Debate del Grupo Vasco del Club de Roma
Cada vez se extiende más como lugar común que la Unión Europea es un espacio de juego económico, un mercado común que ha derivado a una moneda única, el euro. Mi convicción parte de que Europa es mucho más que eso. Es sobre todo un espacio común de civilización. Un entorno cultural que nos pertenece a todos. Desde la cultura megalítica de Aralar, hay indicios razonables para pensar en que el mundo cultural de aquellos pastores era compartido por los pastores de Bretaña o de Cornualles. Su visión del mundo era similar, y lo que es más importante, las corrientes culturales circulaban de un extremo al otro del continente.
Carlomagno, el Sacro-Imperio Romano Germánico, Napoleón e incluso Hitler tratan de unificar políticamente ese espacio de civilización común. Siempre por la fuerza. Y todos fracasan por igual. Es después de la segunda guerra mundial cuando Europa inicia el camino de la unificación. En 70 años tres guerras entre Francia y Alemania han destrozado el continente. Millones de europeos han muerto en las trincheras como consecuencia de conflictos permanentes. Y es ahí donde surge el germen de la Unión Europea. El motor que lleva a que Europa comience su camino de unidad es la paz y la reconciliación.
La paz y la reconciliación son el motivo del proceso que se inicia en 1950 con la declaración de Schuman que da lugar a la CECA, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, núcleo del Mercado Común Europeo. Puede parecer que el móvil es económico, pero nada mas lejos de ello. Cuando Schuman revoluciona al mundo en 1950 con su propuesta del Alto Comisariado del Carbón y del Acero entre Francia y Alemania, no lo hace empujado por razones económicas. En su declaración define al carbón y al acero como las materias primas de la guerra, y argumenta que la puesta en común de estas armas en manos de una institución coordinada hará la guerra imposible y garantizará la paz duradera para los pueblos europeos.
Por tanto, la Unión Europea nace movida por la necesidad de paz. Por supuesto que los factores económicos, de seguridad y tecnológicos empujan este proceso. Pero las grandes decisiones políticas han estado determinadas por esa necesidad de paz.
Robert Schuman, padre del proyecto unificador europeo, es el autor de estas palabras. proféticas que tienen ya 50 años: “Europa no surgirá en un día. Nada permanente puede crearse sin esfuerzo. Lo importante es, en todo caso, que la de idea de Europa, el espíritu de solidaridad comunitaria, que responde a los anhelos íntimos de los pueblos, ha echado raíces también fuera de estas instituciones. Esta idea de Europa pondrá al descubierto todas las bases comunes de nuestra cultura y creará, con el tiempo, un vínculo igual al que mantiene unidas a las Patrias. Será la fuerza que venza todos los obstáculos”.
Uno de los mejores exponentes de que esta Europa es fundamentalmente un proyecto de paz y reconciliación lo determina el hecho de que sus padres fundadores son hombres de frontera. Pierre Pflimlin, Presidente del Parlamento Europeo entre 1984 y 1987, definió a Schuman como un hombre de frontera. No es para menos. Este lorenés nacido en 1886 y fallecido en 1963 simboliza en su persona el drama de una Europa dividida y en guerra. Los Estados-nación y las cicatrices de las fronteras han marcado nuestro continente a lo largo de los dos últimos siglos. El padre de Schuman nació en la Lorena francesa. Esta región forma parte de ese espacio disputado durante siglos por Francia y el mundo germánico. El propio nombre de Lorena, en alemán Lotharingen, proviene de Lotario, uno de los hijos de Carlomagno. Carlomagno, que extendió su imperio desde el Atlántico hasta el límite oriental de la actual Alemania, dividió su imperio entre sus tres hijos. Cuenta un chiste que me contó hace años un alsaciano en Nantes, que la parte de Carlos dio lugar a Francia, la herencia de Luis creó Alemania, y la parte de Lotario dio lugar al follón.
La vida de Schuman atestigua la verdad del chiste. Esa Lorena en la que nació su padre, había pasado de Francia a Alemania para cuando nació Schuman, como consecuencia de la victoria de Bismarck en la guerra franco-prusiana. La tierra del Schuman que nace alemán vuelve a ser francesa en 1918 tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial. Nuevamente Lorena pasa a ser alemana cuando las tropas de Hitler invaden Francia y la anexionan en 1940, para pasar en 1944 a su situación actual de región francesa. Schuman conoció en vida ese cambio continuo de nacionalidad.
En su juventud fue miembro de la asociación de intelectuales católicos alemanes agrupados en la “Sociedad Görres para el cultivo de la ciencia”. Vivió como alemán, el que años después sería Presidente del Gobierno francés y Ministro de Asuntos Exteriores. Era, en cierto sentido, la encarnación del problema germano-francés.
Cuando se visita al día de hoy el Parlamento austriaco en Viena, uno puede observar todavía el escaño en el que sentaba como diputado Alcide De Gasperi. El que fue Presidente del gobierno italiano desde 1945 y 1953 nació en 1981 en Trento. En 1911 es ya diputado y participa en la vida política austriaca de forma activa, hasta que en 1918 proclama en el Parlamento de Viena junto a otros cinco diputados la voluntad de anexión a Italia del Trentino y de Trieste, tras la derrota del Imperio Austro-Húngaro en la Primera Guerra Mundial. De Gasperi, nacido austriaco como consecuencia de la artificialidad de las fronteras, formado en un mosaico de influencias culturales centroeuropeas, pilotará la apuesta europeísta de la Italia que se reconstruye tras la Segunda Guerra Mundial. Como Schuman, fue otro hombre de frontera.
Gente marcada por la guerra y por un conflicto no resuelto. Gente muy consciente del problema nacional y de lo que implica. De Gasperi, de Tirol del Sur o Alto Adigio. Estado italiano y cultura y lengua germánica. Proveniente de una zona de influencia y conflicto entre dos grandes culturas. Consciente por tanto, de lo que la unión de los pueblos europeos puede suponer para la eliminación de las fronteras existentes, para la reconciliación y para la convivencia en paz.
Adenauer, renano, quién vive desde su juventud la realidad de una Renania fronteriza, desmilitarizada como consecuencia de la Gran Guerra del 14. En definitiva, los llamados "padres fundadores" son personas marcadas por las fronteras en muchos casos arbitrarias establecidas por los Estados-nación, marcadas también por las guerras entre estos Estados artificiales, y que buscan en la Unión Europea un instrumento para la paz, a través de la superación de los conflictos nacionales mediante la puesta en común de los instrumentos que hacen posible la guerra.
Europa se enfrenta a una gran revolución. Hace dos años se ha iniciado el proceso más ambicioso desde las firma del Tratado de Roma. Diez nuevos estados se han unido a la Unión: la ex-yugoslava Eslovenia, las ex-soviéticas Lituania, Letonia y Estonia, las dos repúblicas fruto del desmembramiento de la antigua Checoslovaquia, República Checa y Eslovaquia, las mediterráneas Malta y Chipre, además de Hungría y Polonia. Si hace apenas dieciocho años alguien hubiese previsto esto, hubiera sido visto como absurdo. Bulgaria, Rumania, Croacia, Serbia, Bosnia, Macedonia y algún día Albania continuarán este camino.
Alguno podrá pensar que el móvil de esta ampliación es puramente económico. Los que ven a Europa como un mercado, modelo de neoliberalismo, deberán pensar que los nuevos mercados, pese a no ser despreciables, no justifican el enorme esfuerzo financiero que ello va a suponer a la Unión. ¿Por qué este esfuerzo? Desde la perificidad de un pequeño país encajado entre el Pirineo y el Atlántico, nunca entendí lo que la ampliación significaba hasta que tuve la ocasión de pasear por Praga, Budapest, Varsovia, Poznan o Wroclaw. Uno entiende allí el ser europeo. Una cultura que compartimos y que el telón de acero dividió durante cuarenta años. La reunificación alemana fue importante para los que sentían la nación alemana. Asumieron los costes formidables de aquella operación económicamente disparatada por la unidad de su país. La reunificación europea, lo que realmente representa el proyecto de la ampliación, es importante para los que sentimos el proyecto europeo.
Europa aborda este proyecto por volver a encontrarse a sí misma. Por su unión. También por la necesidad de garantizar la paz y la reconciliación. Y por supuesto la seguridad. Alemania, principal impulsor de esta reunificación europea, necesita por un lado perder su perificidad en Europa, y centrarse, rodeándose de un cinturón de seguridad de países que la proteja o la aísle de lo que pueda pasar en Rusia y su entorno. Y Alemania y Europa necesitan protegerse de la Teoría del Estallido, que puede hacer reventar Europa Central y Oriental como consecuencia de los problemas nacionales no resueltos. La guerra de Bosnia podría ser un ejemplo de lo que puede derivarse de los conflictos no resueltos en Kosovo, o con las minorías húngaras de Rumania, o las minorías húngaras en Eslovaquia, o las aspiraciones búlgaras sobre Macedonia, o las minorías albanesas en este mismo país.
Es evidente que cualquiera de estos posibles conflictos lleva un potencial de internacionalización peligroso. Y no se olvida que estos conflictos en este mismo lugar dieron origen a la primera guerra mundial. Por ello para Europa es prioritario el garantizar la paz y la reconciliación en este espacio, y la integración de estos países en el marco de la Unión Europea es el paso que permite relativizar el concepto "frontera" y abordar ese problema sin un estallido generalizado de las fronteras existentes, que en ese marco supondría probablemente la extensión de un conflicto armado.
La búsqueda de la paz y la reconciliación sigue siendo por tanto en mi opinión el principal motor de la Unión en su estado actual, y el factor que sigue empujando las principales decisiones políticas en Europa. Por ello, Europa está realizando un esfuerzo de trabajo prioritario en el Centro y en el Este de Europa para abordar este problema. Por un lado está el esfuerzo abierto de favorecer la ampliación y lo que se ha llamado la reunificación europea. Pero por otra parte se está llevando a cabo un esfuerzo importante de trabajo sobre el terreno para abordar los problemas nacionales no resueltos y los potenciales conflictos en Europa Central y Oriental. No abiertamente en ocasiones. No encabezados por los Gobiernos Europeos o por la Comisión.
Sin embargo, desde Fundaciones políticas, internacionales ideológicas, desde actuaciones de parlamentarios europeos de diferentes países se está trabajando en foros dirigidos a resolver el problema político del mosaico étnico-cultural-lingüístico-nacional de Europa Central y Oriental, como vía para asegurar la paz, la reconciliación y la seguridad en el corazón de Europa. Y puedo dar fe de ello porque en los últimos trece años he tenido la ocasión de participar en alguno de estos foros.
El centro, el este y el sudeste de Europa es un complicado rompecabezas. El avance cultural y poblacional germánico, prusiano, en los siglos XVI al XIX, deja poblaciones eslavas incrustadas en medios germánicos. Es el caso por ejemplo de los “sorabes”, minoría eslava que actualmente vive como enclave en medio del land alemán de Magdeburgo. La dominación turca de siglos deja poblaciones urbanas (administración y sector servicios diríamos hoy) islamizadas. Son los Sarajevo, Gorazde, Tuzla o Mostar actuales, rodeados de entorno rural serbio en el caso de los tres primeros o croata en el caso de Mostar. Los serbios desplazados a luchar a la frontera, conforman los Banja Lunka (Bosnia) o la Krajina (Croacia) actuales. La disolución del Imperio Austro-Húngaro tras perder la Gran Guerra de 1914, castiga a Hungría desposeyéndola de partes de población húngara, que pasan a Eslovaquia, Serbia (la actual Vojvodina) o Rumania, países ganadores de la guerra, generando el problema de las minorías húngaras.
Hace todavía dos años el problema de la nacionalización de los casi cuatro millones de húngaros fuera de sus fronteras ha dividido a la población de la República de Hungría. El problema sigue todavía muy vivo. A su vez, en los últimos siglos las poblaciones colonizadoras venecianas de Istria y Dalmacia, en la costa adriática, son desplazadas por el avance eslavo hacia la costa, generando el actual problema de minorías italianas en Eslovenia y Croacia. En definitiva, cada conflicto actual, potencial o real, tiene una raíz histórica inadecuadamente resuelta. La solución a los mismos no son procesos de creación de nuevos estados-nación clásicos que abren nuevos frentes de conflicto. La solución pasa por la integración política europea.
El Estado-nación, que es la estructura política que ha estado asociada a la revolución industrial y a la era moderna, está sufriendo una crisis. Realidades heterogéneas fueron unidas por la conquista o el matrimonio, homogeneizadas culturalmente a través de la imprenta y el poder, y los pueblos englobados en estas estructuras fueron en muchos casos subyugados. El Estado se adaptaba al mundo económico diseñado como consecuencia de la revolución industrial.
Pero cada tecnología tiene su estructura política y la realidad que nos toca vivir constituye un punto de inflexión en la historia. Algunos analistas consideran que sólo han existido dos revoluciones tecnológicas en la historia de la humanidad, equiparables en sus consecuencias político-económicas y socioculturales a esta revolución de las tecnologías de la información en la que estamos inmersos. La primera de ellas fue la del Neolítico que, con la incorporación de las tecnologías agrícolas y ganaderas, transformó un ser humano recolector y cazador en otro agricultor y ganadero. De una cultura nómada, forzada por los modos de obtención de alimentos, se pasó a una cultura sedentaria, y los excedentes alimenticios provocaron la creación de actividades no directamente productivas, dando con todo ello paso a la nueva forma de organización social que fue la ciudad.
Entre los siglos XVI y XIX se produce la segunda gran revolución, en la que la máquina de vapor da origen a la industrialización, la cual no hubiera sido posible sin el desarrollo previo de la imprenta y el avance del conocimiento. Y con todo ello, las grandes producciones, los mercados más amplios y la uniformización cultural y lingüística van forjando el Estado nación como estructura política. En este proceso los vascos perdemos como pueblo nuestra capacidad de tener soberanía propia, al no poder acceder a la estructura de los Estados que se conforman en este período.
Y hemos llegado al siglo XXI, el siglo de la tercera gran revolución tecnológica, al Tercer Entorno, en terminología del profesor Javier Echevarria, autor de Telepolis. Las tecnologías de la información están modificando cualitativamente las sociedades y sus redes de relación. Su incidencia está siendo y será como mínimo equivalente a las otras dos grandes revoluciones mencionadas. Algunas de las características más significativas de la época actual tienen que ver con la extraordinaria capacidad de almacenar información, la inmediatez para transmitirla de un lugar a otro del globo, y la posibilidad ilimitada de acceder a ella y extenderla desde y hacia cualquier persona y/o comunidad, independientemente de su tamaño. Sería ingenuo pensar que esta sociedad de la información o del conocimiento, como se ha dado en llamarla, vaya a mantener inmutables sus estructuras políticas y sus formas de organización. Lo escribió Alvin Toffler en 1994: “Somos la última generación de una antigua civilización y la primera de una nueva civilización”.
Las consecuencias de la revolución tecnológica son palpables en la economía, en el fenómeno conocido como globalización. Sus manifestación más visible es la movilidad: movilidad de productos, movilidad de servicios de muy diverso género (financiero, tecnológico, jurídico...) y movilidad de capitales, con la información como fondo de las transacciones inmediatas entre diferentes partes del globo. Nadie puede ignorar o cerrarse a este flujo de información. Algunos Estados lo han intentado por razones políticas o de mantenimiento de regímenes totalitarios. Sin embargo, el desarrollo económico pasa necesariamente por la apertura a los flujos de información y, una vez abierta la vía, la cultura y las ideologías circulan por ella al igual que las transacciones comerciales.
Expertos mundiales en prospectiva coinciden en que la información está erosionando y transformando el Estado nación clásico como estructura política. Mercados más amplios exigen estructuras supraestatales, en la medida en la que la regulación de un mercado conlleva ámbitos de decisión en aspectos medioambientales, sociales, fiscales e incluso monetarios. Se diría que las estructuras rígidas --y los Estados-nación al estilo del siglo XIX lo son-- llevan consigo el anacronismo de ser demasiado grandes para abordar los temas pequeños y demasiado pequeños para resolver los problemas de mayor envergadura.
Precisamente esto es lo que básicamente está empujando a la creación de espacios "regionalizados" en el mundo desarrollado, cuyos ejemplos son la Unión Europea, Mercosur, el Tratado de Libre Comercio americano y ASEAN. Alguno de ellos, como la Unión Europea, adquiere ya caracteres de estructura política macro-estatal, con un mercado interior consolidado, una moneda única, ámbitos de desarrollo de un espacio policial y judicial e, incluso, una seguridad común incipiente.
Las mercancías se compran en segundos en la otra parte del planeta. Los capitales se mueven desestabilizando decisiones monetarias vía Internet. Las ideas políticas entran incluso en China a través de los satélites y de los módem. Y el gobierno que quiera cerrar el flujo a la información se condena al atraso económico. Porque los canales de desarrollo y las ideas que ellos califican como perniciosas entran por el mismo tubo.
"La argamasa que aseguraba la cohesión de los estados-nación tradicionales, por lo menos sobre el plano económico, ha comenzado a desmoronarse". Puede parecer una afirmación rotunda, y hasta quizá provocadora. Alguno puede pensar que ilusoria viniendo de un nacionalista vasco. Me permito el lujo de decirla porque la frase no es ni mucho menos mía. Corresponde al japonés Kenichi Ohmae, especialista en estrategia y geopolítica. Quizá uno de los consultores más prestigiosos del mundo. Ha creado un movimiento político en Japón, que propone la división de su país en once do-shu o estados-región que constituyen zonas económicas naturales, abiertas al mundo, y superadoras del caduco concepto de frontera.
Hemos conocido un mundo con fronteras. Nos parece natural que los Estados-nación, con sus ejércitos, sus aduanas, y su moneda acuñada con el perfil de un rey o un presidente sean las unidades que se superponen en el mundo. Sin embargo, esos mapas de colores con una suma de unidades soberanas e independientes empiezan a ser una ilusión cartográfica.
Pero dejemos las disquisiciones teóricas y vayamos a la práctica de los hechos. El Estado-nación ha conformado históricamente los espacios de los mercados, y ha regulado la economía. Era el Estado el que regulaba las profesiones, la legislación social, las políticas monetarias, las políticas aduaneras, y en general, todos aquellos aspectos que incidían sobre el mercado y la economía de su territorio. Sin embargo, los mercados estatales se fueron quedando pequeños. A partir de la segunda guerra mundial, la industria europea comienza a buscar mercados más amplios para sus productos,. estando ello en el origen de lo que se crea primeramente a partir del Tratado de Roma como Mercado Común Europeo, y que alcanza en 1985 con la aprobación del Acta Única Europea el proyecto de crear un verdadero mercado interior.
Hablaré más extensamente sobre el proyecto político europeo. En cualquier caso se podrá argumentar que su avance será mayor o menor. Pero lo que nadie puede poner en duda es que se ha consolidado ya a nivel europeo una estructura de decisión económica que ha superado a los Estados, y ha modificado de forma sensible el nivel de decisión. Por ejemplo, se empezó creando una unión aduanera, se suprimieron las tarifas internas permitiendo la libre circulación de mercancías. Hoy en día podemos decir que la política comercial de la Unión Europea está prácticamente “comunitarizada”. Ha superado ya el ámbito de competencia de los Estados miembros. También al acceso a las profesiones empieza a ser competencia de la Unión Europea, ya que la libre circulación de mercancías y servicios supone que el ámbito comunitario empieza a marcar criterios sobre las titulaciones y homologaciones entre diferentes carreras y profesiones.
La política de competencia europea es la que decide sobre fusiones de empresas y adquisiciones, así como sobre la formación de “cartels”, la existencia de monopolios o la presencia de posiciones de privilegio en el mercado por parte de empresas. Un ejemplo gráfico de hasta que punto el Estado-nación ha perdido capacidad de decisión económica, lo supone el hecho de que un poder completamente externo, afincado en Bruselas, puede decidir mañana que una empresa de Alcobendas no puede ser adquirida por una empresa americana, o no puede alcanzar un acuerdo comercial, que en determinadas condiciones puede lesionar la política de competencia. Es decir, el Estado-nación que había asegurado durante siglos la gestión de la economía, se encuentra totalmente superado por la realidad de la creación de estos grandes espacios económicos y de mercado. Europa camina de hecho hacia un verdadero mercado interior.
La moneda única afecta de forma más clara todavía a aspectos básicos de la soberanía. Ésta puede verse desde dos puntos de vista: el político y el económico. Los adversarios de la moneda única denunciaban ya hace diez años la pérdida de capacidad de actuación sobre la política monetaria que iba a suponer la entrada en el club del euro. Quizá olvidando que ya entonces no había moneda europea salvo el marco que pudiera hablar de capacidad de actuación real sobre su valor respecto al resto de monedas. Hace ya tiempo que el mercado era el que realmente fija las paridades de la moneda. Sólo un espacio monetario amplio podía dar lugar a que se pudiera recobrar parcialmente un cierto grado de actuación sobre la propia moneda, a través de una unión económica y monetaria en la que todos los miembros tuvieran posibilidad de participar, como al día de hoy de hecho ocurre.
Y por otro lado, la creación del euro ha supuesto traspasar el ejercicio de las políticas monetarias al ámbito europeo. Ello ha empujado en favor de la construcción europea tanto o más que todos los Tratados impresos. La moneda única, en la medida en la que exige una integración de políticas económicas, supone una clara demanda en el avance hacia la integración política europea.
Pese a todos estos fenómenos, el diseño actual de la Unión Europea tiene una componente marcadamente estatal. Este es el diseño en el año 2007 y con toda probabilidad será el diseño con el que la Unión Europea comience su andadura en las dos primeras décadas del siglo XXI. Podemos pensar que esta dimensión ligada al Estado-nación va a ser la que prime en el período de los próximo 10 ó 15 años en seno de la Unión Europea. Hay diferentes argumentos que subrayan esta afirmación.
En primer lugar el actual Tratado de la Unión Europea vigente (TUE) no es, en sí mismo, una constitución de la cual se han dotado los ciudadanos europeos (ni siquiera a través de un voto favorable del Parlamento Europeo), sino un Tratado Internacional del que son parte los Estados. Aunque el proyecto actual de Tratado de la Constitución Europea (TCE), tiene como novedad el procedimiento seguido para su elaboración. Frente a las tradicionales Conferencias Intergubernamentales, siempre opacas y mediatizadas por los intereses de los ejecutivos, se ha ensayado por primera vez el mecanismo de la Convención, mucho más dinámico, democrático, abierto, participativo y transparente.
Por otro lado, en relación con la estructura institucional decisoria de la Unión Europea, principal órgano legislativo y de decisión al día de hoy en la Unión Europea, es también una institución que representa la dimensión estatal. Sus miembros representan a los Estados. La propia presidencia rotatoria semestralmente es otra manifestación de este carácter eminentemente estatal, así como la existencia del Coreper (Comité de Representantes Permanentes) que es realmente el canalizador de la relación entre la Unión y los Estados a través de sus representantes permanentes.
Sin embargo, los procesos políticos, sociales y económicos descritos anteriormente tienen una incidencia directa en la transformación de una Europa de los Estados en otra realidad diferente en la que la componente europea surja con un perfil político marcado. De hecho, diferentes realidades ya presentes al día de hoy apuntan a ello.
Por ejemplo, la falta de credibilidad real que empieza a tener la Unión Europea en la ciudadanía, debido a la complejidad, falta de transparencia, alejamiento y déficit democrático del entramado institucional actual. El sistema de toma de decisiones en Europa es muy complejo, y ello crea confusión en los ciudadanos. Por otra parte, la falta de transparencia en esta toma de decisiones es patente: El Consejo, que representa a los Estados miembros, es la única cámara legislativa de un ámbito democrático cuyas deliberaciones son secretas. No son públicos los debates. Además, sus miembros no son cargos electos. Representan a sus gobiernos, y actúan más como un foro diplomático, que como un órgano parlamentario.
Por otra parte, el que debiera ser el órgano legislativo, que es el Parlamento Europeo, carece de poderes reales en muchas materias, y sus opiniones son en ocasiones mera consulta para las decisiones que debe tomar el Consejo de Ministros. A ello hay que añadir que los procedimientos de decisión en el Consejo son en algunos casos por unanimidad. Por tanto, un país puede vetar y bloquear la toma de decisiones. Este procedimiento que podía tener sentido en una Europa a 6, era ya peligroso con 15, y puede colapsar todo el sistema tras la ampliación al Centro y Este de Europa que ha llevado Europa a 25. La ampliación de la Unión se convierte de esta manera en un agente catalizador de un proceso de transformación de esa marcada componente estatal en unos rasgos políticos más definidos de la propia Unión.
El proyecto de TCE introduce avances importantes en esta materia, ya que simplifica la compleja estructura jurídica vigente en la UE, que descansa sobre los tres Tratados fundacionales (Comunidad Económica del Carbón y del Acero-CECA, EURATOM y Tratado de Roma-Mercado Común Europeo) y las reformas introducidas en los textos originales a través de otros Tratados (Acta Única Europea, Maastricht, Ámsterdam y Niza), clarificando los textos, fusionando y precisando su contenido, reorganizando las disposiciones del acervo comunitario y fijando las fuentes del Derecho derivado. La medida era ya urgente e inaplazable, porque los Tratados acumulaban, en capas sucesivas, más de 600 artículos con cientos de declaraciones y protocolos anejos. Todo esto supone una complejidad enorme.
A su vez, el texto constitucional reforma las instituciones de la Unión, incrementando de modo ostensible la autonomía funcional del espacio político e institucional construido en Europa. La UE es, con arreglo al texto del TCE, un ámbito deliberativo y decisorio más autónomo y menos dependiente de los Estados miembros. Este reforzamiento de la autonomía institucional de la UE se apoya en dos medidas:
- Se robustece el Parlamento Europeo, aumentando sus competencias legislativas y presupuestarias. La Eurocámara es probablemente la Institución más beneficiada por el TCE. El Tratado de Maastricht incrementó el poder político del Parlamento, incluyendo el mecanismo de la codecisión en determinadas materias. El de Ámsterdam amplió el horizonte competencial de la institución y, ahora, el TCE viene a instituir la codecisión como el procedimiento legislativo ordinario. Con ello, el Parlamento es formalmente consagrado como órgano copartícipe -junto con el Consejo- en el ejercicio de las potestades legislativas y presupuestarias de la Unión y ha aumentado sus competencias en ambos ámbitos. Aunque todavía no tiene las facultades de un Parlamento “convencional” nunca hasta ahora los tratados comunitarios habían reconocido ese status del Parlamento Europeo.
- Por otro lado se sustituye la unanimidad por la mayoría cualificada en la mayor parte de las decisiones del Consejo, lo que limita las capacidades de cada uno de los Estados miembros y coadyuva a la decantación de un interés general europeo, que se situaría por encima de los intereses estatales particulares.
El resultado último de estas medidas de carácter institucional es el de una mayor democracia, transparencia y eficacia en el funcionamiento institucional de la UE.
Otro avance notable del texto constitucional es que incluye la Carta de Derechos Fundamentales en el texto del Tratado y otorga personalidad jurídica a la Unión Europea. La incorporación de la Carta de los Derechos Fundamentales al Texto Constitucional consagra una serie de derechos básicos que suponen una garantía para los ciudadanos y las culturas diversas de la Unión. La Carta de Derechos, de carácter jurídicamente vinculante, se revela como uno de los aspectos primordiales de este Proyecto Constitucional. La inclusión de la Carta de Derechos Fundamentales ofrece garantías de democracia, subsidiariedad, pluralismo cultural y lingüístico, derechos humanos y protección de las minorías de la Unión.
La alternativa más probable a medio plazo lleva a pensar en un horizonte de una toma de decisiones por mayorías cualificadas en todas las materias, con el abandono de la unanimidad salvo para cuestiones institucionales básicas, y al incremento de poderes del Parlamento Europeo hasta alcanzar una codecisión plena en todas las materias con el Consejo, que en un escenario de 25 miembros se está conviritiendo en algo más similar a una Cámara parlamentaria que al órgano interestatal actual.
Otro aspecto que empuja en esta dirección es la previsible ampliación de las competencias de la Unión Europea en determinadas materias. Así, Europa necesita más que nunca una política exterior y de seguridad común más cohesionada que la lenta e inoperante toma de decisiones actual. El Tratado Constitucional supone avances en esta materia, aunque más tímidos que los deseados. La tragedia de los Balcanes y la impotencia europea es sólo una muestra de las consecuencias de esta inoperancia. Por otro lado, la apertura de fronteras está provocando serios problemas para combatir a la delincuencia, ya que las mafias del delito han superado ya los ámbitos de los Estados en su actuación. Por decirlo gráficamente, se han "europeizado". Ello requiere avances reales en crear un espacio policial y judicial común, que supere las inercias actuales. La competencia comunitaria sobre estas materias va a acelerar la necesidad de un control parlamentario real sobre las mismas, lo que refuerza la necesidad de un horizonte de mayor integración europea.
Evidentemente gran parte de los aspectos nombrados son asuntos delicados, porque están tocando en algunos casos a aspectos muy simbólicos de la soberanía de los Estados. Todos los Estados saben que estos procesos son necesarios, y hay que avanzar en ellos. Y, además, rápidamente.
El Tratado Constitucional hay que situarlo en el contexto de un proceso evolutivo, protagonizado fundamentalmente, en un laborioso ensamblaje de voluntades diversas, y abierto a futuras modificaciones en las que la dirección adoptada, al margen de los ritmos, es determinante para una evaluación rigurosa del proyecto. Así pues, el análisis estratégico del TCE, al margen de la mayor o menor velocidad que imprime al ritmo de construcción europea o de la mayor o menor ambición con la que marca sus objetivos, debe ser abordado desde una perspectiva evolutiva.
Sin embargo, el NO francés y holandés hicieron descarrillar este debate. Al respecto una reflexión. Los que hemos dicho que Sí a este proyecto, más que aquellos que hemos dicho que NO, queremos que el mismo sea retomado. Además, los problemas planteados requieren un avance en esta dirección. Posiblemente, en las próximas semanas, tras el fín del ciclo electoral francés y bajo el liderazgo franco-alemán, los aspectos fundamentales, capítulos I y II preferentemente del Tratado Constitucional, sean simplificados, rescatados y sometidos a través de algún procedimiento simplificado a aprobación en los Estados miembros.
En cualquier caso, el TCE no será un texto definitivo. No es una fotografía fija e inmutable. Aunque reciba el nombre de Constitución, técnicamente no lo es. Desde el punto de vista jurídico, sigue siendo un Tratado. El singular procedimiento seguido para su elaboración, no altera su naturaleza jurídica. Así lo acredita, por otro lado, el hecho de que no entrará en vigor hasta que sea ratificado por todos y cada uno de los Estados miembros. Algo que ocurre con los tratados, pero no con las constituciones. Toda modificación posterior exigirá igualmente el acuerdo unánime de estos Estados. Lo que tampoco sucede con las constituciones.
¿Pero en el futuro qué? ¿Cuáles son esos espacios probables y también deseables desde el punto de vista de un federalista europeo?
Podemos pensar que, en caso de ser definitivamente aprobado, el TCE será nuevamente reformado en un plazo no superior al de 8 a 10 años. Así sucedió con los tratados de Maastricht y Ámsterdam y, sin duda alguna, sucederá, también, con el TCE. No es disparatado augurar que dotar a la UE de una arquitectura constitucional completa requerirá del orden de dos décadas; un lapso de tiempo similar al transcurrido desde la aprobación del Acta Única Europea hasta el momento presente.
Desde esta consideración dinámica y evolutiva del proceso de construcción europea, los federalistas europeos, entre los que se incluye el Partido Demócrata Europeo del cual el PNV es miembro fundador y yo mismo vicepresidente, apuesta de forma nítida y clara por proseguir esta integración política europea.
Teniendo además en cuenta que la Unión Europea se asienta sobre una estructura política y jurídica a la que los Estados han cedido una buena parte de los poderes que tradicionalmente han sido considerados como identificadores de la estatalidad. Un Estado privado de la política monetaria, que comienza a compartir su política de seguridad y exterior y ha de sujetar su actuación al respeto a los Derechos Fundamentales reconocidos en un futuro texto constitucional europeo que ocupa una posición jerárquica superior a la de su propia Constitución interna, no es ya un Estado soberano en su acepción clásica. La integración ha transformado los Estados-nación, antaño soberanos y plenipotenciarios, en simples Estados-miembro de una estructura superior. La construcción de Europa ha ido relativizando el concepto mismo de soberanía. Concebida, tradicionalmente, como “el poder absoluto y perpetuo de una República”, puede decirse sin incurrir en exageración que, en Europa, el Estado ha sido erosionado por efecto de la Unión. Porque allí donde emerge y se reconoce un poder superior, como el europeo, el original de los Estados deja, precisamente por ello, de ser absoluto y perpetuo.
Este aspecto no pasa desapercibido para un nacionalista vasco, en la medida en la se puede afirmar que la máxima más Europa reviste una importancia estratégica fundamental para un Partido como el que represento, que reivindica el ser nacional de un pueblo pequeño. Porque, el hecho de que e concepto de soberanía clásico se debilite, la fronteras desaparezcan, los Estados-nación se transformen, supone un espacio de oportunidad para las realidades sub-estatales.
Hoy, el proyecto federal europeo no es ya una utopía. Pero le restan al menos dos décadas para que encuentre una institucionalización de carácter más definitivo. A diferencia del pasado, en el que los matrimonios reales y las guerras cambiaban de inmediato el devenir de la historia, habrá que convenir que en un mundo más civilizado, los progresos consistentes en proyectos comunes transformadores de la historia, sólo serán logrados en base a los pequeños compromisos.
Grupos de expertos debaten al día de hoy diferentes escenarios de futuro para la Unión Europea. Ninguno de ellos es descartable a priori, ni siquiera el del fracaso del proyecto con una reestatalización que devolvería a Europa a sus peores tinieblas. Pero uno de los escenarios definidos como más probable por el llamado "grupo Tindemans", en uno de sus ejercicios de prospectiva, coincide con bastante exactitud con la aspiración histórica del federalismo europeo :
- Un sistema legislativo bicameral, Parlamento Europeo y Consejo, en el que una de las Cámaras representa a los ciudadanos y la otra a las entidades-miembro. Las decisiones legislativas y presupuestarias son tomadas por ambas Cámaras en codecisión. Puede complementarse este escenario, con una representación en el Parlamento Europeo proporcional al número de habitantes, y en el Consejo paritario o con una proporcionalidad corregida, de forma que las decisiones exigiesen una doble mayoría de las Cámaras. Por tanto mayoría de Estados y mayoría de ciudadanos. Un escenario similar al Congreso americano, con su Senado paritario y con la Cámara de representantes proporcional.
- Una Comisión constituida en un auténtico Gobierno de la Unión, con sus miembros elegidos bien por mayorías políticas en las Cámaras, lo que lleva a combinaciones de interés estatal y opción ideológica.
- Un Tribunal de Competencias, competente para conocer los conflictos institucionales en relación con las competencias de la Unión y la aplicación del principio de subsidiariedad.
- La sustitución del Tratado Constitucional que ahora se apruebe, por una Constitución Europea futura, con un catálogo de competencias, una ordenación del sistema de fuentes, y la necesidad de una ratificación mixta a través del Parlamento Europeo y las entidades-miembro.
En cualquier caso puede ser una hipótesis de trabajo razonable pensar que en un plazo de 15-20 años, la Unión Europea va a tener extensas, si no plenas, competencias en seguridad y defensa, política monetaria, ámbito exterior (comercial, aduanas y política exterior), política de competencia y mercado interior, así como un espacio policial y judicial común. A ello, deberíamos añadir una dilución real de las fronteras, una disminución del carácter estatal clásico y un esquema institucional marcado por la existencia de un poder político real y un esquema bicameral que conjuga las componentes de ciudadanía y territorialidad.
Esta pérdida de la dimensión estatal, traerá consecuencias positivas para el proyecto europeo desde el punto de vista de la democracia, de la transparencia, la eficacia y la profundización hacia una Unión Política. Para Euskadi también supone un reto de una dimensión enorme, en la medida en la que la dilución de la estatalidad abre puertas a la consecución de obtener para la nación vasca un nuevo espacio superador de conflictos anteriores. Sin olvidar las perspectivas que la cooperación transfronteriza en un espacio abierto pueden y deben tener para el acercamiento entre la Euskadi peninsular y la Euskadi continental. Pero como todo desafío, también obliga a una reformulación de los ámbitos de decisión y del marco de relaciones que tenemos con nuestro entorno. Se abren perspectivas, quizá complejas, pero también interesantes para un federalista europea. Pero también para los vascos en ese horizonte de construcción del espacio vasco en el siglo XXI.