Josu Erkoreka
25Mayo
2006
25 |
Opinión

Jáuregui, Prieto y los mítines socialistas en Bermeo

Josu Erkoreka
Mayo 25 | 2006 |
Opinión

El diputado socialista Ramón Jáuregui viene sosteniendo tanto en público como en privado que el mapa sociológico que los resultados electorales permiten dibujar en Euskadi no puede darse por zanjado. A su juicio, ese mapa es fruto de la ventaja que ha otorgado al nacionalismo vasco la existencia de ETA. En un contexto de plena libertad -sugiere- es probable que la identidad nacional vasca perdiese enteros en favor de quienes postulan a España como única nación. Ramón añade: «Quiero reivindicar que no he sido libre en Euskadi para defender mi causa. Por poner un ejemplo, no he podido hacer un mitin en Bermeo como Indalecio Prieto en la Segunda República. Quiero saber cómo son los vascos en un contexto de paz y libertad».
La referencia histórica a Prieto y la República es tan desacertada como la tesis que Ramón desliza en su reflexión. Veámoslo. Durante la II República, en Bermeo se celebraron varios mítines socialistas. Pero no consta que Prieto participara en ninguno de ellos. Hicieron campaña electoral en Bermeo diputados del PSOE, como Julián Zugazagoitia o Vicente Fatrás, pero no así don Inda, seguramente porque la circunscripción por la que resultó elegido en tres convocatorias fue la de Vizcaya-Capital. Entre los bermeanos, sin embargo, la figura de Prieto era perfectamente conocida. Y no muy querida, todo hay que decirlo. En la memoria colectiva local todavía se conservan canciones burlescas con las que los bermeanos evocaban su figura. Hay una que refleja con singular grafismo la negativa imagen que predominaba en torno al líder socialista. Dice así: "El Rey estaba cagando / y no tenía papel / llegó Indalecio Prieto / y se limpió el culo con él".

No es extraño que en Bermeo arraigara esta visión tan sórdida sobre la personalidad de Prieto. Entre 1932 y 1933, sus vecinos padecieron en primera persona las malas artes que el astuto líder socialista desplegaba cuando se proponía objetivos a cualquier precio. Durante esta etapa, la organización socialista local fue siempre muy débil. Y su éxito electoral, pese a los mítines, más bien precario. Pero en 1932, Prieto se empeñó en compensar lo que las urnas le negaban, prevaliéndose de su cargo en Madrid, para volcar a su favor las preferencias electorales de los bermeanos. Para ello adoptó dos tipos de medidas.

Por una parte, se sirvió del gobernador civil de Bizkaia, José Mª Amilibia, para suspender el Ayuntamiento democráticamente elegido, de mayoría nacionalista, y poner en su lugar un conjunto de gestores designados gubernativamente entre personas ideológicamente afines. Hoy, esto nos parece increíble pero, en aquel momento, la Ley de Defensa de la República permitía este tipo de medidas drásticas y arbitrarias. El pretexto del que se sirvió el Gobierno para justificar una decisión tan grave nos es muy conocido: los nacionalistas -se decía- acosaban y hostigaban a los republicanos, impidiéndoles actuar con libertad. Curiosamente, la misma razón que ahora aduce Jáuregui para denunciar la presunta desventajosa situación en la que él se encuentra para captar prosélitos en Bermeo.

La suspensión gubernativa del Gobierno local bermeano no pasó inadvertida. En el pueblo se sucedieron protestas y manifestaciones que fueron reprimidas y acabaron con detenciones y encarcelamientos. Cuando los diputados nacionalistas se quejaron ante el presidente de la República por la represión que el gobernador ejercía sobre ellos, «en beneficio de los socialistas y de la UGT», Azaña escribió en su Diario una nota que lo dice todo: «Lo que estos hombres me dicen coincide con lo que afirma Casares, y es que el gobernador de Bilbao sigue la táctica que le aconseja Prieto, cuya aversión a los nacionalistas es conocida».

No contento con privar a los bermeanos del alcalde y los concejales que habían elegido en las urnas, Prieto, a la sazón ministro de Obras Públicas, maniobró, arteramente, con motivo de la construcción del repetidamente reclamado rompeolas que hoy protege el puerto de los embates de la mar. Invitó a su despacho de Madrid a una comisión de republicanos y socialistas procedentes de Bermeo e hizo creer a la opinión pública que fue aquella aislada gestión la que decidió al Gobierno a emprender los trabajos del muelle exterior. Cuando las Cortes aprobaron la financiación de la obra, el diputado nacionalista Francisco de Basterrechea, natural de Bermeo, tomó la palabra para transmitir al Gobierno «el agradecimiento de la villa» por aquella trascendental decisión. Pero Prieto, presente en la sesión, reaccionó como un resorte y replicó: «Me interesa declarar ante la Cámara que el Gobierno, para traer este proyecto de ley, no ha recibido más sugestiones que las de una Comisión de elementos democráticos de la villa de Bermeo que sostienen allí una lucha feroz que les han planteado los elementos nacionalistas ( ) solamente a impulsos de las izquierdas de Bermeo, porque otros no han llegado al Gobierno, ni ahora ni antes, es por lo que está sobre la mesa pendiente de aprobación ese proyecto». La escenificación fue perfecta. El mérito de la obra correspondía, en exclusiva, a los socialistas y los republicanos de la villa. Entonces, sí, Prieto visitó Bermeo para recibir el aplauso de los vecinos, aunque no todos le acogieran con simpatía. Pero ni aún con estos procedimientos consiguió el líder socialista alterar las preferencias políticas de los bermeanos. Cuando estalló la Guerra Civil, las fuerzas nacionalistas seguían siendo en la villa pesquera tan hegemónicas como en los primeros años de la República.

Al igual que Prieto, Jáuregui ha podido disfrutar de una sólida plataforma institucional para hacer llegar sus mensajes a los bermeanos. Fue delegado del Gobierno en Euskadi, vicelehendakari y encabezó uno de los departamentos más relevantes del Gobierno vasco. También ha sido parlamentario vasco y diputado en Cortes. Jáuregui no sale de las catacumbas, ni ha vivido en la clandestinidad. Antes al contrario, durante los últimos 20 años su presencia en los medios ha sido intensa. Es, quizá, uno de los socialistas vascos que más se ha prodigado en prensa, radio y televisión. Y en una sociedad mediática, la opinión pública se conforma a través de los medios de comunicación. Como es sabido, los mítines, cada vez menos concurridos, se organizan más por el reflejo mediático que por su directo valor comunicativo.

Pero Jáuregui necesita, al parecer, un mitin. Abriga la esperanza de conseguir que, con un mitin en Bermeo -el que Prieto no dio- los bermeanos se aparten del nacionalismo vasco, inmensamente mayoritario en sus opciones ideológicas y electorales, para empezar a sentirse partícipes de la única nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. La paz, por fin, le permitirá dar satisfacción a su histórica aspiración. Pero a mí, no sé por qué, me da la sensación de que va a ser que no.

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