Ayer se conoció el sobreseimiento y archivo de la querella que el sindicato LAB presentó contra el que fuera gerente de EITB, Juan Diego, mientras yo era su director. Las acusaciones eran muy graves –dicho llanamente, le acusaban prácticamente de ladrón– y la saña con la que los acusadores presentaron en sociedad el caso hicieron que este tuviera gran eco mediático, que contrastaba con la endeblez, cuando no falsedad, de las supuestas pruebas.
Enseguida me di cuenta de que alguien quería propinarme una bofetada en la cara de Juan Diego. No hacía falta ser un lince: todos los movimientos de LAB (ruedas de prensa, presentación de recursos...) coincidían ‘casualmente’ con momentos políticos intensos, como presentación de candidaturas del PNV, campaña electoral... y siempre se ligaba a Juan con mi persona; se utilizaba una figura jurídica poco habitual pero que garantizaba al demandante que la querella iba a ser admitida de oficio y que iba a tener un desarrollo temporal suficientemente largo; y, por último, todos sabíamos –empezando por los propios dirigentes de LAB de EITB– que la denuncia se basaba en datos falsos.
Nos desgañitamos en explicar a LAB, a su representante legal, Jone Goirizelaia, y a los medios de comunicación que se estaba cometiendo una injusticia, que una cosa es la crítica política y otra meterse con la honra y la valía de las personas, que era fácilmente demostrable que la acusación no tenía sentido. Pero fue imposible. Nuestros argumentos y pruebas –estas verdaderas y avaladas por documentación oficial– no sirvieron de nada. Cada uno creía que tenía su pieza y no la quería soltar. Poco les importaba que, en medio, hubiera personas sufriendo al ver su nombre y trayectoria profesional zarandeados y a su entorno metido en una historia para no dormir.
Ha sido un calvario de casi dos años, que ahora termina justamente. Y me ha parecido conveniente extraer algunas conclusiones y formularlas en cuatro mensajes dirigidos a los ‘protagonistas’ de esta historia, para obtener algo positivo de esta barbaridad.
Mi primer mensaje es para LAB, en la triple dimensión de la dirección del sindicato, sus dirigentes en EITB y a sus afiliados en el Ente. Es un mensaje claro: no todo vale, ni en sindicalismo. La utilización perversa y lamentable que han hecho del sistema judicial y del recurso a los medios de comunicación sí que ha constituido una auténtica ‘prevaricación’. Me gustaría creer que este caso va a hacer recapacitar y cambiar a los autores de este complot, pero lo dudo, aunque ojalá me equivoque y alguno tenga la decencia de dimitir. Sí tengo más confianza en que algunos de sus militantes en EITB, a los que aprecio, se hagan al menos la pregunta de si se merecen que gente capaz de estas cosas les represente.
Mi segundo mensaje es parala abogada Jone Goirizelaia.Su actuación me ha decepcionado profundamente. Respeto el papel de los abogados, tanto cuando son defensores como cuando ejercen la acusación. Siempre he creído que se puede compaginar la militancia política con el desempeño de cualquier profesión. Pero para que esto sea así hace falta un mínimo de honestidad profesional, que en este caso no se ha producido. La abogada tuvo acceso a pruebas irrefutables que demostraban que su caso era un bluf basado en una sarta de mentiras y, pudiendo haber retirado la querella, no lo hizo, prefirió que siguiera adelante de manera artificial, que se siguieran dando ruedas de prensa y comunicados, que siguiera el circo, supongo que buscando rentabilidad política a corto plazo aun sabiendo que el varapalo llegaría con la sentencia. Pensaba –ingenuo de mí– que personas que tanto se quejan de la utilización torticera de la justicia cuando son abogados defensores no harían lo mismo cuando eran los que acusaban. Si alguien del comité de deontología del Colegio de Abogados lee estas líneas, le pediría que le diera un vistazo a este asunto. También en esto, no todo vale.
El tercer mensaje es para mis compañeros periodistas. Con varios de ellos hicimos un esfuerzo baldío para intentar demostrar que "no había caso". Pero les pudo el titular fácil, ese amarillismo que va a acabar con nuestra profesión, el pensar que aquello se podía convertir en un nuevo escándalo con nombre propio que, encima, podía salpicar a un político llegado del periodismo. Como uno de ellos me dijo cuando le ofrecí tener acceso a toda la documentación para acabar con aquellas noticias falsas, "ahora contamos la acusación, y cuando salga la sentencia ya lo publicaremos también". Hoy he comprobado en su periódico que, mientras la acusación ocupó páginas enteras durante días, la sentencia absolutoria merece un breve de once líneas. ¡Viva el periodismo de investigación! ¡Viva contrastar las informaciones! ¡Viva la veracidad como valor primero de una noticia! También a nosotros los periodistas nos hace falta una mano de deontología. Han tenido a una persona sometida a condena de titular y foto de escarnio durante casi dos años. Me temo que la sentencia absolutoria no va a poder reparar todo el daño causado a un profesional y, sobre todo, a una persona a la que se le ha herido injustamente. ¡No, no todo vale!
Precisamente mi cuarto mensaje es para Juan Diego y su familia, su mujer y sus hijos, y también para los otros miembros de la dirección de EITB que fueron citados de manera espuria, Bingen Zupiria y Mikel Agirre. Sé por lo que han pasado. Por lo duro que es entrar a tu oficina o a tomar un café en el barrio el día que tu foto adorna un titular sensacionalista, al lado del último escándalo de corrupción, engrosando la lista de "chorizos y sospechosos". Lo duro que es ver a tu marido, a tu aita, en el periódico, y lo que es peor, saber que tus compañeros de clase, tus amigos, sus padres, también lo han visto. Por lo menos, que estas líneas les sirvan de reconocimiento por haber pasado de una manera tan digna un calvario injusto e inmerecido.