Intervención
11Septiembre
2004
11 |
Intervención

JOSU JON IMAZ
Presentación del Partido Demócrata Europeo

Intervención
Septiembre 11 | 2004 |
Intervención

Buenas tardes y un cariñoso saludo a todos ustedes y a los líderes con los que tengo el honor de compartir este prestigioso panel. Si siempre es una satisfacción visitar Italia, más lo es, si cabe, a esta zona maravillosa de la Península, un tanto desconocida para mí. Quisiera, por lo tanto, agradecer especialmente a mi amigo Francesco Rutelli la invitación remitida para participar en el primer acto público conjunto tras la formalización del Partido Demócrata Europeo el pasado mes de Julio, en Bruselas. Quisiera, asimismo, solidarizarme con ustedes por la pérdida de soldados y civiles italianos y, especialmente, en estos momentos dramáticos, con los familiares de las dos cooperantes, Simona Torreta y Simona Pari, secuestradas en Irak. La conformación del nuevo partido demócrata responde fundamentalmente a una necesidad natural que los europeístas hemos sentido al comprobar que los grandes grupos políticos Popular y Socialista europeos, en su afán de hegemonía parlamentaria, han hecho un ejercicio de acumulación de fuerzas políticas, descuidando gravemente su coherencia y cohesión interna y abandonado, en el caso del PPE, la tradicional concepción federal de la construcción política europea.
El Partido Demócrata cubre, por tanto, un vacío en el mapa parlamentario europeo, en estos precisos momentos en los que Europa requiere de un salto político cualificado para enfrentarse a los desafíos globales y constituirse en polo de poder y referencia ineludible a escala mundial.

Podemos afirmar que, aunque con sus sombras, la construcción europea ha sido una operación exitosa. Aunque había antecedentes, la idea de Europa, con verdadera fuerza, nació en un escenario traumático, tras tres infaustas guerras en menos de 100 años, con el objetivo esencial de que los europeos no siguiéramos matándonos unos a otros. No solamente hemos conseguido desarrollar un ámbito de paz y libertad en los casi últimos 60 años, sino que también hemos creado un espacio económico de bienestar y solidaridad, que ha actuado como factor de estabilidad política de primera magnitud.

Pero el mundo está cambiado vertiginosamente y ni los Estados-nación por sí solos ni una Europa débil puede afrontar con garantías y eficacia los retos ya globales que afectan a nuestras sociedades y a nosotros como ciudadanos. Requerimos de una Europa potente en el ámbito de las decisiones estratégicas globales, pero todavía somos poco más que un enano político en el escenario internacional.

No es mi estilo hacer política ficción. Estamos sufriendo, todos los días, las consecuencias trágicas de una guerra sinsentido, a la que EEUU con una minoría de países aliados, desoyendo las resoluciones de las Naciones Unidas, nos ha lanzado.

Con EEUU es necesaria, desde un diagnóstico compartido, la colaboración desde la cooperación sincera, nunca desde la sumisión.

Posiblemente, aún siendo consciente de sus divisiones, si una Europa políticamente unida, en mayoría cualificada, hubiera adoptado firmemente la decisión de no acudir a una conflagración armada, probablemente el mundo sería hoy más seguro y no estaríamos llorando la desgracia de muchos de nuestros ciudadanos. Este es solamente un botón de muestra de la necesidad de esa Europa que hoy constituye algo más que un sueño pero que, inexorablemente, en el futuro será una realidad incuestionable.

Evidentemente, en el proceso hacia esa soñada Europa deberemos todos superar dificultades importantes pero, en cualquier caso, no notablemente superiores a las que hemos superado desde que se suscribió el Tratado de Roma.

En estos momentos nos encontramos en una encrucijada histórica. Lo ideal es que las decisiones que vayamos adoptando sean por unánime consenso entre los sujetos políticos de la Unión. Pero el acuerdo unánime para avanzar con determinación, en esta Europa de los 25, es una quimera. Es un trabajo estéril y frustrante. No podemos avanzar en la construcción de la Unión política si perseguimos ingenuamente un acuerdo unísono de todos los integrantes de la Unión porque siempre habrá algún miembro, como ahora Gran Bretaña, que niegue el progreso y todos nos tengamos que acomodar a las pretensiones del país que tiene accionado el freno de mano.

La experiencia histórica nos ilustra que en estos procesos de gran calado en los que hay que dar un salto, y en los que existe un método democrático de ensamblaje de voluntades diversas, habrá siempre un núcleo de países que se constituyan como motores del proceso que arrastrarán a los diferentes vagones del tren. Si alguien se quiere quedar en el camino, porque no puede seguir el ritmo marcado por el núcleo de los países más ambiciosos, siempre tendrá la oportunidad de unirse más tarde al vagón principal.

Lo que no podemos hacer, en beneficio de la unanimidad, es permanecer bloqueados a expensas de la decisión de quien no tiene voluntad de avanzar. Porque de este modo Europa no progresará y nunca será una realidad importante en el ajedrez mundial.

El mundo de las relaciones internacionales es un ámbito complejo porque confluyen culturas políticas y religiones diversas, varias de ellas históricamente enfrentadas entre sí, por lo que la solución a sus conflictos, desde posiciones unilaterales, ejercitadas desde prismas estrechos y simplistas, suponen un peligro para la paz mundial.

Si los desafíos son globales hay que afrontarlos desde instituciones de ámbito planetario. En este contexto, es necesario un gobierno mundial, es decir, unas Naciones Unidas reformadas que respondan a la nueva realidad universal. En este renovado escenario que se está configurando, cuyos sujetos no son tanto los Estados sino los bloques o alianzas regionales entre los que se encontraría esta vieja Europa --que aportaría entre otras virtudes experiencia y sabiduría--, es fundamental una visión multilateral y global.

En este sentido, el Partido Demócrata Europeo nace como instrumento de vanguardia no solamente para consolidar la paz, libertad y el bienestar europeo sino también como contribución a la concordia y estabilidad mundial.

Un Partido nuevo y plural que, aunque varios de sus miembros hayamos colaborado en el pasado, compartimos el presente con representantes destacados de esa también vieja Europa que ha vivido aherrojada injustamente hasta hace casi 15 años bajo la dictadura comunista. Somos partidos que provenimos de culturas y tradiciones diferentes pero que abogamos por un futuro compartido.

Desde el respeto y tolerancia a la diversidad y diferencias entre los grupos políticos que conformamos el Partido Demócrata Europeo es fundamental, a futuro, actuar como un Partido unido, con claros denominadores comunes que los definiremos más concretamente en el Congreso fundacional.

Es esencial dotarnos de una cohesión política interna, que su carencia tanto hemos criticado en el pasado, para constituirnos en referente y polo de atracción del europeísmo más genuino.

Es fundamental una comunicación estrecha y fluida entre los partidos presentes para cultivar unas relaciones que nos conduzcan a abrir y desarrollar espacios de confianza y entendimiento entre nosotros. Espacios y actitudes que, sin duda, harán que la ilusión del actual proyecto se transforme en realidad exitosa.

Quisiera hablaros como representante de un Pueblo milenario de Europa que, junto con otros muchos estados, naciones y regiones, ha contribuido desde su pequeñez y humildad a lo que hoy como crisol de culturas que definen al alma de Europa y su diversidad.

Si queremos construir una Europa que suscite la adhesión de su ciudadanía es fundamental la preservación y promoción de esta riqueza cultural porque en este proceso de globalización de carácter homogeneizador, cada vez hay más personas en Europa que encuentran refugio anímico en su comunidad natural.

Es fundamental, para la incorporación de voluntades al proyecto europeo, el respeto a las identidades locales, regionales, nacionales y estatales porque también dan respuesta efectiva a las necesidades más íntimas de la naturaleza humana.

En este sentido, hay que abordar el concepto de la diversidad, no como un obstáculo al proceso de construcción europea sino como un activo político de enjundia, acogido con agrado por el corazón de la mayoría de los ciudadanos europeos.

Es vital que los ciudadanos y pueblos que componen el continente se sientan cómodos en la nueva estructura política europea. Para ello es fundamental y democráticamente inapelable el respeto tanto a su voluntad individual como colectiva.

Para nosotros, de cara al proceso político europeo, el principio de subsidiariedad es un concepto esencial para la construcción de una Europa democrática, de abajo arriba. Es decir, que no gestione un servicio público una institución superior, en la escala administrativa, si una inferior la puede hacer más eficazmente. Que no administre la provincia, una competencia que el Ayuntamiento la pueda gestionar mejor y más eficazmente al servicio de sus ciudadanos. Y así, sucesivamente.

En este sentido, Europa se hará conforme a las aspiraciones de su ciudadanía o no se hará. Porque la ciudadanía se pronuncia y sanciona constantemente en elecciones y referendums. En esta línea, es clave que el individuo, la persona, sea el sujeto de toda propuesta y acción política.

En muchas ocasiones los servidores públicos no ejercemos la capacidad pedagógica suficiente para llegar a la ciudadanía y explicar nuestras acciones a favor del bien común y nos perdemos en una jerga incomprensible que aleja a las personas de la cosa pública.

Por lo tanto, en el próximo Congreso debemos desarrollar la problemática de Europa y su papel en el mundo. La seguridad, el terrorismo internacional, la posible entrada de Turquía en la Unión, etc...

Tan importante como esto es abordar los problemas con los que diariamente se enfrentan los europeos: el crecimiento económico, la educación, la sanidad, las prestaciones sociales, la inmigración, el medio ambiente, la protección al consumidor, etc... Todo ello en el marco de una nueva reflexión y replanteamiento de cuanto constituye una de las señas de identidad europea y de la nos sentimos muy orgullosos. Es decir, de lo que se conoce por el modelo social europeo.

Por consiguiente, los que sentimos y creemos en Europa fervientemente tenemos una tarea apasionante ante nosotros. La posibilidad histórica de convertir el sueño europeo en realidad. O lo que es lo mismo, construir un mundo más tolerante, justo y libre para nuestros hijos e hijas.

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