Intervención
10Mayo
2006
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Intervención

JOSU JON IMAZ
Euskadi 2020: Acertar de nuevo

Intervención
Mayo 10 | 2006 |
Intervención

Forum Deusto
10 de mayo de 2006
Vídeo de la conferencia

Arratsaldeon guztioi, buenas tardes a todos:

En primer lugar quiero agradecer a la Universidad de Deusto la oportunidad que me brinda de compartir con todos ustedes las reflexiones que voy a llevar a cabo y, por supuesto, a todos ustedes su asistencia.

El título de la conferencia puede resultar sugerente. Pero si quiero ser honesto, tengo que dejar claro desde el principio que no es mi intención describir cómo será Euskadi en el año 2020. Seguramente porque sería incapaz de hacerlo. Y dudo de que alguien pudiese hacerlo con éxito.

Hace once años preguntaban a Robert Allen, principal ejecutivo de ATT, acerca de cómo será el mundo con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. En aquel momento, ATT era posiblemente la principal empresa del sector de telecomunicaciones a nivel mundial. Su respuesta fue curiosa: “Uno podría pensar razonablemente que el presidente de ATT debiera conocer cómo será su corporación dentro de 10 años. No lo sabe. Uno podría, con razón, pensar que el presidente de ATT será capaz de predecir cómo la tecnología transformará su negocio en una década. No puede hacerlo. Al menos, debería conocer quiénes serán sus mayores competidores en el año 2005. Pues bien, no lo sabe. Esto es lo único que sabe: que algo revolucionario, intrigante y profundo está ante nosotros”.

Hoy, ATT no es ya lo que era. Ni siquiera, pensarán ustedes, ha sido un actor principal en las transformaciones que se han producido. Pero, desde luego la respuesta de Allen fue honesta. Tenemos por tanto que tratar de analizar y prepararnos ante algo cuyo calado desconocemos, pero que está modificando la economía, la educación, el trabajo, los hábitos de vida y me atrevería a decir incluso que modificará a futuro las estructuras políticas clásicas. La nueva sociedad fruto de la revolución tecnológica.

Ante la imposibilidad de discernir con claridad cómo será esa Euskadi del 2020, nuestro reto pasa por entrever por dónde pueden ir en un plazo razonable de tiempo las claves del mundo en el que vivimos y, en función de ello, tratar de adoptar las líneas estratégicas de nuestra acción política. Conscientes de que si algo caracteriza a los tiempos que vivimos es el acortamiento de los ciclos.

El Club de Roma, uno de los principales foros mundiales de prospectiva, realizó en 1994 un informe titulado Horizontes de Europa 2020. Doce años más tarde, el análisis que entonces hacían lleva en algunos puntos a sonrojarnos. Sólo un año antes de que yo mismo me convirtiese en usuario de Internet, el Club de Roma no contemplaba este fenómeno y sus consecuencias en el estudio prospectivo del año 2020. Preveían, por el contrario, una acelerada pérdida de empleos en los países desarrollados, fruto de la revolución tecnológica. Esta reflexión podría parecer lógica en el año 1994, año en el que recuerdo una cifra de paro del 24,5% en Euskadi, con una tasa del 55% de paro juvenil. Hoy en día, con una jornada laboral media entre 1600 y 1750 horas anuales, tenemos más empleos que en toda nuestra historia, y el desempleo roza los valores cercanos al paro técnico, aunque aún debamos mejorar. El desarrollo tecnológico y los nuevos hábitos de vida han generado empleos que entonces parecían inimaginables. El estudio señalaba que para el año 2000 sería necesario implantar una jornada laboral de 1000 horas como máximo, para poder así seguir aspirando al pleno empleo. La realidad ha sido absolutamente opuesta.

Entenderán ustedes que, con estos antecedentes, las labores de prospectiva que desarrolle en esta conferencia serán limitadas. No quiero ser chanza de ningún conferenciante dentro de catorce años. Me limitaré a señalar lo que desde mi punto de vista es razonable en el análisis de la apuesta generacional que nos toca. Con los datos de lo que hoy en día tenemos, y en lo que sensatamente uno puede atisbar en el horizonte.

Valga como ejemplo el enorme salto cualitativo producido en los últimos seis años. Hoy el mundo es muy diferente al que era en el año 2000. En 1999 Internet apenas había despegado y sus usos eran marginales. Hoy, una información prácticamente infinita está socialmente extendida, disponible a una distancia enorme y a un coste casi cero. Las consecuencias sociales, económicas, culturales y también políticas de este fenómeno están empezando a producirse, y sus expectativas de desarrollo son incuestionables.

Hoy en día, centenares de miles de declaraciones de la renta de ciudadanos americanos son realizadas por expertos fiscales en Asia, sin que probablemente muchos de ellos lo sepan, a través de colaboradores de asesores fiscales americanos. Hospitales de Boston mandan sus radiografías vía Internet al atardecer a la India para que especialistas en el análisis radiográfico trabajen durante el día asiático, a fin de que al amanecer los médicos de Boston reciban de nuevo las radiografías de sus pacientes ya analizadas. Esto era difícilmente imaginable hace menos de diez años.

La globalización no es un fenómeno nuevo. Quizá la novedad resida, como defiende Thomas Friedman en su ensayo The world is flat, en quiénes son ahora los que cooperan o compiten en esta nueva etapa de la globalización. Durante siglos, el dominio de continentes y mares con el control del comercio y de las materias primas que ello conllevaba era una tarea de los Estados o de los imperios. Así, hasta bien entrado el siglo XIX, eran los países los que competían, los que forjaban alianzas y los que se disputaban hegemonías.

Durante el siglo XX han sido fundamentalmente las empresas multinacionales las que han convertido en mundiales los mercados y el trabajo, y esta creación de grandes espacios económicos regionalizados es la que ha contribuido a crear gérmenes de grandes estructuras políticas y económicas que han modificado el Estado-nación, como es el caso de la Unión Europea o los más incipientes de Mercosur o el Tratado de Libre Comercio norteamericano.

La novedad de los últimos seis o siete años es que la universalización de la red de intercambio global de información y servicios está provocando que los agentes de esta nueva globalización mundial sean las personas. Hoy en día, una persona con formación, talento y capacidad de creación de un producto o servicio puede competir en un mundo global. Por ello, ahora más que nunca, un país pequeño debe construirse volcándose hacia el único activo válido en el mundo que se está conformando, el único valor para construir un espacio competitivo: Su gente. Nuestra gente. Las naciones y regiones pequeñas vamos a poder ser líderes en esta nueva situación sólo a través de un camino: transitando de una sociedad industrial a una sociedad creativa, invirtiendo para ello en las personas, en innovación, y desarrollando nuestra tolerancia y apertura al exterior.

Estos son los datos que tenemos al día de hoy. La realidad que nos toca vivir constituye un punto de inflexión en la historia. Algunos analistas consideran que sólo han existido dos revoluciones tecnológicas en la historia de la humanidad, equiparables en sus consecuencias político económicas y socio culturales a esta revolución de las tecnologías de la información en la que estamos inmersos. La primera de ellas fue la del Neolítico que, con la incorporación de las tecnologías agrícolas y ganaderas, transformó un ser humano recolector y cazador en otro agricultor y ganadero. De una cultura nómada, forzada por los modos de obtención de alimentos, se pasó a una cultura sedentaria, y los excedentes alimenticios provocaron la creación de actividades no directamente productivas, dando con todo ello paso a la nueva forma de organización social que fue la ciudad.

Entre los siglos XVI y XIX se produce la segunda gran revolución, en la que la máquina de vapor da origen a la industrialización, la cual no hubiera sido posible sin el desarrollo previo de la imprenta y el avance del conocimiento. Y con todo ello, las grandes producciones, los mercados más amplios y la uniformización cultural y lingüística van forjando el Estado nación como estructura política. En este proceso los vascos perdemos nuestra capacidad de tener soberanía propia, al no poder acceder a la estructura de los Estados que se conforman en este período.

Y hemos llegado al siglo XXI, el siglo de la tercera gran revolución tecnológica, al Tercer Entorno, en terminología del profesor Javier Echevarria, autor de Telepolis. Sería ingenuo pensar que esta sociedad de la información o del conocimiento, como se ha dado en llamarla, vaya a mantener inmutables sus estructuras políticas y sus formas de organización. Lo escribió Alvin Toffler en 1994: “Somos la última generación de una antigua civilización y la primera de una nueva civilización”.

Hemos comentado algunas pinceladas de las consecuencias de esta revolución tecnológica en la economía. Pero también la tienen ya, y la tendrán indudablemente en política. Expertos mundiales en prospectiva coinciden en que la información está erosionando y transformando el Estado nación clásico como estructura política. Mercados más amplios exigen estructuras supraestatales, en la medida en la que la regulación de un mercado conlleva ámbitos de decisión en aspectos medioambientales, sociales, fiscales e incluso monetarios. Se diría que las estructuras rígidas --y los Estados-nación al estilo del siglo XIX lo son-- llevan consigo el anacronismo de ser demasiado grandes para abordar los temas próximos y demasiado pequeños para resolver los problemas de mayor envergadura.

Precisamente esto es lo que básicamente está empujando a la creación de espacios "regionalizados" en el mundo desarrollado, cuyos ejemplos son la Unión Europea, Mercosur, el Tratado de Libre Comercio americano y ASEAN. Alguno de ellos, como la Unión Europea, adquiere ya caracteres de estructura política macroestatal, con un mercado interior consolidado, una moneda única, ámbitos de desarrollo de un espacio policial y judicial e, incluso, una seguridad común incipiente.

Paralelamente a este fenómeno se está produciendo otro a nivel mundial. Es aquel que nosotros llamaríamos nacionalismo de pueblos sin Estado y que algunos autores llaman el resurgir de los Estados región. Su primera motivación, directamente derivada del fenómeno de la globalización, es el sentimiento conocido como "la necesidad de raíces". En un mundo transnacional, abierto, de una dimensión excesivamente alejada de la percepción de la individualidad humana, los seres humanos necesitan encontrar sus raíces en un entorno con el que se identifican, sin el cual no se entienden a sí mismos.

En una sociedad y economía globalizadas, el ser grande ya no es una ventaja. Ahora que el dinero y la información se han convertido en trasnacionales, las unidades pequeñas pueden ser económicamente viables. Podríamos decir que las verdaderas historias de éxito de los últimos años las han escrito los Estados pequeños o las regiones económicas que surgen con fuerza, como es el caso de Lombardía en Italia, Saboya en Francia u Osaka y Kansai en Japón. Es lo que lleva a algunos analistas como Kenichi Ohmae a formular el concepto de "zona económica natural" para entornos con ciertas características específicas, fuerte dinamismo, sentido de pertenencia, abiertos económicamente al mundo e integrados en un gran espacio continental.

El informe del Club de Roma La primera revolución global, interesante trabajo prospectivo publicado en 1992, analiza estas dos tendencias: la antigua centralista y uniformizadora; y la más moderna, centrada en las identidades culturales y en los ámbitos nacionales de libre adhesión. El citado informe señala a respecto que: "El aparente conflicto deriva de la dificultad de reconciliarlas dentro del sistema político existente, que está rígidamente asentado sobre el modelo de Estado nación. Lo que se necesita es una reformulación de los niveles apropiados de toma de decisiones para aproximar lo más posible los puntos de decisión a quienes disfrutan o padecen sus consecuencias".

Es lo que en claves más modernas, el filósofo vasco Daniel Innerarity analiza en el libro recientemente publicado, apenas hace dos meses, El nuevo espacio público, cuando señala la entrada de nuevos agentes en el espacio internacional, indicando que "tras abandonar el monopolio de los Estados, las cuestiones internacionales entran en el espacio público, convirtiéndose en objeto de información y de debate, de vigilancia política. Aparece así un nuevo civismo internacional que aspira a humanizar la globalización, aunque todavía no disponga de los instrumentos para hacerse valer", añadiendo que "El siglo XX no ha terminado con los Estados, pero sí ha acabado con el monopolio del que disfrutaban en calidad de actores internacionales".

Las conclusiones respecto a la convivencia entre las fuerzas centrífugas y centrípetas que el Club de Roma señalaba en 1992, las reformula Innerarity en este interesante trabajo señalando que "la cuestión de la unificación del mundo no se reduce ni a la integración económica ni a la convergencia de los modos de vida y de las culturas, sino al viejo problema de la articulación entre la unidad y la diferencia". Ese es el contexto en el que los vascos tenemos que articular nuestra estrategia para los tiempos que vienen.

El acierto de hace 27 años

En el período 1977-1980 la generación que nos precedió acertó. Hoy, nuestra generación debe formular las claves para poder volver a acertar los próximos quince o veinte años. Es posible incluso que los ciclos sean más cortos. Pero es nuestra tarea. Euskadi es hoy más nación que nunca por la apuesta asumida en 1979 por la gran mayoría social y política vasca. Es una sociedad moderna, con más bienestar y calidad de vida, con más autogobierno y con una identidad propia salvaguardada y abierta al mundo. Nos corresponde que la siguiente generación llegue a las mismas conclusiones cuando analice a la generación que hoy toma las decisiones

En la primavera de 1977, en Txiberta, entre Baiona y Anglet, se celebra una reunión entre los partidos nacionalistas de este país. Toda una panoplia de letras sólo entendible en aquella confusión de final del régimen franquista. ETA participa en aquella reunión, y con presencia visual de armas sobre la mesa, conmina al conjunto del nacionalismo vasco a no presentarse a las elecciones de junio de 1977. El Partido Nacionalista Vasco rompe el cerco y adopta una decisión. Valiente y arriesgada en aquel momento. Pero coherente con el contexto en el que se vivía. Conscientes de las carencias de la transición a la democracia, proceso tutelado por las instituciones todavía vigentes del Viejo Régimen. Pero convencidos de que el contexto internacional avalaba aquella Transición, y que la España democrática iba a encontrar un lugar en un espacio europeo compartido que se construía ya tímidamente desde la Declaración de Schumann, de la que precisamente ayer se cumplían 56 años. Una Europa en la que como desarrolla Geraldine Galeote González en su estudio La temática europea en el discurso del Partido Nacionalista Vasco, EAJ-PNV siempre ha creído y ha volcado en ella una inequívoca vocación, desde la segunda década del siglo XX hasta su actual dirección. Una Europa en la que el concepto de frontera se va diluyendo y el papel del Estado-nación es cada vez más relativo.

La Constitución tuvo sus límites, que se reflejaron en la abstención o rechazo del conjunto del nacionalismo vasco y dio lugar a la escasa adhesión que obtuvo por estos lares. Basta recordar que sólo el 30,2% del censo vasco le dio su aprobación. Sin embargo, la misma abría la posibilidad de aprobación del Estatuto de Gernika que, con una clara reserva de derechos contenida en su Disposición Adicional, abría la vía a un autogobierno por el que la mayoría social y política vasca apostó.

Los resultados de aquel acierto están a la vista. Es un valor socialmente aceptado, aunque es evidente que se cuestiona el nivel de cumplimiento por parte del Estado a través de tres mecanismos básicos:

 El incumplimiento de una parte sustancial del mismo como es el bloque social (seguridad social, políticas de empleo...) o las políticas de investigación técnica y científica, con ausencia de transferencias y bloqueo de cualquier calendario para abordar las mismas.

 El debilitamiento de las competencias exclusivas vascas a través de legislación básica del Estado que interviene exhaustivamente en las mismas, limitando su campo de actuación.

 Un proceso de regresión autonómica como consecuencia de la ausencia de traslación de la realidad plural del Estado al ámbito europeo, lo que supone que la Administración General del Estado se arroga la representación global del Estado en la Unión Europea, relegando a las Comunidades Autónomas.

Además, el carácter político paccionado del Estatuto queda diluido por la carencia de mecanismos que doten de garantías mutuas a ambas partes sobre el cumplimiento del mismo.

Pero lo que no se cuestiona en ningún caso es el acierto histórico del propio pacto estatutario. Quienes no lo aceptaron por considerarlo poco, tratan 30 años más tarde de buscar una vía de enganche para justificar el desacierto y la tragedia de la decisión que tomaron en Txiberta. Y quienes no lo aceptaron por considerarlo excesivo, celebran cada 25 de octubre su aprobación.

La apuesta política del autogobierno fue la primera de las grandes decisiones de período final de los 70 y la década de los 80. La segunda gran decisión es la apuesta por la regeneración del tejido económico y urbano. Estas decisiones dan lugar a la primera transformación económica vasca. La reconversión industrial, la apuesta intensiva por la promoción y la inversión, la creación de un tejido científico y tecnológico hasta entonces inexistente, el impulso a la internacionalización de nuestro tejido industrial, la apuesta por la cooperación a través de los "cluster", la diversificación energética, una inversión intensiva en renovación de la generación eléctrica, una decidida actuación en favor de la eficiencia energética, la formación profesional y técnica como apuesta de competitividad, la fiscalidad al servicio de la inversión, el empleo, la innovación y la internacionalización.

Visto desde la perspectiva actual parece todo evidente. Pero es el conjunto de decisiones que nos han llevado a la realidad actual que vivimos. A alcanzar una sociedad que ha tenido el mayor crecimiento en el PIB por habitante entre el conjunto de las Comunidades Autónomas en el período 1995-2005, así como la mayor renta familiar del Estado, junto con Navarra.

Una sociedad que ha multiplicado su inversión en I+D respecto al PIB por 25 en los últimos 25 años, alcanzando ya en su sector industrial una inversión en I+D superior a la media europea. Que tiene una tasa de exportación del 30% de su PIB, por encima de las medias alemana, italiana, francesa o española, y ha pasado de un 88% de la renta media comunitaria cuando entramos en la Unión Europea, al 120% actual. Todo ello con una tasa de desempleo del 5,5%, casi tres puntos por debajo de la media española. Una sociedad que concentra el 50% de la investigación bajo contrato privada de todo el Estado. Una sociedad abierta que en los últimos catorce años ha multiplicado por dos y medio la entrada de turistas. El pasado abril el prestigioso diario económico francés "Les Echos" ofreció una serie de reportajes sobre nuestra economía con el título expresivo de "España: la receta del milagro vasco". Lo iniciaba con un corto preámbulo: “Después de afrontar una crisis extremadamente profunda, la región autónoma vasca de Euskadi ha modernizado su aparato económico y renovada la vía del crecimiento. Esta renovación se apoya sobre una estrategia voluntarista y se nutre de una fuerte cultura identitaria. Todo ello ha sido posible por la libertad de decisión de la que se benefician las autoridades del territorio y que el gobierno local desea seguir incrementando, a pesar de la oposición de Madrid”.

La inauguración del Museo Guggenheim, en octubre de 1997, marcó el inicio de una transformación de nuestro país. Debajo de esas placas de titanio se esconde un país líder, un pueblo que, en unas circunstancias políticas y sociales complejas, ha sido capaz de convertirse en un referente en Europa.

Euskadi es atractiva. Además de las cifras turísticas, los estudiantes de la generación del Erasmus empiezan a incluir las universidades de Euskal Herria entre sus preferencias. Pero lo que es más importante: nosotros mismos, tras años de autoestima golpeada, empezamos a percibir nuestra propia situación como la de un pueblo líder, una nación que es referencia en Europa por el afianzamiento de su propia identidad, por su capacidad de innovación y crecimiento, por su compromiso con la solidaridad y la cooperación.

La integración social en Euskadi, cuantificada a partir de la tasa de riesgo de pobreza, está ahora por debajo de los parámetros medios europeos. Nuestra esperanza de vida se coloca entre los primeros países del mundo. La tasa de actividad crece, muy especialmente en los colectivos de jóvenes y de mujeres, con lo que ello significa de inversión en futuro y apuesta práctica y real por la consecución de la igualdad de todas las personas.

Euskadi es también hoy más nación que nunca. La apuesta asumida en 1979 por la gran mayoría social y política vasca ha logrado que Euskadi haya pasado de ser una formulación ideológica del nacionalismo a convertirse en una realidad sociológica y jurídico-política. Hoy, la definición jurídica de "Álava, Bizkaia, Gipuzkoa así como Navarra" emana de la "expresión de su nacionalidad", de su ser nacional vasco, gracias al camino que la amplia mayoría de este pueblo inició hace más de 25 años, frente a quienes decidieron usurpar violentamente la voluntad mayoritaria del Pueblo Vasco.

Euskadi es hoy más nación también desde el punto de vista social. El Parlamento, el Gobierno, el Lehendakari, nuestras instituciones propias, son las más valoradas por la ciudadanía; nuestros hijos e hijas conocen y utilizan el euskera en proporción muy superior a las generaciones anteriores; zonas del País como Tierra Estella, Margen Izquierda, las Encartaciones, la Llanada o la Rioja en las que nuestra lengua llevaba siglos de retroceso o incluso de desaparición, comienza a recuperar este signo de identidad nacional vasca, no sólo como símbolo sino también como instrumento de comunicación y de creación y difusión del pensamiento y de la cultura.

Mi propia tesis doctoral la llevé a cabo en euskera, espoleado por aquellas declaraciones de un recién designado presidente Suárez, quien decía con aparente convicción: "Seamos serios. No se puede enseñar física nuclear en euskera". Han transcurrido escasamente tres décadas y en Euskadi ha dejado de ser noticia el hecho de que se realicen en euskera tesis doctorales sobre nanotecnologías, cinética de polímeros o terapias génicas.

El mejor ejemplo de esta simbiosis alcanzada entre identidad y apertura la constituyen los numerosos jóvenes profesionales que se comunican entre ellos en euskera a la vez que aprenden el mandarín, el portugués o el checo en el ejercicio de sus responsabilidades directivas en la bahía de Shangai, en Sao Paulo o en Moravia.

Los tres retos de una generación

La clave es acertar de nuevo. En una perspectiva de 25 años hemos dado un salto de gigante en la construcción nacional, construcción política, social, cultural y lingüística. Todo esto no hubiera sido posible sin aquellas decisiones, sin el compromiso continuado de muchas personas. Desde el agradecimiento profundo a los que llevaron a cabo esta apuesta, a veces en medio de una enorme incomprensión e incluso hostilidad, quiero centrarme en los factores- clave para volver a acertar en 2006. Los retos de una generación.

 El reto de la paz.
 El reto de la normalización política.
 El reto de la innovación y la creación.


El primero de ellos es el reto de la paz. Quiero subrayar que las expectativas de pacificación que ahora se abren son posibles porque, de hecho, la sociedad vasca y las instituciones democráticas han demostrado su fortaleza y superioridad frente a la violencia. Es la victoria de los principios éticos, aun cuando queda, sin duda, un trabajo delicado por hacer.

Resulta ineludible además, en estos momentos que preceden a lo que puede ser el final definitivo de la violencia, dejar constancia del profundo error político y del daño moral que el terrorismo ha causado a tantas personas y a la causa nacional vasca, de su falta de legitimidad, su torpeza política, y su absoluta inmoralidad. La pacificación será en este sentido definitiva cuando, junto con las armas, cese también el esquema impositivo que trata de justificarlas, el de que todo vale para conseguir determinados objetivos políticos. El esquema no a la violencia/sí al diálogo, es decir, la apuesta por la paz y por las vías escrupulosamente democráticas no exige a nadie la renuncia a las propias aspiraciones políticas. Es en definitiva, el triunfo de la democracia y sus procedimientos.

Hay muchos elementos que han contribuido a dibujar y a vislumbrar un final definitivo para la violencia en Euskadi y que han actuado como factores propiciadores de la paz. Cambios en el contexto internacional, cambios profundos en la sociedad vasca, en su mentalidad, sensibilidad, concienciación, movilización en torno a las víctimas que a lo largo de los últimos años han ayudado a achicar el espacio de la violencia en el País Vasco, la transformación en el mundo de la izquierda radical que durante años ha dado cobertura política a la violencia... Pero sin género de dudas, entre todos estos factores destaca la madurez de nuestra sociedad. Y todo ello nos pone a las puertas de una solución que debe ser abordada entre todos. Por tanto, tenemos antes nosotros una oportunidad que podemos aprovecharla si actuamos con inteligencia, modestia y desde la cooperación entre las diferentes sensibilidades políticas de nuestro país.

En el camino a recorrer tendremos que prestar una atención especial al difícil camino de la reconciliación. El daño causado por la violencia es de tal envergadura, que la normalización de la vida social no será completa incluso desaparecida la propia violencia, porque quedan heridas en las personas y en el tejido social. Por ello, en un proceso de este tipo los partidos políticos y los agentes sociales deberemos velar por el reconocimiento y la reparación de las víctimas. Y, más allá de la solidaridad personal, se hace imprescindible hacer constar el reconocimiento social del sufrimiento injustamente padecido. Sin él, no será posible que la deseable reconciliación se abra paso entre nosotros.

Además, entre los objetivos a corto plazo, el cumplimiento de las penas en cárceles próximas a su entorno social y familiar de las personas privadas de libertad, la consideración de sus familiares y allegados como potenciales agentes de paz y de reconciliación y, en ningún caso, como personas colateralmente culpables, son, hoy mas que nunca, elementos imprescindibles al servicio de la pacificación. Está llegando, por lo tanto, el momento de dar, definitivamente, una nueva orientación, consensuada, dinámica y flexible a la política penitenciaria y reitero el compromiso del Partido Nacionalista Vasco con este reto.

La paz es la prioridad. Y una vez verificada en las próximas semanas la desaparición plena de la violencia, en el marco de la resolución del Congreso de los Diputados, deberá abordarse el diálogo con ETA. Un diálogo indispensable para hacer irreversible la paz, pero un diálogo en el que el futuro político de la sociedad vasca no debe ser abordado. Hacerlo, vincular la paz a un proyecto político determinado por legítimo que sea, sería tanto como reconocer la validez del uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos. Este es el primer gran reto de este período. Tengo 42 años. Nunca he conocido una Euskadi en paz. Quiero para nuestros hijos algo diferente.

El segundo reto es el de la normalización política. En definitiva. Cerrar el contencioso vasco de forma que ese déficit de acuerdo sobre el marco político que ese 30,2% de apoyo a la Constitución simboliza, pueda ser superado. ¿Qué objetivo debemos perseguir los partidos vascos en este acuerdo? ¿Qué nos exige la inmensa mayoría de la sociedad vasca? Un acuerdo que respete el derecho que asiste a la sociedad vasca a construir y decidir de forma democrática su futuro y, a su vez, un acuerdo que en un contexto de lealtad y sin dogmatismos nos permita alcanzar un pacto para el ejercicio de esa decisión que pueda ser compartido por las diferentes sensibilidades e identidades de Euskadi. Se trata, en definitiva, de que alcancemos un acuerdo que desde el respeto a los marcos institucionales actuales, permita el uso de sus potencialidades reales de modificación siempre y cuando existan mayorías sociales y políticas para ello. Todo ello desde el respeto democrático a la voluntad de la sociedad vasca, pero con respeto escrupuloso a su pluralidad. Respetar la voluntad de los vascos incluye el respeto a los diferentes sentimientos identitarios, tratando de integrarlos en un esquema de pacto y compromiso

Nuestro objetivo es alcanzar un acuerdo de normalización política que defina un modelo de convivencia, así como un marco de relaciones con el Estado en el que haya una bilateralidad efectiva, garantías y condiciones de lealtad. El pacto y la no-imposición es el procedimiento por el que se constituyen las reglas de juego en las sociedades avanzadas. Quisiera subrayar que los acuerdos de Irlanda aceptaron el principio de diferenciar el juego político de las mayorías frente al acuerdo amplio que se requiere a la hora de definir una comunidad, y se formularon unas previsiones acerca de lo que habría de entenderse como el "consenso suficiente". Lo que en nuestro caso habrá de ser acordado y no fijado unilateralmente por el Estado. En definitiva planteamos vincular el derecho a decidir con el compromiso de pactar a la hora de establecer un principio de solución para el contencioso vasco enquistado durante tanto tiempo.

En este sentido proponemos el que la mesa de partidos políticos vascos aborde una solución basada en un doble compromiso:

 No imponer un acuerdo de menor aceptación que los actualmente vigentes.
 No impedir un acuerdo de mayor aceptación que los actualmente vigentes.

No imponer garantiza la aceptación, en clave de integración política, de la voluntad de la sociedad vasca, pero a su vez limita a la mayoría nacionalista. No impedir, supone el dar cauce al reconocimiento jurídico y político de las decisiones adoptadas, limitando a su vez las mayorías de los partidos de ámbito estatal en las Cortes Generales.

Estos son desde nuestro punto de vista los ingredientes fundamentales de una solución política. Un acuerdo que la sociedad vasca reclama y que deberá ser necesariamente consultado a la ciudadanía, lo cual es una exigencia política y democrática siempre que se propone una modificación sustancial del marco de convivencia. La consulta es, por lo tanto, el resultado de un proceso en el que no vamos a ahorrarnos ningún esfuerzo. No es, en ningún modo, un arma arrojadiza, ni una excusa de los partidos para delegar en la sociedad la obligación que tienen de trabajar y lograr un acuerdo.

Y porque creemos en la sociedad vasca y en la capacidad de los partidos políticos de alcanzar acuerdos de fondo para la convivencia, nos hemos planteado un reto que alguno puede entender como autolimitación excesiva. Pero en las sociedades modernas, los grandes triunfos nacen de las autolimitaciones, más que de las expectativas ilimitadas. Hemos expresado que nuestro objetivo ante la consulta consistirá en obtener una mayor adhesión que la obtenida por el Estatuto de Gernika. Esta será la piedra angular, la referencia básica para validar democráticamente el nuevo punto de encuentro para la convivencia política.

Definido el acuerdo político, el mismo deberá ser desarrollado mediante un texto jurídico concreto. En definitiva, un Nuevo Estatuto para Euskadi que responda a las necesidades del autogobierno en la nueva Europa que se va conformando. Un texto de Nuevo Estatuto que determine para las instituciones vascas el ámbito competencial pleno necesario para desarrollar la identidad en el mundo abierto que se va conformado, en los ámbitos de educación, lengua y cultura. Un Concierto Económico blindado cuyas decisiones normativas tengan carácter de ámbito fiscal propio y, por tanto, los recursos a las mismas en cualquier ámbito (sea judicial o europeo) sólo puedan ser cuestionados en los mismo términos que los de otro sistema general. Capacidad competencial en las materias económicas, medioambientales y formativas necesarias para desarrollar un entorno competitivo sostenible en un mundo abierto. Un sistema social y de seguridad social, complementado con una política fiscal solidaria, necesarios para mantener los ámbitos de solidaridad en un entorno amplio de competencia global.

Además, un autogobierno que contemple garantías jurídicas plenas y sistemas de arbitraje bilaterales sobre el cumplimiento de este pacto. Una participación en las instancias europeas en los ámbitos competenciales propios de la Comunidad de Euskadi en las áreas que los Tratados actuales permitan. Y una política abierta de cooperación transfronteriza en los ámbitos culturales, económicos, infraestructurales, sociales y medioambientales que conforme una eurorregión vasca, desde el Adour al Ebro y desde las Encartaciones hasta Xuberoa, que desarrolle un tejido urbano con calidad de vida, en el que el tramo de más longitud, Baiona-Bilbao se recorrerá en 45 minutos de metro. Porque metro es eso que llamamos Y (y griega). ¿Sabían ustedes que la Y tiene más porcentaje de recorrido en túnel que el metro de Bilbao? Más de un 60% en conjunto , y más de un 65% en el tramo guipuzcoano. Un metro veloz y moderno conectado a un sistema de transporte complementario que unirá el tejido urbano Donostia-Gasteiz-Bilbao-Iruña-Baiona en distancias entre los 30 y los 45 minutos. La ciudad vasca, Euskal Hiria que diría Bernardo Atxaga. Este es nuestro modelo de autogobierno para los próximos años: capacidad de decisión, compromiso en el pacto y corresponsabilidad, participación en todos los niveles de decisión y apertura al exterior.

La Europa que se está conformando nos exige resolver los conflictos de identidad, nación y soberanía desde una concepción moderna que apueste por la gestión de la diversidad. Europa se concibe como un nuevo espacio público, en el que la nueva arquitectura política, según la analogía propuesta Michael Walter, se separa de la nacionalidad, del mismo modo que consiguió separarse de la religión, tras los conflictos interreligiosos que marcaron el comienzo de la modernidad, y corrija así los perjuicios causados por el privilegio concedido a una identidad que se suponía homogénea.

Como analiza Daniel Innenarity en El nuevo espacio público, estamos ante una transformación de la política exigida por la profundización en el pluralismo social. Pluralismo social que también engloba el pluralismo cultural e identitario. Este es el gran dilema al que nos enfrentamos, la cuestión que mayores esfuerzos de imaginación y creatividad política nos va a exigir en los años venideros, especialmente en el ámbito europeo: avanzar en la extensión de los derechos, completando el paso del universalismo abstracto de los derechos políticos al universalismo concreto de los derechos sociales y culturales. Reflexión necesaria en una Europa en la que la capital de Lituania, Vilnius, era una ciudad polaca a comienzos de siglo, en la que la Vojvodina húngara forma parte de la República de Serbia, en la que Alsacia vive su cultura germánica anclada en el Estado francés, en la que vascos, catalanes, flamencos, tiroleses, húngaros y finlandeses estamos separados por antiguas fronteras que van poco a poco diluyéndose. Este es el mundo en el que vivimos y que tenemos que contribuir a gestionar.

En una Europa que salga del marasmo en el que la inseguridad del ciudadano común ante los retos de una mundialización inevitable y la demagogia de algunos representantes políticos --incapaces de liderar nada y dispuestos a engrosar su saco de votos a costa de los miedos de la gente común-- han hecho embarrancar el proyecto europeo. Proyecto que necesita ser impulsado con urgencia, ante los retos de una política de seguridad exterior común, una acción exterior europea, los retos del espacio policial y judicial único, la inmigración, la necesidad de una política europea de investigación científica y tecnológica, la política energética que necesitamos para asegurar nuestro abastecimiento futuro o las políticas de solidaridad internas de la Unión. SIn olvidarnos de ese Plan Marshall que debemos dedicar al Mediterráneo y a la Europa Oriental si queremos que Europa sea un espacio de calidad de vida y bienestar. Una Europa en la que quienes estemos dispuestos, deberemos apostar por una Europa federal, un proyecto político común, con una doble velocidad para aquellos que busquen sólo un espacio de asociación económica.

Europa es el verdadero paradigma de la nueva política que está exigiendo un mundo interdependiente. El proceso político de integración europea es una respuesta inédita, y quizás un día ejemplar, a las circunstancias que condicionan hoy el ejercicio de la soberanía en el mundo. La Construcción política de Europa presenta unas singularidades que la diferencian de todos los proyectos de construcción nacional. Europa corresponde al tipo de organización propio de una sociedad que ya no tendrá que ser gobernada desde un centro rígido, con una jerarquía estricta y en orden a producir homogeneidad. En ella se cumple a la letra el principio de que la pluralidad no es el problema, sino la solución.

La Unión Europea, debido a su compleja estructura de gobierno, ha modificado el modo de concebir y ejercer el poder. La misma idea de soberanía tradicionalmente absoluta e incompartible se transforma dando lugar a lo que algunos han llamado "soberanía compleja": la posibilidad paradójica de que pérdidas de soberanía proporcionen ganancias de soberanía.

Nuestro principal desafío consiste en abandonar los conceptos centrados en la idea tradicional de Estado y desarrollar una comprensión alternativa de las relaciones entre los estados, la naciones y las sociedades. El concepto de soberanía ha de abrirse hacia los espacios de poder de la era global. Este es un gran reto para la sociedad vasca y, sin género de dudas, particularmente para el nacionalismo vasco.

El tercer reto pasa por hacer de la sociedad vasca un referente líder en creatividad e innovación. Es época de oportunidades para quienes vivimos en un país pequeño como el nuestro. Oportunidades que sólo pueden ser aprovechadas si desde un liderazgo político claro se apuesta por introducir un tercer reto en la agenda política. El tercer reto de nuestra generación. La paz era el primero, el acuerdo político integrador es el segundo. El tercero pasa por hacer de la sociedad vasca un referente líder en creatividad y en innovación. Pasa por desarrollar las universidades como polos de talento y tolerancia, por definir la educación integral de las personas como la máxima prioridad de la construcción nacional, por hacer del conjunto de Euskadi un modelo urbano competitivo, por basar nuestro bienestar futuro y nuestro modelo social en una comunidad culturalmente adulta e integrada, con una identidad propia y definida en su diversidad, que apuesta por sus personas como nuestro mejor activo. Este liderazgo para situar Euskadi en posición de vanguardia, en este mundo diferente que se está creando, es el gran reto de la sociedad vasca, que el Partido Nacionalista Vasco está dispuesto a asumir.

El mundo está cambiando. Hoy en día hacen ya en China o en Polonia muchas cosas que hacemos aquí. Nuestra industria es y ha sido la base de nuestra fuerza económica y de nuestro bienestar actual. Dentro de cinco o seis años nuestra industria no va a poder hacer muchas de las cosas que ahora se fabrican aquí. O espabilamos, nos movilizamos como país, o pueden venir malos tiempos. Nuestro bienestar actual no es para siempre. Necesitamos una gran movilización social el conocimiento, por la investigación, la tecnología, la ciencia, la universidad, la creatividad y la innovación. Sólo así podremos hacer dentro de seis o siete años lo que los chinos o los hindúes no puedan hacer todavía. Y tendremos trabajo para todos. Y para plantearnos estos retos, sólo hay una receta, apostar en serio por nuestras personas y su creatividad.

Para hacer frente a este reto, necesitamos incorporar nuestra identidad, nuestra forma de ser, nuestras virtudes tradicionales, aquello que nos ha caracterizado históricamente a los vascos a las realidades actuales, al tiempo que incorporamos nuevos valores.

Hacer frente a este reto supone implicarnos en construir una sociedad vasca capaz de adelantarse a los cambios, con personas formadas que conozcan la importancia del trabajo bien hecho, con fuerte sentido de identidad de lo que nos es propio, con pertenencia a una comunidad que implica en la solidaridad activa a todos los miembros de la misma y que comparte un proyecto a largo plazo. Una Euskadi abierta al mundo, abierta a la diferencia creativa, capaz de atraer a personas de otros lugares que quieran desarrollar su talento y su creatividad entre nosotros. Que encuentren aquí un espacio de identidad, de dinamismo y de comunidad. Que se sientan atraídos por ser vascos con nosotros. Garantizar la pervivencia y el desarrollo de Euskadi en el siglo XXI supone ser capaz de que los valores que identifican a los vascos y desarrollamos los vascos sean atractivos para aquellos que quieran compartir su vida con nosotros. Ser atractivos debe ser el objetivo fundamental de nuestra generación. La garantía del éxito de nuestro proyecto.

Una nación vasca creativa, como garantía de pervivencia en el mundo actual en el que el cambio es lo único que permanece. La fórmula para aprovecharlo radica en la innovación, en la capacidad de adelantarse a las novedades tecnológicas, culturales y sociales.

Una nación vasca con personas formadas, que priorice la educación a lo largo de todas las etapas de la vida, en un mundo en el que el capital humano constituye ya la única garantía de generar conocimiento, desarrollo y bienestar. Una educación basada en valores, que tenga por objetivo la formación integral de las personas, capaz de generar una red de profesionales comprometidos con el valor del trabajo bien hecho, que persigan hacer lo fácil bien y lo difícil, lo mejor posible.

Volver a acertar

Este es el camino para volver a acertar:

 Primero: consolidación de la paz mediante la cooperación entre todos.

 Segundo: acuerdo integrador entre las diferentes sensibilidades políticas e identidades que vivimos en Euskadi, que formamos una misma comunidad, sobre cómo entendemos el futuro político, el autogobierno que necesitamos en un mundo cambiante y complejo, y cómo lo establecemos desde el compromiso entre la decisión y el pacto.

 Tercero: un gran acuerdo social. El "contrato social vasco" para una apuesta compartida. La de hacer de Euskadi un referente líder en creatividad y en innovación, a través de un gran proyecto movilizador. Un proyecto que apueste por la educación integral de las personas, como la máxima prioridad de la construcción nacional, y por la innovación, como gran reto social. Acuerdo entre partidos y acuerdo social. La apuesta por las personas es nuestro mejor activo. Y la única que puede permitir que la siguiente generación disfrute de estándares de vida superiores a los que nosotros estamos viviendo.

Tenemos que volver a acertar. Y al igual que en 1979, los dos próximos años exigirán visión, capacidad de liderazgo, disposición al acuerdo y sentido del tiempo que estamos viviendo. Habrá entre nosotros maximalistas, esencialistas e inmovilistas. Pero, al igual que en el 79, se impondrá la apuesta serena. La que sea capaz de movilizar a la gran mayoría social vasca que busca acuerdos y compromisos. Que no busca escenarios de confrontación. Y que exige que seamos capaces de leer, no sólo la jugada, sino todo el partido. De vislumbrar el mundo que viene. De hacer ejercicios de prospectiva sobre cómo avanza nuestro entorno. Y que definamos un proyecto para una generación. Un triple compromiso. Paz, acuerdo político integrador y contrato social con los ciudadanos. Ese es el camino. El que debemos tomar. Y volveremos a acertar.

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