En julio de este año, dentro de la iniciativa 'Think Gaur Euskadi 2020', tuve la oportunidad de viajar a Estados Unidos. En Nueva York, en el barrio de Queens, fuimos invitados a un acto de apoyo a Obama que organizaba una joven activista del distrito. A través de Internet había convocado al vecindario a una reflexión sobre las políticas sociales que debía defender Barack Obama en su campaña. Allí se reunía, participaba y emocionaba gente de toda edad y condición, wasp y minorías. Un acto que se ha repetido en decenas de miles de comunidades de Estados Unidos y que, a mi juicio, ha marcado un nuevo estilo de campaña electoral, un estilo que ha conseguido, por cierto, una inusitada movilización de la juventud.
Una campaña, aparentemente abierta, que el equipo de Obama ha logrado compatibilizar, al tiempo, con un control de los contenidos, de las apariciones públicas, de la imagen del candidato, de la elección y selección de entrevistas, tan férreos como pocas veces se había visto hasta ahora. En el centro de toda la campaña el uso de una herramienta, Internet, cuya profusa utilización por Obama va a marcar, sin duda alguna, un antes y un después en su empleo como arma política.
La historia personal de Obama encarna el sueño americano. Obama representa las expectativas de cambio, la confianza y la recuperación de la ilusión perdida por un pueblo. Eso se puede palpar en Estados Unidos.
La popularidad y carisma de Obama parecían imbatibles entonces y el transcurso de estas semanas ha confirmado esa impresión, con unas encuestas -en el país que inventó los sondeos- que le ofrecen un amplio margen de victoria. Una ventaja, a unos días de las elecciones, imposible -a priori- de recuperar. Obama cuenta con el apoyo indisimulado de cuatro de los más grandes e influyentes periódicos norteamericanos: 'The Washington Post', 'The New York Times', 'Chicago Tribune' y 'Los Angeles Times', y con el respaldo de otros medios, más disimulado pero no menos eficaz. Tiene más recursos que los que va a poder gastar en su campaña. Cuenta con una ciudadanía que alienta el cambio, hastiada de aventuras guerreras como la de Irak y atravesada por una crisis económica sin precedentes que está ensombreciendo, aún más, el final del mandato de Bush. Existe, también, un clamor mundial a favor del senador de Illinois. Ahí gana Obama, que, en la memoria americana, representa el linaje de Franklin D. Roosevelt; la herencia de Martin Luther King y el aura mitológica de John F. Kennedy. Obama ha ganado con claridad todos los debates televisados y ha llevado la iniciativa prácticamente desde el principio durante todos estos largos meses de campaña.
Enfrente ha tenido a un candidato, McCain, que ha centrado su oferta electoral en su propia imagen de veterano de guerra, en su rebeldía de llanero solitario -maverick- frente al 'establishment' de Washington y frente a los atavismos de su propio partido, en el designio de centrar la confrontación electoral sobre la personalidad y la fiabilidad de los candidatos. Debemos considerar, aquí, la escasa ayuda de su candidata a la vicepresidencia, Sarah Palin, que, en opinión de los analistas políticos, está lastrando con grandes errores su campaña y llevando a su equipo a desarrollar unas sucias estrategias que recuerdan a las de las elecciones que, en 1828, ganó Andrew Jackson frente a John Adams, objeto de la película 'The President's Lady', de Henry Levin.
Hace dos meses estaba convencido de que Obama era el único candidato demócrata que podía perder las elecciones tras el fracaso absoluto -sobre todo para los propios norteamericanos- que ha supuesto el Gobierno de Bush. Pensaba que McCain era el único candidato capaz de plantarle cara al senador de Illinois: los republicanos habían elegido a un magnífico político pero, por su edad, a un mal candidato electoral. Los demócratas habían designado, tras un complejo y cansado proceso de primarias, a un extraordinario candidato, pero todavía un político por hacer.
No podemos olvidar, además, que el Partido Republicano es una organización extraordinariamente potente que conecta a la perfección con la América profunda, que posee una maquinaria electoral más tradicional, pero perfectamente engrasada y que ha sabido localizar en sus filas a un heterodoxo McCain como el único relevo posible de George W. Bush. Ello, unido al mecanismo de elección indirecta presidencial mediante un colegio electoral de representantes de los distintos Estados, nos permite concluir que el resultado será notablemente más cerrado de lo que las encuestas predicen y que, desde Europa, podemos avizorar.
Enlazo esta idea con una reflexión que hace escasos días publicaba 'The New York Times' refiriéndose a la negritud como un factor ingobernable e inmedible en la carrera hacia la presidencia. Se trata del 'efecto Bradley'. Tom Bradley, afroamericano, perdió las elecciones para gobernador de California en 1982 cuando las encuestas auguraban su holgado triunfo. ¿Están ahora muchos encuestados comprometiendo sus respuestas en favor de Obama cuando no van a votarle por su color? En cualquier caso, existe una incógnita que determina la inquietud demócrata en estos días vestíbulo del gran martes. Quizá sea este factor un detonante de la movilización por el voto que fervientemente reclama Obama en estas horas finales. Debe vencer sobre el 'efecto Bradley', superando así un nuevo hito en el triunfo de la igualdad y de los derechos civiles, en la senda que abrió Martin Luther King.
Sería una sorpresa para todos que McCain diera la vuelta a un proceso electoral que hoy parece un paseo triunfal, dentro y fuera de su casa, para Barack Obama. La cuestión es que los que vivimos fuera no votamos y los que viven dentro no sabemos qué van a votar. Y, sobre todo, qué motivo les va a guiar el próximo 4 de noviembre cuando, dentro de las cabinas y en la más absoluta soledad, rellenen su papeleta. Quedan muy pocos días para que conozcamos el resultado. Ya veremos.
Si, como parece, Obama llega a la Casa Blanca, habrá ganado, como él mismo decía en su último libro, la audacia de la esperanza. Si los hechos suceden a las palabras, estaremos no sólo ante el cuadragésimo cuarto presidente sino ante el primer presidente norteamericano del siglo XXI. Que la primera presidencia estadounidense de nuestro siglo, una presidencia que establezca una nueva frontera, un liderazgo que formule un 'new deal', nuevos desafíos y nuevas respuestas para las próximas décadas sea una realidad es la encrucijada que afronta la ciudadanía estadounidense en estas elecciones y es, también, el reto del vencedor de la noche electoral.