Iritzia
08Martxoa
2007
08 |
Iritzia

El reto es sustituir a los hombres

Iritzia
Martxoa 08 | 2007 |
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La propia experiencia y la aproximación a los problemas desde la empatía aportan conocimiento y sirven para implicarnos en su resolución. En el reto de la igualdad de hombres y mujeres, nos sirven para actualizar nuestra reflexión y sostener más eficazmente el compromiso con tal objetivo. Por mi parte, he de confesar que cuanto más he avanzado en niveles de responsabilidad política, más sutiles son los obstáculos y a la vez, mayor y más sólido mi compromiso con la igualdad real de hombres y mujeres.
En la lucha democrática por la igualdad, prefiero el lobby al ghetto, considero mejor participar donde se toman las decisiones que crear espacios cerrados dominados por el sentimiento de agravio aunque defiendo la opción de foros exclusivamente femeninos, por convicción reivindicativa. Con todo, procuro la complicidad, tanto de otras mujeres como de hombres porque el reto político es construir juntos. 

Las cuotas para ir avanzando hacia la igualdad son aceptadas casi universalmente en nuestra sociedad, al menos en el discurso, lo que supone un avance en relación con las posiciones habituales de tan sólo hace 8 o 10 años. La Ley Vasca para la Igualdad de Hombres y Mujeres nos ha proporcionado amparo legal y convertido las reivindicaciones en derechos. Es el apoyo con el que contamos para propiciar el cambio cultural necesario para que la igualdad sea asumida como una cuestión de justicia, de democracia y de integración social. 

Sin embargo, la lucha por la paridad está llena de lugares comunes que alimentan el inmovilismo y también un cierto infantilismo que nos impide avanzar y madurar el discurso feminista. La política continúa siendo aún cosa de hombres y, en estos tiempos de discurso políticamente correcto, uno de los mayores riesgos es el de reivindicar y justificar la participación de las mujeres en la vida pública en términos de diferencia en lugar de centrarla en la igualdad de derechos. 

La capacidad para captar y procesar la realidad, la flexibilidad y la inteligencia emocional, son valores más frecuentes en las mujeres, aunque no exclusivos. Pero creo también que con el discurso de la diferencia nos arriesgamos a consagrar un rol femenino que no mejora de modo irreversible nuestra participación en la vida pública. Más bien al contrario, a veces nos favorece y otras ocurre exactamente lo contrario.
Pensemos en Ségolène Royal. Su ventaja inicial, ser madre de cuatro hijos, ser espontánea, natural, "poco profesional" y cercana a los problemas de la ciudadanía, ha devenido en debilidad y falta de preparación. Y es que a las mujeres se nos atribuyen unas características que no nos permiten distanciarnos de nuestra condición; una mujer, incluso la más exitosa, es una mujer que ha tenido éxito y no alguien que ha triunfado, como ocurre en el caso del varón. 

El acceso de la mujer a la participación y a la representación política deben fundarse en el hecho de que somos el cincuenta por ciento que no debe ser minimizado ni excluido de la vida pública a ningún nivel y no en unas supuestas cualidades que vendrían a remediar las carencias y la ineficaz gestión de los hombres políticos. Afortunadamente, la comunidad internacional empieza a comprender el principio fundamental de que las mujeres estamos afectadas igual que los hombres por los problemas que afronta la humanidad en el siglo XXI. Y de que es nuestro derecho participar, en igualdad, allí donde se estudian los problemas y se gestan las soluciones. 

La nueva cultura política basada en la igualdad de hombres y mujeres no va a venir de que las mujeres hagamos una política específica sino de la equidad efectiva. La paridad es necesaria para corregir una disfuncionalidad, una injusticia que dificulta la presencia de las mujeres en política, pero no para que las mujeres hagan, en tanto que tales, otra política que debería ser necesariamente más cercana y humana. El verdadero poder de las mujeres no reside en complementar o corregir el poder de los hombres, sino en la posibilidad de sustituirlo. Ahí está, precisamente el nudo de la cuestión, el que emerge más allá del discurso políticamente correcto: el espacio que buscamos cada una de nosotras está ya ocupado y el ocupante mira para otro lado cuando se le pide coherencia con su discurso políticamente correcto. Y necesitamos perentoriamente no sólo la complicidad sino también el compromiso de los hombres que sienten esta injusticia con nosotras. 

En esto de las mujeres son también tiempos de "hay que hacer", de comprometernos con el reto de la igualdad de hombres y mujeres. Tiempos también para denunciar el egoísmo sutil de los cínicos, capaces de apropiarse del lenguaje de la justicia, de la democracia y de la igualdad y, a la vez, de seguir inmóviles e inmisericordes alentando la desigualdad en su vida diaria. Tiempos para "pensar en global y actuar en local" y, de esa manera, seguir trabajando para superar los obstáculos y lograr el objetivo de la ONU: la paridad para el año 2040. Sin prisa pero sin pausa.

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