Tribuna Barcelona
Buenas tardes a todos:
En primer lugar quiero agradecer a Tribuna Barcelona por su amable invitación. Es, sin duda, motivo de satisfacción para mí y gratificante poder intervenir ante un foro tan reputado que trata de propiciar el contraste democrático de ideas e ideologías diversas.
Ahora que estamos inmersos en el Mundial, diría en términos futbolísticos que juego en casa. Me siento cómodo porque Catalunya es para los vascos como nuestra segunda casa. Represento a un partido, heredero político de aquellos vascos que un 11 de septiembre de 1923 firmaron con el catalanismo, liderado por Macià, y el movimiento galleguista la llamada Triple Alianza. De aquellos que en 1933 renuevan con Carrasco i Formiguera y Rovira i Virgili esa hermandad política en el proyecto Galeuzca. De aquellos que en 1937 resistían heroicamente en una Bizkaia sitiada y bombardeada por la legión Cóndor, mientras la Generalitat enviaba para apoyarlos en calidad de delegado al propio Carrasco i Formiguera, que sería capturado en su trayecto en barco y fusilado en Burgos. Represento al partido del lehendakari Agirre, acogido en 1937 con su gobierno en Catalunya, donde los vascos encontraron cobijo en el drama de la guerra; ese mismo lehendakari Agirre que cruza la frontera a pie para no volver, en 1939, acompañado del presidente de la Generalitat. Represento al partido de Manuel de Irujo, que dimite en agosto de 1938 como ministro de la República por la aprobación de unos decretos que limitan el autogobierno catalán, afirmando que lo hace por solidaridad con Catalunya.
El lehendakari Agirre, Irujo y tantos otros nos enseñaron con su testimonio político y personal el afecto y la complicidad política entre nuestras dos naciones. Ajuriaguerra y Julio Jauregui mantuvieron esa llama y, cuando se nos marginó de la ponencia constitucional, en uno de los grandes errores políticos de la transición, apostaron para que en ese momento amargo la minoría catalana defendiera nuestros intereses.
Con sus claroscuros, como todo en la vida, estos y otros hechos configuran nuestra memoria histórica y política de apoyo mutuo. Una memoria asentada en la convicción de que Catalunya y Euskadi son dos realidades nacionales que han defendido el derecho a ser de una nación, a ser parte del proyecto europeo y la realidad de un Estado español respetuoso con la pluralidad de pueblos, culturas y lenguas que cohabitan en su seno.
Desde esta convicción pretendo aportar unas reflexiones entre gente amiga. Convencido de que el momento de esperanza que vivimos en Euskadi abre una oportunidad para alcanzar de forma definitiva la paz tras tantos años de tragedia y sufrimiento. Convencido de que se abre también una oportunidad de alcanzar un acuerdo político integrador en Euskadi que defina un pacto de convivencia entre vascos, y de los vascos con el Estado. Pero también desde la convicción de que la paz puede ser un factor de transformación para poner sobre el tapete debates sobre retos ocultos por la violencia que todo lo destruía y todo lo suprimía.
Un primer debate es, sin duda, la necesidad de hacer de la sociedad vasca un referente líder en creatividad, en innovación, en desarrollar las universidades como polos de talento y tolerancia, por definir la educación integral de las personas como la máxima prioridad de la construcción nacional, por hacer del conjunto de Euskadi un modelo urbano competitivo, por basar nuestro bienestar futuro y nuestro modelo social en una comunidad integrada, con una identidad propia y definida, que apuesta por las personas como nuestro mejor activo. Todo ello en un mundo en que los ciclos de transformación se aceleran y que, al igual que la paradoja de la Reina de Corazones en Alicia en el País de las Maravillas, hoy es preciso correr el doble de lo que seas capaz, para permanecer exactamente en el mismo lugar. Y por supuesto, bastante más para poder acercarnos a las posiciones de las regiones líderes en Europa.
Otro debate responde a la convicción de que, en el mundo global y abierto del siglo XXI, el liderazgo exige la articulación de redes económicas, sociales y políticas. Por ello, en un entorno de cooperación competitiva, hoy más que nunca creo en la renovación del afecto entre Catalunya y el País Vasco. Afecto que debemos transformar en vínculo real y acción positiva en los terrenos de la cooperación económica, social y política. Aspectos éstos, que abordaré en los siguientes minutos.
El título que he planteado aborda la paz como factor de transformación. El propio título define por tanto el primero de los retos, el de la propia paz. Quiero subrayar que las expectativas de pacificación que ahora se abren son posibles porque, de hecho, la sociedad vasca y las instituciones democráticas han demostrado su fortaleza y superioridad frente a la violencia. Es la victoria de los principios éticos, aun cuando queda, sin duda, un trabajo delicado por hacer.
Resulta ineludible, además, en estos momentos que preceden a lo que puede ser el final definitivo de la violencia, dejar constancia del profundo error político y del daño moral que el terrorismo ha causado a tantas personas y a la causa nacional vasca, de su falta de legitimidad, su torpeza política y su absoluta inmoralidad. La pacificación será en este sentido definitiva cuando, junto con las armas, cese también el esquema impositivo que trata de justificarlas, el de que todo vale para conseguir determinados objetivos políticos. El esquema no a la violencia/sí al diálogo, es decir, la apuesta por la paz y por las vías escrupulosamente democráticas no exige a nadie la renuncia a las propias aspiraciones políticas. Es en definitiva, el triunfo de la democracia y sus procedimientos.
Hay muchos elementos que han contribuido a dibujar y a vislumbrar un final definitivo para la violencia en Euskadi, y que han actuado como factores propiciadores de la paz. Cambios en el contexto internacional, cambios profundos en la sociedad vasca, en su mentalidad, sensibilidad, concienciación, movilización en torno a las víctimas que a lo largo de los últimos años han ayudado a achicar el espacio de la violencia en el País Vasco, la transformación en el mundo de la izquierda radical que durante años ha dado cobertura política a la violencia... Pero, sin género de dudas, entre todos estos factores destaca la madurez de nuestra sociedad. Y todo ello nos pone a las puertas de una posible solución, que debe ser abordada entre todos. Por tanto, tenemos antes nosotros una oportunidad que podemos aprovecharla si actuamos con inteligencia, modestia y desde la cooperación entre las diferentes sensibilidades políticas de nuestro país.
En el camino a recorrer tendremos que prestar una atención especial al difícil camino de la reconciliación. El daño causado por la violencia es de tal envergadura, que la normalización de la vida social no será completa incluso desaparecida ésta, porque quedan heridas en las personas y en el tejido social. Por ello, en un proceso de este tipo los partidos políticos y los agentes sociales deberemos velar por el reconocimiento y la reparación de las víctimas. Y, más allá de la solidaridad personal, se hace imprescindible hacer constar el reconocimiento social del sufrimiento injustamente padecido. Sin él, no será posible que la deseable reconciliación se abra paso entre nosotros.
La paz es la prioridad. En el marco de la resolución que aprobamos en mayo de 2005 en el Congreso de los Diputados, se ha anunciado por parte del Presidente de Gobierno central el diálogo con ETA. Un diálogo indispensable para hacer irreversible la paz, pero un diálogo en el que, estamos absolutamente convencidos, el futuro político de la sociedad vasca no va a ser abordado. Hacerlo, vincular la paz a un proyecto político determinado por legítimo que fuera, sería tanto como reconocer la validez del uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos. Este es el primer gran reto de este período que se nos abre. Tengo 42 años. Nunca he conocido una Euskadi en paz. Quiero para nuestros hijos algo diferente.
El segundo de los retos es el del autogobierno, la resolución del llamado contencioso político vasco. Contencioso que no es evidentemente exclusivo de Euskadi. Ya el Club de Roma en La primera revolución global, interesante trabajo prospectivo publicado en 1992, analiza dos tendencias de organización política en la sociedad que se va conformando con el avance de las tecnologías de la información y comunicación: una centrípeta, dirigida a crear espacios globales más amplios para responder a los retos que exigen una determinada dimensión, que lleva por ejemplo al proceso de Unión Europea; y una centrífuga, centrada en las identidades culturales y sentimientos nacionales en muchos casos sin reconocimiento estatal. El citado informe señala al respecto que: "El aparente conflicto deriva de la dificultad de reconciliarlas dentro del sistema político existente, que está rígidamente asentado sobre el modelo de Estado nación”. Y añade: “Lo que se necesita es una reformulación de los niveles apropiados de toma de decisiones para aproximar lo más posible los puntos de decisión a quienes disfrutan o padecen sus consecuencias".
Es lo que, en claves más modernas, el filósofo vasco Daniel Innerarity analiza en su último libro, publicado apenas hace tres meses, El nuevo espacio público. Las conclusiones respecto a la convivencia entre las fuerzas centrífugas y centrípetas, que el Club de Roma señalaba en 1992, las reformula Innerarity en este interesante trabajo señalando que "la cuestión de la unificación del mundo no se reduce ni a la integración económica ni a la convergencia de los modos de vida y de las culturas, sino al viejo problema de la articulación entre la unidad y la diferencia". Este es el contexto en el que los vascos tenemos que articular nuestra estrategia para los tiempos que vienen.
Este reto político nos obliga a cerrar el contencioso vasco de forma que ese déficit de acuerdo sobre el marco político que el 30,2% de apoyo a la Constitución en 1978 simboliza, pueda ser superado. ¿Qué objetivo debemos perseguir los partidos vascos en este acuerdo? ¿Qué nos exige la inmensa mayoría de la sociedad vasca? Un acuerdo que respete la capacidad de la ciudadanía vasca para construir y decidir de forma democrática su futuro pero, a su vez, un acuerdo que en un contexto de lealtad y sin dogmatismos nos permita alcanzar un pacto, para el ejercicio de esa decisión, que pueda ser compartido por las diferentes sensibilidades e identidades de Euskadi. Se trata, en definitiva, de que alcancemos un acuerdo que desde el respeto a los marcos institucionales actuales, permita el uso de sus potencialidades reales de modificación siempre y cuando existan mayorías sociales y políticas para ello. Todo ello desde el respeto democrático a la voluntad de la sociedad vasca, pero con respeto escrupuloso a su pluralidad. Respetar la voluntad de los vascos incluye el respeto a los diferentes sentimientos identitarios, tratando de integrarlos en un esquema de pacto y compromiso
Estos son desde mi punto de vista los ingredientes fundamentales de una solución política. Un acuerdo que la sociedad vasca reclama y que deberá ser necesariamente consultado a la ciudadanía, lo cual es una exigencia política y democrática siempre que se propone una modificación sustancial del marco de convivencia. La consulta es, por lo tanto, el resultado de un proceso en el que no vamos a ahorrarnos ningún esfuerzo. No es, en ningún modo, un arma arrojadiza, ni una excusa de los partidos para delegar en la sociedad la obligación que tienen de trabajar y lograr un acuerdo.
El desarrollo futuro del autogobierno deberá incluir necesariamente una participación en las instancias europeas en los ámbitos competenciales propios de nuestras naciones en las áreas que los Tratados actuales permitan. No es de recibo que Euskadi y Cataluña vean su autogobierno limitado por la imposibilidad de participar de forma directa en la definición, decisión y ejecución de las políticas europeas que les competen, por el hecho de que el Estado siga aplicando mecanismos jacobinos de entender la política europea, más propio de la diplomacia del siglo XIX que de las redes del XXI.
Como analiza Daniel Innenarity en El nuevo espacio público, estamos ante una transformación de la política exigida por la profundización en el pluralismo social. Pluralismo social que también engloba el pluralismo cultural e identitario. Este es el gran dilema al que nos enfrentamos, la cuestión que mayores esfuerzos de imaginación y creatividad política nos va a exigir en los años venideros, especialmente en el ámbito europeo: articular esta pluralidad. Reflexión necesaria en una Europa en la que la capital de Lituania, Vilnius, era una ciudad polaca a comienzos de siglo; en la que la Vojvodina húngara forma parte de la República de Serbia; en la que Alsacia vive su cultura germánica anclada en el Estado francés; en la que vascos, catalanes, flamencos, tiroleses, húngaros y finlandeses estamos separados por antiguas fronteras que van poco a poco diluyéndose. Este es el mundo en el que vivimos y que tenemos que organizar.
Europa es el verdadero paradigma de la nueva política que está exigiendo un mundo interdependiente. El proceso político de integración europea es una respuesta inédita --y quizás un día ejemplar-- a las circunstancias que condicionan hoy el ejercicio de la soberanía en el mundo. La construcción política de Europa presenta unas singularidades que la diferencian de todos los proyectos de construcción nacional. Europa corresponde al tipo de organización propio de una sociedad que ya no tendrá que ser gobernada desde un centro rígido, con una jerarquía estricta y en orden a producir homogeneidad. En ella se cumple a la letra el principio de que la pluralidad no es el problema, sino la solución.
La Unión Europea, debido a su compleja estructura de gobierno, ha modificado el modo de concebir y ejercer el poder. La misma idea de soberanía tradicionalmente absoluta e incompartible se transforma dando lugar a lo que algunos han llamado "soberanía compleja": la posibilidad paradójica de que pérdidas de soberanía proporcionen ganancias de soberanía.
Nuestro principal desafío consiste en abandonar los conceptos centrados en la idea tradicional de Estado y desarrollar una comprensión alternativa de las relaciones entre los estados, la naciones y las sociedades. Este es un gran reto para la sociedad vasca y, sin género de dudas, particularmente para el nacionalismo vasco.
Pero el tercer gran reto, el que la sociedad post-ETA va a dejar a la vista de forma descarnada, es el de la adaptación competitiva a una nueva realidad. Valga como ejemplo el enorme salto cualitativo producido en los últimos seis años. Hoy el mundo es muy diferente al que era en el año 2000. En 1999 Internet y el comercio electrónico estaban apenas despegando. Sólo uno de cada 20 vascos estaba conectado a la red, y los usos de la misma eran casi marginales. Hoy, una información prácticamente infinita está disponible a una distancia enorme a un coste casi cero. Las consecuencias sociales, económicas, culturales y también políticas de este fenómeno están empezando a producirse, y hoy nos es difícil de imaginar hasta dónde pueden llegar.
En la actualidad, centenares de miles de declaraciones de la renta de ciudadanos americanos son realizadas por expertos fiscales en Asia, sin que probablemente muchos de ellos lo sepan, a través de colaboradores de asesores fiscales americanos. Hospitales de Boston mandan sus radiografías vía Internet al atardecer a la India para que especialistas en el análisis radiográfico trabajen durante el día asiático para que al amanecer los médicos de Boston tengan las radiografías de sus pacientes analizadas. Esto era difícilmente imaginable hace menos de diez años.
La globalización no es un fenómeno nuevo. Quizá la novedad resida, como defiende Thomas Friedman en su ensayo The world is flat, en quiénes son ahora los que cooperan o compiten en esta nueva etapa de la globalización. Durante siglos, el dominio de continentes y mares con el control del comercio y de las materias primas que ello conllevaba era una tarea de los Estados o de los imperios. Así, hasta bien entrado el siglo XIX, eran los países los que competían, los que forjaban alianzas y los que se disputaban hegemonías.
Durante el siglo XX han sido fundamentalmente las empresas multinacionales las que han convertido en mundiales los mercados y el trabajo, y esta creación de grandes espacios económicos regionalizados es la que ha contribuido a crear gérmenes de grandes estructuras políticas y económicas que han modificado el Estado-nación, como es el caso de la Unión Europea o los más incipientes de Mercosur o el Tratado de Libre Comercio norteamericano.
La novedad de los últimos seis o siete años es que la universalización de la red de intercambio global de información y servicios está provocando que los agentes de esta nueva globalización mundial sean las personas. Hoy en día, una persona con formación, talento y capacidad de creación de un producto o servicio puede competir en un mundo global. Por ello, ahora más que nunca, un país pequeño debe construirse volcándose hacia el único activo válido en el mundo que se está conformando, el único valor para construir un espacio competitivo. Su gente. Nuestra gente. Las naciones y regiones pequeñas vamos a poder ser líderes en esta nueva situación sólo a través de un camino: transitando de una sociedad industrial a una sociedad creativa, invirtiendo para ello en las personas, en innovación y desarrollando nuestra tolerancia y apertura al exterior.
La sociedad vasca, liderada por el Partido al que represento, ha desarrollado a lo largo de los últimos 25 años una apuesta intensa por la regeneración del tejido económico y urbano. Estas decisiones dan lugar a la primera transformación económica vasca. La reconversión industrial, la apuesta intensiva por la promoción y la inversión, la creación de un tejido científico y tecnológico hasta entonces inexistente, el impulso a la internacionalización de nuestro tejido industrial, la apuesta por la cooperación a través de los "cluster", la diversificación energética, una inversión intensiva en renovación de la generación eléctrica, una decidida actuación en favor de la eficiencia energética, la formación profesional y técnica como apuesta de competitividad, la fiscalidad al servicio de la inversión, el empleo, la innovación y la internacionalización...
Visto desde la perspectiva actual parece todo evidente. Pero es el conjunto de decisiones que nos han llevado a la realidad actual que vivimos. A alcanzar una sociedad que ha tenido el mayor crecimiento en el PIB por habitante entre el conjunto de las Comunidades Autónomas en el período 1995-2005, así como la mayor renta familiar del Estado, junto con Navarra.
Una sociedad que ha multiplicado su inversión en I+D respecto al PIB por 25 en los últimos 25 años, alcanzando ya en su sector industrial una inversión en I+D superior a la media europea. Que presenta una tasa de exportación del 30% de su PIB, por encima de las medias alemana, italiana, francesa o española, y ha pasado de un 88% de la renta media comunitaria cuando entramos en la Unión Europea, al 120% actual, y que tiene una tasa de desempleo del 5,5 %, casi tres puntos por debajo de la media española. Una sociedad que concentra el 50% de la investigación bajo contrato privada de todo el Estado. Una sociedad abierta que en los últimos catorce años ha multiplicado por dos y medio la entrada de turistas. El pasado abril el prestigioso diario económico francés "Les Echos" ofreció una serie de reportajes sobre nuestra economía con el título expresivo de "España: la receta del milagro vasco". Un ejemplo de que Euskadi inicia el camino de la era post-ETA.
Euskadi es atractiva. Además de las cifras turísticas, los estudiantes de la generación del Erasmus empiezan a incluir las universidades vascas entre sus preferencias. Pero lo que es más importante: nosotros mismos, tras años de autoestima golpeada, empezamos a percibir nuestra propia situación como la de una nación que es referencia en Europa por el afianzamiento de su propia identidad, por su capacidad de innovación y crecimiento, por su compromiso con la solidaridad y la cooperación.
Para un país pequeño como el nuestro, vivimos una época de oportunidades. Oportunidades que sólo pueden ser aprovechadas si desde un liderazgo político claro se apuesta por introducir este reto en la agenda política. El reto de hacer de la sociedad vasca un referente líder en creatividad y en innovación.
El mundo está cambiando. Hoy en día hacen en China o en Polonia muchas cosas que hacemos aquí. Nuestra industria es y ha sido la base de nuestra fuerza económica y de nuestro bienestar actual. Dentro de cinco o seis años nuestra industria no va a poder hacer muchas de las cosas que ahora se fabrican aquí. O espabilamos, nos movilizamos como país, o pueden venir malos tiempos. Nuestro bienestar actual no es para siempre. Necesitamos una gran movilización social por la investigación, la tecnología, la ciencia, la universidad, la creatividad y la innovación. Sólo así podremos hacer dentro de seis o siete años lo que los chinos o los hindúes no puedan hacer todavía. Y tendremos trabajo para todos. Y para plantearnos estos retos, sólo hay una receta, apostar por nuestras personas y su creatividad.
Necesitamos incorporar nuestra identidad, nuestra forma de ser, nuestras virtudes tradicionales, aquello que nos ha caracterizado históricamente a los vascos a las realidades actuales, al tiempo que incorporamos nuevos valores.
Hacer frente a este reto supone implicarnos en construir una sociedad vasca innovadora, capaz de adelantarse a los cambios, basada en personas formadas que conozcan la importancia del trabajo bien hecho, con fuerte sentido de identidad de lo que nos es propio, con pertenencia a una comunidad que se implica en la solidaridad activa a todos los miembros de la misma y que comparte un proyecto a largo plazo. Una Euskadi abierta al mundo, abierta a la diferencia creativa, capaz de atraer a personas de otros lugares que quieran desarrollar su talento y su creatividad entre nosotros. Que se sientan atraídos por ser vascos con nosotros. Garantizar la pervivencia y el desarrollo de Euskadi en el siglo XXI supone ser capaces de que los valores que identifican a los vascos y desarrollamos los vascos sean atractivos para aquellos que quieran compartir su vida con nosotros. Ser atractivos debe ser el objetivo fundamental de nuestra generación. La garantía del éxito de nuestro proyecto.
Una nación vasca innovadora, como garantía de pervivencia en el mundo actual en el que el cambio es lo único que permanece, y la fórmula para aprovecharlo radica en la innovación, en la capacidad de adelantarse a las novedades tecnológicas, culturales y sociales.
Una educación basada en valores, que busque la formación integral de las personas, con el objetivo de crear una red de profesionales definidos por el valor del trabajo bien hecho, que persigan hacer lo fácil bien y lo difícil, lo mejor posible. En definitiva, un gran acuerdo social. El "contrato social vasco" para una apuesta compartida. La de hacer de Euskadi un referente líder en creatividad, en innovación a través de un gran proyecto movilizador que apueste por la educación integral de las personas como la máxima prioridad de la construcción nacional, y por la innovación como gran reto social. Acuerdo entre partidos y acuerdo social. La apuesta por las personas es nuestro mejor activo. Y la única que puede permitir que nuestros hijos e hijas disfruten de estándares de vida superiores a los que nosotros estamos viviendo.
Comentaba al principio de este coloquio que el liderazgo exige, en el mundo global y abierto del siglo XXI, la articulación de redes económicas, sociales y políticas. Y hoy, aquí, quiero apostar por una estrategia en favor de un entorno de cooperación competitiva entre Catalunya y el País Vasco. Cooperación económica, social y política.
No estoy inventando nada porque los datos están ahí. La cooperación económica ha sido una constante en las relaciones vasco-catalanas, y en momentos importantes del sistema financiero catalán los vascos no hemos estado lejos, no hemos sido ajenos. Hoy miro con satisfacción y sana envidia, tras los avatares que alguna entidad financiera vasca sufrió en el duro cuatrienio de Aznar, y también --por qué no decirlo-- por nuestros errores al no haber conseguido todavía la fusión de las Cajas vascas, el sólido edificio financiero que tenéis con la Caixa, Caixa Catalunya, y el Banco Sabadell. Os felicito, y creo que en el sistema financiero del presente siglo tenemos la obligación de retomar la senda de la cooperación y convertirnos en un referente europeo.
Pero veo también que las turbulencias políticas de estos años y, sobre todo, la patrimonialización del poder económico por determinados círculos de Madrid demonizando cualquier intento de modernización económica desde la periferia, nos puede nublar el horizonte de un interés estratégico mutuo: crear sólidas corporaciones tecnológicas industriales y de servicios. Y articular un territorio atractivo en términos europeos e internacionales configurado por el eje Bilbao-Barcelona, y traccionando hacia este eje el Toulouse-Bordeaux.
La necesaria cooperación económica entre Catalunya y Euskadi es una necesidad para la competitividad de nuestros respectivos países, pero es también un pilar esencial para la competitividad española. Somos los motores de la economía real, y ya es hora de que hablemos de los temas reales.
Nuestros modelos son distintos, porque las circunstancias históricas así lo han configurado. Siempre he sentido admiración por la capacidad de proyectar Catalunya al mundo y particularmente en Europa. Un País atractivo para la inversión internacional. Nosotros por el contrario, y debido a razones derivadas del terrorismo, tras la brutal crisis de finales de los 70 y la década de los 80, hemos tenido que afrontar el desafío de la transformación de nuestra industria desde nuestra fortaleza interna y gracias sobre todo al espíritu emprendedor y de apuesta tecnológica de nuestros empresarios.
Hoy puedo decir con satisfacción que nuestro país tiene un potente tejido empresarial, tecnológicamente avanzado y de gran productividad. Hemos tenido que arreglarnos solos, porque durante años fuimos objetivo poco atractivo para la inversión internacional. Nuestra apuesta por la formación profesional, la renovación tecnológica, los fondos de garantía recíproca, de capital desarrollo y riesgo, los centros de investigación... ha merecido la pena. Pero también debo confesar el importantísimo papel que jugaron en la dinamización industrial y tecnológica en momentos delicados determinadas empresas tractoras y personas tractoras. Años 80 y principios de los 90, en los que MCC se desarrolla como corporación con un profundo compromiso social y de innovación, Iberduero con personas como José Antonio Garrido, que apostaron por vincular su I+D+i al tejido industrial vasco, con el desarrollo posterior en Gamesa; el BBV de Sanchez Asiain y de Pedro Luis Uriarte... Años duros con personas y grupos destacados. Además de infinidad de empresarios comprometidos.
Pero hoy nuevamente estamos ante una encrucijada. Dimensionar nuestro tejido empresarial para adecuarlo al mundo globalizado. Dotarlo de músculo financiero y empresarial. En este sentido los próximos años van a ser decisivos, porque nuestro tejido empresarial deberá abordar fusiones y absorciones para seguir siendo competitivos a nivel mundial. Nuestras Cajas deberán dimensionarse adecuadamente, cumplir su papel de empresas financieras eficaces y eficientes en el sistema financiero europeo, y contribuir activamente al desarrollo socio-económico del país. MCC evolucionará conforme a los nuevos tiempos siguiendo la estela de su fundador Arizmendiarrieta, con capacidad de visión y de adaptación a las nuevas realidades. Y es mi deseo que recuperemos una presencia vasca activa y estratégica en las grandes corporaciones.
Estos desafíos debemos ponerlos en marcha tranquila y discretamente. Pero el mercado único europeo y la economía globalizada han cambiado muchos paradigmas y, entre ellos, la dimensión del mercado y la necesaria musculatura empresarial, financiera y tecnológica. Por ello tienen toda la lógica del mundo las alianzas empresariales y, por ello, hay también un horizonte de oportunidad entre culturas económicas, políticas y sociales que sienten simpatía mutua como las representadas por Catalunya y Euskadi. Si no somos capaces de hacerlo en el favorable contexto histórico de una Unión Europea sin fronteras, ambos actores vamos a perder la oportunidad vital de ser protagonistas económicos y políticos influyentes en la Unión. Sin olvidar las necesarias infraestructuras de comunicación y logísticas que debemos desarrollar conjuntamente para romper un esquema radial en el que para ir de San Sebastián a Barcelona por un tren de alta velocidad nos han querido hacer pasar por la Puerta del Sol. En este sentido, el reciente acuerdo presupuestario, que hemos cerrado entre el Partido Nacionalista Vasco y el Gobierno del Estado, va a permitir el desarrollo de la Y ferroviaria vasca, su conexión con Pamplona, y lo que debe ser en un futuro próximo el eje ferroviario del Ebro, con el Bilbao-Barcelona de alta velocidad y ancho europeo para poder unir en dos horas y media por tren nuestros centros económicos.
Termino con el deseo de que, en esta nueva etapa que Catalunya ha abierto el pasado 18 de junio, la sociedad catalana encuentre nuevos instrumentos de autogobierno y de financiación para hacer frente al futuro. Una sociedad con un compromiso solidario sin parangón en Europa como es la catalana, ha visto de forma sangrante e injusta su imagen vinculada a la insolidaridad y al egoísmo en materia financiera. Ustedes han dado un paso en la gestión de sus recursos. Un paso que, no tengo duda, tendrá a futuro su continuación. Porque el futuro en Europa pasa por un horizonte de sistemas fiscales competitivos en el que, con mecanismos adecuados de solidaridad intercomunitarios, las diferentes naciones y comunidades gestionen sus recursos y su fiscalidad para hacer competitivo y equilibrado su entorno económico y social. Es decir, a través de modelos de responsabilidad y no de subsidio.
En definitiva, el escenario de paz nos abre la posibilidad de orientar el debate político aquello de lo que no hemos hablado lo suficiente en Euskadi durante demasiados años. Quería hablar de la era post-ETA aquí en Catalunya. Porque la paz va ser un factor de transformación. También de catalizador de nuestras relaciones económicas y sociales mutuas. Muchas gracias.