Si alguien tenía alguna duda sobre la peligrosidad, el fanatismo y la calaña de algunos miembros de ETA y vieron las escenas de una especie de poseso en una jaula de cristal amenazando con siete tiros al juez mientras gritaba que mataría y moriría matando, me imagino que fueron bien servidos al verle a Iñaki Bilbao con una camiseta del Che Guevara diciendo estas cosas y dando patadas a las paredes de cristal. Era la imagen de la irrealidad y del fanatismo.
Allí, con tres policías junto a él y esposado el tipo de revolvía y le decía al juez que era un fascista, que le arrancaría la piel a tiras, y lindezas parecidas. Lo malo es que en su delirio hablara en nombre de una Euzkadi que no desea ser liberada por tipos así.
A mí, sinceramente, conocido el grado de iluminación que tienen algunos de estos personajes no me extrañó mucho la escena aunque era ciertamente digna de una película de miedo. Lo que si me llamó la atención fue verle al personaje con una camiseta negra en la que llevaba pintada la efigie del Che Guevara.
En tiempos del franquismo y no sabemos por qué, se puso de moda aquella foto idealizada de aquel sujeto que era todo un asesino y al que no le tembló el pulso a la hora de fusilar a sus enemigos en la Fortaleza de La Habana. Por eso es bueno que los de ETA digan públicamente quienes son y quienes son sus ídolos ideológicos para que en este pueblo nos vayamos aclarando y sepamos que tras un abertzalismo informe y engatusador hay un proyecto totalitario.
Porque ¿quién fue el Che Guevara para que este Iñaki Bilbao lo tenga por modelo?
Fue Ernesto Guevara un niño difícil, con travesuras cuya rebeldía ya mostraban cierta desadaptación social. Fue luego un joven excéntrico, deseoso de llamar la atención y que disfrutaba haciéndolo a costa de sus mugrosas ropas (“chancho” fue el primer apodo del que se sentía orgulloso). Ya como “Che” fue un padre ausente, a quien sus hijos recuerdan sólo en penumbras porque en nombre de la salvación de los hijos del mundo condenó a los propios. Un médico de dudosa profesionalidad, quien al aligerar equipaje en la Sierra Maestra prefirió cargar con municiones extras antes que con el maletín de primeros auxilios. Un revolucionario inclemente a quien no le temblaba el pulso para asesinar a sangre fría a los contra-revolucionarios. Un exaltado a quien no le hubiera importado desatar la guerra nuclear y que ardió en cólera cuando los rusos retiraron sus misiles de Cuba.
Todo ello fue por un fin noble, afirman sus partidarios, desdeñando sus pecados. Pero en la eterna discusión sobre si el fin justifica los medios en lo personal me oriento a rechazar la afirmación, porque si bien los fines suelen ser ensoñadoramente encantadores y dibujan utopías generalmente inalcanzables; los medios suelen ser tan concretos como las armas, provocan heridas tan reales que sangran y, las más veces, muchos muertos.
La vida del Che retrataba la imagen del perfecto revolucionario que tanto cautivara a Lenin en “¿Qué hacer?”: joven, idealista, fanático, asceta, a quien la revolución cercenó, con perfecta lobotomía, su capacidad de amar. Todas sus acciones negativas fueron matizadas, por esa, hoy inmortalizada, mirada penetrante pero transparente, un dulce carisma, su viril belleza, su sensibilidad especial hacia los más débiles, unos ideales asentados en el mensaje justiciero que ha motivado a millones de personas desde el inicio de los tiempos y, sobre todo, una muerte violenta y cruel en la plenitud de su existencia que pintó de románticos tonos pastel su vida para la posteridad.
Todo ello cala, entusiasma y emociona, sin duda. Ya se ve como Batasuna lo tiene por ídolo. Porque si bien, como dijera Montaigne “la razón es una olla de dos asas: se la puede asir por la derecha o por la izquierda”; la emoción, en cambio, pareciera condenada a ser una olla de una sola asa: la izquierda. Sin embargo y pese a lo emocionante que me pueda resultar el retrato de vida del Che, nosotros en Euzkadi no necesitamos de grandes héroes que peleen en feroces batallas. No necesitamos exaltar a nuestros jóvenes las cualidades que hacen de los hombres héroes en tiempo de guerra, pero peligrosos delincuentes en tiempo de paz. Necesitamos, eso sí, de millones de pequeñas heroicidades cotidianas: la del padre que despide a sus hijos todos los días antes de ir a la ikastola, la del médico honesto y escrupuloso, la del ciudadano responsable que anónimamente y sin aspavientos cumple con su deber, la del funcionario que hace que las pequeñas cosas funcionen. Todos ellos nos ayudarán, sin gritos ni fusiles, a construir la Euzkadi próspera, justa y buena con que la aún mayoría soñamos.
Por eso tras verle a semejante energúmeno hacer lo que hizo me quedo con el dato turístico de una normalidad lograda por la sociedad vasca o con la inauguración en Mungia, por parte del Lehendakari, de una empresa que prepara ensaladas. Prefiero esas que la ensalada mental de esta gente con la que es muy difícil llegar ni a la esquina.
EL NACIONALISMO INSTITUCIONAL LOGRA UN ÉXITO HISTÓRICO. LA IZQUIERDA RADICAL SOLO HABLA DE LO SUYO
Creo que la noticia más importante de la semana y casi la del mes y casi la del año y casi la de la década ha sido que la Unión Europea haya avalado el Concierto Económico y por tanto la autonomía fiscal vasca tan envidiada en estos momentos de reforma estatutaria en Catalunya, Valencia, Baleares, Andalucía y Galicia. Con esto se prevee el fin de los conflictos que tanto el estado español, Cantabria como La Rioja nos han creado por tratar de tener una fiscalidad propia fundamentalmente como resto foral para crear riqueza y ayudar a la creación de empleo. Con esta medida la autoridad territorial contará con un estatuto político y administrativo distinto del Gobierno central. Es decir, hacemos país con hechos y no con ruedas de prensa.
Ante esta resolución se me ocurren dos reflexiones. La primera es que teníamos razón y que la hacienda vasca es tan hacienda como la española y con estatus propio, cuestión esta que para cualquier nacionalista que ha visto estos años como el Concierto ha sido la gasolina de Euzkadi, que ha hecho mover el motor de su renovación, no deja de alegrar, sobre todo al haber superado todo tipo de ataque y de minusvaloración por la izquierda radical.
Y la segunda es que ha sido el nacionalismo institucional, ese nacionalismo institucional vilipendiado quien en 1979 vio lejos, hizo las apuestas necesarias, movilizó la calle, sensibilizó a Adolfo Suárez antes de dimitir y logró esta importantísima cuestión que si hubiera sido por la derecha y el socialismo español o por la izquierda radical vasca no lo tendríamos. Hoy se beneficia todo el mundo, como así tiene que ser pero solo fue el nacionalismo institucional el que logró la consagración de este hecho diferencial.
Digo esto porque el mismo día de la noticia había otras dos ruedas de prensa, la clásica de Otegi diciendo que ETA no aceptaría un proceso de rendición, ¿quién es Otegi para hablar en nombre de ETA?, y la de Etxerat que después de criticarnos nos pedían que nos mojáramos por los presos de ETA.
A esto hay que decir que siempre lo hemos hecho y eso que jamás hemos escuchado una palabra de humanidad de este colectivo en relación con el daño causado, en la mayoría de las veces irreparable y que si tanto desean que sus familiares se acerquen a casa, lo tienen fácil. Nosotros haremos lo que tenemos obligación de hacer pero no estaría nada mal que le dijeran a Batasuna que en lugar de tantas ruedas de prensa a todas horas, todos los días y hablando siempre del Monotema sin aludir nunca a los rebrotes de kale borroka, dieran el paso de convertirse en una organización que tuviera claro que la violencia, el chantaje y el terror no son armas ni de acción política, ni democráticas, ni humanas. Verían como a la semana tenían el problema de sus presos resuelto.
Por eso hay que decir que mientras todo el mundo se felicita por el éxito europeo en relación con el Concierto aunque sin atribuir la paternidad de este logro a nadie aunque nos beneficiemos todos, hay que decir que ya estamos cansados del millón de ruedas de prensa sobre el Monotema.
Acabo de estar en Madrid y al preguntar a una persona que sabía de que va la cosa me dijo: “va más lento de lo esperado pero va y los que más hablan son los que menos saben y los que más saben son los que menos hablan”.
Por eso quería destacar este hecho. Quienes trabajan por el país casi nunca son reconocidos y quienes solo hablan de lo suyo son los que más cobertura mediática tienen aunque su realidad, respetable, es virtual y minoritaria. Y estas cosas conviene decirlas de vez en cuando para poner las cosas en perspectiva.
ALTUNA ACUSA EL GOLPE AL LLAMARLES
IZQUIERDA RADICAL
En pleno agosto, Iñaki Altuna uno de los miembros de Batasuna que pasa por ideólogo de su movimiento nacional acusaba el golpe de que tanto Iñigo Urkullu, Iñaki Azkuna, Josu Erkoreka, Josune Ariztondo y hasta el presidente del EBB Josu Jon Imaz les definieran como Izquierda Radical.
No le gusta al comentarista de Gara esta definición porque aunque le agrade que les digan que ellos van a las raíces, y de ahí lo de radical, esto le da al conglomerado en el que se mueven un cierto tinte extremista y de eso nada porque ellos son pacíficos, amables, no salen con el puño en alto y pinta feroz, no insultan a nadie, condenan toda la violencia, no les gusta la kale borroka, en definitiva que son un rebañito de dulces ovejas que balan con sonidos abertzales, definición que les gusta más, entre otras cosas, porque es del EAJ-PNV, y ellos lo que pretenden es ocupar este espacio de trabajo, paz y construcción nacional.
Basta que acusen el golpe para que haya que fijar y repetir esta denominación dirigida a Batasuna a no ser que decidan llamarnos “jelkides super abertzales progresistas” que no estaría nada mal aunque sería un poco cursi, como desde EITB les llaman a ellos falsamente la “Izquierda Abertzale” con gran menoscabo de algunos de EA y Aralar que reivindican para sí tan eufónico nombre. Lo de Madrazo, según él, es la Izquierda Transformadora.
El artículo de Iñaki Altuna en Gara el 25 de agosto decía así:
“IZQUIERDA RADICAL
La gran contribución del PNV al proceso democrático está siendo, estos últimos días, cambiar el nombre de la izquierda abertzale por el de la “izquierda radical”. No es que los independentistas vascos se tengan que sentir ofendidos con esa denominación que machaconamente repiten Urkullu y sus correligionarios, pues la acepción de “radical” poco tiene de negativa para quien quiera cambiar las situaciones injustas desde la raíz. Mucho peor resulta, pongamos por hipotético caso, que a uno se le pueda llamar “nacionalista pusilánime”, “jelkide entreguista” o “cipayo clientelista”.
Sin embargo, detrás de esta sospechosa insistencia en acuñar la nueva denominación para la izquierda abertzale, que debiera tener, al menos, el derecho a llamarse como quiera, sí parece intuirse una intencionalidad de carácter electoral por parte de la cúpula peneuvista. En cierta forma, parece que desean teñir la oferta de Batasuna de cierto extremismo, para evitar así que se le acerquen sectores abertzales “moderados”, por llamarlos de alguna forma, en una eventual situación de bonanza electoral para el independentismo vasco. Es curioso, la izquierda abertzale está ilegalizada y de lo único que se preocupa el PNV es de que, si alguna vez tiene ocasión de concurrir a las elecciones con algo de normalidad, lo haga con las opciones de crecimiento lo más mermadas posibles. Su preocupación sobre la conculcación de derechos y la reparación de injusticias pasa a muy segundo plano cuando se trata de mantener el poder de gestión institucional, y más ahora que los comicios están a la vuelta de la esquina.
El electoralismo propio de la confrontación partidaria más cutre parece imponerse en las últimas semanas, donde las noticias y declaraciones sobre posibles pactos y otras componendas electorales toman preeminencia respecto a todo, incluido aquello que, según sus propias declaraciones, suponía la prioridad absoluta para toda la clase política: la búsqueda de la paz.
Lo único cierto y contastable –verificable, por usar el lenguaje al uso de los últimos meses- es que determinadas fuerzas no hacen otra cosa que poner obstáculos al proceso (excusas como la legalización, confusión con el debate sobre el número de mesas y teorizaciones huecas para deslindar de la “normalidad”) con la misma fuerza que dedican a preparar las elecciones.”
Hasta aquí el artículo de Iñaki Altuna en Gara. A Euzkadi ellos la llaman Euskal Herria. A la ertzantza, “los cipayos”, a Imaz “estatutista”, a los atentados los llaman “ekintzas”… y ahora ¿se enfadan porque les llamamos Izquierda Radical?
Igual tiene razón porque lo de radical es hasta bonito. Creo que habría que llamarles la “Izquierda Revolucionaria”.
ENTRE MARTINI Y ETCHEGARAY ME QUEDO CON MARTINI
Sé que el cardenal Roger Etchegaray es vasco de Iparralde (Ezpelette). Sé que fue mediador con Sadam Hussein. Sé que sabe euskera aunque lo tenga bastante oxidado. Sé que algo ha hecho en la labor de mediación. Sé que le empieza a interesar un poco más el tema vasco. Sé que de no haber durado tanto Juan Pablo II hubiera tenido fuertes posibilidades de haber sido Papa. Sé todo eso.
Pero también me defraudó su homilía del domingo en Loyola en los actos del cierre del 450 aniversario de la muerte de San Ignacio junto a Blázquez, Uriarte y el obispo de Bayona. Fernando Sebastián, el arzobispo de Pamplona en la línea del catolicismo de la España Una, Grande y Libre, no acudió. Aquella Misa en recuerdo de San Ignacio era demasiado vasca. Y él, ante todo, es español. Y no fue. Estaba invitado.
Etchegaray perdió la oportunidad para haber dicho cosas de interés. A sus muchos años, a su experiencia, al hecho de ser Cardenal le faltó chispa y le sobró educación jacobina francesa. Una ocasión perdida. En el fondo pura cobardía.
Por eso digo que me quedo con el Cardenal Martini, uno de los últimos Papabiles y hombre de gran erudición, inteligencia y capacidad reflexiva.
Buscando lecturas de interés doy con el libro “Sueño una Europa del espíritu” del cardenal C. M. Martini. En el capítulo XVI. ”Una inspiración ética para Europa”- propone someter a examen la idea de Nación.
Martini habla de la necesidad de “distinguir adecuadamente entre nacionalismo y patriotismo”, de los derechos de las minorías, de la necesidad de buscar “fórmulas que, superando la identificación inmediata entre estado y nación, propicien que pueblos distintos vivan dentro de una sola identidad. Habla también de la soberanía de la sociedad y del hombre, y del necesario equilibrio entre universalidad y particularidad.
Como mejor síntesis transcribo el último párrafo de este epígrafe:
“De todos modos, la nación no se identifica a priori con el Estado.
Por ello, se dan de hecho y se deben dar diversas formas de posible configuración jurídica de cada una de las naciones. Es algo que ha de ocurrir siempre en el respeto a las minorías y en un clima de verdadera libertad garantizado por el derecho de autodeterminación de los pueblos. Lo ha recordado Juan Pablo II (discurso en la ONU 5-10-1995).”
¿Por qué Etchegaray no fue más valiente el pasado domingo en Loyola?
Hasta aquí el Cardenal Martini.
Por eso digo que me quedo con el pensamiento de este hombre. Etchegaray ha demostrado que es demasiado francés, porque su prédica de que solo el perdón y su aceptación pueden guiar hasta la paz y que los intentos de pacificación no pueden perdurar si no ayuda la paz de los corazones, está francamente bien pero, para mí, se quedó corto.
CONSTRUIR SIN OLVIDAR. NIÑOS DE LA GUERRA
El martes cinco de septiembre en la sede de los jardines del palacio de Ajuria Enea, con buen tiempo y ejerciendo de anfitrión el Lehendakari Ibarretxe, tuvo lugar un emotivo acto donde se rindió homenaje a los llamados “niños de la guerra” que en plena contienda y por gestiones humanitarias del ejecutivo presidido por José Antonio de Aguirre tuvieron que dejar el hogar de sus padres y salir hacia un futuro incierto a Inglaterra, Bélgica, Francia y Rusia fundamentalmente. Es una historia poco conocida con aplicaciones prácticas hoy.
Ibarretxe utilizó una frase feliz: “Construir sin olvidar”. Dijo más: “Hoy no se puede construir la paz sobre el olvido del pasado y eso es lo que tratamos de recordar aquí”, agregó antes de incidir que los “niños de la guerra van a pasar a ser los hombres y mujeres que van a ver la paz de Euzkadi”.
Pronunció una frase altamente política que no ha sido suficientemente destacada quizás porque tiene mucha tralla y está dirigida a ETA y a Madrid: “Lo más importante que tiene una persona en esta vida es la dignidad de pedir perdón y también la de aceptarlo y ese es el camino que vamos a tener que hacer en el futuro en Euzkadi”.
Sin ánimo de crítica porque el acto, aunque tardío era obligado, hay que decir que solo estuvieron unos doscientos, algunos de ellos familiares de aquellos niños pero es que fueron nada menos que 30.000 los menores evacuados con motivo de la guerra de los cuales 4.000 se dirigieron al Reino Unido. La muestra por tanto es muy pequeña. Algo falló.
En mi caso por ejemplo. Mi suegra y su hermano, Esther y Santi Aznar estuvieron en Inglaterra. Siempre comentaban que nunca olvidarán el día en que estando en el campamento, cerca de Londres, por los altavoces anunciaron el 19 de junio de 1937 que había caído Bilbao. Aquello fue terrible. Todos se pusieron a llorar. Mi Suegro Joseba Solabarrieta con todos sus hermanos, estuvo en Bélgica. Por parte de mi aita, sus dos hermanas, Paci y Loli estuvieron también en Bélgica. Paci se casó con un flamenco, Kestemont y vivió con él en Bruselas formando una familia en Bélgica. Por parte de mi ama, Begoña, la menor, estuvo también en Bélgica. Es decir de mi entorno directo, por parte de las dos ramas familiares, fueron “Niños de la Guerra” nada menos que seis. Bueno, pues al acto de Ajuria Enea solo fue invitada la hermana menor de mi ama. No hay pues una buena agenda de aquellos “Niños” hoy ancianos.
Entiendo que la labor de los organizadores es muy meritoria pero debería estar apoyada por el Gobierno Vasco por lo menos a la hora de actualizar ficheros y tener al día sus datos. Otros países lo hacen.
De ahí la importancia de la frase del Lehendakari. “Construir sin olvidar”. Pero para eso, para que no se olvide, hay que apostar presupuestariamente para que esto sea así. Lo demás se queda en una mera frase. Bonita y emotiva si, pero retórica.
ALFONSO GUERRA, CADA VEZ MÁS IMPRESENTABLE
Alfonso Guerra, presidente de la Fundación Pablo Iglesias, diputado y presidente de la Comisión Constitucional está cada vez más impresentable. Este domingo 3 de septiembre, con el puño en alto cantando la Internacional nos dijo que hacía falta un estado fuerte y que el socialismo no es nacionalista.
El mismo personaje, hermano de Juan, el de las recalificaciones con despacho en la Delegación del Gobierno de Sevilla, el mismo que en Barakaldo dijo aquello de que se habían cepillado el estatuto catalán en las Cortes y al vasco no le habían dejado ni entrar dice que el socialismo no es nacionalismo. ¿Y el socialismo que se llama español y es menos internacionalista que Blas Piñar?
Alfonso Guerra es un jacobino de la escuela de Borrell, un socialista que no quiere se demuestre que en Catalunya y en Euzkadi, bajo partidos nacionalistas se gobierna mejor que en la Andalucía, PER incluido, de su amigo Chaves y de ahí que quiera controlar con mano de hierro todo lo que se mueva. De hecho, junto a él estaba Cándido Méndez, secretario general de la UGT que no le da a ELA ni agua aunque ELA en Euzkadi sea un sindicato mayoritario y los trabajadores, viven mejor en Euzkadi que bajo el socialismo guerrista.
Guerra es un demagogo barato al que le gusta insultar en los mítines y eso como el personaje está amortizado, a algunos les hace hasta gracia. Pero no hay que olvidar que Guerra tuvo que dimitir de Vicepresidente del gobierno por las hazañas, nada socialistas de su hermano Juan. “Mienmano”. Por eso, ahora que la gente lo olvida todo, le gusta dar clases de socialismo no aplicado. De ahí que un año más, Alfonso Guerra no faltara a Rodiezmo, y, un año más, no faltaron sus avisos a navegantes en calidad de guardián de las esencias del socialismo, aunque en tono conciliador y hasta halagador con el presidente del Gobierno.
Por ello, Guerra, tras explicar que el gobierno socialista lucha por la paz con el envío de tropas al Líbano y tras recordar que el Gobierno combate en la buena dirección el problema de la inmigración, volvió al tema del Estado, la unidad de España y los nacionalistas.
En este aspecto, apoyándose en los incidentes en el aeropuerto del Prat ocurridos este verano, el presidente de la Comisión Constitucional en el Congreso y presidente de la Fundación Pablo Iglesias, rechazó que la solución sea, como proponen los partidos catalanes, traspasar la gestión de dicho aeropuerto a la Generalitat.
El dirigente socialista propugnó que, ante esta actitud, “la gente progresista defienda un Estado fuerte, porque se necesita un Estado fuerte”.
Además, Guerra avisó que no sólo el PP quiere un Estado residual, palabra que empleó Pasqual Maragall para referirse a la labor que le queda al Estado en Cataluña tras la aprobación del nuevo Estatuto. “Ahora también lo quieren los nacionalistas, por el reparto del poder. Pero un hombre o una mujer progresista tiene que defender el concepto de Estado como árbitro, y saber que el socialismo y el nacionalismo no tienen nada que ver. El socialista no es nacionalista.”
Puestos a ellos nosotros también defendemos un estado fuerte, pero vasco. Ese es el quid de la cuestión. ¿O sólo Guerra va a ser el defensor de una estatalidad pero solo para España?
De un personaje que dijo lo del cepillado ¿qué se puede esperar?