El PNV, como toda obra humana, ha tenido sus grandezas y sus miserias, sus heroísmos y sus convulsiones, escisiones, miedos, abandonos... Sin Sabino y sin su Partido no podrá escribirse ya la historia vasca. Nuestra tarea primordial hoy consiste en transmitir al futuro la pasión de Arana por su pueblo, pero también en examinar esta experiencia con un afecto crítico, para no anclarnos en el pasado, para adaptar al presente y al futuro su idea y el instrumento que él creo.”
Xabier Arzalluz pronunció estas palabras en 1995. Con ellas quería explicar cómo tenía que abordar el Partido la conmemoración del centenario de su fundación. Creo que hoy siguen teniendo total vigencia. Son una magnífica formar de simbolizar el cordón umbilical que sigue uniéndonos como abertzales a Sabino Arana.
Si he de ser sincero, es para mí una responsabilidad enorme tener que hablar ante vosotros hoy y aquí, en este acto en que conmemoramos el aniversario del fallecimiento de Sabino Arana. Durante años nos hemos reunido con otros muchos compañeros de partido en Sukarrieta para recordarle. El año pasado, sin embargo, decidimos trasladar este acto a su Abando natal, y por eso estamos aquí, frente as Sabin Etxea.
Los militantes y simpatizantes del EAJ-PNV siempre hemos guardado en la memoria la fecha del 25 de noviembre, no hemos querido olvidar el día en que Sabino Arana murió. Por la misma razón La Fundación Sabino Arana acaba de publicar, dirigida a sus socios y con el título de “Bitxiak”, una obra que recoge testimonios y elementos únicos y excepcionales en torno a la vida de Sabino. Uno de ellos, obra de Jabier Landaburu, es un artículo del 25 de noviembre de 1931, porque entonces como hoy el Partido Nacionalista Vasco siempre tuvo presente en el recuerdo la muerte de su fundador. En aquella ocasión el autor, diputado por Araba en el Congreso y más tarde vicelehendakari en el exilio, publicó un emocionante artículo en la revista “Euzkadi”.
Permitidme que os lea un párrafo del emotivo artículo que, un día como hoy, hace 73 años, escribió Javier Landaburu en la revista “Euzkadi”:“Y surgió un hombre. ¿Providencialismo? ¿Casualidad? El hecho es que surgió un hombre que sintió por primera vez problemas que sus compatriotas no habían notado”
“Pasó aquel hombre y su obra siguió. Hoy, ese pueblo va construyéndose su vida propia y aspira a conseguirla plenamente en plazo no lejano. La obtendrá porque tiene derecho a ella, pero también, y esto importa mucho, porque quiere tenerla y podrá sustentarla. Lo que fue deseo de un individuo, hoy es ansia de casi todos; mañana será voluntad firme de todo aquel pueblo.”
Hoy, casi tres cuartos de siglo más tarde, tal día como hoy, seguimos afirmando que este pueblo va construyéndose su vida propia y que la obtendrá. Primero, porque somos una nación. Una nación compuesta de los herrialdes de Xuberoa, Baxenabarra, Lapurdi, Gipuzkoa, Araba, Bizkaia y Navarra. Segundo, porque las naciones tienen derecho a construirse respetando la libre decisión de sus ciudadanos. Y tercero, porque este país tiene voluntad firme de lograr esa vida propia.
Quiero recordar hoy las principales ideas-fuerza que nos transmitió Sabino Arana. La primera, aquella que nos hace abertzales: Euskadi es una nación.
Y de nuevo quiero proclamar, hoy y aquí, que el objetivo principal de este Partido son la construcción y el reconocimiento de la nación vasca, de una nación que se extiende desde el Ebro al Adur y desde Zuberoa a las Encartaciones. Sabino Arana no fue, es cierto, el primer abertzale, pues ya Larramendi, Agustin Xaho y otros se movieron en torno a la misma idea, pero sí fue Sabino Arana el primero en convertir la ideología abertzale en un instrumento que dotara de estructura política al pueblo vasco. Fue Sabino Arana quien proclamó por primera vez “Euzkadi Euzkotarren Aberria da”, Él fue el pionero en poner un proyecto político y una estructura de partido al servicio de la conciencia nacional vasca. En pocas palabras, fue Sabino Arana el primero en institucionalizar la política vasca, proponiendo un modelo político moderno, necesario para que surgieran las que serían organizaciones de la sociedad vasca y para la sociedad vasca.
Sabino tiene mucho de revolucionario. Subvierte las estructuras de poder del Estado, se opone abiertamente a las posiciones de dominio que pretenden las instituciones centralistas. Tanto las políticas, como las sociales, culturales e intelectuales. Frente al ordeno y mando centralista, propone una participación política más cercana, más horizontal, más democrática. Y todo esto hace 110 años.
La segunda idea-fuerza de Sabino fue su humanismo y su entronque con las corrientes modernas de su época. Conecta con los movimientos nacionalistas europeos de finales del XIX. Aplica en Euskadi el principio de las nacionalidades en boga en Europa. Pero no se queda en su nacionalismo vasco, sino que es de los primeros nacionalistas que práctica la solidaridad internacional.
Son preciosas las cartas que escribe a Kizkitza. Arana reflexiona sobre la necesidad de colaborar con el incipiente nacionalismo catalán y gallego, e incluso aragonés y valenciano. Es un ferviente defensor de las minorías, crítico acérrimo de la esclavitud, ataca sin piedad el colonialismo europeo, y mientras toda Europa está dividida entre si la población sudafricana debe ser dirigida por los boer neerlandeses o los británicos, Sabino reivindica el derecho de los zulúes a su tierra. Se le acusa de racista, pero sus contemporáneos no resisten la comparación con el humanismo de Sabino. ¿Quiénes le acusan de racista? ¿Los seguidores de un Cánovas del Castillo que en aquella época defendía la esclavitud en Cuba o escribían sobre la inferioridad de los africanos?
Lo definió bien Unamuno, cuando dijo aquello de: “En ese hórrido Madrid en cuyas clases voceras se compendia toda la incomprensión española se le tomó a broma o a rabia; se le desdeñó sin conocerle o se le insultó. Ninguna de los desdichados folicularios que sobre él escribieron conocía algo de su obra, y menos de su espíritu”.
He aquí la tercera clave en la obra de Sabino: él fue un activista y un agitador infatigable. Basta tener en cuenta que ese hombre que murió con sólo 38 años había sido capaz de poner en marcha una ideología abertzale, de dar nombre y bandera, Euskadi e Ikurriña, a su nación, capaz de fundar y organizar el primer partido abertzale, el Partido Nacionalista Vasco, y dotarlo de toda una red de batzokis; promovió una academia de la lengua vasca; escribió innumerables obras sobre historia, lengua y cultura, y además de crear media docena de revistas fue impulsor de un diario. Y cómo no mencionar su nomenclátor vasco, gracias al cual hoy en día son totalmente corrientes y habituales cientos de nombres vascos: todos los Josu, Jon, Nekane, Jaione, Edurne, Miren, Maite, Garbiñe, Gaizka, Gorka, Iñaki y otros tantos debemos nuestro propio nombre a la obra fruto de Sabino.
Como certeramente expresó Aita Villasante, quien fue presidente de Euskaltzaindia: Sabino Arana “fue ante todo inspirador de un enorme ánimo, de una energía que pervive por encima del paso de los años, y sacudió como nadie había hecho la conciencia de su Pueblo. Su influencia es tal que no decrece entre sus seguidores, como no lo hace tampoco entre sus detractores”.
Pero lo mejor de Sabino es, sin lugar a dudas, su influencia en los que después se han declarado sus seguidores. Acérrimos “sabinianos” que llegaron a idolatrar a Arana, “El Maestro” para aquellas primeras generaciones de abertzales, y que durante décadas han sido claves en la democrática lucha por el autogobierno vasco y en la recuperación de un idioma y de una identidad propia que parecían ir hacia la irremediable desaparición a finales de aquel siglo XIX.
“Sabinianos“ como, por citar sólo a algunos, ”Xabier de Lizardi”, Esteban de Urkiaga “Lauaxeta”, José Antonio de Agirre, Juan de Ajuriaguerra, Jesús María Leizaola, Manuel Irujo, Xabier de Landaburu, Joseba Rezola, Jesús de Galíndez, Joseba Elosegi, Koldo Mitxelena, Elbira Zipitria o Jesús Insausti “Uzturre”. El ejemplo vital de sus seguidores es la verdadera herencia de Sabino Arana.
Poetas, como Lizardi, que elevaron el prestigio social de aquel moribundo idioma. Un “Lauxeta” que, al ser fusilado por quienes se habían alzado contra la legalidad, supo perdonar y convertirse en símbolo de una legitimidad histórica que germinaría décadas después.
Demócratas y patriotas, como aquellos jóvenes de la generación Agirre, que fueron precursores de la más progresista democracia cristiana y que supieron intuir tanto el ideal de una Europa unida como la importancia de apostar por Europa. Aunque el proyecto europeo tuviese deficiencias. Como escribió Manuel de Irujo: “Los vascos llevaban en la mente y en el corazón la Europa de los Pueblos. La que nacía no era la Europa de los Pueblos, sino la Europa de los Estados. Para Aguirre y los suyos el dilema planteado no era el de una Europa u otra, sino el de la Europa de los Estados o ninguna. Y aceptaron la Europa de los Estados”.
Son palabras de Irujo. Que debemos tener hoy presentes más que nunca. Porque esa Europa que se construye con lentitud, con paso lento, es el lugar en el que los vascos, un pueblo pequeño, tenemos que compartir nuestro hogar con otras naciones. No podemos ser ajenos a ese proceso. Y cada paso, por pequeño que sea, supone más Europa, y menos España y Francia. Necesitamos una Europa que avance en su construcción, para que Euskadi pueda encontrar su unión futura entre Iparralde y Hegoalde.
Los sabinianos de esa generación no titubearon a la hora de luchar por la libertad y la democracia en la guerra del 36, cuando se tuvieron que enfrentar al fascismo. No tuvieron ninguna duda sobre cuál era el camino a seguir, y por eso decidieron que había que participar en las redes de información aliadas, y por eso también constituyeron el Batallón Gernika, que luchó en la Segunda Guerra Mundial contra los nazis. No hay que estar, desde luego, muy bien de la cabeza para llamar “discípulos de locos racistas” a aquellos gudaris sabinianos que pelearon contra Hitler y por la libertad.
Uno de esos sabinianos fue Leizaola, aquel que en nuestra conciencia más intima era el Viejo Lehendakari. No olvido a Juan Ajuriagerra, respetado y admirado tanto en los tiempos de prisión como en la resistencia, ni la impresión que nos provocó a las generaciones jóvenes Irujo con su movilizador lema “Batasuna ta Indarra” a la vuelta del exilio. No puedo olvidar tampoco al ordiziarra Rezola, una luz siempre encendida a nuestro lado en las largas décadas del antifranquismo, ni el europeísmo de Landaburu y su gran obra “La causa del pueblo vasco”, con cuya lectura crecimos y nos formamos tantos y tantos abertzales; más tarde leímos también “Quiero morir por algo”, testimonio de Joseba Elosegi, e hicimos nuestro el camino que el lingüista Koldo Mitxelena había marcado hacia la normalización de la lengua vasca.
Un intelectual como Jesús de Galíndez hecho “desaparecer” en el lejano Caribe por su denuncia de otra dictadura. Hombres y mujeres, como Elbira Zipitria, que fueron capaces de poner en marcha el movimiento de las ikastolas en pleno franquismo. Exiliadas, como Garbiñe Urresti, que supieron mantener encendida la llama durante aquel interminable período… Resistentes, como nuestros buenos amigos Gerardo Bujanda, Luis Mari Retolaza, Joseba Leizaola y Jokin Intza o el prematuramente desaparecido Jokin Intxausti. Resistentes a un Régimen opresor que nunca cayeron en la tentación violenta y que lo dieron todo por sus ideas a cambio de nada. Y así una interminable relación: Arzelus, Lasarte, Artetxe, Solaun, Arredondo, Isasi, Durañona, Barriola, Primi Abad, Ander Barrutia, fallecido hace dos meses, Azurza…
Hombres y mujeres, unos anónimos y otros conocidos, pero todos reconocidos, queridos y admirados por las generaciones que ahora tratamos de seguir su ejemplo en EAJ-PNV. Este es el legado de Sabino Arana. Estos son sus activos. Generosidad, entrega, humanismo, europeismo, patriotismo. Los valores que han defendido los sabinianos.
Quiero recordar para terminar a un sabiniano. A un hombre que admiré. Se han cumplido once años del aniversario de la muerte de uno de los más firmes discípulos de Arana: Jesús Insausti “Uzturre”. Una persona que me ayudó, me guió y me aconsejó en lo político, en lo institucional y en lo humano, y a la que recordé y leí mucho en mi etapa de Europarlamentario en su querida Bruselas, en el corazón de la Unión Europea, donde supo dejar tan inolvidable recuerdo y donde dejó tantas puertas abiertas para nuestro partido y, en general, para todo nuestro país.
En la trayectoria de “Uzturre” se compendia a la perfección el espíritu de un abertzale. Nuestro querido Jesús fue gudari, resistente, sindicalista, defensor de los derechos humanos en Euskadi y en tantos pueblos oprimidos de la Europa del Este y del Tercer Mundo; euskaltzale, activo publicista y periodista, patriota… Aquel inolvidable presidente del Euzkadi Buru Batzar y de la Fundación Sabino Arana simboliza como pocos el radical carácter democrático del nacionalismo vasco de EAJ-PNV.
El 25 de Noviembre de 1988, en otro aniversario como éste, Uzturre escribió un hermoso artículo titulado “Sabino de Arana y Goiri, aquel hombre todo poesía”.
“Más de una vez –apuntaba “Uzturre”- me han preguntado, “que pensaría y que diría hoy Sabino de Arana”. Es una pregunta que no tiene respuesta. Lo que sí podemos y no nos cansaremos de repetir es que Sabino Arana abarcó con mirada penetrante la realidad de Euzkadi, de la Euzkadi de su tiempo, y del mundo de su tiempo donde campeaban el colonialismo y el imperialismo: la realidad de un país sin conciencia nacional, con todo lo que esto implicaba negativamente; la realidad de una Euzkadi presa y víctima de una injusticia social salvaje y desenfrenada”.
Jesús reiteraba la importancia de que Arana hubiera fijado un claro norte: “Euzkadi es la Patria de los vascos”. Y Jesús reproducía frases sabinianas que habían cincelado su conciencia social y su anti-imperialismo, como aquella de “el asesinato y el robo son las dos columnas sobre las que levantan las naciones su poderío; en el asesinato fundan su dominación; en el robo sus colonias”.
Esa es justamente la línea política que hemos defendido y reclamado como nuestra durante estas últimas décadas: “Claridad en las metas y pragmatismo en el quehacer político diario y en la gestión de las instituciones, siempre desde un proyecto de construcción nacional abierto, capaz de aglutinar en esta labor al mayor número posible de personas”. Esas fueron, a mi entender, las claves en la praxis pacífica de Sabino Arana. En los duros años de la dictadura el lehendakari Jose Antonio Agirre se erigió como uno de los más claros representantes de esa visión, y este año en que conmemoramos el centenario de su nacimiento quiero recordar su nombre y su obra, pues en cierta medida es gracias a él que estamos aquí, debemos a su personalidad y capacidad la permanencia y el vigor de nuestro proyecto.
Bajo aquella dictadura, cuando nuestra memoria histórica corría riesgo de desaparecer, Agirre y los de su generación mantuvieron firmes unos principios, pero supieron a la vez conjugarlos con un pragmatismo que resultaba imprescindible, y el resultado es que gracias a su actividad en el ámbito internacional la dictadura no logró romper la cadena de nuestra historia.
Construyendo, en clave de futuro, nuestra nación día a día, todos y cada uno de los días, desde las instituciones, desde el Partido y desde la sociedad civil. Apostando por una nación vasca abierta y tolerante. Comprometidos firmemente en la defensa de los derechos humanos y libertades de todas las personas. Convencidos de un europeismo que irá paso a paso, a veces más despacio de lo que quisiéramos, debilitando los estados-nación clásicos, diluyendo fronteras y abriendo camino a una nación vasca unida en una Europa común.
Conscientes de las dificultades, pero también de la ilusión de los tiempos que se avecinan. Conscientes de que el éxito de la propuesta de Nuevo Estatuto Político pasa por buscar firmes alianzas con los sectores sociales que, desde el rechazo a la violencia, creen en la capacidad del pueblo vasco para decidir su futuro. En esa tarea el ejemplo de los discípulos de Sabino Arana nos será de imprescindible referencia. Creo que ésta es la verdadera herencia del fundador del Partido Nacionalista Vasco. Quiero terminar con nuestro querido Uzturre.
“Arana y Goiri –subrayó Uzturre- fue el forjador de la conciencia nacional. Es obligado que la organización política a la que él dio orientación celebre su recuerdo, pero como vascos y como demócratas estamos obligados a procurar que la figura de Sabino Arana y Goiri se afirme con la significación que le corresponde, de la misma manera que Martí y Rizal, Bolívar y San Martín, Washington y Juana de Arco, Masaryk y Gandhi, ostentan una significación especial dentro de su patria respectiva”.
Bilbao, a 28 de noviembre de 2004