Iñaki Anasagasti
11Abuztua
2007
11 |
Iritzia

CINCUENTA AÑOS DE LA DESAPARICION DE D. ERNESTO ERCORECA

Iñaki Anasagasti
Abuztua 11 | 2007 |
Iritzia

El próximo mes de diciembre se cumplirán cincuenta años del fallecimiento de D. Ernesto Ercoreca, quien fuera alcalde de Bilbao en tiempos de la República. Fecha redonda por tanto que no se puede dejar pasar por alto teniendo en cuenta la significación política de este hombre de bien al que despojaron de su representación popular y al que persiguieron posteriormente sin que nuestro alcalde perdiera su asentado equilibrio.
Trabajando estos días en la figura de Marcel Junod, comisionado de la Cruz Roja Internacional en la guerra civil, encontré como éste médico protestante suizo había sido quien había canjeado en tiempo de guerra a Don Ernesto por Esteban Bilbao, un abogado carlista que posteriormente fue ministro de Justicia en los primeros gobiernos del general Franco, así como fue asimismo el eterno presidente de aquellas Cortes Orgánicas de la dictadura.

D. Ernesto había nacido en Bilbao en 1.866. Su madre era gipuzkoana. El primer empleo de Ercoreca fue delineante en el puerto de Bilbao. Unos años después, le nombraron director de las obras del puerto.

En cuanto al ámbito político fue miembro del partido Izquierda Republicana. Después de haber intentado entrar en el Ayuntamiento como concejal, fue nombrado alcalde de Bilbao en la II República, en 1.931. En su mandato intentó fomentar la cultura y la educación. Para eso mandó construir varias escuelas nuevas, de hecho un tercio de los 35.000 niños que había en aquella época en la ciudad no podían ir a la escuela.

En 1.934 tras las elecciones generales en España, tomaron el poder los partidos de derechas. El nuevo gobierno hizo pública su idea de abolir del impuesto sobre el vino que estaba establecido en los territorios vascos. Esto obtuvo la respuesta del pueblo vasco porque se atentaba contra el concierto económico. Los alcaldes de los pueblos más importantes se reunieron en Donosti para decir que hacer sobre el asunto.

Con lo aprobado Ernesto Ercoreca se marchó a Bilbao para presentar en el ayuntamiento una moción en contra de la decisión del Gobierno. Cuando el gobernador de Bizkaia se enteró de ello, envió al ayuntamiento a la policía para que irrumpiera en la sesión y obstaculizara la admisión de la moción. El alcalde se negó y la policía sacó a D. Ernesto de allí; posteriormente pasó lo mismo con los concejales de los distintos partidos. También los sacaron del ayuntamiento a la fuerza. Eran los tiempos del bienio negro.

El gobierno español interrumpió la labor de aquel ayuntamiento, imponiendo una comisión provisional para dirigir el Consistorio de Bilbao. Mientras tanto, juzgaron a Ercoreca y a la mayoría de los concejales y les prohibieron aceptar ningún cargo público.

Cuando el Frente Popular ganó las elecciones en 1.936 devolvió su cargo al alcalde y a los concejales. Rechazó algunas de las decisiones tomadas por la anterior comisión provisional, como la de llamar Plaza de España a la Plaza Circular de Bilbao. Cuando se produjo el alzamiento franquista Ercoreca se encontraba en Madrid concretando varios proyectos sobre Bilbao. Cogió el tren para la Villa pero lo detuvieron en Miranda de Ebro y lo llevaron a la cárcel.

Los franquistas no querían dejar en libertad al alcalde de Bilbao

Marcel Junod narra en su informe como se produjo el canje citado de la siguiente manera:

“La acogida que me dispensaron los franquistas fue totalmente diferente. Sin embargo, tenía un documento de la Junta Nacional, firmado por el General Mola que presenté en la cárcel de Pamplona. A pesar de que mis documentos estaban perfectamente en regla, las autoridades de la prisión se negaron a entregarme a Ercoreca. Una orden más reciente del General Mola les prohibía, bajo cualquier pretexto, poner en libertad a un preso político.

Llamé por teléfono a la Comandancia militar de Valladolid que me respondió con la misma negativa.

No pude ocultar mi preocupación: si no me entregaban ese prisionero, ya no me atrevería a presentarme ante los vascos.

Entonces telefoneé directamente a la Junta de Burgos y rogué al comandante de la cárcel que escuchase la respuesta...

Burgos parecía completamente de acuerdo, pero el carcelero se empecinó y quiso hablar personalmente con el General Mola. Como éste no se encontraba disponible, tuve que seguir esperando. A mi indignación, sucedió una verdadera cólera, pero sólo obtuve como resultado, una serie de insultos... ¡Y es que no comprendían que los vascos habían tenido la generosidad de dar el primer paso y que don Esteban Bilbao, su propio diputado, ya estaba en territorio francés!.

El día fue pasando y hasta las seis de la tarde no llegó la orden personal del General Mola de que me entregasen a Ercoreca. Este era un anciano tranquilo y apacible, y no entendía muy bien lo que pasaba. Cuando le comuniqué en el automóvil las condiciones de su liberación, no cesó de expresarme su agradecimiento. Le pregunté de pasada si conocía al hombre por el que se le canjeaba. Ante su respuesta afirmativa, decidí hacer que se vieran en el hotel de San Juan de Luz.

Llegamos hacia las diez de la noche. Don Esteban Bilbao estaba en el salón cuando entré con Ercoreca. En cuanto se encontraron frente a frente, aquellos dos hombres, condenados a muerte por dos bandos enemigos, cayeron el uno en los brazos del otro como viejos amigos.

- ¡Hombre! ¡Hombre!

Juraron uno y otro hacer todo lo que pudiesen ante las respectivas autoridades para que cesaran las matanzas.

- Seremos sus mejores aliados – me dijeron.

No volví a ver a Ercoreca, pero el otro, que llegó a ser más tarde Ministro de Justicia de Franco, se olvidó muy pronto de la Cruz Roja Internacional. Sin embargo, Ercoreca, por encargo del presidente Aguirre se ocupó personalmente de los suyos”.

Hasta aquí el relato de Junod.

Caído Bilbao y caído posteriormente el frente norte, tuvo que exiliarse y vivir en Burdeos donde fue capturado por la gestapo al invadir los alemanes Francia y ser embajador en Vichy, el excalde Jose Felix de Lequerica que había sustituido en el puesto a Jose María de Areilza impuestos los dos por el ejército de la dictadura , quien decidió fuera perseguido el verdadero alcalde.

Así como hicieron con otros políticos y miembros de sindicatos de la República que fueron capturados en Francia, los nazis entregaron a D. Ernesto a los franquistas y éstos, tras quitarle todas sus propiedades, le acusaron de ser causante de una rebelión militar de la que habían sido ellos los responsables. Lo llevaron a una cárcel de Valladolid y le prohibieron volver a Bilbao.

Salido de la misma le fijaron residencia obligatoria en esta ciudad hasta que por motivos de salud le permitieron volver a Bilbao aunque sometido a vigilancia policial. Así murió en diciembre de hace cincuenta años tras haber sido arrollado por un trolebús.

Sirvan estas pinceladas biográficas para recordar a un alcalde democrático que apoyó desde el ayuntamiento de Bilbao la consecución del primer estatuto de autonomía de nuestra historia así como al hombre bueno y cercano que por ser consecuente con sus ideas sufrió persecución, exilio, destierro, cárcel tras ser despojado de algo tan preciado para él como ser alcalde de Bilbao por elección popular.



LA TRAICION DE BERGARA


La primera guerra carlista se nutrió en gran parte con los soldados vascos, con los partidarios que Zumalakarregui encontró inermes y en corto número, y, con los cuales después de pocos meses, organizó aquel fuerte ejército, aguerrido, bien armado y disciplinado que, de victoria en victoria, sostuvo los derechos de Carlos V. Herido en Begoña, el gran jefe vasco, durante el sitio de Bilbao, murió en circunstancias que la historia no ha revelado aún. Se sucedieron, luego, los generales en el comando carlista, sucesivamente desplazados por las intrigas palatinas, hasta que un español, el murciano Rafael Maroto, fué puesto al frente de las tropas.

Siendo jefe del regimiento Talavera –“el feroz Talavera”, según la ajustada expresión del historiador Bartolomé Mitre, aludiendo a su crueldad- tocóle mandar el ejército español que en la cuesta de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, pretendió retener el aluvión de la libertad que caía sobre él desde los Andes. Allí toda la habilidad de Maroto se redujo a poner buena distancia entre su persona y los afilados sables de los granaderos a caballo, que conquistaron esa jornada para consolidar la independencia de Argentina y libertar a Chile del sometimiento español que venía padeciendo.

De nuevo en la Península, no puso de manifiesto dotes mayores. Su jefatura del ejército carlista le sirvió para hundir en la derrota el bando a que pertenecía, con lo que se ha llamado el Convenio de Bergara, que para los vascos ha sido siempre la traición de Bergara. Tuvo, por cierto, digno émulo en el jefe de los ejércitos de la Reina, Baldomero Espartero, quien, como muy bien ha dicho alguien, con autoridad, con mentidas palabras prometió a los vascos mantener los Fueros si deponían las armas.

El 4 de Septiembre de 1839 bajaban a Bergara los últimos batallones vascos que aún no se habían sometido. Reinaba entre las tropas y la oficialidad mucha incertidumbre porque se hablaba de traición... Los hombres parecían poco dispuestos a entregar sus fusiles.. Entonces, Espartero, frente a la iglesia de Santa Marina, después de arengarlos, les dijo palabras como éstas: “... No tengáis cuidado, vascongados; vuestros Fueros serán conservados, y si alguno osare atentar contra ellos, mi espada será la primera en desenvainarse para defenderlos...”

Y agregó algo muy pintoresco:

...”Dentro de poco volveré al país -sin duda para festejar la paz- ; volveré al país y entonces he de bailar con vosotros un zortziko en la romería de Arrate, al son del tamboril...”

Viene, luego, la ley de 25 de octubre de 1839. Los vascos creyeron en la palabra de Espartero y depusieron las armas. Y cuando el país quedó inerme, licenciado el ejército que no había sido vencido en los campos de batalla, y ocupado militarmente el territorio, cuando ya no había posibilidad alguna de resistencia, las Cortes españolas sancionaron la inicua ley: “Se confirman los Fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra, sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía”. Era la abolición de los Fueros... Baldomero Espartero, el jefe español, no había sabido hacer honor a su palabra... Caro lo pagó por cierto.

Transcurrido el tiempo estaba escrito que Espartero habría de sufrir el supremo ultraje de labios de su soberana. A la hora de las amargas recriminaciones, cuando se produjeron acontecimientos que deben conocerse, su Reina le dijo aquello tan tremendamente sangriento:

“...He sido generosa contigo, Espartero; queriendo elevarte te colmé de honores, de riquezas, de títulos, de galones... y, sin embargo no he podido hacer de ti un caballero”.

Palabra de Espartero.. palabra de falsario...

Otras muy distintas y de muy diferente eco se escucharon, también, en la tierra de nuestros mayores. Demos hacia delante, en la Historia, un salto de noventa y ocho años. Era un día de comienzos de octubre de 1936. El fragor de la guerra escuchábase en los montes y en los valles de Euzkadi. En Gernika, aquella tarde, todo un pueblo expectante asistía a un acto trascendental de su vida. Un hombre joven, de porte decidido y enérgico, con los rasgos esculpidos como a cincel en su rostro, en medio del religioso silencio de los cuscunstantes, pronunció aquellas palabras que por siempre quedarían grabadas en la mente y en el corazón de los vascos:

“Jaungoikoaren aurrean apalik,
Euzko-lur ganian zutunik,
Asabearen gomutaz,
Gernikako zuaizpian
Nere agindua ondo betetzea
Zin dagit”.

(Humillado en la presencia de Dios, de pie sobre la tierra vasca y bajo el roble de Gernika, presente en mi pensamiento el recuerdo de mis antepasados, juro cumplir este mandato con completa fidelidad).

Y el juramento se cumplió. José Antonio de Aguirre mantuvo su palabra. La palabra de Aguirre y la palabra de Espartero... La solidez de la palabra vasca y la falsía y la mentira de un falsario.

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