Ya en su momento, al inaugurar la escultura con la que el pueblo de Legorreta pretende mantener viva su figura, aprovechando la simbología de la propia escultura, aludí a la necesidad de tender puentes entre ambas orillas, entre ambas sensibilidades, a la necesidad de saber convivir sin necesidad de erradicar al diferente y haciendo de la necesidad virtud, aprovecharnos de la riqueza que conlleva implícita la diferencia.
Juan Mari, por familia, ambiente y por todo lo que le rodeaba, era muy consciente y por lo tanto, era gran defensor de la necesidad de impulsar una sociedad vasca mestiza, no uniforme, compleja por sus diferencias internas, rica en matices y sensibilidades pero también siendo conscientes que ninguno de nosotros debe renunciar a lo esencial o sustantivo que cada uno defendemos sino que, para una perfecta y armónica convivencia entre vascos, sería suficiente con que cada uno de nosotros renunciásemos a lo accesorio y superfluo, que cada uno de nosotros no nos agarrásemos a los nominalismos como si en ello nos fuera la vida y así, con la pequeña renuncia de cada uno pudiésemos ganar TODOS. La creación de puentes entre partidos y sensibilidades era defendida a capa y espada por nuestro Juan Mari. Las complicidades, a su entender, hay que trabajarlas y para ello que mejor que ir tejiendo una telaraña de buenas sintonías personales que puedan ir agilizando las complicidades políticas. Juan Mari era de estos últimos y en ningún momento descuidó las relaciones personales, incluso con aquellos que se callaron ante su asesinato.
En estos momentos donde las expectativas creadas quizás sean hasta excesivas pero siendo conscientes que esa esperanza no tiene otra base que la necesidad que este pueblo tiene de solucionar este conflicto de forma definitiva, normalizar la situación y alcanzar la paz, hago un llamamiento a los políticos para que trabajen aún con mas ahínco, sin miedo a la crítica de los extremistas (de uno y otro lado) y teniendo muy claro que este pueblo, Euskadi, sabrá reconocer la valentía de aquellos políticos que, cuanto menos, lo han intentado.
Para finalizar, recordando aquella tarde en una terraza de un bar de Legorreta donde en una conversación con Juan Mari, medio en broma medio en serio, le sugerí que dejase sus trabajos de Chile y se incorporase al equipo de asesores que Zapatero iba a necesitar para abordar la cuestión vasca, no quisiera cerrar esta misiva sin rogar a ETA que imite al IRA y abandone las armas de forma definitiva y por otra parte, a Zapatero, que allane el camino de la solución abordando una cuestión tan espinosa y delicada como es el acercamiento de los presos.