Si hacemos caso a encuestas de todo tipo, la adhesión de la sociedad vasca al derecho a decidir, se mueve en unos porcentajes tan mayoritarios, que hacen difícil su negación. Sin embargo, ante la oposición del complejo público-privado de corte centralista y centralizador, parece que se trata de una reivindicación utópica e inalcanzable, propia de una sociedad que no ha llegado a desterrar los “malos modos” del franquismo, su sumisión incondicional a la España una, grande y libre, su desprecio por toda voluntad popular que no coincide estrictamente con las esencialistas verdades del patrioterismo histérico. Y eso sucede tanto a Agamenón como a su porquero.
Por ello es preciso sentar determinados principios para que un derecho tan democrático como es el de la libre decisión de un pueblo, sea este soberano o autónomo, pueda ser manifestada con plena libertad. Pues bien, el primero y ciertamente indispensable, consiste en que las instituciones del Reino de España realicen un decidido esfuerzo de acomodación a las realidades existentes en los países civilizados, incluso del contexto europeo. Realidades que comportan un respeto por la libertad de expresión ajena, y un compromiso por un dialogo sin cortapisas. En mayor medida cuando se debatan problemáticas territoriales, que a su vez supongan un cuestionamiento del propio Estado unitario en su actual conformación.
Como indicaba pública y recientemente un diputado escocés, es una doctrina aceptada por esas tierras, que si las tesis independentistas escocesas tuvieran suficiente mayoría en su parlamento, el gobierno británico aceptaría sin rechistar – aunque no de buen grado- la independencia de ese territorio. Del mismo modo que el Tribunal Supremo canadiense consideró que de existir una pregunta clara y una mayoría no menos clara en un referéndum en el asunto de Québec, no cabía otra cosa para el poder federal que negociar la independencia de Québec.
Hábitos democráticos, consecuencia de varios centenares de años de implantación democrática, que expresan la primacía del principio democrático y que arraigándose en los hábitos ciudadanos, les permite discutir con mesura y decidir con convicción, por arduos que sean los problemas.
¿Cabría trasplantes de esos hábitos a territorios mas adecuados a la imposición, aunque amparándose esta con la sempiterna – y tantas veces falaz- excusa de la aplicación del Estado de derecho o de la propia Constitución? Tarea difícil cuando esencialismos estatales parecen predominar en nuestros estatólatras dirigentes, como autenticas verdades sagradas, sin que se tenga en cuenta la voluntad del demos o de los ciudadanos implicados. Y sin embargo, el respeto a las instituciones de gobierno español, se puede perder en la Europa civilizada, si aquéllas demuestran y lo hacen activamente, un contundente rechazo a determinadas reivindicaciones democráticas. La leyenda negra, la santa inquisición, la sangrienta represión del disidente político, serán manifestaciones de un pasado lejano, pero las cenizas – el franquismo, por ejemplo-, son bien recientes.
Otro principio sustancial: la sociedad vasca, harta por las tropelías de ETA, los exabruptos indigeribles de los secuaces de la reacción, por las clamorosas y preilustradas declaraciones de la conferencia episcopal, y por toda una serie de posiciones, debe de curarse en salud y pronunciarse al menos con la viveza (huelgas auténticamente generales inclusive) con que lo que hizo en el tardofranquismo y en la transición. Pero si no lo hace, si piensa que los problemas políticos son cosa de otros y yo a lo mío, puede encontrarse en poco tiempo, con la Casa del Padre hecha añicos, que es el camino actual.
Quiere indicarse que para instar al respeto a quien domina los resortes del poder, primero tenemos que conseguir respetarnos a nosotros mismos. Sin falsas apelaciones a unanimidades, el despertar democrático de los ciudadanos vascos se presenta como una exigencia inexorable, realmente condicionante de nuestro futuro.
Finalmente, la lucha armada o terrorismo puro y duro, es algo absolutamente rancio y obsoleto, además de denigrante. Y sin embargo, constatamos que la presente orgía de detenciones, ilegalidades, prohibiciones, etc, etc, con que nos obsequian diariamente en estas vísperas electorales nuestros orondos y lustrosos magistrados, además de una insoportable quiebra del Estado de Derecho, supone por desgracia, el caldo de cultivo para nuevas generaciones de etarras, convencidos que de la confrontación política nada se puede obtener. A los hechos nos remitimos para tan terrible pronóstico.