido el caso de dos empresarios navarros esposados en una furgoneta policial y llevados a un calabozo por orden de un juez dispuesto a hacerse notar en los escasos días que le quedaban en su función. Hemos visto cómo imputaban por colaboración con ETA a personas que, como Gorka Agirre, siempre han mantenido un compromiso nítido contra la violencia y vieron caer a amigos suyos asesinados por ETA. Todo ello en un marasmo de rupturas del secreto sumarial, con grave responsabilidad de un juez, Grande-Marlaska, al que yo acuso de haber dejado indefensas a personas honorables frente a graves acusaciones filtradas a medios de comunicación y con quebranto notorio de su función de guardián del secreto del sumario. Le acuso de haber causado daños irreparables al buen nombre de personas concretas. Al buen nombre de Pablo Muñoz, de Gorka Agirre y de otros, que tienen esposa, hijos, hermanos, familia, amigos, entorno... Personas que, en muchos casos, han sufrido en silencio la actuación intolerable del estamento judicial.
Acuso al Consejo General del Poder Judicial de haber lesionado gravemente la confianza en la Justicia y en el Estado de Derecho. El órgano responsable del buen gobierno de la justicia se ha convertido en su máximo detractor ante la opinión pública. Un presidente deslenguado, politizado y ultraconservador como Hernando, acompañado de un portavoz como Enrique López, al que su propio compañero de Consejo Luís Aguiar denunció por sus "constantes posicionamientos políticos y su afán por opinar sobre acontecimientos de actualidad en consonancia con el PP machaconamente y sin pudor". ¿Dónde está el Consejo General del Poder Judicial ante estas violaciones del secreto sumarial? Desaparecido en combate, connivente con la gravedad de las actuaciones de ataque a la honorabilidad de las personas.
A todo ello cabe añadir la actuación de un juez como Garzón, de triste recuerdo por estos lares, que toma la incomprensible medida de detener a una persona como Pablo Muñoz en base a las genéricas afirmaciones de un detenido en un sumario que se ha convertido en un cúmulo de despropósitos judiciales. No es comprensible la detención de una persona que cuenta con la aceptación social de que en ningún caso va a evadirse o escapar a la acción de la justicia; menos aún cuando incluso él mismo se había ofrecido públicamente a comparecer ante el juez. Detenciones de este tipo no sólo son incomprensibles sino que resultan generadoras de alarma social y dañinas para los derechos básicos de las personas.
Todo ello en un momento en el que las esperanzas de paz alumbran a este país como no lo habían hecho en décadas. El que unos jueces, más conocidos por sus apariciones en la prensa del cotilleo que por su rigor sumarial, estén generando tal grado de conmoción pone en jaque la propia esencia del único poder en el Estado que no ha tenido una auténtica transición desde el franquismo: el poder judicial. Poder que hoy en día cuenta con la nula confianza de los sectores mayoritarios de la sociedad vasca. Poder judicial al que se empieza a ver como estamento predemocrático y politizado, y que puede acarrear incluso obstáculos notables en un siempre complejo proceso de paz.
Pablo Muñoz mostraba un firme compromiso ético en su carta del pasado sábado. No soy yo quién para añadir una coma o reforzar lo que él decía con claridad, convicción y contundencia. Pablo Muñoz es una persona honesta, comprometida con la paz y en contra de la violencia, a la que se pretende causar un daño irreparable. Espero que tomemos la cerveza dentro de pocos días. No tengo dudas de que las aguas volverán a su cauce, por encima de jueces candidatos a participar en La isla de los famosos. Pero, en democracia, el buen nombre de las personas y su honorabilidad no están expuestos a estos vaivenes. El lechero no mete a un director de medios de comunicación comprometido con la democracia y la paz en una furgoneta policial. Sencillamente le entrega la leche. Aunque le despierten a uno de madrugada.