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2007
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Economía y ecología ante la sostenibilidad “glocal”

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Azaroa 10 | 2007 |
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Xabier Ezeizabarrena

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El Diario Vasco


El reto de muchos países desarrollados para con la ciudadanía planetaria vuelve a demostrarnos la magnitud y la gravedad de las consecuencias derivadas de nuestras conductas y políticas con respecto a la situación mundial del medio ambiente y los recursos naturales.
Una vez más, el fenómeno de los gases de efecto invernadero nos demuestra que poco o nada han de importarnos las barreras fronterizas que artificialmente rodean las interacciones del medio ambiente, pues éste desborda nuestros límites territoriales de forma estremecedora y nos recuerda la ineficacia de nuestras variadas pero desperdigadas fórmulas de prevención sobre hipotéticos daños en la atmósfera, en el suelo, en las aguas o en los mares. La cuestión se agrava, más si cabe, en estos medios, donde nuestro margen de actuación en lucha con los elementos deja bien clara la desigual pelea que el hombre se ha empeñado en emprender contra la naturaleza durante siglos.

Hoy, las actitudes de algunos vuelven a impresionarnos por su carencia de perspectiva y la posibilidad de que sus consecuencias nos alcancen antes o después. Sin embargo, la cuestión no es ni mucho menos nueva, y son ya múltiples los acontecimientos similares que hemos contemplado en las últimas décadas sin que hasta la fecha existan visos reales de solución o cambio a un problema de heterogéneos perfiles jurídicos y políticos. Mientras tanto, continuaremos sufriendo las consecuencias inmediatas de este tipo de emisiones, de un consumo desenfrenado o de la explotación masiva del suelo, antes de que la biosfera logre asimilar y auto-depurar, a largo plazo, los gases emanados del desarrollo industrial que mueve sin tregua a nuestro mundo en Occidente y al que, lógicamente, quieren sumarse cuanto antes los países en desarrollo.

Hay responsables políticos del más alto rango que se amparan en las necesidades económicas de sus respectivos Estados para justificar el incumplimiento de sus compromisos internacionales, olvidando al tiempo que tales “necesidades” vienen produciendo cuando menos el 45% sobre el total de emisiones de gases con efecto invernadero. Con ello surge la gran batalla política para dirimir los niveles de cumplimiento de la legalidad internacional en la materia, sobre lo cual hay quienes pretenden quedar exonerados o amparados subsidiariamente en los generosos límites de su soberanía territorial, para huir de principios solidarios que limiten, maticen o supongan injerencia alguna en su política energética. Incluso, como es público y notorio, tanto a nivel doméstico como internacional, se ha formalizado hace tiempo un auténtico régimen jurídico y bursátil del comercio global con los derechos de emisión de gases a la atmósfera. Este mercado es arbitrado entre los Estados y las empresas que han agotado tales cupos y aquellas o aquellos que tienen margen de compra y actuación sobre tales emisiones.

Los países en vías de desarrollo ya conocen de sobra sobre el particular, y llevan años soportando el impacto que supone el efecto de estos gases en sus actividades primarias y en sus economías en zonas absolutamente dependientes de los sectores básicos, especialmente en la agricultura y la pesca. Su suerte lleva años ligada al riesgo provocado por los gases que ha emitido Occidente a su libre albedrío, hipotecando las vidas y el futuro de importantes comunidades humanas. Hombres y mujeres que hoy, por cierto, son expulsados de nuestras fronteras por leyes restrictivas de los más elementales Derechos Humanos que las Constituciones reconocen. Políticas económicas coyunturales, ética y solidaridad en claves de pura soberanía y escasez de voluntad política firme son condiciones habituales de nuestra trayectoria civilizatoria reciente, frente al planeta y al resto de sus habitantes presentes y futuros.

La completa visión global de los problemas que nos aguardan ante semejantes actitudes hoy solamente puede intuirse en la distancia y minimizarse con políticas locales comprometidas y tecnológicamente contrastadas. Un reto compartido que demanda acciones locales, junto con apuestas globales basadas en los derechos fundamentales, la solidaridad, la sostenibilidad real y la inversión en tecnología e investigación.

Entretanto, la historia sigue enseñándonos de los errores de antaño, y sólo esbozar con la mente algunas de las lacras con las que convive Occidente frente al mundo, ha de servirnos como testimonio ilustrativo y reiterado de hechos triste y sistemáticamente similares. No convertirnos en sordos, ciegos y mudos es un deber y casi un imperativo moral que nuestra vieja Europa ha de liderar con los pueblos del mundo.

Por todo ello, sinceramente, tanto la ONU como la propia UE debieran reconducirse decididamente hacia el logro de la justicia y la paz en el sistema internacional. Es imprescindible que ambas instituciones se sobrepongan a sus debilidades y dejen de ser instrumentos políticos pasivos sometidos, casi siempre, a la lógica de la globalización económica y a los viejos principios políticos nacidos, tras la segunda guerra mundial, en 1945. Con ello, han de contribuir a que el Derecho y, con él, la Justicia, se globalicen junto con los derechos fundamentales. Sin embargo, para proteger el medio ambiente y las relaciones entre los recursos que lo integran no basta con el Derecho. Como anticipara el escritor y político alemán Ludwig Börne en 1829, "si la naturaleza tuviese tantas leyes como un Estado, ni siquiera Dios podría regirla". Nos sigue faltando un plus, una receta de compromiso de lo local a lo global para atajar los problemas desde su raíz y medir los resultados en este mundo globalizado.

La globalización, de hecho, debe dejar de beneficiar exclusivamente a aquellos que tienen. Aquellos que no tienen deben comenzar siquiera a tomar parte en este complicado proceso. La globalización no puede seguir siendo un proceso puramente mecánico. Debe tomar en consideración las relaciones humanas, así como el mismo fin o el significado de la vida por diferente que éste sea en cada una de nuestras culturas y civilizaciones. De no ser así, Occidente puede acabar muriendo de éxito, mientras buena parte del resto del mundo lanza sus últimos lamentos pidiendo auxilio frente a nuestras puertas.

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