ERA un patriota. Sin más. Desde que tuvo uso de razón hasta su muerte. Desde que, de adolescente, fue cofundador de EIA (nada que ver con las siglas poli-milis en la transición) y entró en la clandestinidad de la red de seguimiento a los barcos alemanes que salían de Saltacaballos y del puerto de Bilbao. Cuando la prensa notificaba el hundimiento de alguno de ellos y la desaparición de sus tripulantes, Retolaza, invadido de fuertes remordimientos, iba a confesarse. Pero siguió en la brecha. Y consiguió armas, cuya tenencia acarreaba pena de muerte.
Cuando el Gobierno vasco reclutó jóvenes para actuar contra las bolsas alemanas en Francia para asaltar en nido del águila de Berchtesgaden, allá estuvo Retolaza en la mansión Rotschild de París, utilizada por los americanos como base de entrenamiento. No le tocó participar en ninguna acción de guerra. Sólo consiguió una perforación de estómago y su adicción a los Camel, sin filtro, del economato americano, que siguió fumando hasta su muerte. Más de una vez se los teníamos que traer de los Duty Free de los aeropuertos cuando aquí no se encontraban ni de contrabando. Había huido a Francia junto con un compañero. Lo intentaron a través de Gibraltar, pero les falló el contacto inglés. Lo hicieron finalmente por Dantxarinea con la ayuda de Timoteo Plaza.
Vinieron los años de eso que se llama la clandestinidad. Algo que parece muy glorioso pero que fue un periodo terriblemente largo y duro. Me contaba una vez que cuando todos volvían la espalda y se hallaban en una soledad angustiosa, Ajuriagerra, duro entre los duros, llegó a llorar y le dijo: "¡Luis Mari, esto se ha acabado!".
Pero no, no se había acabado. Recuerdo que un enero de l971, nos llamó Juan (Juan para nosotros era Ajuriagerra) a Retolaza y a mí para ir a comer a La Bombilla, un restaurante de la parte vieja de Bilbao muy concurrido por nosotros porque tenía salida a dos calles. Eran, como tantos otros, tiempos de sequía política. Había que volver a empezar. Y nos invitó a formar parte de una nueva ejecutiva, tanto de Bizkaia como nacional. Retolaza dijo que sí, como siempre, y yo también. Pero le pedí 24 horas para consultarlo con mi mujer. Acababa de casarme y, como abogado en ejercicio, sabía que la decisión comportaba 12 años y un día por asociación ilícita en grado de dirección. Algo que no se podía imponer sin más a una familia. Muchas veces me comentó Retolaza que pensaron entre ellos que ya no me iban a volver a ver. Era, por lo visto, la típica excusa del escaqueo. Pero al día siguiente se llevaron una sorpresa al decirles que tenía la aprobación de mi consorte. Y así comenzó una colaboración larga, estrecha e intensa entre los tres. Todas las semanas nos juntábamos a comer en el restaurante Baliak, en Alameda de Recalde. Yo solía luego decirles que "con Franco se comía mejor", porque los dos eran de poco comer y las raciones del Baliak eran muy generosas y en mi plato terminaba media ración de cada uno de ellos, aparte de la mía. ¡Y eso duró varios años!
Lo cuento porque lo mío con Luis Mari no era una simple relación de Partido, sino un compartir diario de ideal, de inquietudes, de sobresaltos y de alegrías (pocas por entonces) que sueldan a las personas como a dos chapas de barco.
Cuando llegó el tiempo de las conspiraciones (Junta Democrática, etc.), muerto ya Franco, y comenzamos a ampliar el Partido y a pensar en la captación de militantes, Retolaza me llevaba de pueblo en pueblo. Algún militante había reunido a un grupo en una lonja, un taller vacío o una cuadra. Y siempre pasaba lo mismo. Empezaba Retolaza y después de un breve exordio decía: "Voy a ceder la palabra a éste, que tiene muchas cosas que contaros". Y yo daba el resto de la conferencia. Por entonces le llamaba el escaqueador. Hay una cosa de Retolaza que no he leído en ninguna parte pero que da idea de lo fuerte que era en sus convicciones. A medida que Luis Mari y Txalia iban teniendo hijos, al ir a bautizarlos se encontraban con que el párroco de la vecina parroquia de San Vicente, donde por cierto fueron bautizados Sabino Arana y el padre de José María Aznar, futuro falangista a quien su padre puso el nombre de Imanol, se negaba en redondo a ponerles nombres euskéricos. La familia Retolaza volvía a casa con la criatura sin cristianar. Apelaron a Roma e hicieron todos los trámites que indica el Derecho Canónico, pero sin resultado. Retolaza terminó bautizando uno por uno a sus hijas e hijos en el lavabo de su casa. Oficiaba de bautizante D. Cirilo Ereño, padre de las Etxeko-Andre, ya difunto, hombre bueno y entrañable donde los haya.
Retolaza no ha sido nunca hombre de enseñar ni sus sentimientos ni sus acciones. Nunca le gustó exhibir símbolos ni cargos. Como buen vasco era "largo en hacerlas y corto en contarlas". Cuando empezamos a salir a la calle y a preparar las primeras elecciones pedimos créditos a bancos y cajas. Nos miraban con recelo. Ajuriagerra tenía mucho crédito político, pero ninguno financiero. Retolaza puso su patrimonio sobre la mesa del banco para avalar unos créditos que se nos concedieron a cuentagotas y con malas caras. Quisiera saber cuántos patriotas hubieran estado dispuestos a hacer algo semejante. Y sin ninguna jactancia.
A partir de la muerte de Franco se puso Retolaza al frente de una tarea que nos parecía importante. Se veía lo que venía y se medían los problemas que el cambio pudiera generar. Había tres ETA, un FRAP, grupos parapoliciales de extrema derecha, hombres de la gabardina. .. Y comenzó a agrupar lo que llamábamos la Ertzaiña del Partido, una fuerza organizada no sólo para defender los actos y sedes del PNV sino para hacer frente a eventuales grupos armados que pretendieran aprovecharse de la situación. Se formó a una cantidad importante de jóvenes y se compraron y, lo que es más serio, se fabricaron armas, sobre todo metralletas.
Retolaza ha entrado en la historia por reconstituir la Ertzaintza que fundó el Gobierno Agirre y fue disuelta por Franco. Tuve la oportunidad de estar codo a codo con él en esta ilusionante tarea. Pensando, visitando, traduciendo... Aquello fue un verdadero calvario. No sólo el recelo sino la auténtica hostilidad que encontró desde diversos bandos, grupos e Instituciones. La Guardia Civil se negaba a que se asumiera la policía de Tráfico. Eso para el Instituto armado era una desmembración de la unidad de España. Se negaba también a que Retolaza tuviera licencia para importar motocicletas BMW, en vez de las SANGLAS, más modestas, que ellos utilizaban. Sin mencionar el tema de las armas cortas y largas o la munición, cuyo control absoluto tenía la Guardia Civil. Cuando en la mañana de ayer estábamos en la capilla ardiente de Arkaute, pensaba yo que todo aquello lo hizo él, lo mismo que el campo de Berroci, que los instructores ingleses creían único… Y pensaba también en el reverso de la medalla: el recelo metido en las entrañas de militares y políticos, que tenían siempre presente la idea de que con diez mil ertzainas se podía encuadrar un Ejército de cien mil vascos. Y cuando Retolaza compró a la Diputación de Álava los edificios de Arkaute, y el hostal colindante, más otros terrenos de alrededor para campos de deporte, tiro, gimnasios..., si el total de los terrenos era, supongamos cien hectáreas, en Madrid cundió la alarma porque los vascos habían comprado "¡mil!", justo lo que ocupa una división acorazada. Y aquí se rebelaba el temple de Retolaza. Nunca armó un escándalo. Dejaba pasar los bulos y las insidias y hablaba y hablaba. Tuvo la suerte de topar con un ministro excepcional, muy parecido a él en lo callado y prudente, el gallego Juan José Rosón. Entre los dos y con la ayuda franca del general Sáenz de Santamaría sacaron adelante todo el cuerpo del proyecto.
A Retolaza se le creó la fama de astuto, taimado, ocultista, de alguien a quien era mejor tener dentro que fuera. Sobre todo por parte de personas suspicaces, por no decir paranoides. Pero Retolaza era un hombre decente, honesto, callado, leal, de palabra, que no necesitaba de cargos ni de medallas para satisfacer una vanidad que no tenía, ni para aparentar lo que no era ni quería ser.
No se portaron bien con él. Se ha ido. Uno más de aquella generación de patriotas que entraron en el quehacer político en unos tiempos en los que no había nada que ganar y sí mucho que perder; hombres y mujeres que fueron movidos por un fuerte ideal, el de la libertad de su pueblo y que contemplaban estupefactos cómo brotaba a la vida política y partidaria una pléyade de buscadores de oro con ansia de poder que no se paran ante nada que no sea su propia ambición y vanidad.
Luis Mari, ikusi arte! Y como se canta en las misas de despedida:
"…Jainkoa lagun, esan dagigun
Agur egun Haundirarte"