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¿OBAMAKOAK?

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Apirila 23 | 2009 |
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Xabier Ezeizabarrena

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El Diario Vasco


Dentro de los complicados contextos políticos interno e internacional, donde la utilización política partidista de los ordenamientos jurídicos se ha exprimido hasta límites insostenibles, el papel de los nuevos conceptos que está introduciendo Barack Obama puede resultar de gran interés. De hecho, es el sistema internacional el que impone toda una serie de límites al concepto de soberanía. Sin duda, los más importantes límites a este respecto son los derechos fundamentales de todos los individuos. Por ello, el concepto actual de soberanía comienza a alejarse del poder total y omnímodo de los Estados para acercarse a modelos de soberanía limitada, como el que parece sugerir el Presidente Obama mediante sus propuestas sobre Guantánamo, Cuba o las armas nucleares, por ejemplo. Subsisten, sin embargo, Estados anclados en nociones que prefieren no someterse a los parámetros internacionales apuntados ni a compartir o limitar la soberanía. El ejemplo más evidente era el de los Estados Unidos, cuyo presidente anterior practicaba una política radicalmente contraria a la limitación de su soberanía o a la idea de compartir la misma interna o externamente.

Además, la globalización del mundo occidental y la economía libre de mercado han impuesto a las sociedades más fácilmente vulnerables y desprotegidas todo un cúmulo de límites a sus propios gobiernos y políticas que cada vez se alejan más de ser plenamente soberanos. Lo que falta saber es si los Estados que auspician el sistema jurídico internacional comparten dicha reflexión y son capaces de comprometer sus niveles de bienestar y capacidad productiva a cambio de la solidaridad que precisan aquellos que no pueden gozar de este engañoso fenómeno de la globalización ni de sus propias soberanías como naciones en plena crisis económica.

Sin embargo, de la teoría política y jurídica a la realidad de los hechos siguen restando trechos de gran importancia, incluso en aquellos Estados que pretenden mantener su soberanía plena e inmutable frente a cualquier otra consideración. Así, muchas de nuestras sociedades contemplan, perplejas, un sistema interno e internacional que no consigue hacer cumplir casi ninguno de sus compromisos. Ni siquiera, en muchos casos, aquellos que en aplicación de los derechos fundamentales reconocidos internacionalmente, limitan de raíz la soberanía de los Estados. Basta citar los casos de Guantánamo hasta la llegada de Obama, la invasión de Irak, las crisis humanitarias existentes, el expolio y abandono de África, la dilapidación de los océanos y recursos naturales del planeta, las prácticas policiales recientemente observadas en Estados como el Reino Unido o los Estados Unidos e, incluso, los informes de relator de la ONU sobre Derechos Humanos en relación con algunos derechos en el caso de España.

Si el sistema internacional pretende exportar abiertamente los valores de la democracia y la buena "gobernanza" en clave de respeto universal a los derechos fundamentales y a la justicia social, es del todo imprescindible que todos los Estados asuman los límites inherentes a sus respectivas soberanías. Mientras tanto, la soberanía del pueblo que propugnan las Constituciones modernas no es tal en el plano internacional; en este complicado contexto, los Estados (sean los que apuestan por la soberanía limitada (UE) o por la soberanía plena (USA hasta la llegada de Obama, China o Cuba, por ejemplo)) siguen siendo los sujetos casi únicos del sistema, ostentando esa soberanía que nos corresponde como individuos. En ocasiones, incluso contra la propia voluntad de sus ciudadanos.

El reto se mantiene, por tanto, para que los propios individuos ejercitemos la soberanía que nos corresponde en todos los planos. Esa es la esencia de una soberanía alejada de los poderes ilimitados. De lo contrario, nuestras sociedades difícilmente serán libres, sino esclavas de esa misma soberanía que como hombres y mujeres nos corresponde. Allí donde el bienestar económico es palpable, este detalle puede pasar inadvertido pues los ciudadanos compramos cuotas de libertad a cambio de nuestra moneda en curso; por contra, donde la furia del hambre y la pobreza continúan su lacra, es evidente que la soberanía ilimitada de muchos Estados se ha exprimido brutalmente hasta expoliar al hombre de su mínima dignidad como ser humano. Lamentablemente, debido a la violación constante de los límites inherentes hoy a toda soberanía (los derechos fundamentales).

Para ello, el concepto y el ejercicio de la soberanía que practican los Estados debe sufrir y está sufriendo, modificaciones sustanciales. Y la tarea implica, no obstante, los habituales recelos de muchos Estados que no observan con buenos ojos más formas de participación internacional que la suya. En esta importante tarea es evidente que ni los ciudadanos ni las naciones sin Estado pueden soslayarse. Se perdería, en tal caso, la oportunidad de hacer una lectura flexible y dinámica de lo que representa el concepto de soberanía en la actualidad. Al fin y al cabo, la soberanía reside en cada uno de nosotros y es, por tanto, a cada ciudadano a quien corresponde, individual y colectivamente, su democrático ejercicio diario, incluso, por supuesto, frente a sus respectivos Estados en el ámbito internacional. El individuo es titular único y legítimo, mientras que los Estados y demás ámbitos políticos de decisión son meras entidades instrumentales al servicio de las personas. Esta concepción no representa novedad alguna en el pensamiento jurídico-político. Se trata, de lecturas expuestas con toda claridad por autores como Rousseau o Locke. Frente a ello, subsisten corrientes políticas que pretenden caminar en el sentido inverso, en defensa de un modelo internacional e interno que se ha mostrado ineficaz para dar respuesta a los acuciantes problemas actuales.

Desde mi punto de vista, la tarea corresponde a la propia sociedad civil de forma que cada nivel de gobierno pueda reconocerse definitivamente en la tutela y representación de aquellos derechos individuales y colectivos que sus sociedades demandan abiertamente y con plena legitimidad democrática, incluso en el mismo plano internacional tradicionalmente monopolizado por el Estado Nación. Es claro que, si las naciones sin Estado optan por este nuevo modelo de soberanía, sus respectivas sociedades no tardarán en secundarles, probablemente con más fuerza que en la actualidad. Por el contrario, si la pretensión última es mimetizar las actitudes jurídicas y políticas que nos han traído hasta la situación actual, probablemente las sociedades más modernas, cultas y progresistas darán la espalda a aquellos modelos que consideren inútiles por no satisfacer las pretensiones de toda sociedad democrática en clave de derechos fundamentales, justicia social, solidaridad interna e internacional y desarrollo sostenible. ¿Washington-Bruselas-Madrid-Barcelona-Vitoria-Pamplona-Baiona-Donostia,... en red vía Obamakoak?

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