La tremenda crisis de los refugiados y la nefasta gestión de la misma por parte de la Unión Europea (UE) han vuelto a poner de manifiesto las carencias y silencios de la acción exterior de la UE en materias centrales de nuestra convivencia. Tanto es así que el acuerdo posterior con Turquía y su calificación como destino seguro para los refugiados en general ha sido ruidosamente descalificado por un intento de golpe de Estado en la propia Turquía, consumando el mayor fiasco político de la UE en su historia reciente.
Esta lamentable gestión actual de la crisis económica, social y humanitaria por parte de la UE y de sus Estados miembros ratifica que el complicado entramado histórico, institucional y competencial de la UE está destinado a ser objeto de profundas reformas, especialmente en materia de política exterior y aplicación de los Derechos Humanos. La cuestión es relevante si consideramos que la UE carece de Administración propia, debiendo servirse de las Administraciones de cada Estado miembro para garantizar el cumplimiento de sus políticas y normas. Con mayor razón y necesidad a la vista de la ausencia de un planteamiento político europeo sobre el Estado islámico, la crisis de los refugiados, la inmigración, la política energética o el cambio climático entre otros fenómenos globales.
Estos aspectos complican la situación de la UE y la propia aplicación de un proyecto europeo cada vez más alejado de la ciudadanía y de la garantía de nuestros derechos. Sin obviar lo positivo de las sucesivas ampliaciones comunitarias, éstas han acabado por consumar un modelo de varias velocidades políticas y económicas, en el cual muchos actores siguen sin encontrar su lugar y en el que la política exterior de la UE resulta del todo inexistente.
Si en el marco de los Tratados de la UE se ha producido una modificación del concepto de soberanía, cediendo una parte de la misma hacia una instancia supra-estatal, dotada de Derecho propio, que goza de eficacia directa, primacía y tutela judicial; la voluntad política de los distintos Estados y naciones de la UE debiera concordar con el espíritu de integración europea que ha inspirado el movimiento europeo, también para lograr una auténtica política exterior de la UE. Sin embargo, la nueva “soberanía” de la UE es teóricamente compartida entre sus Estados miembros pero éstos se resisten a compartir soberanía en el nivel exterior, de cara a una mínima gestión de aquellos problemas que amenazan el núcleo de convivencia de la vieja Europa.
Un proceso renovado de integración europea como fruto de la voluntad de diversos Estados y naciones debiera producir, desde mi perspectiva, una suma de voluntades políticas hacia dentro de la UE, pero también hacia al exterior de la misma en este grave contexto de crisis humanitaria, política, económica y social. En este contexto, el liderazgo económico de Alemania en la UE bien pudiera ser complementado por una acción exterior real que aborde los retos pendientes de la UE en clave de soberanía compartida entre Estados, naciones y ciudadanía. En este sentido, la UE no puede dejar de abordar su acción exterior, obviando su vocación por la integración política en defensa de los Derechos Humanos. La cuestión es de importancia, puesto que la UE asume que la protección de estos derechos se tutela mediante el acervo común de los Estados miembros. Es un ámbito en el que no caben regresiones, si bien los europeos también tenemos obligaciones. Entre otras, entiendo yo, la de no imponer a personas o a terceras partes limitaciones de derechos y libertades que jamás aceptaríamos para nuestras comunidades políticas.
Así como el acervo común europeo ha facilitado avances en materia de Derechos Humanos en la UE, incluidos los derechos sociales, es necesario que la fuerza de esta terrible crisis global no impida que la UE siga consagrando entre sus fines el respeto de los derechos individuales y colectivos, con un contenido social que garantice la dignidad de las personas sin discriminación alguna. Esto es especialmente importante cuando el Derecho y la garantía de la seguridad común parecen destinados a colisionar.
Como uno de los primeros pasos necesarios, las instituciones de la UE deben esforzarse en garantizar una política exterior real y eficaz sobre los graves problemas que rodean a Europa en su conjunto. Para tal fin es necesario definir con claridad hasta dónde llegan las voluntades políticas de los Estados miembros de la UE de cara al exterior, incluido el complejo e inescrutable papel de un Reino Unido ausente de la UE, pero presente en Europa. De no ser así, es evidente que la UE seguirá inmadura, alejándose de las preocupaciones sociales y, por tanto, de las personas. Como anticipaba J. Bengoetxea en su libro, “La Europa Peter Pan”, (IVAP, 2005) podría parecer que la UE se ha obstinado en vivir una eterna y peligrosa adolescencia.