EUSKADI: UN PROYECTO DE CONVIVENCIA
Buenos días a todos:
Quiero en primer lugar agradecer a Europa Press la oportunidad que me brinda de compartir este coloquio con todos ustedes. Trataré en los próximos minutos de abordar una reflexión en un momento particularmente esperanzador. Un tiempo de oportunidad que se abre y en el que aspiramos a cerrar, por fin, la herida de la violencia en Euskadi. Una ventana se ha abierto a la esperanza. Nos corresponde a todos contribuir a cerrar la herida definitivamente. Convertir lo permanente en irreversible.
La sociedad vasca siente que, tras décadas de tragedia, se vislumbra un nuevo tiempo de paz y de libertad. No será un camino sencillo, estará probablemente repleto de dificultades y obstáculos. Pero vamos a ganar la paz. Es un anhelo del conjunto de la sociedad. Es un ansia de nuestras gentes. Y lo vamos a hacer con compromiso y con la convicción de los que estamos dispuestos a priorizar en el tiempo la consecución de la paz a cualquier otra cuestión por importante y necesaria que sea.
Conscientes de que tenemos por delante un camino que hemos de recorrer con ilusión, aunque sin ingenuidad o excesivo voluntarismo, porque hemos aprendido de los aciertos y de los errores propios y ajenos. Nadie tiene la fórmula mágica ni debe excluir a otros. El planteamiento de que, en un proceso de pacificación, los únicos agentes son la organización terrorista y el Estado peca de excesivo simplismo ya que la construcción de la paz es una tarea social que implica a muchos agentes políticos y sociales, imprescindibles para llevar a buen término el proceso de paz y de reconciliación.
Esto sitúa a la sociedad vasca, y al Partido Nacionalista Vasco como formación política a la que la sociedad vasca ha confiado democráticamente su liderazgo, con una responsabilidad añadida. Por ello, aspiramos legítimamente a asumir el papel que nos corresponde, de acuerdo con la confianza que miles de ciudadanos vascos han depositado en nosotros, y a ser un referente fundamental en la construcción de una paz justa y duradera para Euskadi. Desde la cooperación con todos. Desde la contribución sincera. Desde la lealtad absoluta con el proceso.
Quiero subrayar que las expectativas de pacificación que ahora se abren son posibles porque, de hecho, la sociedad vasca y las instituciones democráticas han demostrado su fortaleza y superioridad frente a la violencia. Es la victoria de los principios éticos, aun cuando queda, sin duda, un trabajo delicado por hacer.
Resulta ineludible además, en estos momentos que preceden a lo que puede ser el final definitivo de la violencia, dejar constancia del profundo error político y del daño moral que el terrorismo ha causado a tantas personas y a la causa nacional vasca, de su falta de legitimidad, su torpeza política y su absoluta inmoralidad. La pacificación será en este sentido definitiva cuando, junto con las armas, cese también el esquema impositivo que trata de justificarlas, el de que todo vale para conseguir determinados objetivos políticos. El esquema “no a la violencia/sí al diálogo”, es decir, la apuesta por la paz y por las vías escrupulosamente democráticas no exige a nadie la renuncia a las propias aspiraciones políticas. Es en definitiva, el triunfo de la democracia y de sus procedimientos.
Hay muchos elementos que han contribuido a dibujar y a vislumbrar un final definitivo para la violencia en Euskadi, y que han actuado como factores propiciadores de la paz. Cambios en el contexto internacional, cambios profundos en la sociedad vasca, en su mentalidad, sensibilidad, concienciación, movilización en torno a las víctimas que a lo largo de los últimos años han ayudado a achicar el espacio de la violencia en el País Vasco, la transformación en el mundo de la izquierda radical que durante años ha dado cobertura política a la violencia... Pero, sin género de dudas, entre todos estos factores destaca la madurez de nuestra sociedad. Y todo ello nos pone a las puertas de una posible solución, que debe ser abordada entre todos. Por tanto, tenemos antes nosotros una oportunidad que podemos aprovecharla si actuamos con inteligencia, modestia y desde la cooperación entre las diferentes sensibilidades políticas de nuestro país.
El 22 de marzo se ha iniciado un camino. Nos toca verificar que esa voluntad expresada por ETA en su comunicado se corresponde con los hechos. El nuevo tiempo político nos exige compartir criterios y valoraciones sobre la validez del abandono de la violencia. Y vinculamos nuestra valoración a una verificación compartida entre las instituciones y partidos acerca del abandono de la violencia y de su autenticidad. Una vez verificada esta voluntad con los hechos --y ello exige a nuestro criterio la universalidad del alto el fuego, es decir, que desaparezca de forma total la violencia y la amenaza para todos los colectivos--, se cumplirán las condiciones establecidas en la resolución que aprobamos en mayo del 2005 en el Congreso de los Diputados, y se podrá proceder a los contactos necesarios entre ETA y el Gobierno del Estado al objeto de alcanzar un final dialogado de la violencia.
En el camino a recorrer tendremos que prestar una atención especial al difícil camino de la reconciliación. El daño causado por la violencia es de tal envergadura, que la normalización de la vida social no será completa incluso desaparecida la propia violencia, porque quedan heridas en las personas y en el tejido social. Por ello, en un proceso de este tipo los partidos políticos y los agentes sociales deberemos velar por el reconocimiento y la reparación de las víctimas. Y más allá de la solidaridad personal, se hace imprescindible hacer constar el reconocimiento social del sufrimiento injustamente padecido. Sin él, no será posible que la deseable reconciliación se abra paso entre nosotros.
Además, entre los objetivos a corto plazo, el cumplimiento de las penas en cárceles próximas a su entorno social y familiar de las personas privadas de libertad, la consideración de sus familiares y allegados como potenciales agentes de paz y de reconciliación --y, en ningún caso, como personas colateralmente culpables-- son, hoy mas que nunca, elementos imprescindibles al servicio de la pacificación. Está llegando, por lo tanto, el momento de dar, definitivamente, una nueva orientación, consensuada, dinámica y flexible a la política penitenciaria y reitero el compromiso del Partido Nacionalista Vasco con este reto. La resolución aprobada en el Congreso de los Diputados en octubre de 1998, a las pocas semanas del alto el fuego, puede ser un adecuado marco de referencia.
La paz es la prioridad. Y en ese diálogo con ETA, el futuro político de la sociedad vasca no debe ser abordado. Hacerlo, vincular la paz a un proyecto político determinado por legítimo que sea, sería tanto como reconocer la validez del uso de la violencia para alcanzar objetivos políticos. Esto mismo subrayábamos en el punto décimo del Pacto de Ajuria-Enea, aquel que sirvió de inspirador intelectual a la resolución del Congreso de los Diputados de mayo de 2005, cuando decíamos que “si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad para poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio democrático irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular....”.
Pero, en una Euskadi en la que se vaya asentando la paz y la libertad, los debates políticos deben plantearse abierta y democráticamente. Es también la hora de la política. De la apuesta por la política para avanzar en la convivencia. Reivindicamos esta apuesta frente a la imposición, el fanatismo, el inmovilismo o la falta de imaginación, conscientes de que la política sólo es instrumento válido cuando se practica sin dogmatismos ni esquemas cerrados, con esa disposición al compromiso y al acuerdo integrador que está en nuestra mejor tradición.
Por ello, un final dialogado significa también salida democrática, apelación a todas las posibilidades que permita el ordenamiento jurídico, de manera que todos perciban sus virtualidades abiertas, de no cerrar caminos. Final dialogado significa separar con nitidez el diálogo con una organización terrorista del diálogo político sobre el que se construya el futuro de la sociedad vasca. En este sentido, la propuesta de constituir dos foros de diálogo --uno de ellos, en el marco de la resolución del Congreso, por los poderes competentes del Estado con aquellos que muestren una voluntad inequívoca de poner fin al terrorismo al objeto de propiciar un final dialogado de la violencia, y otro foro bien diferente entre los representantes políticos legítimos de la sociedad vasca-- permite dar garantías democráticas a un proceso de este tipo.
Deberemos marcar una clara separación conceptual entre ambos foros, como elemento de higiene y garantía democráticas. Así, nuestras decisiones futuras, los acuerdos políticos a los que los representantes políticos pudiéramos llegar, no estarán condicionadas por una ETA que no ha sido capaz de aceptar ni la voluntad mayoritaria de los vascos ni la legitimidad democrática de las instituciones que nos hemos dado. Desde estas consideraciones, tenemos la certeza de que la ciudadanía vasca, y también la ciudadanía española, estarán dispuestas a trabajar e impulsar con generosidad las vías para hacer posible la reconciliación y la convivencia.
Ese va a ser un camino de normalización política y acuerdo que vamos a abordar en los próximos tiempos, una vez que la sociedad vasca vaya ganando la paz y los acuerdos políticos tengan que contribuir a asentar la convivencia.
Y en este proceso vamos a necesitar un sólido compromiso. Perseverancia en favor de un acuerdo que asiente de forma sólida las bases del futuro de Euskadi. Convicción en la defensa de la integración de las diferentes sensibilidades e identidades políticas de este país en un acuerdo de futuro. Apuesta decidida, sin complejos, por la cohesión de la sociedad vasca, con la firmeza, la convicción y el compromiso de los que tenemos confianza en el futuro de Euskadi, de los que tenemos visión a largo plazo y perseverancia para andar un camino construyendo paso a paso una Euskadi que integre a todas sus personas.
El objetivo del diálogo multipartito deberá ser un acuerdo que, desde el respeto a la voluntad democrática de la ciudadanía vasca y en un contexto de lealtad y sin dogmatismos, nos permita alcanzar un pacto para el ejercicio de esa decisión que pueda ser compartido por las diferentes sensibilidades e identidades de Euskadi. Se trata, en definitiva, de que alcancemos un acuerdo que, partiendo del respeto a los marcos institucionales actuales, permita el uso de sus potencialidades reales de modificación siempre y cuando existan mayorías sociales y políticas para ello. Respeto democrático a la voluntad de la sociedad vasca y respeto escrupuloso a su pluralidad. Respetar la voluntad de los vascos incluye el respeto a los diferentes sentimientos identitarios, tratando de integrarlos en un esquema de pacto y compromiso. La multilateralidad que las posiciones más progresistas exigen para la nueva configuración del mundo es exigible también como principio organizador de nuestras sociedades. El pacto debe de ser el elemento articulador de la futura convivencia en la sociedad vasca. El pacto entre vascos y el pacto con el Estado es un procedimiento que conecta, por cierto, con nuestra mejor tradición foral y sobre la que hemos construido nuestras dos experiencias estatutarias, la de 1936 y la del Estatuto de Gernika de 1979.
Nuestro objetivo es alcanzar un acuerdo de normalización política que defina un modelo de convivencia, así como un marco de relaciones con el Estado en el que haya una bilateralidad efectiva, garantías mutuas y condiciones de lealtad.
Nos corresponde a los partidos políticos comenzar a trabajar las condiciones, calendarios, metodología, procedimientos y agenda del diálogo multipartito. Y en los próximos meses deberemos entregarnos con decisión a esta tarea, para asentar un proyecto de convivencia en Euskadi.
Un proyecto de convivencia cuya resolución nos permita abrir otros debates en la política vasca. Los debates de la era post-ETA. Ha llegado el tiempo de una Euskadi post-ETA. La inauguración del museo Guggenheim en 1997 marca la punta del iceberg del inicio de una transformación de nuestro país. Su punto de inflexión. Debajo de esas placas de titanio se esconde un país innovador que, en unas circunstancias políticas y sociales complejas, ha sido capaz de convertirse en un referente. Somos atractivos. Más personas que nunca quieren visitarnos y pasar unos días entre nosotros. Los estudiantes de la generación del Erasmus empiezan a incluir las universidades vascas entre sus preferencias. Pero lo que es más importante. Nosotros mismos, tras años de autoestima golpeada, empezamos a reconocernos en nosotros mismos. A creer en nuestras capacidades. Nuestra capacidad de afianzar de forma abierta nuestra propia identidad. Nuestra capacidad de crecimiento y transformación. Nuestro modelo para generar bienestar y calidad de vida.
El debate sobre la conformación de una sociedad vasca innovadora, capaz de adelantarse a los cambios, basada en personas formadas que conozcan la importancia del trabajo bien hecho, con fuerte sentido de identidad de lo que nos es propio, con pertenencia a una comunidad que se implica en la solidaridad activa tanto con todos los miembros de la misma y como del exterior, y que comparte un proyecto a largo plazo. Abiertos al mundo, abiertos a la diferencia creativa, capaces de cautivar a personas de otros lugares que quieran desarrollar su talento y su creatividad entre nosotros. Que encuentren un espacio de identidad, de dinamismo y de comunidad. Que les seduzca la idea de ser vascos con nosotros. Una Euskadi capaz de que los valores que identifican a los vascos y desarrollamos los vascos sean sugerentes para aquellos que quieran compartir su vida con nosotros. Ese es el escenario que el final de la violencia debe abrir. Y por el que algunos estamos dispuestos a implicarnos decididamente.
Una Euskadi que apueste por construirse a sí misma, cooperadora y abierta a los demás, buscando los mecanismos de autogobierno que le permitan poder liderar estos retos de la identidad en un mundo global, la formación de las personas, la innovación como elemento para poder competir en un mundo abierto y plano en el que las ventajas competitivas tradicionales se diluyen, y la solidaridad para que esa capacidad competitiva reporte bienestar al conjunto de la ciudadanía. Una Euskadi con capacidad de decisión para marcar sus políticas, sus prioridades y las necesidades de sus gentes. Dispuesta a decidir y a pactar. Con los valores de la libertad, la decisión, el pacto y la corresponsabilidad.
Una Euskadi, en definitiva, en paz y en convivencia consigo misma y con los demás.