Forum Nueva Economía
Madrid, 24.11.2005
Buenos días a todos:
Trataré en los próximos minutos de abordar una reflexión con el objeto de abordar el posterior coloquio. Lo hago desde el convencimiento de estar en tierra amiga. Rodeado de personas que tratan con buena voluntad de apoyar a la sociedad vasca en un momento en el que hay expectativas razonables de avanzar hacia la paz en nuestro país. Un momento no exento de riesgos, incertidumbres y dificultades, inherentes a una situación como la que vivimos.
Un momento que nos exige a todos, y especialmente a la formación política a la que la sociedad ha confiado el liderazgo político en Euskadi y a sus dirigentes, un especial ejercicio de responsabilidad y flexibilidad, convicciones claras, capacidad negociadora, diplomacia y humildad. A la vez que nos exige tomar la iniciativa, defendiendo con convicción los proyectos propios, pero tratando de conciliarlos con los restantes al objeto de lograr un acuerdo aceptable para todos. Con esta convicción, desde el Partido Nacionalista Vasco hemos desarrollado la iniciativa "Ante el final dialogado de la violencia y la normalización política", conscientes de la importancia de la tarea, de la responsabilidad que asumimos, así como de los riesgos que entraña un proceso de este tipo.
Pero lo hacemos asumiendo el reto. Desde la convicción de que constituimos una sociedad moderna, en transformación e inmersa en espacios más amplios. Ese es el marco en el que nos desenvolvemos y en el que debemos buscar las soluciones. Ese es el escenario en el que la sociedad vasca del siglo XXI debe buscar sus soluciones y decidir su estatus político y social, a través de fórmulas abiertas, integradoras, inclusivas que combinen el respeto a la decisión de la sociedad con los pactos internos necesarios en el seno de la propia sociedad vasca y el pacto con el Estado. El pacto entre vascos y el pacto con el Estado es un procedimiento que conecta, por cierto, con nuestra mejor tradición foral y sobre el que hemos construido nuestras dos experiencias estatutarias, la de 1936 y la del Estatuto de Gernika.
Planteamos esta reflexión y esta iniciativa en un momento en el que se vislumbra una nueva oportunidad para la paz en Euskadi. Es verdad que vivimos tiempos también de especulaciones. Y a mí me gustaría ser muy prudente en torno a las mismas. No hay ningún dato concluyente que nos permita decir que la violencia ha terminado. Es más, no cabe descartar riesgos y peligros en el camino. No juguemos con las expectativas, porque la frustración posterior podría ser aún mayor si cabe.
Pero es verdad que hay elementos que han contribuido a dibujar y a vislumbrar un final definitivo para la violencia en Euskadi y que actúan como factores propiciadores de la paz. Determinados cambios profundos en la sociedad vasca, en su mentalidad, sensibilidad, concienciación, movilización en torno a las víctimas que a lo largo de los últimos años han ayudado a achicar el espacio de la violencia en el País Vasco. No podemos olvidar progresos sociales que tienen que ver con el cambio generacional, o los nuevos valores de la juventud que hacen la tragedia de la violencia más repudiable si cabe. El 11-S contribuyó a incrementar la eficacia y la cooperación policial internacional y europea, debilitando de forma importante la capacidad operativa de ETA, a la vez que la tragedia del 11-M que vivió esta ciudad y que todos lloramos con ella tuvo la consecuencia de mostrar la enorme tragedia que supone cualquier forma de terrorismo en su manifestación más espeluznante. El mundo de la izquierda radical tampoco es ajeno a estos cambios. Amplios sectores del propio entorno social de ETA cuestionan el uso de la violencia y el terrorismo, aunque algunos de ellos no lo hagan más que por cuestionamiento de su utilidad pragmática. La declaración de Anoeta de noviembre de 2004 es un fiel reflejo del proceso de maduración de este espacio social y político. Los dos años y medio sin atentados mortales no son un dato que pueda pasar desapercibido y tampoco podemos olvidar la contribución a la sociedad desarrollada desde las propias instituciones vascas mostrando que el autogobierno y las iniciativas políticas tienen su cauce a través de las vías democráticas o las consecuencias del cambio de gobierno en el Estado que supone el final de una etapa de enfrentamiento y la perspectiva de una política basada en el diálogo y el respeto a la pluralidad.
Pero sin género de dudas, entre todos estos factores destaca la madurez de nuestra sociedad. Y todo ello nos pone a las puertas de una posible solución, que debe ser abordada entre todos. Porque la paz deberá construirse como paz justa, y el pasado 17 de abril la sociedad vasca nos lanzó a todos un mensaje muy claro. La paz deberemos construirla entre todos, sin dogmatismos ni bloqueos estériles. Por tanto, tenemos antes nosotros una oportunidad que podemos aprovecharla si actuamos con inteligencia, modestia y desde la cooperación entre las diferentes sensibilidades políticas de nuestro país.
Tenemos por delante un camino que hemos de recorrer con ilusión, aunque sin ingenuidad o excesivo voluntarismo. Pesa sobre nosotros la experiencia de 1998, de la que hemos aprendido tanto de los aciertos como de los errores propios y ajenos. Y en el camino a recorrer tendremos que prestar una atención especial al difícil camino de la reconciliación. El daño causado por la violencia es de tal envergadura, que la normalización de la vida social no será completa incluso desaparecida ésta, porque quedan heridas en las personas y en el tejido social. Por ello, en un proceso de este tipo los partidos políticos y los agentes sociales deberemos velar por el reconocimiento y la reparación de las víctimas. Y más allá de la solidaridad personal, se hace imprescindible hacer constar el reconocimiento social del sufrimiento injustamente padecido. Sin él, no será posible que la deseable reconciliación se abra paso entre nosotros.
Resulta además ineludible, en estos momentos que pueden preceder a lo que puede ser el final definitivo de la violencia, dejar constancia del profundo error político y del daño moral que el terrorismo ha causado a tantas personas y a la causa nacional vasca, de su falta de legitimidad, su torpeza política y su absoluta inmoralidad. Por ello, la pacificación será definitiva cuando, junto con las armas, cese también el esquema impositivo que trata de justificarlas, el de que todo vale para conseguir determinados objetivos políticos.
Es verdad además, que en Euskadi existe un conflicto político sin resolver, anterior por cierto a la violencia de ETA. El "profundo contencioso vasco" que en enero de 1988 definía el Pacto de Ajuria Enea, y que supone la existencia de una identidad nacional no reconocida como sujeto político, en definitiva, el no reconocimiento de la bilateralidad. Pero este conflicto no puede ser nunca interpretado en las claves de ETA, dando a entender que el proceso estatutario ha sido ilegítimo, aunque la historia de la transición, el propio texto constitucional o el desarrollo autonómico dejen para nosotros mucho que desear. El conflicto de identidades y el de la violencia son dos cosas distintas: el terrorismo nunca puede justificarse como consecuencia natural de un conflicto político. Por ello, una organización terrorista no debe ser nunca sujeto de una negociación política sobre el futuro de Euskadi. Como decía el documento Ardanza en marzo de 1998, un proceso de paz debería ser "entendible, asumible y plausible para la opinión pública democrática". Por ello, cuando hemos defendido un final dialogado de la violencia, y cuando en mayo de 2005 negociamos con el Partido Socialista la resolución aprobada en el Congreso de los Diputados, lo hemos hecho desde la experiencia histórica de que este tipo de conflictos termina en una fase de diálogo y acuerdo, algo bien distinto que conceder a una organización armada un derecho de decisión que sólo compete a los vascos y a las vascas.
Por ello, un final dialogado significa salida democrática, apelación a todas las posibilidades que permita el ordenamiento jurídico, de manera que perciban sus virtualidades abiertas, de no cerrar caminos. Final dialogado significa separar con nitidez el diálogo con una organización terrorista del diálogo político sobre el que se construya el futuro de la sociedad vasca. En este sentido, la propuesta de constituir dos foros de diálogo, uno de ellos, en el marco de la resolución del Congreso, por los poderes competentes del Estado con aquellos que muestren una voluntad inequívoca de poner fin al terrorismo al objeto de propiciar un final dialogado de la violencia, y otro foro bien diferente entre los representantes políticos legítimos de la sociedad vasca, permite dar garantías democráticas a un proceso de este tipo. Así, nuestras decisiones futuras, los acuerdos políticos a los que los representantes políticos pudiéramos llegar, no estarán condicionadas por una ETA que no ha sido capaz de aceptar ni la voluntad mayoritaria de los vascos ni la legitimidad democrática de las instituciones que nos hemos dado. Desde estas consideraciones, tenemos la certeza de que la ciudadanía vasca, y también la ciudadanía española, estarán dispuestas a trabajar e impulsar con generosidad las vías para hacer posible la paz y la reconciliación.
En cualquier caso, el diálogo político entre los partidos deberá servir para asentar la convivencia en Euskadi y alcanzar la normalización política. Pero desde la consideración de la radical incompatibilidad entre política y violencia, el PNV plantea, como exigencia democrática, que el diálogo resolutivo entre partidos --ese diálogo sin vuelta atrás, esa mesa de partidos con vocación de acuerdo y de no imposición-- no sea consecuencia de la violencia, sino de su cese. Por que sólo un final definitivo de la violencia, de la amenaza a cargos públicos, de los ataques a las sedes de partidos, de la extorsión y el chantaje a los empresarios, valorado de forma compartida por los diferentes partidos políticos, puede abrir la vía a la constitución de una mesa o foro de diálogo entre partidos políticos conducente a un acuerdo para la convivencia y la normalización política en Euskadi. Un acuerdo político, que deberá ser negociado libre de la tutela, la vigilancia o el condicionamiento de una organización armada. Por ello, el fin definitivo del terrorismo debe producirse con carácter previo a este proceso.
¿De qué debemos hablar los partidos políticos? ¿Qué nos exige la inmensa mayoría de la ciudadanía vasca? Un acuerdo que respete el derecho de la sociedad vasca a construir y decidir de forma democrática su futuro. Y, a su vez, un acuerdo que nos permita alcanzar un pacto para el ejercicio de esa decisión compartida por las diferentes sensibilidades e identidades de Euskadi. Se trata, en definitiva, de que alcancemos un acuerdo que desde el respeto a los marcos institucionales actuales, permita el uso de sus potencialidades reales de modificación siempre y cuando existan mayorías sociales y políticas para ello. Todo ello desde el respeto democrático a la voluntad de la sociedad vasca, pero con respeto también democrático a su pluralidad. Respetar la voluntad de los vascos incluye el respeto a los diferentes sentimientos identitarios, tratando de integrarlos en un esquema de pacto y compromiso
Nuestro objetivo es alcanzar un acuerdo de normalización política que defina un modelo de convivencia, así como un marco de relaciones con el Estado en el que haya una bilateralidad efectiva, garantías y condiciones de lealtad. El pacto y la no- imposición es el procedimiento por el que se constituyen las reglas de juego en las sociedades avanzadas. Quisiera subrayar que los acuerdos de Irlanda aceptaron el principio de diferenciar el juego político de las mayorías frente al acuerdo amplio que se requiere a la hora de definir una comunidad, y se formularon unas previsiones acerca de lo que habría de entenderse como el "consenso suficiente". Lo que en nuestro caso habrá de ser acordado y no fijado unilateralmente por el Estado. En definitiva planteamos vincular el derecho a decidir con el compromiso de pactar a la hora de establecer un principio de solución para el contencioso vasco enquistado durante tanto tiempo.
En este sentido proponemos el que la mesa de partidos políticos vascos aborde una solución basada en un doble compromiso:
-No imponer un acuerdo de menor aceptación que los actualmente vigentes
-No impedir un acuerdo de mayor aceptación que los actualmente vigentes
No imponer garantiza la aceptación, en clave de integración política, de la voluntad de la sociedad vasca, pero a su vez limita a la mayoría nacionalista. No impedir, supone el dar cauce al reconocimiento jurídico y político de las decisiones adoptadas, limitando a su vez las mayorías de los partidos de ámbito estatal en las Cortes Generales.
Estos son desde nuestro punto de vista los ingredientes fundamentales de una solución política. Un acuerdo que la sociedad vasca reclama y que deberá ser necesariamente consultado a la ciudadanía, lo cual es una exigencia política y democrática siempre que se propone una modificación sustancial del marco de convivencia. La consulta es, por lo tanto, el resultado de un proceso en el que no vamos a ahorrarnos ningún esfuerzo. No es, en ningún modo, un arma arrojadiza, ni una excusa de los partidos para delegar en la sociedad la obligación que tienen de trabajar y lograr un acuerdo.
Y porque creemos en la sociedad vasca y en la capacidad de los partidos políticos de alcanzar acuerdos de fondo para la convivencia, nos hemos planteado un reto que alguno puede entender como autolimitación excesiva. Pero en las sociedades modernas, los grandes triunfos nacen de las autolimitaciones. Hemos expresado que nuestro objetivo ante la consulta consistirá en obtener una mayor adhesión que la obtenida por el Estatuto de Gernika. Esta será la piedra angular, la referencia básica para validar democráticamente el nuevo punto de encuentro para la convivencia política.
Hace 20 meses, a los pocos días de ser elegido presidente del EBB del PNV terminaba una intervención en este mismo foro con unas palabras: "Esta es la Euskadi viva, dinámica. Que mira a la sociedad española y busca renovar un pacto desde el respeto mutuo. Desde la aceptación mutua. Dialogando. Buscando cicatrizar una fractura, que la violencia y el terrorismo de unos, la utilización partidista de la misma por otros, y posiblemente los errores que hemos cometido todos, han creado y extendido. Y que sólo el diálogo, el respeto y el acuerdo, pueden ayudar a que no crezca y se subsane". Entonces sonaron a vagos y utópicos deseos. Hoy, 20 meses más tarde, están más cerca que nunca.