Por razones de persecución y exilio lo que escribía nuestra gente en aquellos años tenía un ámbito muy reducido de proyección y difusión. Eso pasó en 1955 con una reflexión que hizo Francisco Javier de Landaburu en París, un año antes de editar su libro “La Causa del Pueblo Vasco”, bello y profundo trabajo que ningún nacionalista de buena voluntad debería dejar de leer.
En julio de 1955, Landaburu reflexionó sobre el PNV. Estaba el pobre en medio del largo túnel de una dictadura, con una juventud inquieta que tocaba la puerta y ante un régimen que iba a durar veinte años más. Pero aquella gente seguía luchando y pensando, como decía en su artículo, que “El PNV ha creado una nueva mentalidad”. Cincuenta años exactos de este trabajo, ¿conserva su vigencia? ¿Somos un partido de valores o andamos al albur de lo primero que salta? Quizás nos haría falta una nueva y limpia reflexión. Pero antes conozcamos lo que decía Landaburu:
“Hacer la biografía de un partido nacido en 1895 debe de ser mucho más difícil que hacer la biografía de cualquier persona, por grandes que hayan sido sus méritos y por muy enrevesada que haya sido su vida. Además, para que una biografía sea completa hay que esperar a que desaparezca el biografiado. Nuestro partido, amenazado de asesinato ahora hace diecinueve años, sigue viviendo, gracias a Jaungoikoa, y los que lo quisieron matar se han convencido de la imposibilidad de acabar con él.
Pero si no se puede, y menos en un artículo, hacer la historia del Partido Nacionalista Vasco, contentémonos con destacar los que nos parecen rasgos más esenciales de su personalidad.
Una de las características no políticas más fuertes del PNV ha sido la de construir una familia inmensa, la familia de los patriotas vascos. No hay en ello exageración. Cuando el Partido se desarrollaba en vida normal, y actualmente, el vasco “jelkide” encontraba en él clima y posibilidades suficientes para resolver los problemas de orden práctico y los de orden sentimental que la existencia le iba planteando. En el Partido han nacido las grandes amistades y los matrimonios de muchos patriotas, han surgido las asociaciones, las empresas, y las aventuras. Como en cualquier familia numerosa surgieron también parientes enriquecidos olvidadizos, parientes pobres desanimados y parientes “trastos” ingratos a quienes, en medio de todo, se sigue estimando. Como en cualquier familia. La dispersión de los afiliados no ha hecho más que trasladar el tema a países diversos donde todo ello se plantea y se resuelve en iguales términos.
DEFICINIÓN NACIONAL Y NUEVA FISONOMÍA
En el orden político, el PNV hizo dos cosas importantes: salvar la definición nacional que estaba en riesgo gravísimo de sucumbir y dar a la mentalidad del país una fisonomía nueva. No creo que nadie discuta el primer hecho, lo aceptan incluso los que niegan a Euzkadi su carácter de nación. De ahí la especialísima saña de los perseguidores del nacionalismo vasco. Si el Partido no hubiera nacido en el tiempo en que fue fundado, no quedaría hoy de lo vasco más que el recuerdo histórico porque no sólo hizo aquél que sus afiliados persistiesen en el mantenimiento de peculiaridades sino que también sirvió de acicate a los no nacionalistas para cultivar características vascas fuera de lo político o en área política más limitada en sus ambiciones y más pródiga en sus equívocos. Si el Partido no hubiese nacido, el declive de la lengua vasca hubiera sido muchísimo más rápido y los estudios vascos, en general, no hubieran parado de ser patrimonio restringido de cuatro chiflados. Si hoy esos estudios son florecientes, y cada día más, si seguimos asistiendo a una renacimiento de un cierto arte y de un cierto folklore vascos, es nuestro Partido quien merece los aplausos. Finalmente, si el llamarse vasco da conciencia de ser, si con esa conciencia es bastante para andar por el mundo, si hay una firme esperanza de que ese estado espiritual tenga próximamente una expresión jurídica, todo eso es obra del Partido, y yo, que pretendo siempre no confundir el Partido con el nacionalismo vasco porque éste, actualmente, desborda a aquél, esta vez tengo que precisar que es inicial y fundamentalmente al Partido y solo al Partido a quien se debe el revivir y el persistir de la patria.
Algunos creen que la actitud del Partido en julio de 1936 se debió a una especie de “cara o cruz” que determinó la adscripción de los nacionalistas al bando democrático. Otros han acusado al Partido y a los demás patriotas de haberse vendido por el plato de lentejas estatutistas. Las decisiones graves en una organización de tradición democrática como la nuestra suelen obedecer a motivos más profundos. El PNV, además de ser demócrata, era republicano por conservar el escozor de las injurias que el régimen coronado había hecho al País desde hacía más de un siglo, y todos sentimos una alegría cierta cuando ese régimen desapareció en Madrid. El nuevo régimen también nos dio alfilerazos que un día pudieron ser cuchilladas pero las posibilidades que en él encontraba nuestra causa, no siempre favorecidas desde arriba, se ajustaban bien al espíritu progresivo que iba brotando en las diversas capas que agrupan a los afiliados. Ese afán de progreso no nació en el nacionalismo vasco en 1936. Era anterior aunque desde entonces a hoy se haya desarrollado todavía más intensamente. El Partido hacía ya muchos años que, manteniendo su doctrina patriótica, había salido de un simbolismo, para tender a constituir una nueva armonía social vasca. Era natural que ello sucediese, porque entre 1930 y 1936 el Partido había ampliado enormemente su base popular. Nuestro pueblo sabía ya entonces, porque experiencia no le faltaba, ni juicio crítico tampoco, que, salvado el principio del respeto a la fe, nada bueno podía esperar de las fuerzas conservadoras españolas y sabía también que en esas fuerzas no se hacía siempre con claridad suficiente la distinción entre la fe y el interés, entre la religión proclamada a gritos y divulgada a tiros y las exigencias de un cristianismo revigorizado y no exclusivo de una clase que nuestro pueblo expresaba ya en fórmulas de moderna justicia social.
LA SÍNTESIS NO FUE DIFÍCIL
En el Partido Nacionalista Vasco había ya mucho de esto profundamente sentido, sólidamente arraigado en nuestra gentes y acaso tanto en muchas de ellas como las perspectivas autonómicas. La síntesis, pues, no fue difícil, el Partido se fue con la democracia sin tener que rebajar una sola de sus tesis, sin ceder un punto en sus aspiraciones. Esta decisión histórica del Partido, que proporcionó un matiz interesantísimo al bando demócrata peninsular, ha creado en nuestro pueblo una especie de coraje cívico al que no renunciará nunca a pesar de que las consecuencias de julio de 1936 no nos hayan sido favorables. Aquella trascendental decisión del Partido Nacionalista ha influido enormemente en el espíritu de la ciudadanía vasca, a la que ha enseñado el valor de la libertad y los beneficios de la tolerancia. El pensamiento nacionalista ha evolucionado y se ha actualizado. No le es extraño ningún problema de envergadura mundial y de sentido humano aunque se plantee fuera de las fronteras vascas. Los hombres que están fuera de casa han procurado incorporarse a esas corrientes mundiales y la meditación que crea la inacción forzosa de los que están dentro, esperando, nutre esa esperanza irrenunciable con savia nueva que tendrá consecuencias ineludible en el día de la restauración patriótica. Yo estoy seguro de que la clásica acusación de “aldeanismo” que contra nosotros se hacía será sustituida por la del excesivo “progresismo” que nos reconciliará con muchas gentes pero que seguirá perturbando las malas conciencias de los que nos habían creído los mejores auxiliares de la Guardia Civil para guardar un orden semejante al que hoy existe en España, que puede ser la tranquilidad en la calle pero que no es el orden social del mundo de hoy, que no es el orden cristiano.
Esa mentalidad nueva que el PNV ha creado es la conjugación de unos principios tradicionales e inmutables con los criterios modernos que no consisten en la declamación lírica de derechos individuales, sociales y nacionales sino en la aplicación estricta de normas viejas y nuevas que aseguren su respeto y su cumplimiento.
La decisión nacionalista vasca de julio de 1936, que tantas lágrimas ha costado, sentó jurisprudencia de amplitud universal para todos los partidos cristianos y demócratas al mismo tiempo. Los que por seguir idéntica norma triunfan hoy en Europa muy fuera de ella nos reconocen como sus predecesores. El vasco afiliado que, políticamente, está hoy todavía sometido, puede estar seguro de que su doctrina no ha pasado a ser reliquia histórica sino caudal enorme de posibilidades futuras. Para que así sea, ese compatriota no necesita más que cumplir con dos virtudes que ya conoce: consecuencia y decencia”.
Esto escribía Landaburu en 1955, hace cincuenta años. Hoy, los debates son cada vez más sociales, más del día a día. Desde la familia, pasando por la laicidad, el planteamiento ético y la apuesta por un país en que quepamos todos. La de un país pequeño que debe aprovechar cualquier oportunidad o la de un país ensimismado y en el mismo registro. La de un país que quiere basar la acción política en la verdad y no en la mentira.
Un voluminoso político nacionalista planteaba recientemente en una conversación, lo siguiente: “Nuestro modelo ¿es el modelo identificable del PNV, de siempre, adaptado a los nuevos tiempos, o es el modelo, con todos los respetos, de Madrazo?. ¿Somos IU o somos el PNV. Somos EHAK con su dictadura del proletariado o somos un partido de valores democráticos?”. Ciento diez años después de la fundación del PNV no está mal hablar de estas cosas. ¿O no?
Pero el 31 de julio, no se cumple solo un año más del PNV. También de ETA. O por lo menos eso es lo que dicen quienes eligieron el día de San Ignacio par darle alas a una idea, sesenta y cinco años después de creado el PNV. El nacionalismo vasco ya existía. No lo creó ETA.
Cuando ahora miramos a Londres y vemos que británicos de origen pakistaní o iraní o afgano atentan y destruyen por odio a gentes del país que les acogió a ellos y a sus familias, miremos a Euzkadi cuando en 1960, con la revolución cubana y la argelina echando humo, una dictadura sangrienta como la de Franco machacando cualquier disidencia, una lengua que desaparecía, besos y abrazos entre los Estados Unidos y el Vaticano con un general golpista que había apoyado a Hitler y Mussolini, ¿cómo no iba a nacer ETA? ETA fue la consecuencia no la causa. No el origen. Pero esta ETA no tiene nada que ver con aquella, ni con el contexto internacional, ni con la situación interna del País.
Cuando vemos a un joven norteamericano de Ohio de veinte años pilotar un F-18 y destruir en nombre de la civilización a sus semejantes en Irak o vemos las imágenes de torturas en Abu Ghraib o en Guantánamo no es que justifiquemos la violencia pero si decimos que ésta desata otras violencias y que esto hay que tenerlo en cuenta. Como la violencia islámica. Y acordémonos de cómo nació ETA, una ETA que debe desaparecer, porque una acción defensiva en 1960 la han convertido en una acción ofensiva contra su propio pueblo.
Hay algunos que porque gentes de este mundo hablen euskera y enarbolen la ikurriña piensan que su ideología es la humanista, la del Sermón de la Montaña, la de Jesucristo que decía: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Ellos dijeron: “Armaros los unos contra los otros”. Lo de ellos, no nos engañemos, es la guerra revolucionaria, la violencia armada para propiciar una negociación con ventaja, la preparación del militante en sus aspectos psicológicos, de intransigencia ideológica, el odio como motor, la mística revolucionaria, un espíritu ofensivo permanente, etc. Lo que ocurre es que el abertzalismo es un buen manto que tapa todo esto. Quien pierda de vista este dato fundamental que se dedique a la poesía...
Cuando vemos a ETA depurar a dirigentes encarcelados porque tiene miedo a la disidencia. Cuando vemos las bombas que acaban de poner en Boroa. Cuando vemos la inmensa debilidad de Batasuna que repudia a Elkarri porque no les da la razón al cien por cien. Cuando vemos que esta gente no ha sacado ninguna conclusión política del 11-S, del 11-M, del 7-J, sólo nos queda concluir que al frente de todo ese tinglado o hay gente muy fanática, o gente con sólo un gramo de inteligencia o gente que de patriota no tiene absolutamente nada.
Ya sabemos que no cabe despreciar el ímpetu y la imaginación de la Izquierda Abertzale. Aunque ya en una ocasión memorable, recién constituidos el primer Parlamento Vasco y el primer Gobierno Vasco, la dirección de ETA propuso a la del PNV, verbalmente, la disolución de dichas instituciones, y la denuncia del recién plebiscitado Estatuto y de la Constitución española para caminar juntos, “porque si vamos juntos, ganamos”. Visto desde el paso del tiempo, no parece que el PNV se equivocara al no aceptar dicha propuesta, lo que debe hacerle más cauto al considerar ofertas nuevas de proyectos audaces y atractivos para una nacionalista, pero no siempre dotados de un mínimo de posibilidad práctica de aplicación en la sociedad real de Euzkadi.
Como decíamos en la Asamblea General de 1995: “las grandes metas del nacionalismo vasco, como la soberanía, la unidad territorial, la independencia en Europa, hasta pueden convertirse en puro escapismo si no se abordan a fondo los problemas del día a día, sin cuya solución dichas metas o no son posibles o carecen de sentido pleno”.
ETA que nació sesenta y cinco años después que el PNV un día de San Ignacio tiene que desaparecer. Quien no va a desaparecer es el PNV que hoy cumple 110 años.
En definitiva, no es más que eso lo que quiso decir Sabino Arana hace ciento diez años cuando resumió su programa en una frase contundente “Euzkadi es la Patria de los Vascos”. Y por eso creó al PNV. Pues eso.