Sr. Presidente de Gobierno,
Señorías,
egun on.
Era lo que tocaba. Su discurso ha sido más que previsible. Hace dos años, en plena campaña electoral, su partido anunciaba un país de leche y miel para todos. Sin embargo, durante estos dos años ha estado haciendo exactamente lo contrario de lo que prometió en un inicio. Y no puede alegarse ignorancia de la situación. Con más o menos detalles todos sabíamos, más usted en su calidad de líder del mayor grupo de la oposición, que las anunciadas bajadas de impuestos y el descenso del paro no iban a producirse.
Ahora, pasado el ecuador de la legislatura, cuando ya se empiezan a contemplar en lontananza las elecciones europeas y, sobre todo, el período electoral del año 2015, usted vuelve al discurso triunfalista y relajado de 2011. Hay que preparar las elecciones. Pero por mucho que quiera el Gobierno dar la sensación de que la crisis ha sido superada ya, y que lo que viene es puro crecimiento económico, lo cierto es que el paro va a seguir estancado en niveles del 25% más allá de esta legislatura.
¿Qué se ha hecho en estos años de su mandato para transformar la estructura productiva del país, en definitiva, para asegurar que las bases económicas descansarán en pilares más fuertes que lo que han sido la construcción desaforada y el turismo? Poco o nada, señor presidente. Esos sectores siguen siendo los pilares de la economía española. Y en ellos basa la tímida recuperación que, dice, se está produciendo.
¿Qué ha quedado de aquella reflexión acerca del cambio estructural necesario a futuro para hacer un país más competitivo? En el próximo vendaval estaremos en las mismas; ¿dónde está su apuesta presupuestaria por la I+D+i?
Es cierto que el sector turístico ha tenido un buen año, en parte a costa de las desgracias de nuestros vecinos de la orilla sur del Mediterráneo. Pero, verdaderamente, ¿ese es, señor presidente, su modelo de economía pujante? ¿Un país de camareros?
Un país que se precie debe cohonestar la generación de riqueza con la cohesión social. Sin embargo, en la práctica de su Gobierno ambos extremos han aparecido como antagónicos en toda su crudeza. Sus políticas sólo han ido dirigidas, y con no mucho éxito, hacia el primer objetivo. Bien es cierto que la cohesión social empieza por generar riqueza. Sin fomentar la economía, sin apoyar a las empresas, no hay forma de redistribuir el bienestar. Sin embargo, las políticas sociales no han supuesto una prioridad, ni siquiera han mantenido unos niveles aceptables en el ámbito de la solidaridad con los más desfavorecidos, ni en el acceso a las condiciones a la sanidad, la educación o la vivienda.
Y una sociedad competitiva, en opinión del Partido al que represento, se sostiene sobre los pilares de la equidad y el bienestar social. De lo contrario, será siempre una sociedad rota, enfrentada e injusta. La distribución de riqueza, el desempleo y la marginación social se abordan mejor a través de políticas de cohesión.
Hoy, señor presidente, hay más desahuciados (solo en el primer trimestre del año pasado 35.098 familias perdieron su casa por no poder pagar la hipoteca, según el Banco de España), menos créditos para empresas y familias, más familias en que ninguno de sus miembros recibe ningún tipo de ingreso (100.000 más que cuando empezó su mandato). El paro se mantiene en un tremendo 25’9%, habiendo crecido la bolsa de desempleados de larga duración hasta los tres millones y medio de personas. Y 124.000 personas se han ido del país; muchos son inmigrantes que vuelven a sus países de origen, pero otros muchos son jóvenes prometedores que han tenido que abandonar el país para encontrar trabajo fuera de las fronteras españolas. Decir, como ha dicho algún responsable político, que la experiencia les vendrá bien para formarse es simplemente inaceptable. No es posible que todo el esfuerzo realizado en su formación contribuya a incrementar el PIB de terceros países que comienzan a vernos como suministradores baratos de personal bien preparado.
La sanidad oscila entre recortes y privatizaciones. Salvo escasas pero notables excepciones, como Euskadi, donde ello no se produce por decisión política, el recorte ha supuesto más de un 10% de las partidas correspondientes. Por cierto, que entre las medidas que su gobierno impulsó para ahorrar se encuentra dejar sin asistencia normalizada a los extranjeros en situación irregular, una medida cruel y que al mismo tiempo, por la falta de control sanitario, puede poner en peligro la salud del conjunto de la población. En esta materia han querido ir demasiado lejos. Menos mal que ante la oposición generalizada han tenido que dar marcha atrás en el copago del transporte sanitario no urgente y en el de las prótesis. Insaciable sed de ahorro.
En sus dos años de gobierno se han destruido un millón de empleos y los salarios reales han disminuido. El PIB por habitante es el de hace diez años. Señor presidente, su afirmación de que el paro había disminuido en el último trimestre no era cierto. No vale con que se refiera al paro registrado cuando la población activa ha disminuido drásticamente. El verdadero termómetro es el aumento o disminución de la ocupación laboral. Y lo cierto es que la EPA muestra que en el año 2013 se han destruido cerca de 200.000 empleos, 65.000 de ellos en el último trimestre.
El pasado noviembre, la Comisión Europea señalaba que España suspendía seis de los once indicadores que utiliza para la medición en el ámbito económico. A falta de cifras definitivas, la variación del PIB en el último año ha sido de -1’2%. Sí, apenas una décima menos que las previsiones oficiales. Pero no puede ser este un dato para el optimismo cuando llevamos muchos años con un PIB negativo.
Y, paralelamente, el crecimiento de la deuda pública es exponencial. Al cierre de 2013 representa nada menos que el 93’7% con respecto al PIB del país. Ocho puntos más que la deuda reconocida hace un año. Y 24 puntos más desde que empezó su legislatura. Y lo peor es que Moody’s, aunque haya subido el escalón del rating, prevé que la deuda pública va a alcanzar en 2016 el 102% del PIB.
Es verdad, señor presidente, que la prima de riesgo ha mejorado, aunque aún nos cueste casi dos puntos más que a los alemanes financiarnos, y es cierto también que el Ibex ha subido desde las posiciones de hace un año. Esta mejoría es incuestionable. Como también lo es que se debe fundamentalmente a una reacción, eso sí tardía, del BCE. Sin embargo, esta situación bursátil es ciertamente volátil y todo dependerá de si la banca mantiene o no cerrado el grifo del crédito porque dude más que usted de la recuperación económica. El FMI ha señalado recientemente el problema del “abrupto” cierre de crédito en España. En 2013 se concedieron a empresas y familias un 5’6% menos créditos que en el año anterior. La gente sigue sin consumir, a pesar del pequeño repunte-espejismo de las Navidades. Muchos porque no pueden, otros porque no las tienen todas consigo. Y es que el persistente paro sólo se alivia con contratos precarios y la devaluación salarial que provocó su reforma laboral no ayuda a estimular el mercado interno. La morosidad bancaria alcanza ya el 13’6%, nada menos.
Es verdad pues, señor presidente, que ha recuperado los mercados. Pero sin crédito lo poquito que pueda mejorar la economía, que como reconocen incluso sus propias previsiones no va a ser mucho, no se trasladará al ciudadano. Es necesario decir esto a las claras.
Porque si es cierto que hay algunos indicios coyunturales que empiezan a dar síntomas de recuperación, ello no debe hacernos echar las campanas al vuelo y hacer un discurso triunfalista engañando a los ciudadanos, tratando de captar un puñado de votos ante las citas electorales que se nos presentan. Los ciudadanos no merecen que se les engañe. Conocen la realidad de su día a día, la están sufriendo en su propia carne, en la de sus padres, hijos, hermanos y amigos. Quieren, deben saber la verdad.
Porque, además, en las últimas semanas hay algunos signos de desaceleración. El Ministro de Economía utilizó algunos indicadores en enero para señalar la dirección satisfactoria que había tomado la economía. Pues bien, esos indicadores, las ventas del comercio, la producción industrial y la demanda energética parecen haber vuelto ya a tasas negativas, y las exportaciones parecen estancarse.
Eso es lo que tenemos, señor presidente. Tal y como lo explicaba el Ministro De Guindos recientemente: “Una frágil y tenue recuperación de la economía”. Una recuperación, añadimos nosotros, que el ciudadano no va a notar por mucho que el Gobierno, ya en el ecuador de la legislatura, se empeñe en vender como el final de la crisis.
Lo cierto es que las apreturas económicas de estos últimos años han puesto bajo los focos la gestión desvergonzada que se ha llevado a cabo desde muchas instituciones. Tanto ustedes como el partido socialista han tenido responsabilidad directa en la mayoría de las Comunidades Autónomas que han sido gobernadas de manera imprudente y donde se han producido escándalos mayúsculos.
Las medidas y declaraciones a las que nos tiene acostumbrado su Gobierno no han sido dirigidas a arreglar estos desaguisados. Porque no vale con anunciar legislación de transparencia, incluida el último proyecto de control de la financiación de partidos políticos, como si sólo se debiera mirar hacia al futuro y hacer pelillos a la mar con el pasado. No es creíble que se conviertan en adalides de la transparencia sin que colaboren para que se depuren los casos más flagrantes de corrupción que aún hoy siguen en los tribunales y los medios. No vale una política de discos duros borrados, mantenimiento del contrato de personas a las que al mismo tiempo se acusa de corruptas. Señor presidente, el caso Bárcenas aún no ha acabado. Si cree que con el “me han engañado” del día 1 de agosto aquí se acabó todo, anda muy equivocado.
Señor presidente, la estructuración institucional del Estado español está hecha unos zorros, aunque algunos se empeñen en seguir la política del avestruz y aparentar como si aquí no pasara nada.
Cualquier profesor de Derecho Constitucional con un mínimo de trayectoria le podrá decir que las bases sobre las que teóricamente se fundamentaba la Constitución y el reparto competencial fijado en el bloque de constitucionalidad han cambiado radicalmente. La teoría constitucional de principios de los ochenta no tiene nada que ver con la realidad a la que nos han abocado el Tribunal Constitucional y la política de leyes invasoras de competencias que machaconamente han impulsado gobiernos populares y socialistas.
En este último aspecto, su Gobierno destaca con brillante nota: la Ley de Unidad de Mercado, la Ley de Evaluación Ambiental, el Decreto de medidas de apoyo a los emprendedores (que contiene un catálogo de líneas y tramos de la red ferroviaria que ustedes fijan como de interés general), Decretos de recortes en sanidad y educación, la Ley de Emprendedores, el Proyecto de Ley de Exteriores, la Ley de Autoridad Fiscal Independiente, la de Tasas, la LOMCE…
Valiéndose de la situación de mala gestión económica de las Comunidades Autónomas que han gobernado, han introducido una legislación recentralizadora, cercenadora de la autonomía política de la que deberían gozar las Comunidades Autónomas. Y ello por encima de los mecanismos que se exigirían para reformar la Constitución. Ustedes, que están continuamente hablando de los intentos de los nacionalistas periféricos para reformar la Constitución sin seguir los procedimientos establecidos. Pero, claro, el recurso de inconstitucionalidad previo para esta normativa no existe. Entre el PSOE y ustedes se lo guisan y nos lo hacen comer a los demás, nos guste o no. Incluso a aquellas Comunidades Autónomas que no han tenido problemas de este tipo.
El Estado de las autonomías no es ya sino aquello que quieran ustedes definir como tal en el momento que deseen. Aquel Título VIII y los Estatutos de Autonomía aprobados ya no sirven en los parámetros que sus autores los aprobaron. Ya no existe ninguna competencia exclusiva en manos de las CCAA, a tal punto ha llegado el Tribunal Constitucional. Tribunal, por supuesto, también nombrado por ustedes y convertido en última ratio justificadora para imponer su idea de España por encima de la búsqueda de acuerdos.
Señor presidente, adoptar, como parece que desea hacer su grupo parlamentario, una resolución a favor del Estado de las autonomías es hacer un brindis al sol. Ustedes no creen en autonomías con verdadero poder político y competencias exclusivas. Ustedes sólo apuestan por un paripé desregionalizador, con el que seguro una parte no desdeñable de la población está de acuerdo.
El desapego hacia las Comunidades Autónomas que los dos partidos mayoritarios secundados por UPyD han fomentado ha dado sus frutos en muchas Autonomías. Se ven como un problema en vez de una solución. No es de extrañar que eso suceda en aquellos lugares que no mostraban ningún deseo de autogobierno en la Transición.
Pero esto, lejos de solucionar el problema de la organización institucional del Estado, no ayuda sino a agrandarlo. Quiéranlo o no, casi 40 años después de la muerte del dictador, en Cataluña y en Euskadi hay dos sociedades que se consideran, que siguen considerándose, nación. Creía Franco que había sepultado el sentimiento. No podía estar más equivocado. Los hechos naturales renacen con fuerza. Hoy la mayoría de las sociedades catalana y vasca no pueden limitarse a este reducido Estado de las Autonomías. Señor presidente, no puede tratarse con igual método problemas diferentes. Lo que probablemente consideren adecuado los ciudadanos de otras CCAA para ellos no es lo que consideran adecuado de manera mayoritaria vascos ni catalanes. Si se quiere organizar el Estado desde unas bases estables, no puede ignorarse esta realidad.
Euskadi acaba de iniciar su camino para lograr un gran acuerdo en el Parlamento Vasco sobre su futuro. La ponencia de reforma del autogobierno ha echado a andar sin prejuicios ni líneas rojas. Pretendemos encontrar un punto de encuentro mayoritario en Euskadi entre diversas formaciones y sensibilidades políticas. Un acuerdo lo más amplio posible. Y no le oculto que nos gustaría que el Estado también comenzara a andar ese mismo camino para lograr un acuerdo en su propia transformación constitucional. Usted dice que hay unos procedimientos para modificar la Constitución Española. Utilícelos y haga que quienes no estamos a gusto podamos estarlo. El mencionar esos procedimientos para a continuación bloquearlos en base a sus mayorías es un ejercicio de cinismo.
Lo he dicho antes. Han pasado casi 40 años desde la muerte de Franco. Un período semejante hace que sea necesario hacer un análisis sosegado pero realista de la situación en que nos encontramos y pongamos las medidas hacia el futuro. Empeñarse en seguir haciendo oídos sordos a las reivindicaciones nacionales que hay en el seno del Estado español no ayudará a su estabilidad.
La reciente toma en consideración del recurso previo de inconstitucionalidad para los Estatutos de Autonomía no es precisamente una señal reconfortante. Parece que, en vez del acuerdo político, lo que se busca es parapetarse detrás de la judicatura para no llegar a un acuerdo. Tiempo al tiempo.
Cataluña ha emprendido un camino que sólo busca producir la expresión de la ciudadanía por métodos absolutamente democráticos. No es de recibo que se opongan trabas de tipo jurídico para que no se escuche la voz de los ciudadanos. Los tiempos en los que la unidad estatal era mantenida por la fuerza, en los que unos pueblos pasaban a depender de uno u otro poder por vía de fuerza, ya han quedado atrás. En pleno siglo XXI, si un pueblo tiene voluntad real de emprender determinado camino, de independizarse, de unirse a otro, de hacer lo que considere oportuno, nadie que se considere demócrata debería impedírselo.
Permítame que le diga que eso de que en un posible referéndum de autodeterminación debe votar toda España y no solo Cataluña, es una divertida y novedosa ocurrencia. Un nuevo caso en el Derecho Internacional. Ni en Canadá, ni en Reino Unido, ni en ninguna parte sucede así. Cataluña siente como una nación, déjenle expresarse y, si lo consideran, intenten convencer a sus ciudadanos de que eso no es lo que les conviene. Háganlo desde el respeto y no desde la imposición. Y, sobre todo, no la denuesten ante el resto de los ciudadanos, ni pretendan hacer creer a Europa y al mundo cosas que no son ciertas sobre ellos. No es de recibo el incalificable documento que han enviado a diferentes responsables mundiales acerca del conflicto catalán. No es un texto equilibrado. Su lectura nos remonta a las épocas del NODO. Voy a leerles un párrafo de la página 154:
“Y a ese argumento de que no nos quieren se aferran malintencionadamente como excusa tras la que late la mala conciencia de que su planteamiento traiciona la altura cívica de nuestra época y de nuestro entorno, pretendiendo así conjurar la carencia moral de su planteamiento”. Oiga, ¿usted se cree que se puede enviar un texto hablando de mala conciencia, de carencia moral —de los otros, claro—?
Pero, ¿qué sainete es éste?
Aquí tiene otra:
“Es verdad que hay nacionalistas pacíficos, cultos, benignos y que parecen inofensivos. No nos engañemos, esa es una apariencia, esa es una postura fugaz, momentánea. Basta escarbar lo que se esconde tras ella, y lo que se esconde tras ella es el prejuicio, es, en última instancia —atentos—, la discriminación, el encono y la violencia”.
Si estas son sus razones para convencer a los catalanes de su supuesto error, mal van.
Señor presidente, no sé si quiere usted o no buscar soluciones a las realidades nacionales vasca y catalana. De las declaraciones habidas por su parte hasta la fecha puedo albergar pocas esperanzas. En cualquier caso, está en su mano el que los problemas puedan ser encauzados de manera satisfactoria para todos. Nuestra voluntad para el diálogo ha quedado muchas veces demostrada. Pero, si no lo entiende así y, fiado en su fortaleza desde las instituciones del Estado y el juego de mayorías que siempre le será favorable, decide ignorar la realidad, sepa que ésta no va a desaparecer simplemente por ese hecho. La piedra es sólida y el agua líquida. Hoy son las instituciones del Estado la piedra, el vigor, la solidez, la aparente inmutabilidad, pero como dijo el poeta latino Ovidio: "La gota agujerea la piedra, no por la fuerza, sino por la constancia”. Le aseguro que sin acuerdo esa gota seguirá ahí, en el mismo sitio, cayendo una y otra vez con más o menos intensidad hasta que consiga horadarla. ¿Es realmente eso lo que busca?
Mientras tanto, señor Rajoy, nos repiten ustedes machaconamente que Euskadi es parte de España. La verdad es que se nota bien poco más allá de la presencia policial (ignorando por cierto flagrantemente lo que señala el Estatuto de Autonomía de Gernika) y de un delegado del Gobierno enredado con los símbolos que crea problemas y tensiones en vez de solucionarlos. Porque se supone que el Estado debe hacer frente a sus obligaciones y competencias, ahí es donde debe vérsele. Sin embargo, las inversiones anuales en las competencias a cargo del Estado son porcentualmente muchísimo más bajas de lo que el País Vasco representa demográfica, económica y geográficamente.
Hay un asunto que, como comprenderá, no puedo dejar pasar. Se trata, seguro que lo presumía, de la construcción del Tren de Alta Velocidad en el País Vasco. Los retrasos indebidos de esta obra en la parte que su Gobierno está realizando directamente son incomprensibles. En estos momentos, la puesta en marcha de la denominada Y vasca no podrá llevarse a cabo antes de 2018, y ello sólo si se acometen inmediatamente los trabajos pendientes con la debida diligencia.
No desconoce que no se trata de una obra cualquiera y las implicaciones más allá de la política de obras públicas que hasta hace muy poco ha tenido. Pues bien, si la conexión del brazo gipuzkoano de la Y, que avanza a buen ritmo, ejecutado por el Gobierno Vasco, no se conecta al resto de la obra, nos encontraremos con una inversión que va a ir degradándose antes de que se llegue a colocar la superestructura, lo que supondrá un dispendio que no tiene lógica.
La conexión central de la Y vasca es el denominado ‘nudo de Bergara’. Usted se comprometió a comenzar su ejecución ya el año pasado. Promesa incumplida. Le pido, le demando como ciudadano y contribuyente, que licite ya las cinco fases del nudo. Estamos hablando de una cantidad nimia para este año. En total, de aquí a 2018 estamos hablando de 550 millones de euros (para invertir en cinco años) cuando sólo este año tienen presupuestados 3.000 millones para todo el Estado.
No sería entendible que no lo hicieran. Como tampoco lo sería que no se impulsaran definitivamente las obras para conectar la Y con el tramo Burgos-Vitoria, lo que daría salida a Europa a todo el tráfico atlántico.
No podemos demorarnos más, señor presidente. No se me ocurre tramo que tenga tanta prioridad como este, considerando además que se trata de un corredor europeo. Y, sin embargo, es el que más retrasos ha sufrido.
Créame que no entendemos la postura de su Gobierno. No puede ser que desde Fomento se diga que el problema está en Hacienda y que no se puede hacer nada, que incluso se apele a nosotros para hacer gestiones directamente con el Ministerio a fin de conseguir la suficiente financiación. No, señor presidente, es a usted a quien corresponde establecer prioridades y poner orden en su gobierno. Debe hacerlo.
Le diré más, es tan incomprensible la actitud con respecto a la Y vasca que comenzamos a pensar que se trata de una decisión adoptada deliberadamente. De una decisión política de su Gobierno de no hacer la inversión. De una decisión que curiosamente coincidiría en hacer una pinza junto con Sortu en contra del Gobierno Vasco.
El siguiente eje al que me quiero referir es el final de la violencia en Euskadi. Usted ayer no hizo mención a ello. Probablemente porque no le preocupa o quizá porque no le dedica ni un minuto de su tiempo. Su desidia, señor presidente, es la que está permitiendo que ETA siga prolongando la teatralización de su final.
Señor presidente, afirmar que nada ha cambiado desde el anuncio de cese definitivo de la violencia por parte de ETA es hacer el Tancredo. Esa percepción no la comparte nadie, ni siquiera el Partido Popular, en Euskadi. Este no es el momento para seguir realizando una política antiterrorista como si nada hubiera cambiado. Este es el momento para una política de paz. Y para una política de paz, no es precisamente el jefe de la Policía quien deba estar al cargo, quien haga declaraciones constantemente y sea quien fije la línea del Gobierno en esta materia.
La última boutade del señor Fernández Díaz ha sido decir que “ETA deje las armas o se las quitaremos nosotros”. Pues ¿qué hace, señor Fernández, que no se las ha quitado ya?
Ayer leía en un rancio periódico de la capital española que el gesto del lehendakari Urkullu de acompañar a los mediadores de la CIV ante su declaración en la Audiencia Nacional debía ser contestado radicalmente y el Gobierno debería tomar medidas. Porque además Urkullu, según el mismo rotativo, representaba la línea moderada del nacionalismo. El comentario en cuestión venía a decir que vale ya de tantos miramientos con alguien que había dejado en la estacada al Gobierno.
Sin embargo, señor presidente, usted, que es un fino observador y que conoce a la persona, seguro que habrá interpretado que con ese gesto el lehendakari quería manifestar algo, y no precisamente “afrentar a las víctimas”, como han dicho portavoces del PP.
Ante la absoluta falta de voluntad de su Gobierno, de usted señor presidente, de consensuar políticas con otras instituciones con responsabilidad sobre el terreno, hartos de esperar pacientemente durante dos años, de mantener una discreción impoluta para no dificultar ninguna toma de decisión… hasta aquí hemos llegado, señor presidente.
Que lo que ha hecho ETA es insuficiente, nimio, con poco rigor, claro que sí. Que va en la buena dirección pero que hay que instarle a que lo haga con mayor celeridad y rigor, también. Pero de ahí a pasar a insultar y menospreciar a una serie de personas independientes reconocidas internacionalmente, que al menos están haciendo algo en medio de dificultades para que ETA se desarme, va un trecho que no se debe rebasar.
¿Por qué no pone su Gobierno las condiciones para un desarme en la línea de otros que se han producido con otras organizaciones terroristas? ¿Por qué no intenta implementarlo y supervisarlo utilizando como mediadores a esta Comisión u otra? Porque lo que no se sostiene es que se exija la entrega inmediata de las armas y al mismo tiempo se pongan todas las condiciones para que esto no sea posible.
¿Qué es lo que desea su Gobierno, señor presidente? ¿Darle la excusa perfecta a ETA para eternizar su desaparición?
Fíjese que la postura de su Gobierno no la entienden ni los medios de comunicación franceses.
Por cierto, que el portavoz de su grupo parlamentario, el señor Hernando, señalaba sobre el lehendakari «no es el camino» ya que evidencia «errores de estrategia, marcados a veces por determinados complejos del pasado».
Fíjese, que si no supiera que el señor Hernando a usted no le va a llevar la contraria ni aunque lo mande a galeras, pensaría que su escudero estaba hablando sobre usted, señor Rajoy. Porque la política que está siguiendo su Gobierno, ni es el camino y está marcada por determinados complejos del pasado.
En algunas ocasiones, esta Cámara asiste a algunos debates en los que, a modo de jaula de grillos, los diputados nos dedicamos a lanzar nuestra soflama sin intentar buscar puntos en común u ofrecer terreno para un acuerdo real con el adversario. Desde un discurso crítico he intentado ofrecer la oportunidad de una búsqueda de acuerdo. Siempre lo hemos hecho así, la mayoría de las veces con escaso éxito.
En su caso, señor presidente, en su calidad de presidente del Gobierno debería ser una obligación porque es usted quien tiene la responsabilidad como cabeza del Gobierno de intentar aunar a la sociedad y de buscar proyectos compartidos. En su discurso de ayer no percibimos voluntad ni ganas de que quiera ir a la búsqueda de grandes acuerdos en temas clave que un hombre de Estado debería afrontar.
Muy al contrario, mi sensación cada vez que le escucho, directamente o a través de sus colaboradores más cercanos, es la de estar escuchando música. Música de bolero. Sí, ya sé que en ocasiones manifiesta buenas intenciones, pero nunca más allá de la buena disposición al diálogo. Es como la canción de los Panchos. Yo canto mal y no es este ni el momento ni el lugar, pero imagíneselo, ponga usted música de bolero a mis palabras, a los versos de Osvaldo Farrés:
Siempre que te pregunto,
que cuándo, cómo y dónde,
tu siempre me respondes;
quizás, quizás, quizás.
Pero el tiempo de bolero ya pasó, señor presidente, y hay retos que afrontar. No “mañana”, no “ya veremos”, no “quizás”. Sino aquí y ahora.
Eskerrik asko.