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2005
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TURQUIA: ADHESIÓN A QUÉ EUROPA

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Azaroa 07 | 2005 |
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Josu Ortuondo

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Trámite Parlamentario


En mi opinión, la Europa comunitaria está viviendo unos momentos de confusión muy delicados para nuestro futuro. Cuando todavía no podemos hablar de un proyecto político claro y definido de Europa nos vemos inmersos en un alocado proceso de nuevas incorporaciones que ni el propio sistema implantado ni tampoco los ciudadanos acaban de comprender y de asimilar. Bien es cierto que el entorno de la globalización mundial avanza a un ritmo tal que tampoco nos podemos permitir el aplazamiento sine die o la ralentización de decisiones que es necesario valorar, primero, y adoptar inmediatamente después.
Yo percibo que Europa, tal vez por excesivas influencias del exterior, todavía no ha resuelto su dicotomía pre fundacional entre los partidarios del intergubernamentalismo - un club donde los gobiernos de los Estados resuelven determinados asuntos cuyo interés comparten, por ejemplo, un “mercado común” de libre comercio - y los postuladores del federalismo – un proyecto político más profundo y aglutinador de los diversos pueblos en una supranacionalidad común. Y a estos podríamos añadir, también, los que ven a Europa, sobre todo, como el apéndice de la Alianza Atlántica – OTAN que garantiza un espacio de seguridad a Occidente y le cubre el flanco oriental.
 
Por mi parte, debo declararme convencidamente federalista porque no solo es cuestión de seguridad sino, especialmente, de poder dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos en un mundo en que la revolución tecnológica de Internet y las telecomunicaciones ha dejado pequeña la dimensión de los estados decimonónicos como espacio económico, político y social suficiente, demandándose estructuras y áreas mayores en todos estos terrenos mencionados e imprescindibles para la convivencia, la oportunidad, la educación, el progreso, el bienestar y la protección. Necesitamos una Europa supra estados, nación de naciones unidas en su diversidad. Pero precisamos una Europa con alma y con identidad; no nos sirve una Europa “torre de Babel” sin más.
 
Creo que nos hemos precipitado al haber acordado la ampliación a nuevos Estados sin antes haber pactado la profundización de la construcción europea. Esta dinámica lleva al intergubernamentalismo pero no a la integración. Y ello solo conduce al libre mercado pero no al espacio social y humano que es la esencia de cualquier comunidad de personas o pueblos.
 
Y ahora está el reto de Turquía quien comparte con nosotros las responsabilidades atlánticas de defensa y es miembro del Consejo de Europa - organismo para la cooperación donde se asocian 46 Estados europeos y asiáticos que también cuenta con observadores americanos - y que desde 1963 quiere formar parte de la Comunidad y la Unión Europeas. Hay muchas razones geoestratégicas y de seguridad para apoyar esta pretensión, tantas que ya se ha acordado el inicio de negociaciones para la adhesión. Quien quiera una Europa intergubernamentalista y nada más que un libre mercado podrá ver con buenos ojos esta incorporación.
 
Sin embargo, yo veo muchas razones para la preocupación; cada argumento a favor me genera uno mayor en contra. No puedo extenderme y me limitaré a dos: la identidad y la integración social. Parto de la base de que la reciente ampliación de 10 nuevos Estados puede ser considerada como una reunificación de Europa, lo que no puede aplicarse al caso Turco por mucho que algunos se empecinen.
 
En primer lugar, la construcción europea no es solo una cuestión de poder o de intereses sino, principalmente, de identidad. Los pueblos de Europa hemos heredado tres raíces que nos definen: el pensamiento griego, el derecho romano y el cristianismo; y hemos vivido su evolución histórica durante siglos con el Renacimiento, la Reforma y la Contra Reforma o las revoluciones racionalista, industrial y política. Todo ese proceso vital nos ha dado unos valores, una cultura y una identidad común compartida. No parece juicioso pretender que Turquía, la cual ahogó manu militari la plurinacionalidad del antiguo imperio bizantino para imponer el islamista imperio otomano, vaya a incorporar en pocos años toda esta evolución que a los europeos nos ha llevado siglos.
 
Turquía hoy forma parte de un club exclusivamente musulmán: la Conferencia Islámica. El que Europa quiera dejar claro que, con independencia de su identidad, no se trata de un “club cristiano” no significa que acepte llegar a ser un “club musulmán”.
 
En segundo lugar, y consecuencia directa de lo anterior, está el aspecto de la integración social. Si echamos una mirada a lo que sucede en los países europeos que ya están dando cobijo a 20 millones de turcos nos daremos cuenta de que los nuevos llegados no quieren mezclarse con el resto. Forman barrios separados pero compactos con sus hábitos, idioma, vestimenta, comercios, etc. diferentes del resto de la población. Los hijos de los inmigrantes llegan con seis años a la escuela sin saber nada de la lengua del país en el que han nacido. Ello es un síntoma de una total ausencia de deseo de integración de esta comunidad en su tierra de adopción.
 
Con estos antecedentes, hay que considerar que Turquía cuyo índice de natalidad llega hasta el 4,6 en el este del país frente al 1,7 en Europa, podría tener 100 millones de habitantes en 2025 y ser el primer Estado de la UE por población, en número de escaños en el Parlamento Europeo y en número de votos en el Consejo de Ministros, esto sin contar otros casi 100 millones de población turcomana que habita en otras repúblicas hermanas asiáticas y resto del mundo que podrían entrar en Europa a través de Turquía. En la actual UE de 450 millones de habitantes solamente hay 67 millones de jóvenes y su proporción es decreciente; en los próximos 20/25 años podrían haber 60 millones de jóvenes turcos, la mitad del total en un espacio común Europa-Turquía, lo cual puede suponer un choque de civilizaciones con un Islam expansionista que pretende dirigir la política y las instituciones. Y no es cuestión de racismo. Pienso que es más fácil integrar Bosnia, Albania, etc. cuya dimensión es menor que exponernos a las consecuencias de una falsa integración.
 
Creo que debemos definir las fronteras y los límites de la Unión Europea; si admitimos a Turquía no podríamos negar la adhesión no ya de Ucrania, Bielorrusia o la misma Rusia, sino de Siria, Líbano, Israel, Egipto, Libia, Argelia, Túnez o Marruecos.
 
Otra cosa diferente, y por la cual abogo, es que creemos otro supra espacio económico, de libre comercio, de cooperación y de seguridad, otra Comunidad, entre, por un lado, la Unión Europea y, por otro, Turquía y todos los demás Estados vecinos que lo deseen y cumplan los requisitos que se determinen para ello, Comunidad diferenciada que nos permitiría buscar el objetivo de la convivencia de civilizaciones, la paz y el progreso mutuos. En todo caso, creo que debemos dar la voz a los ciudadanos europeos sobre esta cuestión de Turquía que no deben decidir únicamente los gobernantes.

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